Es un error enorme suponer que el neoliberalismo es solo una canallada burguesa exclusiva del campo económico-financiero. Es un error grave que, de existir así en algunas cabezas, debe corregirse de inmediato. El neoliberalismo es, patéticamente, una emboscada ideológica (en el sentido de la “falsa conciencia” que explicó Marx) desarrollada para disputar e imponer el “sentido común” de ciertos intereses capitalistas en su fase imperial.
Verbigracia: es una máquina trituradora de derechos sociales adquiridos; una demoledora de los principios humanistas solidarios; una “picadora de carne humana” en los centros laborales, educativos y sanitarios; es una aplanadora de instituciones y una fenomenal maquinaria de humillaciones, depresiones y desmoralización… todo eso al servicio de un sector peligrosamente desquiciado por la usura, el individualismo más tóxico y la meritocracia supremacista de los amos en alianza con sus cómplices. Un infierno de corrupción y crimen que debe ser tipificado como etapa histórica “de lesa humanidad”. La mezcla explosiva de neoliberalismo, fake news y procesos electorales es una industria de la destrucción social altamente sofisticada.
Uno de los instrumentos predilectos, para camuflar la perversidad del neoliberalismo, han sido los “procesos electorales” intoxicados por la democracia burguesa. Se han fabricado leyes, instituciones y funcionarios formateados mercenariamente para convertir en “legal” lo ilegítimo y para venderlo como salto de modernidad decorado con “Chicago boys and girls”, recurrentemente zopencos, capacitados para artilugios administrativos y bancarios pero sin mínima dotación de Cultura general elemental. Inteligencia paupérrima para eficiencia mercachifle. Les llaman “tecnócratas” y se enorgullecen. No pocos son paridos en universidades creadas ex profeso.
Ese patrón funcional al neoliberalismo, está adosado con capas generosas de mal gusto de supermercado y todo un inventario de mercancías fetichizadas convertidas en valores éticos, morales y estéticos en la religión del consumismo chatarra para mentalidades chatarra. A todo eso, batido con avaricia y canalladas, le llaman éxito. Y pretenden que, además de financiárselos mansamente, se los envidiemos, se lo aplaudamos y lo heredemos a nuestra prole como si fuese “un gran tesoro”. Quieren que el proletariado se vuelva albacea, cómplice de la policía y verdugo de sí mismo y a distancia. Big data.
Con ese formato fabrican a sus gerentes represores, de usos múltiples, que sirven lo mismo para “administrar” un negocio más grande o más pequeño, que para amaestrarlos como “candidatos políticos”. Y hemos debido padecer versiones aberrantes, (con antecedentes, en versiones militares y sus cómplices “civiles”) proto-neoliberales del Plan Cóndor, encarnando la lista monstruosa de hocicones tales como Salinas de Gortari, Menem, Fujimori,… y una no menos monstruosa lista de intelectuales arrodillados ante las migajas que les han otorgado sus amos, verbigracia: Octavio Paz, Vargas Llosa, Krause y sus jaurías múltiples de “periodistas” que son una “fauna de acompañamiento” rentada. Eso hemos debido tragarnos como “normalidad política”, desde que fue impuesta la dictadura del “Consenso de Washington”, en un período de 40 años (1989) que nos ha dejado infiltradas todo género de alimañas reformistas, oportunistas, arribistas y traidoras que deben ser caracterizadas y denunciadas permanentemente por razones de defensa; de vida o muerte.
Una de las joyas más perfeccionadas y cotizadas, en en paraíso neoliberal globalizado, son las operaciones masivas de engaño: Armas de Distorsión Masiva que ha proliferado con gran velocidad y ubicuidad. Se desplazan globalmente con la protección, la unilateralidad discursiva, las nulas trincheras de réplica y las masas de corifeos que repiten, en simultáneo, cualquier ficción que les disfracen de noticias. Fake News a toda hora, con modalidades diversas, en horarios discriminados y efectos rentables. Con la bendición de los gobiernos neoliberales y un no pequeño público anestesiado bajo los placeres del engaño que ahorran el trabajo de pensar y se envuelven en emociones mórbidas y morbosas.
Y mientras tanto, cuando los pueblos han encontrado fuerzas y caminos para derrotar al neoliberalismo, a sus engendrados empresariales y gubernamentales, a sus máquinas de guerra ideológica disfrazadas como “medios de comunicación”, nos abruma una pandemia planetaria aprovechada jugosamente por el neoliberalismo y que no cesa en el maltrato burgués contra la humanidad. Nunca la avaricia de las cloacas financieras arremetieron con tanta furia racista como lo han hecho con las vacunas y los instrumentos médicos para atender a los miles de millones de personas contagiadas o fallecidas. El capitalismo exhibiendo la náusea neoliberal. Sin atenuantes.
¿Cómo ordenar la salida de la especie humana de este infierno apabullante y multiforme? ¿Cómo recuperar fuerza y confianza organizada para articular las fuerzas que la coyuntura demanda en la actual fase de la lucha de clases? A estas horas el camino indica que es por abajo. Desde las raíces y las bases. Con un proyecto organizativo superador de los formatos escleróticos de aquellos partidos y movimientos sociales intoxicados de burocracia reformista y aislamientos ahítos de intermediariarismo de cúpulas. Ya basta.
Están bajo examen las capacidades organizativas de la dirección revolucionaria que está naciendo constantemente en el fragor de las luchas sociales. Pero hace falta, urgente, una Revolución de las Conciencias en simultáneo con la modificación del orden ideológico y económico sobre la propiedad privada burguesa. Organizarse para no volver a quedarse en los márgenes, ganando sólo poderes periféricos pero sin tocarle un pelo a la industria, a la banca ni a las iglesias reconvertidas al escarceo neoliberal por obra y gracia del “estiércol del diablo”. Así estamos. ¿Qué hacer?.
Es preciso transparentar (auditoría de los pueblos) el financiamiento del neoliberalismo, de todos los procesos electorales en los que ha infiltrado sus intereses. Indagar las fortunas de todos sus esbirros y transparentar minuciosamente el financiamiento de las fake news, de los dueños de los (mal llamados) “medios de comunicación” y de los intelectuales proveedores de chatarra ideológica organizados en “fundaciones”, ONGs, foros y congresos constituidos en catedrales neoliberales de la estulticia. Y esto urge.