En los últimos meses, Greta Thunberg se ha convertido en una figura pública no sólo globalmente conocida sino, además, cada vez más polémica.
Fue sobre todo luego de haber pronunciado un discurso en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) hace unos días, que Greta Thunberg despertó las reacciones más encendidas. Por un lado, la de aquellos que la apoyan y la consideran una líder genuina e inspiradora, que ha sabido decir todo aquello que personas aparentemente más preparadas o con más experiencia no han querido aceptar.
Por otro lado, sin embargo, millones de detractores se alzaron en contra de Greta, por razones no del todo claras e incluso irracionales en muchos casos. Se la ha acusado, por ejemplo, de ser el títere de personajes siniestros que la manipulan en función de sus intereses, pero nadie ha aportado una prueba seria y contundente que corrobore esta teoría de la conspiración. Con una falacia ad hominem bastante ruin, se ha invocado el síndrome de Asperger que Greta padece para descalificar sus ideas y sus acciones. El colmo del absurdo son las personas adultas que le exigen a una joven de 16 años planes concretos, propuestas y en suma todo un plan de acción para un problema que claramente no puede ser resuelto ni por una persona ni mucho menos por una adolescente.
En cualquier caso, hasta cierto punto es posible aceptar que Thunberg se ha convertido en un personaje de nuestro tiempo. No podemos saber si, como sucede mucho en nuestra época, se trata de un personaje efímero o si, por el contrario, su liderazgo será duradero, pero por ahora es claro que forma parte de las voces que ejercen una influencia en nuestro mundo.
¿Pero qué tipo de voz es la de Greta Thunberg? Esa es la pregunta que se plantea el filósofo Slavoj Zizek en una columna publicada recientemente en el sitio web y la versión impresa de la revista The Spectator, titulada, no sin provocación, “Greta Thunberg no es un genio: es una apóstol”.
En realidad dicha diferencia entre genio y apóstol no es original de Zizek, sino de un ensayo en el que Kierkegaard establece que el genio es capaz de articular una idea propia, mientras que el apóstol lo único que hace es difundir y en última instancia repetir el mensaje del genio. Partiendo de ello, esto dice Zizek al inicio de su texto:
“Greta Thunberg ha cambiado en los últimos meses; ya no es la chica ingenua e inocente que clama que el emperador va desnudo; ahora es un demonio sonriente y agresivo de lengua afilada. Pero su mensaje sigue siendo el mismo, simple y repetido. Hay que recordar aquí el maravilloso texto de Kierkegaard, «Sobre la diferencia entre el genio y el apóstol», donde define el genio como el individuo que es capaz de expresar/articular «lo que está en él más que él mismo», su sustancia espiritual, en contraste con el apóstol para quien su «en sí mismo» no importa en absoluto: el apóstol es una función puramente formal de aquel que dedicó su vida a dar testimonio de una verdad impersonal que lo trasciende. Es un mensajero que fue elegido (por gracia): no posee características internas que lo calificarían para este papel.”
Y continúa:
“Y Greta tampoco es un genio creador, sino una apóstol de la verdad: no aporta nuevas ideas ingeniosas, sólo repite una y otra vez el mismo mensaje sencillo. Hablando sobre los políticos, dijo: «No hemos salido a la calle para que se tomen fotos con nosotros y nos digan que admiran lo que hacemos. Los niños hacemos esto para despertar a los adultos». Así habla un verdadero apóstol, borrándose de la imagen una y otra vez, plenamente consciente de que el enfoque en ella, aunque sea festivo, funciona como una distracción de su mensaje.”
Con el espíritu crítico que lo caracteriza, Zizek señala también la falla en el argumento ecologista que busca señalar el peligro en que se encuentra el planeta. Esto es falso, dice Zizek. Lo cierto es que a la Tierra la situación le es indiferente. Es la humanidad y el mundo que hemos construido como especie los que se encuentra al borde de la extinción:
“A menudo oímos que, para hacer frente adecuadamente a la amenaza de una catástrofe ecológica, tenemos que renunciar al «antropocentrismo» y concebirnos a nosotros mismos (la humanidad) como un elemento subordinado en la gran cadena del Ser: somos una sola especie en nuestro planeta, pero a través de la explotación despiadada de sus recursos, nosotros (la humanidad) estamos planteando una amenaza a nuestra madre Tierra, y que la Tierra nos está castigando a través del calentamiento global y otras amenazas ecológicas. No se puede evitar reírse de esta visión: no es la Tierra, nosotros estamos en problemas. La Tierra es indiferente, sobrevivió a desastres mucho peores que la posible autodestrucción de una de sus especies. Lo que está amenazado es NUESTRO medioambiente, NUESTRO hábitat, el único en el que podemos vivir.”
Y es en este punto que, sorpresivamente, Zizek reconoce el acierto en el liderazgo de Greta. Es decir, al calificarla de «apóstol» no lo hizo con una intención despectiva sino descriptiva, pues hay en efecto un mensaje que existe desde hace tiempo y ahora más que nunca es necesario difundir y hacer circular. Dice el filósofo:
“Por eso también los verdaderos desafíos de la ecología son sociopolíticos: la ecología no se trata de cuidar la naturaleza, sino de una reorganización social que maximice las condiciones de nuestro bienestar. Greta Thunberg es plenamente consciente de ello: cuando se refiere a la ciencia (amonestando a los políticos para que escuchen la ciencia), se dirige a los políticos, no a los científicos: su objetivo no es dejar atrás la política, no es la despolitización, sino contribuir al surgimiento de una nueva política, una política que sea efectivamente universal, que se dirija a todos nosotros mientras (como corresponde a toda la política) nos divida (es decir, luchando contra aquellos que niegan la amenaza de una catástrofe ecológica). La lucha ecológica es política en su aspecto más radical.”
¿Y cuál es ese mensaje que Greta porta? No es otro más que el mensaje científico. Las cosas que Greta dice y que sus detractores piden que sustente; los planes e ideas que se le exigen, las acciones que debería emprender… todo ello hace ya 2 o 3 décadas que la comunidad científica lo ha elaborado, con sustento y evidencia, pero más bien es el grueso de la población humana y las instituciones en las que estamos organizados quienes no hemos querido escuchar. Dice Zizek, para dar punto final a su opinión:
“Cuando Greta nos llama a escuchar a la ciencia y a tomarla en serio, esto no significa que la ciencia también proporcione las respuestas políticas a lo que debemos hacer. La ciencia nos permite discernir los contornos del punto muerto en el que nos encontramos (las catastróficas implicaciones ecológicas de nuestro desarrollo económico, etc.), pero no hay una «política científica»; cuando escuchamos este eslogan, tenemos razón al sospechar lo peor de la manipulación y la dominación. La ciencia que debemos escuchar no es un instrumento neutro de salvación, sino algo que debemos superar, aprender a pensar más allá de su horizonte. Greta no es un totalitarismo que actúa como instrumento del gran Otro científico, sino que propone los datos científicos como base que nos debe obligar a elaborar un nuevo proyecto emancipatorio y a actuar sobre él.”