"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Chavistamente: Arrugar es perderse

Hace dos meses mi esposo construyó una cocina de leña adelantándose a que un día ya no tuviéramos gas. Desde entonces, estiramos el gas alternando cocinas: las caraotas en leña quedan de chuparse los dedos, el arroz siempre es más fácil en la cocina de gas. La distribución de gas en Margarita la hacemos los CLAP junto a Dante, que le puso los puntos sobre las íes a los bachareros y afines. Logramos jornadas de gas comunal cada mes y respiramos, pero una sanción espantó al barco que traía el gas a la isla y todo se derrumbó dentro de mí, dentro de mí. Ahora el gas demoró casi dos meses. El barco, los problemas en el llenadero de tierra firme… y uno igual tiene que cocinar. O inventamos o inventamos.

El bloqueo y la persecución va contra la gasolina: Mi bicicleta necesitaba un parche y eso ya está listo. Mi carro parado con poca gasolina, por si una emergencia. José Gregorio, mi vecino, le puso un remolque a su bicicleta. Lo construyó con los restos de una silla de ruedas rota. La bici de José Gregorio es una bici de carga. Con ella busca pescado y lo trae a domicilio a quien quiera comprárselo. Un “Fresh Fish Delivery”, dirían en el este de Caracas, si José trabajara para uno de esos abastos sifrinos que ahora llaman boutiques gourmet.

Mientras “hacen crujir la economía“, Isaura siembra de todo. Ayer en la mañana cosechó y vendió berenjenas de patio, en la tarde tenía ají margariteño. Gregorina cambió el otro día cocos de su mata por arroz. Chuché está sembrando cuanta semilla encuentra. Chuchú cría pollos. Patiño tiene tres gallinas ponedoras, un gallo y un conuco que da gusto. Cambiamos lo que tenemos por lo que nos falta. Sembramos en cualquier rinconcito, en cualquier maceta. Mi mata de lechosa parió. Los limoneros no nos dejan sin vitamina C. Por ahí venía una auyama, pero ayer amaneció decapitada por unos caracoles. Una patilla, y los cebollines sobrevivieron a la masacre. Hasta hace poco, lo único que había sembrado en mi vida era la clásica caraota escolar, en frasquito de compota, germinada en servilletas mojadas. Siempre tuve mala mano, o eso creía hasta que podé mi cerecita y se puso como un pompón. En lugar del patio flores de colorcitos, un patio con tomates, parchitas, cambur, naranjas… ¡Y si tuviera una chiva!

Los gringos y el sifrinaje criollo nos quieren ver llorando de hambre y desesperación. Quieren quebrarnos el espíritu, quieren arrodillarnos, nos quieren arrepentidos, pidiendo perdón, perdoncito. Nos quieren sometidos. Nos quieren derrotados. Nos quieren, preferiblemente, muertos. Nosotros, claro, no nos dejamos. Tenemos una capacidad de resistencia que parece líquida: nos trancan por aquí y fluimos por allá. Podrán taponear el cause, pero no pueden detener el río.

Algunos ven con horror este fluir como sea, esta capacidad de resolver con las uñas, lo ven como un retroceso, como la barbarie. Yo lo veo como victorias cotidianas. Son nuestros modos de resistencia frente al enemigo más poderoso, al que vamos derrotando cada día que pasa sin que caigamos rendidos. Algunos no están entendiendo nada.

Estamos en guerra y no entenderlo es exponerte a estar entre sus primeras víctimas. El otro día un militante de la izquierda “de toda la vida“ deploraba que un ingenioso señor de Maturín publicó orgulloso en las redes la cocina de gasoil que se había fabricado: “Los mediocres y justificadores no solo se conforman con esto (la ingeniosa cocina de gasoil) sino que lo celebran como un logro”. Y luego la letanía de “increíble que en el país con las mayores reservas de petróleo y bla, bla, bla…”. Ni una mención al bloqueo, you know. Coincidía su “crítica” con la burla de una opositora venenosa que remataba con un originalísimo “sigue jalándole a Maduro, pues”. Dos tuits después, la misma burlona lloraba en una cola para echar gasolina. A la burlona, diga lo que diga, échele la culpa a quién se la eche, el bloqueo la alcanzó. Al militante crítico de la izquierda de toda la vida, le queda solo un cuarto de tanque. Ninguno ha pensado en una bicicleta.

Sembrar en patios o en potes, hacer una cocina de leña, andar en bicicleta, cambiar cosas entre vecinos, ayudarnos, inventarnos, abren un boquete en el muro de en un callejón que pretenden no tenga salida, el callejón del desespero. Remontar estas cuestas una a una nos fortalecen, nos convencen de que las que vengan serán también remontadas. No se puede librar una lucha tan inmensa y pretender no despeinarse.

Vivir de épicas ajenas, mitificarlas, librarlas de tachaduras. Glorificar el martirio, condenar al que no cae y sigue luchando como puede. Obviar al enemigo hasta borrarlo, culpar a la víctima hasta convertirla en el enemigo. Tácticas derrotadas de quienes no aguantaron un round, de quienes terminaron creyendo también que si se el chavismo se va, se acaban las sanciones y vuelve el Oktoberfest.

Aferrarse a la aplicación de teorías y fórmulas en un mundo donde todas las reglas del juego han sido borradas, donde a cada solución le vienen nuevos borrones, militar en las soluciones mágicas, es marchar hacia la frustración y finalmente hacia la derrota y la rabia.

Estamos en medio de una guerra donde las bombas vienen en forma de bloqueo y sanciones. En las guerras todo se tuerce, todo lo malo sale a flote y se agudiza, y todo lo grande y todo lo bueno también. En la suma de todo lo pequeño que hagamos, todo aquello que esté en nuestras manos hacer, está quizá nuestra arma más poderosa. Toca pisar tierra, inventar, intentar y despeinarse… toca resistir, porque arrugar es perderse.

¡Nosotros venceremos!

 

 

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