Es difícil extrapolar, relacionar y más aún comparar el recorrido que hacían los viejos montunos cuando se internaban en el monte pretendiendo el objetivo de llegar hasta el final, con la tarea compleja de manejar situacional y coyunturalmente los recodos de una revolución.
Sí se trataba de recolectar cabima en verano, hallar una vaca perdida o sortear un caño crecido, la experiencia era suficiente para «andar los caminos» correctos que los llevara al propósito.
Salvar un fundo, una cosecha, un rebaño, requería dotes de mayor exigencia. A eso se acostumbraron los montunos cometiendo errores, flaquezas y deserciones. El fracaso les acompañó muchas veces pero igualmente el éxito.
El hecho montuno de la producción forjó conocimientos, destrezas y habilidades que hoy siguen siendo ejemplos para nosotros, obligados como estamos a superar esa sabiduría que nos dejaron.
Seguro sí, esos momentos de incertidumbre, duda, asedio, escasez, desconfianza y otros problemas que deriva la actividad agraria fueron atacados recurriendo a la confianza que se depositaba en el jefe de una tarea o expedición, el jefe de familia o simplemente la persona a quien se le atribuía la función de conducir. Viendo el contexto y sin existir mejor salida, se esperaba de éste la sensatez y el manejo acertado de circunstancias complejas.
El riesgo de «andar los caminos» bajo las directrices del guía también está presente y con mayor intensidad en el tortuoso rumbo de una revolución. Advertir los errores, peligros, debilidades y desviaciones es una obligación de todos. Pero, obrar con prudencia, confianza y lealtad constituye la actitud correcta de quienes acompañamos al guía que, como el Presidente, tiene la difícil y compleja misión de dirigir la tarea de «andar los caminos» revolucionarios.
¡ORGULLOSAMENTE MONTUNO!