Javier Zurro
El director presentó en Cannes su última película y ha confirmado que no habrá más. ‘The old oak’ es un canto optimista a la solidaridad obrera y a cómo terminar con el odio de la extrema derecha.
Ken Loach lleva más de 50 años dignificando a la clase obrera. Mostrando las fallas del sistema, las medidas neoliberales que les han machacado. Lo hizo ya en sus primeras películas para televisión, y continuó en cine desde que debutara en 1969 con esa maravilla llamada Kes que mostraba un sistema educativo estricto que abandonaba a los hijos de los obreros. Estaban condenados a la mina, a la fábrica. No había para ellos un futuro que no fuera seguir ahí. Eran demonizados y señalados. Desde entonces, su compromiso ha sido insobornable. Pocas carreras más coherentes y comprometidas como la del cineasta británico.
Sus películas han retratado las consecuencias de las políticas de Thatcher, el problema del IRA desde ángulos que molestaron a los británicos, la nueva crisis económica que apuntaló el sistema de bienestar ya destruido y hasta la uberización del empleo. Ken Loach mira donde otros no quieren mirar y señala culpables. No quiere ser ambiguo, y eso a los críticos más sesudos les fastidia. Loach tiene claro que el sistema es el causante de todo, y no duda en gritarlo una y otra vez. Lo vuelve a hacer con su última película. La última de verdad. A pesar de que anunció su retiro hace años, el regreso de las políticas conservadoras le llevó a regresar al cine, pero ahora es su cuerpo el que ha dicho que no puede con otro largo.
Con 86 años (y a punto de cumplir 87) ha estrenado en el Festival de Cannes -donde buscaba su tercera Palma de Oro- su despedida. Se llama The old oak, y es puro Loach y un hermoso cierre a su filmografía. Lo es porque, por primera vez en muchos títulos, el cineasta apuesta por el optimismo que no había, por ejemplo, en Sorry, we missed you. Aquí tiene claro que el optimismo es progresista, y que la desesperanza provoca monstruos. El nombre de la película es el del único bar de un pueblo en Durham. Un pueblo donde el cierre de la mina destruyó todo. Ahora llegan unos refugiados sirios a sus calles y a sus casas, y el racismo de los locales saldrá a la luz.
Lo que hace Loach, con una idea conceptual brillante y combativa, es comparar aquella crisis de los mineros con la de los refugiados. Somos iguales, tenemos los mismos problemas, dice la película. “El pueblo que come junto permanece junto”, se lee una fotografía que cuelga en el bar del filme, y ese es el mensaje que deja Loach para mirar al futuro con ilusión. Para él, la solución al voto a la extrema derecha pasa por dar esperanza y soluciones a una clase obrera que lo que tiene es mucha ira dentro.
En un encuentro reducido con periodistas desde el Festival de Cannes, Ken Loach confirmaba que todo apunta a que será su último filme, aunque horas después dejaba una ventana a la esperanza. “Mientras no esté mi nombre en el obituario es que todo está bien. Veamos día a día”, dijo misterioso. Lo que tiene claro es que, aunque cueste, hay que ser positivo. “Es difícil ser optimista a corto plazo en mi país, porque ahora tenemos a un partido conservador, y a un partido laborista que también es de derechas. Hubo un golpe contra el líder de la izquierda, Jeremy Corbyn, cuando hubo un momento de esperanza. Fue un golpe de estado en todas sus manifestaciones, y perdimos esa oportunidad”, dijo con su eterna y humilde sonrisa.
A pesar de ello sí cree que la película destaca que “los instintos de las personas son generosos cuando se sienten fuertes”. “Cuando sienten que pueden hacer cambios. La generosidad significa solidaridad y significa ayudar a otras personas. Ahora hay muchas campañas, movimientos y algunos sindicatos que se están volviendo más militantes. Y hay una gran desilusión con los dos partidos principales, ambos de derecha. Hay un resurgimiento en la determinación de hacer un cambio que no tiene representación política”, añade y señala “signos que no captan los radares y que no están en los medios de comunicación”.
“Es una cuestión de movilización, de encontrar una organización que consiga una forma de organizar a la gente y que las personas que luchen contra el cambio climático también apoyen a quienes exigen condiciones laborales y salariales justas. Son las grandes corporaciones las que están destruyendo el planeta, y esas son las mismas personas que están reduciendo los salarios, y son las mismas personas que son dueñas de los periódicos, y son las que dicen que nuestro principal problema son los inmigrantes. Sirven al mismo interés, a preservar el status quo. Creo que la gente se está dando cuenta de esto, y esa unidad de entendimiento puede darnos esperanza”, continúa Loach.
Entonces, ¿Ken Loach es optimista o no? “Tengo que serlo, maldita sea. Esto es como el fútbol. Hay un partido nuevo cada sábado. Puede que hayamos perdido los últimos tres, pero volvemos a jugar el sábado y puede que ganemos. La esperanza es un asunto político, porque si la gente tiene esperanza y se les dice que tienen la fuerza de cambiar las cosas podremos avanzar. Si no tienen esperanza, si están desesperados, votarán por la extrema derecha, por los fascistas. Así que la esperanza es un asunto político, la esperanza da fuerzas y da la capacidad de cambiar las cosas. Las personas que son fuertes tienen confianza en su propia capacidad. Las personas que no tienen esperanza son cínicas y se encogen de hombros. La anarquía alimenta a la derecha, la esperanza alimenta a la izquierda. Por izquierda me refiero a la gente que imagina que otro mundo es posible. Creo que la esperanza es esencial”
Fuente Sin Permiso