"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

La Primera Protesta (Sobre el 14 de Febrero de 1936)

Juan Vicente Gómez se había erigido en Venezuela como el amo del poder durante casi tres décadas, una vez depuesto Cipriano Castro. Su círculo de confianza era mínimo, siendo sus cercanos siempre puestos a prueba. Un hecho fortuito demostraba al tirano de la Mulera que Eleazar López Contreras era fiel a él. Una respuesta negativa de su parte -en una misiva interceptada por la inteligencia gubernamental- a Carmelo Castro, hermano del expresidente, quien lo convidaba a sumarse a un alzamiento antigomecista, echaría la simpatía a su favor. Debido a este gesto López Contreras se ganaba la confianza de Gómez, quien lo ascendía a coronel y lo designaba comandante interino del Batallón Rivas. Luego sería nombrado comandante del Regimiento Piar N.º 6.

Para 1919 López Contreras era nombrado Director de Guerra del Ministerio de Guerra y Marina, responsabilidad en la que lucía sus capacidades técnicas y gerenciales. En 1923 ya era general de Brigada, a la vez que Jefe de la Guarnición de Caracas. Un año más tarde, por sus sobrados méritos intelectuales y sus pericias como historiador, lideraba la delegación militar y diplomática que representaría a Venezuela en las celebraciones del Centenario de la Batalla de Ayacucho.

1928 fue un año complejo para el gomecismo, y nuevamente a Eleazar López Contreras le tocaba otra prueba de fuego. López Contreras debía apaciguar una asonada cívico-militar, el 7 de abril. Un movimiento insurreccional impulsado por algunos oficiales jóvenes en connivencia con estudiantes universitarios y activistas políticos parecía una tarea fácil.

El hombre fuerte doblegaba la rebelión con aplomo, pero tenía que enfrentar un problema más grave: entre los alzados estaba su propio vástago, Eleazar López Wolhmar. Gran dilema que resolvía con estoicismo, su hijo mayor también iba tras las rejas.

A raíz de esta situación Eleazar López Contreras era convidado por enemigos de Juan Vicente Gómez a sumarse a una posible acción armada liderada por el general Román Delgado Chalbaud. Su contestación era un no rotundo, alegando su fidelidad al Gobierno y a la confianza depositada por Gómez en su persona. Asimismo, López Contreras argüía que como soldado estaba incapacitado de levantarse contra el régimen, y que lo sensato era esperar la natural ausencia del general Gómez para ampliar el radio de libertades públicas.

Luego de una ausencia de la capital por otras responsabilidades militares, López Contreras retornaba del Táchira a Caracas en 1930. Ahora, era el jefe del Estado Mayor General interino; siendo el año siguiente su momento estelar al ser nombrado Ministro de Guerra y Marina, transformándose en el militar de carrera más prestigioso del país.

Al fallecer en su lecho Juan Vicente Gómez el 17 de diciembre de 1935, Eleazar López Contreras se le encargaba la Primera Magistratura hasta el 19 de abril de 1936. Pero el panorama no era sencillo, le tocaba, al oriundo de Queniquea, controlar un amago de revuelta respaldado por los familiares del difunto dictador. También, como asomo de su carácter prodemocrático, al principio López Contreras decretaba la libertad de los presos políticos, y conminaba a los exilados volver a su tierra.

Como era de suponerse, ante la falta del jefe del régimen despótico de la Venezuela de comienzos del siglo XX, se desataban todas las ambiciones y expectativas legítimas o no. Grupos influyentes se organizaban para cerrar la puerta a una especie de gomecismo sin Gómez.

Pese a cierto viso de progresismo, las medidas inaugurales de López Contreras eran insuficientes para contener la marea de aspiraciones populares. Eran sólo paños calientes – aumento del salario mínimo de tres a cinco bolívares diarios, renovación del tren gubernamental, etc.- para un acumulado histórico de frustraciones y vejaciones. Si bien refrescaba su imagen el sucesor de Gómez quedaban campantes personeros del antiguo régimen, entre ellos el gobernador del Distrito Federal, el general Félix Galavís.

El 5 de enero de 1936 López Contreras suspendía las garantías constitucionales y el 29 del mismo mes ponía en funcionamiento una junta de censura contra un periodismo que en un ínterin había probado la libertad.

Vista así las cosas, por el decreto contra los derechos ciudadanos y la medida mordaza, el 13 de febrero de 1936 los responsables de la prensa llamaban a una huelga. Simultáneamente, la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV) exigía en un comunicado la revocación de estos dos decretos.

El día grave sería al siguiente, el viernes 14 de febrero de 1936. El centro de Caracas clareaba tranquilamente. No andaban automóviles, pero si los aparatos represivos del Estado. Sin embargo, algo se maquinaba en la ciudad.

El ánimo colectivo iba subiendo su temperatura. La Asociación Nacional de Empleados emplazaba a la huelga y reclamaba la democratización del Gobierno. En una de sus carteles se podía leer: “Queremos garantías, queremos prensa libre. No somos comunistas”.

También se hacía sentir la llamada Junta Patriótica, integrada por Jorge Luciani, Miguel Acosta Saignes, Rolando Anzola, Manuel Felipe Rugeles, Ernesto Silva Tellería, Hernani Portocarrero y Raúl Osuna.

En los entornos de la Universidad Central de Venezuela, ubicada en la esquina de San Francisco, corazón de la capital, se congregaban más de tres mil personas. La protesta estudiantil se sumaba a lo de los transeúntes que demandaban la remoción del gobernador de Caracas, Félix Galavís.

En la atmósfera había una rabia general, como atestiguaban las pintas en edificios públicos importantes como la Casa Amarilla. Hubo saqueos a los deudos del gomecismo.

La contestación gubernamental era la violencia contra una multitud desarmada. Un torbellino de balas dejaba 6 muertos y no menos de 150 heridos en los alrededores de la Plaza Bolívar.

Andrés Eloy Blanco registraba poéticamente parte de este momento dramático para el pueblo venezolano

“Cuando Juan Bimba era sute

le dio puntá de costao,

le dio calentura ‘e pollo,

le dio sarampión morao

y el Doctor le recetó

quinina con bacalao

El 14 de febrero

se echó el cogollo de un lao,

cogió su guacharaquita

y el porteño encabullao…

Lo trajeron de la plaza

con el pecho atravesao.

–Ay mijo de mis entrañas,

¿por qué me lo habrán matao?

Y Juan Bimba decía:

–No llore, mama,

trago amargo, mi vieja,

sin mirarlo;

tómelo, mi mama;

trago largo…”

Entre los caídos se destacaba el estudiante Eutimio Rivas, ese joven que el vate Carlos Augusto León dijera más tarde: “Eutimio Rivas, vivo sigues estando en tu muerte”.

“Muera Galavís”, era un escrito que se podía leer en las paredes de la Gobernación de Caracas, palabras marcadas con la sangre de las víctimas de este día recordado.

Es oportuno acotar que era de dominio público la creencia de que el nuevo Presidente quería perpetuarse en el poder con el respaldo de los viejos gomecistas, pero aquella suposición se desvanecía a ver que el mismo López Contreras ordenaba la captura del general Félix Galavís.

Con los hechos del 14 de febrero de 1936 en los caraqueños el miedo parecía ausente. Una gran movilización era prueba fehaciente de que las cosas habían cambiado en el país, que con la muerte del llamado Benemérito también era enterrado el temor y el nerviosismo.

El pueblo salía a la calle y deponía, como ya dijimos, al gobernador Galavís. Pero eso no bastaba. Todo empeoraba para el Presidente recién electo. Alrededor de cincuenta mil personas cercaban las esquinas del centro de la ciudad y alcanzaban las puertas del Palacio de Miraflores. Era un acto sin precedentes en la historia republicana de Venezuela, impensable años atrás.

Era el momento del verbo encendido de la muchachada de la Semana del Estudiante de 1928. Distintivo de esa jornada era la figura de Jóvito Villalba, quien asumía la vocería de la multitud.

El Primer Mandatario recibía en el Palacio de Gobierno a una representación de los manifestantes del 14 de febrero de 1936. Tanto Jóvito Villalba como el rector de la Universidad Central de Venezuela, Francisco Antonio Rísquez, entre otros, esbozaban ante López Contreras y su gabinete las demandas populares. El Presidente de la República en persona se comprometía a anular los decretos las próximas horas y a llevar, a los órganos competentes, a los autores de los crímenes recientes.

Ahora llegaba al gobierno del Distrito Federal el general Elbano Mibelli, afamado adversario de Juan Vicente Gómez y de sus acólitos. Mibelli era tenido como un hombre conciliador y subrepticiamente demócrata.

Esta designación taimaba la cólera colectiva, generando en los líderes estudiantiles una señal de confianza, razón por la cual dialogaban, en búsqueda de entendimiento, con miembros de asociaciones en pie de lucha -linotipistas, gráficos, escritores, periodistas, Asociación de Mujeres y otras agrupaciones- para que las aguas volvieran a sus cauces. Todo parecía indicar que los derechos civiles habían sido conquistados.

Gracias a los acontecimientos del 14 de febrero de 1936 se relevaban a los gomecistas empotrados en el Gobierno, y se obligaba a Eleazar López Contreras a publicitar un plan de gestión que no tardaba en llamar el “Programa de Febrero”.

Saber que el 14 de febrero de 1936 fue la primera manifestación del protagonismo popular contemporáneo es develar otra clave de nuestro pasado.

14-02-23.

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