Por María Teresa Felipe Sosa
Incluso en condiciones de severa presión externa y restricciones internas, el pueblo venezolano ha optado de forma reiterada por la vía electoral como mecanismo legítimo de construcción política
En un escenario regional e internacional caracterizado por la deslegitimación sistemática de los proyectos políticos emancipadores del Sur global, Venezuela protagoniza una nueva jornada electoral. Lejos de constituir un acto meramente administrativo o un rito vacío, el sufragio en la República Bolivariana se erige como expresión concreta de una democracia participativa que, pese al asedio persistente en los planos económico, político y mediático, continúa desplegándose con vitalidad.
Este domingo 25 de mayo tuvo lugar la elección número 32 en un lapso de apenas 26 años. Ciudadanas y ciudadanos de los 24 estados del país eligieron a las autoridades que conformarán los Consejos Legislativos y que representarán a los 285 diputados y diputadas de la Asamblea Nacional, órgano fundamental del poder legislativo venezolano. Desde la aprobación por referendo de la Constitución de 1999, el pueblo ha sido convocado en múltiples ocasiones a decidir mediante mecanismos electorales: comicios presidenciales, legislativos, regionales, municipales, así como referendos revocatorios y constituyentes. Esta regularidad no es un accidente, sino reflejo de una vocación democrática profundamente enraizada.
Ciudadanas y ciudadanos de los 24 estados del país eligieron a las autoridades que conformarán los Consejos Legislativos y que representarán a los 285 diputados y diputadas de la Asamblea Nacional, órgano fundamental del poder legislativo venezolano
En este contexto, resulta intelectualmente insostenible, aunque políticamente funcional para ciertos intereses, calificar de dictadura a un sistema en el cual la participación electoral es recurrente, el pluralismo político persiste, y se implementan auditorías técnicas rigurosas con observación internacional, incluso por parte de actores con posiciones abiertamente críticas. Las preguntas incómodas que emergen, ¿puede reducirse la realidad venezolana a los binarismos del discurso hegemónico? ¿es posible negar legitimidad a un sistema político por no plegarse a los intereses de las potencias del norte global?, invitan a una revisión profunda de los marcos analíticos con los que se evalúa la experiencia bolivariana.
El sistema electoral venezolano (tecnificado, auditable y verificable) es, en muchos aspectos, un modelo de transparencia y robustez institucional. La combinación de tecnología avanzada, participación popular en la vigilancia de cada fase del proceso y una arquitectura legal orientada al control ciudadano, representa un compromiso efectivo con los principios democráticos, más allá de las fórmulas retóricas que tantas veces ocultan prácticas profundamente antidemocráticas en otros contextos.
Ello no implica desconocer las tensiones inherentes a cualquier proyecto de transformación social. Pero sí obliga a reconocer que, incluso en condiciones de severa presión externa y restricciones internas, el pueblo venezolano ha optado de forma reiterada por la vía electoral como mecanismo legítimo de construcción política. A diferencia de quienes promovieron sanciones criminales y celebraron la imposición de «presidentes» autoproclamados desde foros internacionales, el pueblo venezolano ha reafirmado una y otra vez que el rumbo del país se decide en las urnas, no en despachos extranjeros; y reafirmando su derecho a decidir soberanamente el destino nacional.
¿Puede reducirse la realidad venezolana a los binarismos del discurso hegemónico?
El proceso que hoy se desarrolla en Venezuela no debe leerse como un acto más dentro de una secuencia electoral, sino como una afirmación categórica de autodeterminación. En un tiempo histórico donde el término democracia es invocado para justificar invasiones, bloqueos o injerencias, la experiencia venezolana recupera su contenido originario: la democracia como práctica desde abajo, desde el territorio, desde el voto. En definitiva, un ejercicio de soberanía popular que interpela los discursos dominantes y reconfigura, en clave latinoamericana, los sentidos de lo democrático
FUENTE DIARIO RED: 26/05/25