"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Lenin herido de muerte por una bala en la estación Finlandia (Crónica leninista 2).

Cuando ―en sus Tesis de Abril de 1917― Lenin declaró que la coyuntura que se abría era la genuina, la oportunidad única para poner en marcha una revolución, su propuesta fue en un principio recibida con estupor o incluso con desdén por una amplia mayoría de sus camaradas de partido. Pero Lenin había entendido que la oportunidad se presentaba como el precipitado de una combinación única de circunstancias:

Si el momento no era aprovechado, las posibilidades se echaban a perder tal vez para no volver a presentarse en décadas.

En todo caso, Lenin tenía en mente un escenario alternativo: ¿qué pasará si no actuamos ahora? Era precisamente su conciencia de las catastróficas consecuencias del no actuar lo que le impelía a actuar.

Pero hay un compromiso incluso más profundo con los cursos alternativos de la historia en la visión marxista radical. Para un marxista radical, la historia real que vivimos es ella misma la realización de una historia alternativa: estamos condenados a vivir en ella porque, en algún momento del pasado, no fuimos capaces de aprovechar el momento.

¿Por qué razón el floreciente género del qué habría pasado si…se ha convertido en bastión y contraseña de la historiografía conservadora?

En los libros de este género de literatura histórica, el capítulo de introducción comienza normalmente con un ataque a los marxistas quienes, supuestamente, creen en el determinismo histórico. Tomemos, por ejemplo, el volumen editado por Andrew Roberts titulado: What Might Have Been: Imaginary History from 12 Leading Historians [“Lo que podría haber sido: historia imaginaria a cargo de doce historiadores de primera fila”], publicado por Orion en el año 2004, y al cual el propio Roberts contribuye en primera persona con un ensayo sobre el brillante porvenir que habría aguardado a la Rusia del siglo XX si Lenin hubiera recibido un disparo a su llegada a la Estación Finlandia.

Uno de los argumentos de Roberts a favor de este tipo de historia es que “cualquier cosa que haya sido condenada por R. Carr, E. P. Thompson o E. Hobsbawm seguramente contenga algo que la hace recomendable”. Cree Roberts que las ideas de libertad, igualdad, fraternidad “una y otra vez han demostrado ser completa y recíprocamente excluyentes”. “Si aceptamos” ―continúa su argumento― que no existe nada parecido a la inevitabilidad histórica y que nada hay predeterminado de antemano, la atonía de la política ―según él una de las plagas de nuestro tiempo― quedaría erradicada, ya que en los asuntos humanos cualquier cosa es posible”.

Las cosas no son empíricamente así. Roberts parece ignorar una de las paradojas ideológicas centrales de nuestra historia moderna y contemporánea, tal y como fue formulada por Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo. En contraste con el catolicismo, que concebía la redención humana como una función de las buenas obras, el protestantismo insistió en la predestinación:

¿Cómo se explica, entonces, que el protestantismo calvinista funcionase como la ideología del capitalismo temprano?

¿Cómo es posible que las creencias de la gente en que su redención había sido decidida de antemano no sólo no condujeran a la atonía, sino que, al contrario, fuesen un fundamento de la más poderosa movilización de recursos nunca experimentada por el género humano?

Las simpatías conservadoras del argumento qué hubiera pasado si… se hacen manifiestas tan pronto como echamos un vistazo a los contenidos de las páginas de los libros de este tipo de literatura. Los temas tienden a escorar nuestra preocupación e interés hacia el cuánto mejor no habría sido la historia si algún acontecimiento revolucionario o radical hubiera sido evitado (por ejemplo, si Carlos I de Inglaterra hubiera ganado la Guerra Civil de 1640, si los ingleses hubieran sofocado la rebelión de las colonias americanas, si la Confederación hubiera ganado la Guerra Civil Americana, si el II Reich hubiera ganado la Gran Guerra) o, con menor frecuencia, cuánto peor no habría sido la historia si hubiera tomado un rumbo más progresivo o radical).

Dos ejemplos de este último enfoque aparecen en el volumen de Roberts: ¿qué habría sucedido si Margaret Thatcher hubiera muerto en el atentado de Brighton en 1984?; o si el recuento de Florida hubiera dado a Al Gore como presidente de cara al 11 de septiembre…

A la vista de este panorama, ¿cuál debería ser la respuesta marxista?

Esta no podría, desde luego nunca, consistir en la reedición de los plúmbeos pensamientos de Georgi Plejanov sobre “el papel del individuo en la historia”… Me siento más bien inclinado a poner en tela de juicio la premisa de que los marxistas (y los pensadores de izquierda en general) tengan, por obligación, que ser imbéciles deterministas incapaces de elaborar conjetura alguna acerca de la posibilidad de escenarios alternativos.

Una primera cosa que debemos advertir es que la historiografía del qué hubiera pasado si… es parte de una tendencia más general que arremete contra la narrativa lineal acerca del pasado y tiende a ver el proceso de la vida como un flujo multiforme. Las ciencias duras parecen haber encontrado en el carácter aleatorio e impredecible de la vida y en la posibilidad de las versiones alternativas de la realidad un motivo de preocupación obsesiva:

Tal y como lo plantea Stephen Jay Gould “rebobina la película de la vida y vuélvela a poner: la historia de la evolución será completamente distinta”.

Esta percepción de nuestra realidad como sólo uno de los muchos posibles desenlaces de una situación “abierta”, la noción de que otros desenlaces posibles continúan poniendo nuestra “verdadera” realidad en una situación incómoda, confiriéndole ese rasgo de extrema fragilidad y contingencia, no es de ningún modo ajena al marxismo. De hecho, en ella se apoya precisamente la sentida urgencia de la acción revolucionaria.

Puesto que la no verificación de la Revolución de Octubre es uno de los temas favoritos de los historiadores del qué habría pasado si…, merecerá la pena echar un vistazo a cómo el propio Lenin se relacionó de manera específica contra las evidencias históricas, para pensar un acontecimiento político (la revolución) un hecho que no había ocurrido pero que podía acontecer.

Fueron, al contrario, sus oponentes mencheviques los que insistieron en la imposibilidad de eludir ninguna de las fases de desarrollo prescritas por el determinismo histórico: primero tenía que venir la revolución democrático-burguesa, después la revolución proletaria.

Cuando ―en sus Tesis de Abril de 1917― Lenin declaró que la coyuntura que se abría era la genuina, la oportunidad única para poner en marcha una revolución, su propuesta fue en un principio recibida con estupor o incluso con desdén por una amplia mayoría de sus camaradas de partido. Pero Lenin había entendido que la oportunidad se presentaba como el precipitado de una combinación única de circunstancias:

Si el momento no era aprovechado, las posibilidades se echaban a perder tal vez para no volver a presentarse en décadas.

En todo caso, Lenin tenía en mente un escenario alternativo: ¿qué pasará si no actuamos ahora? Era precisamente su conciencia de las catastróficas consecuencias del no actuar lo que le impelía a actuar.

Pero hay un compromiso incluso más profundo con los cursos alternativos de la historia en la visión marxista radical. Para un marxista radical, la historia real que vivimos es ella misma la realización de una historia alternativa: estamos condenados a vivir en ella porque, en algún momento del pasado, no fuimos capaces de aprovechar el momento.

En una excelente lectura de las Tesis sobre la Filosofía de la Historia de Walter Benjamin… Eric Santner elaboró la noción de que las intervenciones revolucionarias del presente repiten (esto es, redimen) los intentos fallidos del pasado… No son tanto “acciones caídas en el olvido”, dice…son el registro no solo de los intentos revolucionarios que fracasaron en el pasado sino, más modestamente, de los fracasos pasados para responder a las exigencias de acción o incluso de empatía con aquellos cuyo sufrimiento en algún sentido pertenece a la forma de vida de la cual uno mismo es parte.

Guardan el sitio de algo que está ahí, que insiste sobre nuestra vida, aunque esta no haya nunca alcanzado plena consistencia…. Los síntomas son así, persisten en la experiencia histórica”.

La dimensión del qué habría pasado si… se encuentra en el núcleo del proyecto revolucionario del marxismo. En sus irónicos comentarios a la Revolución Francesa…

Marx contrapuso el sobrio despertar de la mañana después al entusiasmo propio de la efervescencia revolucionaria de la noche antes: el verídico desenlace de la sublime explosión revolucionaria que prometía libertad, igualdad, fraternidad es el miserable universo egoísta y utilitario del cálculo de mercado (una fractura que fue incluso mayor en el caso de la Revolución rusa de Octubre).

Pero la observación hecha por Marx no puede quedar reducida a ese lugar trillado del sentido común que dice que la vulgar realidad del “dulce comercio” acaba siendo “la única verdad de la teatral puesta en escena del entusiasmo revolucionario”, pues en tal caso no se entendería a qué tanto alboroto.

En la explosión revolucionaria, se vislumbra otra dimensión de la utopía, la de la emancipación universal, que de hecho representa todos los “excesos” traicionados por la realidad del mercado que toma el poder en el sobrio despertar de la mañana después.

Esos excesos no quedan sin embargo simplemente abolidos ni descartados como irrelevantes, sino que son transferidos a un estado virtual, como una suerte de sueño que permanece a la espera de hacerse realidad.

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