El amplio triunfo del Movimiento al Socialismo en las elecciones generales de Bolivia es histórico y tiene múltiples explicaciones. Es un castigo democrático y popular al gobierno de facto de Jeanine Añez y su mal manejo de la pandemia, principalmente en el plano sanitario y económico. Además es un repudio en las urnas a una gestión errática, repleta de casos de corrupción y de violaciones a los derechos humanos, documentadas por la ONU y la CIDH. Esto último quedó evidenciado ante los ojos del mundo en las masacres de Sacaba y Senkata, pero también en los centenares de ex funcionarios, dirigentes y hasta comunicadores que tuvieron que exiliarse o refugiarse en Embajadas para salvar sus vidas o no ser judicializados. En síntesis: un gobierno del terror y de terror, que fue eyectado por los sufragios que jamás, ni siquiera en su origen, consiguió.
Hubo “voto útil” pero no hacia Carlos Mesa, como pretendía la élite paceña: existió una corriente silenciosa, que pasó por debajo del radar de las encuestas, hacia Luis Arce Catacora. El ex ministro de Economía de Evo Morales, con estilo albertista y tono moderado, canalizó el sufragio de sectores medios urbanos que se habían distanciado del MAS durante los últimos años, pero que a la vez estaban inquietos por el rumbo que tomó Bolivia durante estos once meses. Arce supo representar a esa clase media a la que él mismo le brindó estabilidad durante los primeros gobiernos masistas. A eso se sumó el evidente empuje de David Choquehuanca, que captó y ensanchó el voto campesino-indígena, terminando de consolidar una fórmula potente, disruptiva.
La elección también es un desagravio político y público a Evo Morales. El ex presidente construyó su búnker en Buenos Aires, luego de un breve paso por México, y escuchó a todos los sectores del MAS. Fue determinante en la elección del binomio, incluso postergando nombres más cercanos a él, como el ex canciller Diego Pary o el joven dirigente campesino Andrónico Rodríguez. Soportó imponentes campañas mediáticas en su contra y hasta fue inhabilitado como candidato a senador. Pero no se amilanó: hizo actos a distancia, sorteando el exilio pero también la pandemia, a través de videollamadas y comunicaciones telefónicas. Y mostró conocer a su pueblo como ningún otro dirigente: en las dos semanas previas vaticinó que el MAS perforaría el 50%. El olfato de Evo fue determinante para ganar la elección: sabía que la experiencia golpista sería breve porque él mismo ha construido el movimiento político más importante de la Bolivia contemporánea, arrollador en el ámbito electoral.
Arce tiene varios desafíos en simultáneo. Primero: armonizar con el líder histórico del MAS, sin por ello dejar de hacer su propia experiencia en el ejecutivo. A fin de cuentas será “Lucho y solo Lucho”, tal como dijo Morales, quien ostente la banda presidencial desde noviembre próximo. Segundo: deberá gobernar en tiempos de turbulencia económica, local e internacional. Si bien fue ministro durante la crisis de 2008, el desplome económico mundial provocado por la pandemia es tan inédito como la vuelta al gobierno que ha logrado el masismo apenas un año después del golpe. Arce se acostumbró, en el buen sentido del término, a gestionar una Bolivia en crecimiento casi constante, con los mejores indicadores promedio a nivel continental. Sobre esa base logró un manejo macroeconómico destacable: así se forjó el modelo boliviano, con crecimiento, distribución y sostenibilidad. Ese escenario ya no es el actual. Tercero: Arce tendrá que suturar heridas abiertas en la sociedad boliviana y a la vez contribuir a esclarecer las violaciones a los DDHH de Añez-Murillo. De ahí el llamado, amplio y generoso, a construir un gobierno de unidad nacional en su primer discurso como presidente electo de Bolivia. De ahí a que asuma, en un interesante ejercicio autocrítico, que el masismo ha cometido múltiples errores, prometiendo tras ello gobernar para toda Bolivia.
En definitiva, el MAS logró una victoria imponente e inobjetable. Sorteó un golpe de Estado, salvó la vida de Morales y García Linera y consolidó un triunfo que puede servir de proyección a un nuevo momento del progresismo a nivel continental, con un probable eje Buenos Aires-La Paz-Ciudad de México. Es una buena noticia para Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador, que apostaron a este escenario desde el momento en que motorizaron el rescate en aquel avión de la Fuerza Aérea Mexicana. Pero, sobre todo, es una buena noticia para la democracia boliviana. «Como sentenció Tupac Katari: volveremos y seremos millones» dijo García Linera en noviembre de 2019. Acertó: volvieron y son millones.