Revueltas en EE.UU
La sociedad norteamericana vive tiempos conflictivos, que cuestionan seriamente la publicitada y mítica imagen de un «sueño americano» apacible y feliz. Aún es prematuro dilucidar si las masivas movilizaciones de las últimas semanas son sólo una convulsión social fugaz – que registra muchos antecedentes – o tendrá proyecciones más duraderas.
La difusión a través de las redes de un video que muestra la brutal agresión de un policía de la ciudad de Minneapolis, ahogando con su rodilla la yugular de un indefenso hombre negro, fue esta vez el inesperado detonante del estallido que cruzó a buena parte de la dilatada geografía de EE.UU.
El asesinato de George Floyd el pasado 25 de mayo se suma a una larguísima y trágica historia de agresión policial a la comunidad negra, cuyas raíces culturales hay que buscarlas en el racismo heredado de la época de la esclavitud, que aún permanece en buena parte de la sociedad y particularmente entre las élites gobernantes.
Tampoco es la primera vez que la forma de represión, con el consiguiente riesgo mortal, recurre al método de asfixia. De hecho el movimiento que ahora adquirió visibilidad internacional, Black Lives Matter (las vidas negras importan, BLM), surgió como respuesta a uno de esas muertes por asfixia. Nació en 2014 en Ferguson, como protesta contra el asesinato a tiros de Michael Brown, de 18 años, que siguió al asesinato mediante asfixia de Eric Garner, ocurrido poco antes en Nueva York.
Sin embargo, la expansión y naturaleza que alcanzaron las movilizaciones actuales se diferencian de las del momento de su aparición, tanto por su extensión como por su composición social. Más allá de cualquier interpretación, es un indicativo que también cambiaron las circunstancias sociales en el que se desarrollan los acontecimientos.
Masividad y direccionalidad de las protestas
El primer elemento impactante de este ciclo de movilizaciones ha sido su masividad y la extensión nacional. En este punto coinciden analistas desde distintas ópticas políticas. Desde un sector de la izquierda un articulista describió el cuadro a pocos días de las primeras movilizaciones: «Las manifestaciones se propagaron en los primeros días a todas las grandes urbes del país y durante la semana a más de 600 ciudades, grandes y pequeñas, de los 50 Estados. En las ciudades grandes, con sus poblaciones diversas, gentes negras, blancas, latinas y asiáticas desfilaron juntas, pero en los núcleos urbanos con poblaciones mayoritariamente blancas o latinas también hubo manifestaciones de idéntica índole. Hubo protestas incluso en Montana, donde menos del 1 % de la población es negra» (Dan LaBoz. Viento Sur)
Puede suponerse que un sector significativo de la población no negra que se movilizó también sufre la violencia policial. Esa es la apreciación de otro militante de izquierda: En «… estados de frontera indígena-mexicana (o canadiense) como Nuevo México, Alaska, Oklahoma, Arizona, Colorado, Nevada. Allí los blancos pobres, que son mayoría demográfica, son los que más sufren esa violencia asesina en términos absolutos, junto con la población latina e indígena (las mujeres indígenas sufren los mayores niveles de violencia policial en el país), pero no figuran en la discusión actual porque el tema de raza, concebido en términos estrechos, excluye discusiones sobre etnia y origen nacional. Y la cuestión de clase está ausente. Incluso a escala nacional, los blancos constituyen la mayoría de los asesinados por la policía, obviamente no por motivos racistas, pero sí por motivos de clase» (Resumen Latinoamericano 17/06/20 Clase, imperio y redención nacional)
Ángela Davis, histórica intelectual comunista y feminista que tuvo actuación destacada en las movilizaciones de los años 60, en reciente debate también destaca la impactante magnitud de las movilizaciones: «tampoco había vivido nunca manifestaciones «tan masivas y sostenidas» tanto en las grandes ciudades como en los pueblos pequeños«.
Una primera visión periodística, y superficial, intentó explicar esa masividad por el malestar social causado por la catastrófica gestión del gobierno de Trump en las medidas adoptadas para enfrentar la pandemia del covid-19. Sin duda que ese factor se combina con otras causas más determinantes, que impulsaron a masas humanas a lanzarse a la protesta callejera, asumiendo el riesgo del contagio viral.
Una pista para entenderlas las da Héctor A. Rivera, editor de la revista Punto Rojo, de origen mexicano (chicano) cuando explica el origen de las convocatorias a las movilizaciones: «Los disturbios y las revueltas urbanas no son infrecuentes en la historia del movimiento negro y en los barrios negros como formas de protesta, desde la década de 1960. A partir de 2014, con Ferguson y Baltimore, hemos hecho una experiencia organizativa con Black Lives Matter. Se intentó desarrollar una red nacional, pero no funcionó. Los miembros de Black Lives Matter decidieron desarrollar estructuras más locales. La coordinación nacional no se ha completado aún…. «En Minneapolis y Nueva York, las manifestaciones han sido convocadas por las organizaciones de las comunidades negras. En otras ciudades, han sido los grupos de Black Lives Matter u organizaciones locales quienes han construido la movilización. Pero la participación masiva también se ha basado en una cierta espontaneidad que se apoya en grupos afines de institutos y universidades». (resaltado propio)
Ángela Davis, en la citada entrevista, también da una explicación similar en relación a la masividad de las convocatorias: «La confluencia de la pandemia de COVID-19, la presidencia actual por supuesto, la increíble organización del feminismo antirracistadurante la pasada década, especialmente desde la revuelta de Ferguson [protestas de 2014] y los recientes asesinatos de Ahmaud Arbery, Breonna Taylor, Tony McDade y George Floyd han creado esta combinación única» (resaltado propio).
Una vez más vuelve a verificarse que la reacción de las luchas espontáneas de los pueblos, parte de un cierto nivel de acumulación histórica de experiencias anteriores. Es desde ese pasado que subyace – a veces más, a veces menos – desde donde los pueblos retoman el curso de sus demandas y objetivos.
Esta relación entre lo espontáneo y las experiencias pasadas de lucha también puede verse a través de los sucesivos cambios que tuvieron las demandas de las movilizaciones. Héctor A. Rivera lo explica: «Las reivindicaciones han evolucionado rápidamente. Comenzaron con la exigencia de inculpar a los policías responsables de los asesinatos y de encarcelarlos. La reivindicación nacional actual es la de reduccióno incluso supresión de los presupuestos públicos y locales asignados a la policía. En el epicentro de la protesta, en Minneapolis, surge la reclamación de abolir la policía.» (resaltado propio)
Algunas de estas demandas ya habían sido planteadas desde sus comienzos por el movimiento BLM, sin la repercusión masiva ni la posibilidad de concretarlas que las recientes movilizaciones le han dado. De hecho en distintas instancias institucionales de ciudades importantes – como Los Ángeles y la propia Minneapolis – se están discutiendo recortes a los presupuestos y al reequipamiento policial.
Pero el caso más notable ocurrió en la ciudad de Seattle, al noroeste del país, –una ciudad con histórico predominio del ala liberal del partido Demócrata – donde la población de un sector de la ciudad decidió garantizar la seguridad de ese espacio sin necesidad de presencia policial. Los ciudadanos han formado una «Zona Autónoma del Capitolio» (CHAZ).Se abre así un espacio para las corrientes abolicionistas, que no surgieron ahora, pero cuyos planteos parecían destinados a permanecer en el terreno de las utopías sociales. Esta situación desató las iras de Trump que amenazó a la alcaldesa con el envío de tropas federales si ella no acaba con esta experiencia. Una situación no resuelta a la fecha.
Lo significativo es que el debate de una parte de la sociedad hoy avanzó más allá del cuestionamiento al racismo y el supremacismo blanco enquistado en los cuerpos policiales, para orientarse a debatir el papel y la función que esas agencias represivas deben cumplir en una democracia. Un debate que alarma al establishment del imperio.
Fisuras y preocupación en las cúpulas
A las tensiones y confrontaciones propias del bipartidismo, que condicionan a un año marcado por la renovación presidencial de noviembre, agravado en esta coyuntura de la pandemia por las políticas sanitarias opuestas que adoptaron buena parte de los gobernadores demócratas y el gobierno central, se suman ahora las divergencias de rumbos en las cúpulas dirigentes norteamericanas para contener la convulsión social. Pero en este caso la línea de fractura no siguió la tradicional división entre republicanos y demócratas. Enfrentó a Trump, que de entrada quiso imponer una línea represiva de «mano dura», no sólo con los demócratas sino con parte significativa de su propio arco político, y – lo que es más importante – con parte de los poderes reales que controlan al imperio, el llamado «estado profundo», es decir el que opera en las sombras.
Apelando a una ley en desuso, de 1800, Trump amenazó inicialmente con movilizar tropas de ejército de EE UU. El rechazo provino no sólo de la oposición demócrata – por ejemplo, el senador Wyden difundió por las redes que «el discurso fascista era una declaración de guerra contra la ciudadanía» – sino, significativamente del propio estamento militar, lo que es una excepcionalidad en relación a la política interna de EE.UU. La más difundida de esas declaraciones condenatorias la hizo un ex secretario de defensa del mismo Trump, el general retirado James Mattis, conocido en la jerga castrense como «perro rabioso» por sus tendencias belicistas. Varios almirantes retirados se pronunciaron con inusual dureza condenatoria. Uno de ellos llegó a decir que el uso de fuerzas militares o de la guardia nacional «para dispersar a manifestantes pacíficos para que el presidente de EE UU pueda acudir a una sesión fotográfica… no es moralmente aceptable» aludiendo a la represión desatada en las adyacencias de la Casa Blanca para que Trump pueda aparecer con una biblia en la mano, frente a una iglesia dañada en una movilización. Estos pronunciamientos obligaron al actual secretario de defensa, Mark Esper, a encolumnarse con el estamento militar y desmarcarse de la línea represiva de su jefe, lo cual evidencia que la humareda de la revuelta popular llegó también a las oficinas presidenciales.
Un reciente artículo de un centro del pensamiento liberal demócrata es más contundente en relación al disgusto del sector militar : «En una señal notable de la situación constitucionalmente explosiva, el principal comandante militar del Pentágono, el general Mark Milley, expresó recientemente su pesar por la politización de Trump de las fuerzas armadas de la nación.Otros ex líderes militares han intervenido de manera similar.Las tensiones reflejan preocupaciones tácitas de que Trump está asumiendo poderes dictatoriales» (Finian Cunningham // strategic-culture.org/. 18.06.20).
Todo el sector más conservador de los republicanos, conocido como Tea Party, se abroquela alrededor de Trump, que desde la cadena Fox y a través de sus más conocidos comentaristas, trata de culpar a los demócratas de incentivar el desorden con fines electorales e instalar la idea que los mayores perjudicados por el desorden son los sectores más desposeídos, para fracturar las movilizaciones. Un viejo discurso de la derecha más reaccionaria.
Significativamente, desde sectores de las corporaciones financieras tratan de hacer gestos simbólicos de apaciguamiento y empatía con las movilizaciones. En una de las ruedas de la bolsa, en Wall Street, apagaron por varios minutos las pantallas para homenajear al asesinado George Floyd. El Bank of America y Amazon anuncian donaciones importantes para apoyar las protestas.
Pero la fractura social se extiende y golpea también a las élites intelectuales liberales. El caso más impactante fue el del diario New York Times (NYT). La publicación el 3 de junio de un artículo del senador Tom Cotton reproduciendo la convocatoria de Trump al uso de las fuerzas militares desencadenó un movimiento interno de rechazo de los empleados del diario, obligando a la dirección a contestar con otro artículo titulado «El artículo de opinión fascista de Tom Cotton» ese mismo día y una disculpa posterior. La presión interna obligó a renunciar al editor que aceptó el artículo del senador.
Un artículo reciente del citado centro de pensamiento liberal (Strategic culture forum), analizando los acontecimientos, pero en particular lo sucedido en el NYT, señala que ha irrumpido una nueva generación que ya no comparte los valores de las precedentes, que está produciendo lo que denomina «la revolución del despertar» (Woke Revolution) y que a diferencia de las movilizaciones de los años 60, que reclamaba porque no se respetaban «nuestros ideales nacionales consagrados en nuestros documentos fundacionales y acusaron con razón a Estados Unidos de no estar a la altura de nuestros ideales profesados«, esta «ideología del despertar apunta a nuestros ideales nacionales y acusa a los ideales mismos de ser racistas y corruptos. Esa es una gran diferencia, enorme y no podemos ignorar la importancia de esa diferencia«.
Aún sin hacerlo explícito, este sector liberal, está describiendo que el «sueño americano» es cada vez más inaccesible para las nuevas generaciones y ha comenzado a cuestionar los fetiches ideológicos sobre los cuales se sostuvo.
Por eso con anterioridad el artículo plantea un interrogante valedero : «Estas nuevas complejidades plantean, entre otras cosas, una pregunta clave: ¿Es esa oscura red de «multimillonarios» de unos veinte globalistas influyentes, que se sientan en la cúspide de la pirámide del «estado profundo», todavía capaces de «controlar» los eventos;¿O los eventos se están escapando de sus manos, al menos parcialmente?Simplemente no lo sabemos, pero a medida que la dinámica estadounidense en desarrollo se vuelve cada vez más compleja, es posible que los eventos se estén acelerando por delante de ellos.» (Las estatuas caen en medio de la guerra civil A Crooke. 15.06.20. Strategic-culture.org).
Desde la izquierda también habrá que preguntarse y observar si con el derribo de estatuas el pueblo estadounidense movilizado habrá dado un paso en la dirección de comenzar a derribar otros viejos fetiches y las estructuras que los apuntalan, que indudablemente será un largo camino.
Las ausencias
Entre los edificios dañados en los primeros días de las movilizaciones tiene particular simbolismo los daños sufridos por la sede de la central sindical AFL-CIO en Washington, DC, la capital. Un sector de la militancia señaló que «este acto constituye una tragedia. La sede de la mayor confederación sindical de EE UU debería ser vista como un símbolo de la justicia racial y económica. El que el lugar incendiado no tenga especial relevancia para las personas que se movilizan estos días constituye, de hecho, una denuncia de la AFL-CIO. Como señala el comunicado de prensa del sindicato local del ATU (Sindicato de Transporte Público): «¿Por qué los jóvenes trabajadores negros y mestizos, frustrados por una injusticia permanente, no ven en la AFL-CIO un aliado natural con más de cien años de experiencia en la lucha por la igualdad? ¿Por qué no reconocieron que semejante acto suponía quemar su propia casa?»
Hace muchos años que esas estructuras burocráticas, cooptadas al Estado a través de su subordinación al partido Demócrata, están por detrás de las luchas y las necesidades de los sectores que dicen representar. Sin embargo en estas semanas se han visto gestos de solidaridad importantes desde los propios trabajadores con las movilizaciones, antes que de las estructuras sindicales… Uno de los más difundidos fue en Brooklyn, cuando la policía intentó utilizar el autobús para transportar a la gente detenida y el conductor del autobús se bajó y rechazó conducirlo. Su sindicato le apoyó. En Minneapolis, después de que el conductor del autobús se negara a transportar a la policía, el sindicato local del ATU hizo una declaración para reafirmar el derecho que les asistía para no ayudar a la policía en sus operativos. El Sindicato Nacional de trabajadores del Transporte (TWU), que representa a los trabajadores de San Francisco, indicó en un comunicado que las o los conductores no están obligados a trabajar como chóferes de la policía. Igualmente hubo pronunciamientos de sindicatos locales de educadores.
Más allá de pronunciamientos solidarios locales o individuales de sectores del sindicalismo, estas grandes movilizaciones ponen de relieve, nuevamente, el enorme retraso político y organizativo de la clase obrera en el principal país capitalista, lo cual constituye un enorme problema estratégico para cualquier proceso de transformación social.
Si las estructuras sindicales estuvieron de espaldas a las movilizaciones, por razones distintas, también fue notoria la ausencia de una izquierda orgánica en el curso de las mismas, aunque sin duda existió la participación individual o de pequeños núcleos. Esta ausencia es más resaltante en el caso del DSA (The Democratic Socialists of America), una suerte de izquierda electoral, que más se había desarrollado en los últimos años alrededor del apoyo a la candidatura de Bernie Sanders, que declara un registro de 60.000 adherentes, con algunas figuras jóvenes que lograron notoriedad, como las congresistas (diputadas) Alexandria Ocasio-Cortez y Rashida Tlaib. Desde distintos sectores militantes hay reconocimiento que el apoyo del DSA al movimiento BLM no trascendió lo declarativo. Héctor A. Rivera intenta una explicación de esta ausencia en lo que sigue: «Por otro lado, algunos sectores de la izquierda estadounidense sufren de una visión economista y reduccionista de lo que es la lucha de clases. Esta visión da como resultado la ausencia de toma en consideración de la interseccionalidad y de las políticas de identidad como punto de entrada de concientización de las personas de color. El programa antirracista de Sanders era, por lo tanto, débil. Ha habido una fuerte concentración del discurso sobre cuestiones económicas y la idea de que las políticas de identidad se dividen. Este economismo también lleva a Sanders a pensar que todo lo que es público, tanto la salud como la policía son, por lo tanto, socialistas. Esta lógica no tiene lugar a la luz del movimiento actual. Este problema atraviesa los DSA. Hay una declaración nacional de la organización en apoyo del movimiento Black Lives Matter, pero no hay un llamamiento a la acción.»
Futuro imperfecto
Se ha descripto con algún detalle, a través de opiniones de quienes están en el centro de los acontecimientos, la convulsa situación social que vive la principal potencia capitalista. Pero no debe olvidarse que – a diferencia de lo ocurrido en las crisis sociales de los 60 – esta nueva e inesperada oleada de movilizaciones encuentra a la potencia imperialista no sólo atravesando una de sus mayores crisis económicas, sino, lo que es mucho más grave para sus clases dominantes, en pleno retroceso y disputa por conservar su papel hegemónico y con sus liderazgos políticos extremadamente debilitados. Basta recordar que la opción de Trump es Biden.
Sin duda que a través de líderes reformistas como el predicador que ya convocó a una gran marcha nacional para agosto, se intentará canalizar la energía de las masas en dirección a la alternancia demócrata. Pero no puede descartarse, ni es impensable que, más allá de las ya cerradas opciones electorales, se consoliden nuevas fuerzas orgánicas de masas que condicionen al establishment tradicional en la crítica etapa que se avecina. Como escribió un militante de izquierda: «Es demasiado pronto para pronunciarse, pero hace tres semanas, ¿quién hubiera pensado que el país viviría semejante insubordinación nacional? El tema de la revolución y la igualdad racial, aunque sea «democrático-burguesa», vuelve a ponerse al día, y no solamente en Estados Unidos«.