"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

El traje de Bretton Woods se queda viejo

Durante los últimos dos años hemos visto cómo la guerra comercial entre China y Estados Unidos ocupa el centro de las relaciones internacionales, aumentando su intensidad con el paso de los meses. Más allá de los sucesos y de las medidas concretas que se han ido ejecutando por parte de ambos países, es preciso analizar la situación tomando perspectiva, evitando explicaciones personalistas o de coyuntura, como las que aluden al temperamento del presidente estadounidense o a la necesidad de reducir su déficit comercial. En efecto, al analizar las tendencias y los aspectos estructurales, comprobamos que el traje de Bretton Woods le está apretando demasiado a ambas potencias. De hecho, la propia guerra comercial es un precedente que marca el fin de una etapa histórica: la del orden mundial de posguerra construido en dicha conferencia en 1944.

Así pues, después de la II Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en el motor principal de la acumulación de capital a nivel mundial, así como el director de las reglas de dicho proceso, liderando el ámbito económico, tecnológico, comercial, financiero, militar y cultural. Esta configuración colapsa con la crisis de 2008, en la que el orden establecido empieza a descomponerse ante los límites de la globalización financiera. Como contrapartida, ante el deterioro del imperio estadounidense, se acelera la batalla por controlar las reglas del juego geopolítico y geoeconómico. Así, China y Rusia se establecen como actores políticos de primer orden, empujando el orden unipolar hacia la multipolaridad. La llegada de Trump es la respuesta a la decadencia del hegemón: pérdida de hegemonía mundial y la ruptura del sistema político en Estados Unidos.

En este sentido, es posible afirmar que la guerra comercial es parte de la lucha por la construcción de las nuevas reglas del juego en el tablero mundial: es difícil imaginar que el final de la presidencia de Trump signifique el cese de hostilidades. Para comprobar esto, vamos a mostrar algunos indicadores que nos ayudarán a darle dimensión y contexto a este conflicto histórico entre China y EE.UU.

La batalla por la hegemonía

En el primer gráfico podemos observar cómo la proyección de China y su peso relativo en el mundo avanzan a un ritmo vertiginoso. Concretamente, en un lustro, India y China superarán en PIB (medido en Paridad de Poder Adquisitivo) al conjunto de EE.UU. y la UE. Si nos alejamos más en el tiempo, con la prudencia que se debe tener con este tipo de estimaciones, según las predicciones de Goldman Sachs, para el año 2050 el PIB de China será casi el doble del de EE.UU. y el de India tendrá un tamaño similar al del país norteamericano. De esta forma, existe un claro desplazamiento del centro de gravedad del capitalismo mundial hacia Asia, esto es, el fin de occidente como centro productivo del mundo.

Además, si atendemos a los datos del comercio mundial, en un contexto en el que la globalización está perdiendo fuerza, (el PIB mundial crece ahora por encima del comercio mundial) China lidera las exportaciones con un 12,8% del total, mientras que las estadounidenses suponen el 8,5%. En cuanto a las importaciones, la potencia norteamericana lidera el indicador con un 13,2%, y China es la segunda importadora mundial en 2018 con el 10,8%. Además, si observamos más detenidamente las exportaciones de cada país, podemos ver el cambio del modelo chino, ya que, en 1992 el porcentaje de exportaciones de alta tecnología suponía el 6,4% y, en la actualidad, un 23,8%. De forma contraria, EE.UU. ha pasado del 32,6% a un 13,8. De esta forma, China se está convirtiendo en una exportadora de bienes de alta tecnología, alejándose del papel de fábrica del mundo de bajo valor añadido.

En esta línea, es conveniente detenerse en el área tecnológica, ya que, precisamente, este es uno de los puntos más candentes en la actualidad. Así, el plan Made in China 2025 tiene como objetivo reducir la dependencia de la tecnología extranjera y convertir al país asiático en una potencia mundial en las industrias de alta tecnología. En efecto, si observamos el gráfico que muestra el número de patentes registradas, en la actualidad China, que superó a Estados Unidos en 2015, es el líder indiscutible. Más concretamente, China también lidera el ranking de patentes en desarrollo de tecnologías de inteligencia artificial, con 473 de un total de 608, mientras que Estados Unidos registra 65.

Ante este escenario, la Administración Trump está mostrando sus garras al Made in China 2025: gran parte de su ofensiva comercial es, en realidad, un ataque al plan chino, que se ha materializado, por ejemplo, en el conflicto con Huawei y las redes de 5G. De este modo, podemos comprobar que la guerra comercial no tiene tanto que ver con el déficit comercial de Estados Unidos como con la intención de Washington de frenar el desarrollo tecnológico de China.

Otro de los puntos más candentes en la actualidad es la llamada guerra monetaria. Si atendemos a los datos del BIS –Bank for International Settlements/Banco de Pagos Internacionales– el dólar supone el 87% de las transacciones mundiales y el yuan el 4% (sobre un 200% porque cada transacción implica dos monedas). Con respecto a los datos de reservas mundiales de divisas, el dólar representa el 62,9% frente al 1% del yuan. Sin duda, el papel del dólar como centro del sistema monetario internacional es uno de los pilares de la hegemonía de Estados Unidos y, más todavía, desde la ruptura del patrón oro-dólar en la década de los setenta, que situó a EE.UU. como centro de la globalización financiera.

Como contrapartida, la potencia asiática ha comenzado un progresivo proceso de potenciación del yuan con el objetivo de disminuir la dependencia del dólar y aumentar su capacidad de soft power –no impliquen el uso directo de la fuerza (militar o económica)–. En esta línea, China ha promovido el comercio bilateral en yuanes con países como Rusia, Irán, Venezuela o Angola, ha conseguido que su divisa forme parte de la canasta de monedas de Derechos Especiales de Giro del FMI y, más recientemente, ha creado un mercado de futuros de petróleo en yuanes. Aunque todavía estamos lejos de una alternativa al dólar como centro del sistema monetario internacional, las medidas proteccionistas pueden suponer la desdolarización del comercio mundial.

Por último, en relación a la esfera militar, según el indicador Global Fire Power, Estados Unidos sigue teniendo el ejército más poderoso del mundo. En efecto, siguiendo dicho indicador (siendo el valor óptimo 0), Estados Unidos lidera el ranking con un índice de 0,0615, seguido por Rusia con 0,0639 y China 0,673. Además, en relación al gasto militar por países, Estados Unidos encabeza la lista con 609.757 millones de dólares de inversión anual, seguido por la Unión Europea y China, con 258.701 y 228.230 millones respectivamente y, con casi una décima parte menos, Arabia Saudí y Rusia, con 69.413 y 66.334 millones de dólares.

La configuración del nuevo orden mundial

En cierto modo, un orden mundial es una determinada correlación de fuerzas congelada en un conjunto de instituciones, un paradigma cultural y una forma de ver el mundo que impera y dirige a la sociedad en una dirección determinada, todo ello bajo la batuta de una potencia que actúa como hegemón. Como hemos señalado, el edificio levantado después de la II Guerra Mundial, apuntalado a lo largo de las décadas posteriores, es un marco institucional en el que ya no encaja la nueva correlación de fuerzas mundial: Bretton Woods era un estructura claramente adaptada a un centro de gravedad occidental y en el siglo XXI asistimos al desmoronamiento acelerado de esas instituciones.

Como observamos en los datos, la tendencia es vertiginosa en cuanto al peso de China (y Asia) en el mundo. El punto de inflexión que hizo que comenzase el deshielo fue la crisis del 2008. De hecho, podemos ver que la lucha comercial no empieza con Trump, sino con Obama: el TTP y el TTIP suponen una ofensiva comercial contra China, que intenta perpetuar las reglas de la globalización financiera liderada por EE.UU. desde los años ochenta. Sin embargo, la estrategia no funcionó y de ahí deriva el giro de Trump, que asume que el traje de Bretton Woods ya no le sirve. De esta forma, el auge del proteccionismo y el bilateralismo supone la ruptura con la concepción de las reglas internacionales multilaterales que defendía EE.UU., más allá de las contradicciones que haya asumido este discurso a lo largo de las décadas.

De forma opuesta, uno de los mejores ejemplos de fin de época es que, en paralelo a la descomposición, existe una edificación de nuevas instituciones internacionales: un traje a medida de China. En efecto, el país asiático ha iniciado la creación de la Nueva Ruta de la Seda, ha creado el Banco de los BRICS y el Banco Asiático de Inversión e Infraestructuras, entidades alternativas al FMI y el Banco Mundial. Así, la creciente soberanía de China, choca frontalmente con la de EE.UU. y seguirá haciéndolo de manera inevitable en el futuro.

Resulta evidente que, cuando Trump abandone la Casa Blanca, el centro de gravedad seguirá desplazándose hacia Asia. El contexto actual va más allá de la estrategia de un determinado gobierno, pues Trump es un ejemplo de la doble crisis de hegemonía interna y externa que vive EE.UU.: la crisis de gobernabilidad y la crisis de hegemonía mundial. En consecuencia, cualquier candidato que llegue a la presidencia estadounidense tiene que asumir los mandos de una potencia en decadencia, que ya no dirige como antaño las riendas del orden mundial.

Este hecho es el que determina que vivamos una crisis de sistema internacional: el desplazamiento del centro de gravedad hacia Asia y el ascenso de China implican que el orden mundial de posguerra asume en su seno una correlación de fuerzas que ya no existe, de tal manera que hasta la propia potencia creadora y directora de las mismas precisa romper con ellas. En este camino no hay vuelta atrás, el futuro del mundo irá ligado a la construcción de esas nuevas reglas.

En definitiva, los próximos años nos enfrentaremos a una mayor profundización del desorden mundial, las distintas potencias se moverán a la búsqueda de alianzas y de nuevos marcos para la construcción de una nueva estructura mundial que permita fijar la nueva correlación de fuerzas. Este proceso se verá acelerado con la próxima crisis económica global. En consecuencia, uno de los puntos más delicados es el de crear un nuevo encaje a nivel internacional en el que el reparto de poder pueda llevarse a cabo sin una guerra (militar) entre China y EE.UU., sea esta directa o proxy. En definitiva, lo que queda por ver es si es posible evitar la trampa de Tucídides.

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