Mi hermano Enrique y yo solíamos escuchar durante los años de bachillerato un programa que Phelo Partidas tenía todos los mediodías en Radio Juventud, allá en Barquisimeto. Yesterday, recuerdo que se llamaba. Era la época en que todavía reinaban las emisoras AM y las de frecuencia modulada apenas comenzaban a abrirse paso, a finales de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado. El nombre del programa rendía homenaje a la canción de los Beatles y, como es fácil adivinar, Phelo Partidas ponía «lo mejor de los sesenta, setenta y ochenta». No había internet ni redes sociales ni smartphones, de modo que no sólo las canciones, sino las historias detrás de ellas, las letras y las traducciones también eran cortesía de Phelo Partidas.
Era un buen programa, sin duda.
Lo he recordado a propósito del diálogo entre gobierno y oposición. Más propiamente, he recordado una de las canciones que sonaban en aquel programa. Long and winding road, de los Beatles. Es una imagen que se ajusta al proceso de diálogo. Un largo y tortuoso camino. Claro, si uno hace caso sólo a los titulares de algunas «agencias de noticias» (especialmente las que tienen predilección por las del tipo fake), los tweets y comunicados de algunos «líderes», el Informe Bachelet, los runrunes de algunos «periodistas», las declaraciones y pronunciamientos de funcionarios de gobiernos extranjeros o los análisis de algunos «expertos». No estamos diciendo que sea un camino corto y apacible. No hay soluciones mágicas y el diálogo ciertamente tampoco lo es.
Pero hay que poner todo en perspectiva.
Largo y tortuoso ha sido el camino de la Revolución Bolivariana, desde sus mismos inicios. Basta recordar los primeros años del gobierno de Hugo Chávez: golpe de estado, paro petrolero, Plaza Altamira, referéndum revocatorio… Del período del presidente Maduro hay para escribir libros que llenarían bibliotecas enteras, sólo para documentar las agresiones que ha sufrido Venezuela. Corrijo: no «que ha sufrido», que ha enfrentado Venezuela. Porque han causado y siguen causando daño, es verdad; pero han sido derrotadas una tras otra. Han sido la resistencia y los triunfos del pueblo y el gobierno de Venezuela los que nos han puesto en la senda del diálogo. O dicho de otro modo: el fracaso de cada una de estas agresiones ha obligado a sus promotores a aceptar la vía del diálogo. Y no es poca cosa.
Hay que entender, por otro lado, que el diálogo y las negociaciones no se producen solamente alrededor de las mesas de Oslo o Bridgetown. Hay una mesa más amplia, más grande, con más interlocutores y negociadores (invitados o autoinvitados, no importa). En esta mesa se «sientan» todos aquellos que tienen, creen tener o quieren tener intereses en o sobre Venezuela. El Informe Bachelet, por ejemplo, es sólo una carta de negociación en manos de alguno(s) de esos jugadores. Pudo haber sido un informe crítico, documentado, que señalara los casos concretos y las responsabilidades puntuales. Que contribuyera a generar un clima para avanzar en la mesa de diálogo. Se optó por presentar un informe plagado de generalizaciones y suficientemente ambiguo como para ser utilizado por algunos factores en un intento de debilitar la capacidad negociadora del gobierno venezolano. Se topó con una contundente respuesta que desnudó las falencias y carencias del informe en menos de 24 horas.
También hay mesas más pequeñas, mesitas internas. Donde se discuten y se dirimen las diferencias y contradicciones de cada bloque. En cada una de ellas hay factores que apuestan al diálogo y factores que lo torpedean. Factores que tratan de aprovecharse para satisfacer intereses mezquinos y factores que hacen planteamientos constructivos. Los ataques contra la iniciativa del diálogo provienen principalmente desde la oposición, donde hay más grupos que se oponen a una salida dialogada, negociada, pacífica, democrática, especialmente aquellos que han asumido la conducción de la oposición bajo el tutelaje de EEUU.
Pero desde las fuerzas progresistas también hay voces críticas. Hay grupos o sectores que se oponen al diálogo, pero no porque apuesten a salidas violentas, sino porque el mismo pudiera implicar un retroceso en materia de conquistas logradas en los años de gobierno chavista. La devolución a latifundistas de tierras que fueron entregadas a campesinos o empresas nacionalizadas que se estarían siendo o que eventualmente serían devueltas a sectores de la burguesía, por ejemplo. Aparte de ello, las diferencias naturales que pueden surgir en torno a la estrategia de negociación que debe seguirse, hasta dónde hacer concesiones o qué garantías exigir para el cumplimiento de los acuerdos que se alcancen.
La resolución de estas controversias dependerá de la fuerza que cada sector tenga a lo interno de cada bloque, lo que por supuesto impactará los diálogos en Oslo o Bridgetown. Hasta ahora no pareciera que haya grupos con capacidad de vetar los eventuales acuerdos que se alcancen o de imponer su criterio en las negociaciones. Ni siquiera el sector militar. Además de la discrecionalidad que hasta ahora ha caracterizado los encuentros previos, es recomendable que los negociadores se conduzcan con cautela. Hay que recordar que el pueblo de Venezuela sigue atento el curso de esta iniciativa y será a quien corresponda refrendar los acuerdos. Un error de cálculo sería fatal no sólo para las partes, sino para el conjunto de la sociedad venezolana.
A pesar de las dificultades, los obstáculos que se interpongan o lo lento que nos parezca, el diálogo no es aquel «largo y tortuoso camino» que cantaban los Beatles. Por el contrario, es la vía apropiada para superar la compleja situación que enfrenta nuestro país.