"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

David, mi juguetón amigo

Moriré de pie como los árboles, me dijo recién. No me imaginé que se había tomado en serio el 2.021.

Saber ser minoría, sabiéndonos los derrotados de una causa invencible, era una de nuestras lógicas cuando participó como candidato a la presidencia.

El 27 de febrero de 1989, buena parte la pasamos juntos. Vecinos de El Valle de Caracas, se había vencido su fuero parlamentario y me llamó temiendo un allanamiento y había que sacar algunos yerros de su apartamento. Así fue, desarmamos una carabina Hornet y en su estructura de madera le pintamos un paisaje y la claveteamos, cual cuadro en una pared. El herraje pudo meterse en la larga falda hindú de mi compañera Gladys Rivero para salir airosos justo cuando una comisión subía en el mismo ascensor de donde bajábamos. Era la jauría militar que subía a hacer silencio y represión.

Muchos muertos vimos desde sus ventanas, cuando al barrio San Andrés le disparaban con cañones de tanquetas a sus ranchos, haciendo grandes hoyos en sus pobres estructuras barriendo mortalmente todo lo que había adentro. Así, desde esas ventanas vimos también una comisión de milicos que “capturo” a una pareja, un matrimonio con dos bolsitas de mercado que increparon y sin ton ni son le dispararon a su esposo.

Nosotros desesperados les gritábamos: No lo mates! Gritos a los que se unió parte del urbanismo. Igual lo mataron. Sin necesidad, por pura maldad. De ahí que subieran a acallar los gritos de protesta, rompiendo puertas, amparados por la suspensión de garantías.

Esos días del 27 de febrero vimos la masacre. No hay gobierno, gritaba. Otros afinaban la puntería y ajustaban cuentas pendientes.

Nosotros asomados a las ventanas pudimos ser también sus blancos. Un sapo vecino de él, desde otro edificio me confundió con David, y me echó un plomazo que por dos dedos no me da en la cabeza. La tierrita me cayó en la cara. Se la mostré a David, riéndome, porque la casi muerte da mucha risa y ganas de orinar. Y me dijo, ese es fulanito que te confundió conmigo. Y seguimos riéndonos.

Los cuentos y las vivencias con David, fueron muchos. Siempre la chanza y la enseñanza. A veces se sobaba la panza como para mostrar una enorme cicatriz cuando fue abaleado en la Pastora por esbirros perejimenistas. Contaba episodios de tortura y de cómo se burlaba de sus carceleros cuando podía. Preso en un pequeño tigrito como celda, lo vigilaban para ver su desaliento y desmoralización. Pero que va. En ese reducido espacio hacia ejercicios, ante el asombro de ellos.

Cuando lo volvían a mirar por las rendijas lo veían bailando salsa en una melodía imaginaria. ¡Ahora está bailando salsa!, comentaban sorprendidos.

David por su sensibilidad a veces lloraba. Pero hay una imagen poética que no se me olvida. Por cosas de la vida y sus percances me contó que bajo una situación pesarosa lloró. ¡Pero por un solo ojo! Y nos reíamos de la figura. Luego yo reflexionando pensé que no podía llorar por los dos ojos, porque dejaba uno, para afinar su puntería. Porque también era implacable a la hora de la justicia. Severo ante el cobarde y delator una vez afirmó ante uno de ellos: “Su mejor autocrítica sería que se lanzara del Parque central». Así era nuestro Quijote.

En las cuitas de la vida siempre hay algún traspié. Una vez lo hospitalizaron con uno de esos males del corazón enamorado. En la clínica rezaba un cartel que decía: Pronóstico reservado” David estaba mal. El médico comprendiendo su situación afectiva aconsejó que Valentina, su hija bebé, durmiera esa noche sobre su pecho.

Posteriormente recuperado, cercado por esos castigos, donde la mujer siempre tiene la razón, reflexionaba recordando a Sun Tzu: “Al enemigo hay que dejarle una salida, porque sino sale de su cerco a matar o morir.” Nuestro querendón amigo, también se las traía, en esos asuntos.

Con el proceso siempre mantuvo su adhesión sin dejar de ser crítico.

Muchas constancias dejó donde el silencio cómplice no fue su aliado. “A esta revolución hay que quererla con todos los males que le aquejan” llegó a escribir. Amaba a Nicolás. El Presidente Maduro, era como el hijo que nunca tuvo.

Qué más, amigo mío. Esas son algunas de las cosas que recuerdo de tu proceder y que están intactas en la memoria de nuestro afecto militante, Adeu, camarada, ve tranquilo, que tu tarea la cumpliste a cabalidad.

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Un comentario

  1. Hermoso gracias .se merece ello y más..mi querido hermano .vivirás siempre con tu buen humos y ganas de vivir ……….. Aquí siempre estarás

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