"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Paulo Freire: Hay que renovarse sin negar el pasado

Entrevista de Edson Passetti al filósofo y educador brasileño Paulo Freire. Traducción de Laura Granero. Extracto del libro «La voz del maestro» publicado por la Editorial Siglo XXI. 
Sala en la casa de los Freire, en San Pablo, una calle tranquila, flanqueada por árboles y casas, en uno de los puntos más altos de la ciudad. Paulo nos recibe sentado en un sillón. Nosotros optamos por un sofá lateral. Esta será nuestra ubicación en la sala. Oiremos siempre a los perros en el jardín y, de vez en cuando, ingresará su mujer, Nita, como proponiéndonos un intervalo para descansar. En las paredes, óleos de primitivistas y algunos retratos. Apoyamos nuestro grabador sobre una mesa ratona.
Paulo Freire: Cuando uno no es capaz de comprender, de ponerse a la altura de los tiempos que corren, rechaza. Y si uno se resiste a comprender los tiempos que corren, se autodefine como un hombre que ya no pertenece a su época. (Pausa.) A pesar de mis 72 años, me considero un hombre de hoy. Si no aprecioel rock, termino por negar la existencia de herramientas como el fax y la computadora. Entonces, de manera catastrófica, pierdo el tiempo y retrocedo. (Nos mira fijo.) Hay  que renovarse sin negar el pasado, porque el pasado posibilita la renovación. Debemos transformarnos constantemente, acompañar la transformación del mundo en que vivimos. De lo contrario, nos perderíamos en la senda histórica. Tengo 72 años y juego con mis nietos. (Ríe.) La menor tiene 8 años y fue la primera en llevarme a un McDonald’s; así, me hizo comprender que, precisamente, McDonald’s es importante para nuestro siglo. Mi nieta menor y su hermano me preguntaron: “¿Qué tienes contra McDonald’s?”. Y yo les respondí: “Todo,tengo todo contra McDonald’s”. Después empecé a ir con ellos y ahora voy solo. Si algo funciona en Washington, Moscú, Pekín, Caruaru y Recife, entonces le pertenece al mundo. Es una respuesta a la democratización de la ciudad: el turista de bajo presupuesto, que no tiene dinero para almorzar, ve el letrero de McDonald’s y piensa que se salvó. Desde una perspectiva izquierdista, sólo sabemos que McDonald’s es producto del colonialismo. Es como querer ser de izquierda sin necesidad de serlo: uno termina por decretar la inexistencia de la izquierda. (Pausa.) ¡Algunos marxistas son tan idealistas! Niegan el mundo material en función de la voluntad psicológica, van y decretan que noexiste.
EP: Me acordé de unos versos del compositor y cantante bahiano Caetano Veloso, en la canción “Tempo”: “Eres un señor tan bonito / como la cara de mi hijo. / Tiempo, tiempo, tiempo, tiempo”. Y así entramos en sintonía con nuestro tiempo.
Uno sólo puede estar contra el tiempo si se apega a él: la única superación va por dentro. No se supera un obstáculo a partir del obstáculo mismo; se lo supera entrando en él.
¿Con qué soñaba cuando era niño?
Pensaba que sería maestro. Lo soñé tanto que, cuando me convertí en maestro, lo que yo era en mi imaginario se correspondía muy fielmente  con lo que era en la realidad, tanto que no distinguía una cosa de la otra. Algo interesante que recuerdo es que, cuando estaba solo en el vagón del tren que me llevaba desde Jaboatão hasta Recife para estudiar –y que demoraba cuarenta y cinco minutos en recorrer dieciocho kilómetros, porque paraba en todas las estaciones–, lo que viajaba allí sentado era mi cuerpo físico. En mi imaginación, yo daba una clase sobre la sintaxis del pronombre “se”. Daba cuarenta y cinco minutos de clase y si alguien me tocaba y despertaba, no sabía decir dónde estaba. Nunca trabajé en un comercio, tampoco en una fábrica. Mi amor por el magisterio era tan grande que yo vivía dando clases en mi imaginación. Y cuando comencé a dar clases, confundía las clases imaginarias con las reales.
¿Cuántos años tenía en esa época?
Unos 18.
Me gustaría saber cómo era usted de más joven, cuando era niño. 
En mi infancia, me veía como cantante de radio, pero tuve una experiencia que me frustró. Era un poco tímido, pero igual sospechaba que tenía buena voz. En la radio local había un programa para novatos; un día, uno de mis compañeros (Ubirajara, que no cantaba ni enla ducha) se inscribió. Antes del programa había un ensayo. El día anterior Ubirajara se acercó y me dijo: “Paulo, no voy nada al concurso. Voy a fracasar, ni me asomo por ahí. ¿No querrías ir en mi lugar?”. Y entonces fui al ensayo. Sabía de memoria todas las canciones de la época: las de solistas más que consagrados en esos años que todavía no habían conocido la bossa nova, cantantes como Sílvio Caldas, Chico Alves, Ismael Silva. Llegué a la radio a la hora convenida, me llevaron al estudio, donde estaba un joven cantante que me escuchó ensayar. Me dijo que no tenía dudas de que ganaría, que había escuchado a los otros participantes y que sólo había una chica que estaba en condiciones de competir conmigo. Me entusiasmé a lo loco y ese domingo viajé de Jaboatão a Recife. Canté y gané.
¿Ganó algún premio?
Gané veinticinco cruceiros. El caché era de cincuenta; pero lo compartí con la chica, porque ganamos los dos. Me entusiasmé con el asunto, volví a la radio y me inscribí con mi nombre. El ensayo salió muy bien,  pero antes de cantar, un tipo dijo que yo había estado allí un mes antes. Apenas empecé a cantar, me abuchearon, fue un abucheo de reprobación. ¡Pasé tanta vergüenza al volver a casa! Imagínese: ¡se enteró todo el mundo! Qué ironía, cuando gané todos pensaron que era Ubirajara… (Risas.) Mi gran sueño era ser cantante. Incluso fui a Radio Club de Recife con una tarjeta de mi tío, en que él pedía que me dieran una oportunidad como cantante. El tipo se hizo humo y nunca me llamó. Pero ahora, mágicamente, pienso que fue mejor así. Sería un cantante jubilado y no habría escrito nada, no habría escrito Pedagogía del oprimido. Ese abucheo resultó decisivo.
¿Cómo se sintió al ganar como otro y perder como usted mismo?
En el fondo, todo depende de cómo se lea el fracaso. Los fracasos son instancias de conocimiento, de constitución del saber, y pueden tener en la vida la misma importancia que tienen los errores en la producción de conocimiento. Un científico comete un error en una investigación o se equivoca. Desde el punto de vista epistemológico, la importancia del error es indiscutible. El error es una instancia en la producción de conocimiento y no un pecado del científico. Los fracasos también son parte del proceso. Nunca había hablado de esto, que tiene que ver con la pedagogía. Un fracaso como ese puede haber interferido en mi concepción de la humildad y del prestigio. Yo me creía un buen cantante, me habían aplaudido mucho… y terminé abucheado por el público. Como dicen por ahí: me la había creído.
¿Diría que su infancia y su adolescencia estuvieron marcadas por la radio como vínculo con el mundo?
En mi infancia aún no había radio. Las calles se alumbra-ban con lámparas de kerosén y se contaban historias de ánimasy aparecidos. Eso no tiene nada que ver con lo que ocurre ahora que llegó la luz y quienes tienen miedo son las ánimas. (Risas.) Mi convivencia con la radio se retrasó por dos factores, el tiempo y el dinero. Recuerdo la primera radio que estrenamos en nuestra casa, en Jaboatão, a fines de los años treinta. Fue un regalo de mi tío, hermano de mi madre, que tenía un mejor pasar económico. Se había comprado una nueva y nos regaló la vieja, que funcionaba muy bien. Fue toda una fiesta en casa.
¿Por qué tardó tanto en llegar a su casa?
Por cuestiones económicas. Cuando la radio comenzó a ser un bien tangible en los años veinte, mi familia entró en crisis, una crisis económica que se venía gestando desde comienzos de la década y alcanzó su punto más crítico en 1929. Una vez instalada en mi casa, la radio permitió que escucháramos siste- máticamente música popular, que se sumó a la que ya escuchábamos en la calle. Gracias a mi tía Lourdes, que tocaba en el piano Bach, Mozart y Beethoven, yo ya convivía con esos genios de la música. Con la radio y los programas de música clásica se amplió mi repertorio, y eso fue muy importante. También tuvimos la posibilidad de conocer los noticieros de la preguerra y la guerra, que trajeron a Recife los comentarios políticos. La ra-dio ejerció influencia sobre mi persona, aunque no tan grande como podría haber sido. A mí ya me atraían las plazas, mis amigos y las chicas. Salía a conquistar chicas y pasaba mucho tiempo fuera de casa, pero esto no significó una ruptura con mi familia.
¿Cómo era esa plaza?
La tendencia de los jóvenes era salir a la calle, y las plazas eran puntos de encuentro. Por eso, en todas las plazas del inte- rior había un pequeño kiosco de música donde, en los días más importantes, tocaba la banda del pueblo. Durante mi adolescencia, hasta los 18 años, viví intensamente en la plaza, jugaba al fútbol en la calle, iba al cine y, de noche, a oír a la banda; disfrutaba los encuentros con mis novias. Las chicas sólo se quedaban hasta las 21 o 22 hs. En ese momento la plaza comenzaba a vaciarse.
¿Y cuándo llegó el cine?
Había un cine pequeño, que pasaba buenas películas. Al principio, entre mis 13 y mis 17 años, no tenía dinero para ir al cine. El portero notó que mi hermano y yo, con sólo ver las fotos, ya éramos felices. Él sabía que no teníamos dinero para comprar la entrada, pero cuando faltaban diez o quince minutos para que terminara la película… nos dejaba entrar. Un día nos dijo que ya no podríamos pasar gratis, porque el patrón se había enterado y amenazaba con despedirlo. Dejamos de ir al cine. Sólo íbamos cuando teníamos un “restito”.
¿Qué era el cine para usted?
Me encantaba el cine, me parecía formidable, aunque no por eso me atrajo la técnica cinematográfica. Y me gustaba por- que contaba historias. Además, como cualquier niño de mi ge- neración que se enamoró de una actriz de cine, también debo haber tenido mi amor en la pantalla. Mi hermano estaba perdidamente enamorado de Joan Crawford, estaba loco por ella. Yo no recuerdo de quién me enamoré. La verdad es que me apasionaban las películas de cowboys: las series con Tom Mix y Buck Jones. Me gustaban tanto que en una ocasión, estando en Los Ángeles con Nita, mi actual esposa, terminé entrando en una tienda de videos especializada en cowboys. Entré y le dije al vendedor que mi juventud tenía la marca de esos dos actores, pero él respondió que no tenía nada protagonizado por ellos. Sin embargo, Nita tiene un hijo que vive en Nueva York, casado con una estadounidense, que me prometió hacerme una copia de al menos una de sus películas. Y ya la tengo conmigo. ¿Actualmente el cine sigue siendo importante para usted? En cuanto a estética, a lenguaje, por supuesto que me marca, pero no soy un seguidor del cine como arte. Incluso me hace falta, pero sin serme indispensable, como les ocurre a otras personas.
En el rango de las necesidades humanas, como el arte o la literatura, ¿dónde estaría lo indispensable para usted?
En la literatura, en cierto momento, pero de inmediato la dejé en una posición que considero ingrata. En una posición desde donde puede enseñar sin que uno se dé cuenta. Sé que la estética puede perfeccionar nuestro buen gusto lingüístico, por ejemplo, gracias a la convivencia con los libros de diversos escritores. Reconozco todo esto, e incluso se los propongo a los estudiantes a quienes ayudo a hacer la tesis. Todo el tiempo les sugiero que lean buenos escritores, que lean algo diferente de lo que están investigando. El otro día le recomendé a un alumno que leyera Nordeste, de Gilberto Freyre, sin prestar atención a la eventual curiosidad epistemológica, a la curiosidad sociológica. Que leyera Nordeste sólo para apreciar una escritura agradable, que no aburre; ya su subtítulo es una pro- mesa: “Aspectos de la influencia de la caña de azúcar en la vida y en el paisaje”. Tengo la impresión de que las adversidades que debí enfrentar cuando entré en la adolescencia me llevaron a reflexionar sobre un tipo de literatura que aportara una res- puesta inmediata a los desafíos creados por la dificultad que implicaba sobrevivir. Hoy por hoy, me gustaría muchísimo dedicar mis horas a leer nuevamente los libros que leí en mi juventud y conocer la literatura brasileña reciente. Ese sigue siendo mi sueño.

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