En el primer mes de su presidencia, Donald J. Trump ha confirmado las expectativas más inquietantes sobre las políticas de regresión social y ataque a las minorías.
Pero, de entre todas las medidas regresivas, hubo una cuyas implicaciones a corto plazo podrá no ser tan dramática, aunque en el largo plazo tendrá consecuencias impredecibles. Me refiero a la decisión presidencial adoptada en la noche del 28 de enero por la cual Steve Bannon, el consejero presidencial para asuntos estratégicos, se convertía en miembro nato del Consejo de Seguridad Nacional (órgano que en los Estados Unidos funciona como consejo de ministros para la gestión de crisis y de la política exterior y de seguridad nacional).
Este ascenso vino acompañado por la destitución de Dan Coast, director de la comunidad de inteligencia nacional, el órgano que agrupa a todas las agencias de inteligencia americanas (entre ellas la CIA, la DIA, el FBI o el NSA), así como de Joseph Dunford, el jefe del Estado Mayor Conjunto (el órgano de dirección del ejército y máxima instancia del Pentágono). En otras palabras, tanto el ejército como los servicios de inteligencia han perdido a sus miembros natos en el órgano más importante de toma de decisiones concerniente a la política imperial de Estados Unidos. Es el mayor golpe para el ejército en toda su historia, y el segundo mayor para la CIA desde que George W. Bush reformase su carácter independiente. Y si hay algo que tanto los servicios secretos como el ejército americano han aprendido con su implicación en la política exterior estadounidense es a eliminar gobiernos que no eran de su agrado. No habremos de perder de vista los movimientos de ambas instituciones.
La entrada de Bannon en el Consejo de Seguridad Nacional le permite conocer los secretos de Estado más importantes de la política norteamericana así como la posibilidad de influir en las situaciones críticas de la presidencia en tiempo real, participación que antes tenía vedada, pues ninguna persona que no pertenezca al Consejo de Seguridad Nacional o que sea invitada expresamente por el presidente puede siquiera entrar en la sala de operaciones del ala este de la Casa Blanca.
Si a esto le unimos el hecho de que la mayoría de las órdenes ejecutivas ultraderechistas nombradas anteriormente son obra personal del propio Bannon, nos vemos obligados a aceptar que se están cumpliendo las predicciones más pesimistas sobre la enorme influencia del consejero de la Alt Right en la política del presidente Trump. De este modo, el ideario de los supremacistas blancos ha desembarcado en la Casa Blanca con una fuerza e influencia que no tenían desde que el presidente Woodrow Wilson despidió a los trabajadores federales afroamericanos al asumir la presidencia en 1912.
Todas estas cuestiones, sumadas al auge de la extrema derecha en Europa, que podría alcanzar el poder en países clave como Francia, o con el triunfo del discurso xenófobo entre amplias capas de los sectores más desfavorecidos de la población por el impacto de la crisis económica y los problemas de la globalización, nos urge a considerar la aparición de una nueva ideología de extrema derecha que podría llegar a jugar un papel preponderante en un futuro no muy lejano, y que supone una amenaza para la democracia y el respeto a una sociedad pluralista.
¿Es la Alt Right fascista? Orígenes y características generales del movimiento
La Alt Right es un movimiento juvenil que aspira a reformular la extrema derecha desde moldes creados por la izquierda, tanto desde una perspectiva xenófoba como machista, y está compuesta por dos facciones: la facción Radix, centrada en el racialismo y la facción Breitbart, enemiga declarada del feminismo, el islam y del pensamiento políticamente correcto.
¿Son Donald Trump y la Alt Right fascistas/neo fascistas? ¿O representan un nuevo fenómeno de extrema derecha para el cual no tenemos aún términos y referentes? Estas preguntas han sido recurrentes entre los analistas de actualidad y la población en general. Son preguntas legítimas y pertinentes, pero que no debieran obsesionarnos. Lo que subyace a estas preguntas es el miedo fundado a que la barbarie que vivimos en los años treinta y cuarenta del siglo XX pueda repetirse. A este respecto, la frase atribuida a Mark Twain sobre la historia quizá pueda ofrecer algo de perspectiva: “La historia no se repite, pero rima”.
Habrá cuestiones que nos parezcan recurrentes en ambos casos, y esas recurrencias nos tienen que poner en alerta sobre los peligros implícitos que pueden sobrevenir. Pero al igual que los fascismos en su momento excedían una comparación con los reaccionarios europeos del siglo XIX (por las novedades que planteaban, terribles novedades históricas), la Alt Right y Trump deben juzgarse en base a la especificidad histórica en que han aparecido, con todas sus consecuencias. Esto quiere decir que nunca podrán ser lo mismo que el fascismo, lo que no impide considerarlos como una amenaza para toda sociedad que aspire a un régimen de libertad plural.
Por otra parte es necesario aclarar que aunque Trump y la Alt Right hayan desarrollado una relación de simbiosis política, eso no significa que Trump sea un político de la Alt Right. El extremo individualismo egótico del presidente dificulta encasillarle claramente en una ideología formada, aunque de entre todas las tradiciones políticas norteamericanas, a la que más se aproxima tanto por sus declaraciones como generacionalmente es al paleoconservadurismo. Por el momento bastará con comprender que Trump y la Alt Right no son lo mismo, aunque han conseguido un alto grado de complementariedad. Trump ha permitido salir a la Alt Right de la marginalidad, mientras que la Alt Right ha proporcionado a Trump una base social y el movimiento político del que carecía el multimillonario.
Pero aún subsiste la pregunta sobre qué es la Alt Right. La prensa estadounidense ha creado un relato sobre un movimiento político racista blanco protagonizado por una serie de figuras mediáticas, que pretende iniciar una guerra cultural con las minorías raciales, el feminismo y las mujeres, así como con la izquierda en general. Sin duda esto es lo que caracteriza a la Alt Right. Sin embargo como denunciaba Andrew Anglin, miembro de la Alt Right y uno de los máximos referentes neonazis americanos desde su página The Daily Stormer, esta idea es en buena parte una invención de la prensa (más bien una racionalización). Para crear un relato necesitó convertir un movimiento social en una historia de nombres propios y caras reconocibles, gente a la que se le pueda imputar un plan y unas ideas susceptibles de alimentar un relato.
Y en efecto, una revisión de los orígenes y evolución de la Alt Right confirma la tesis de Anglin, quien se niega a aceptar que la Alt Right no volverá a ser solo el movimiento de base de sus orígenes.
A inicios de la era Obama, mientras los estadounidenses del baby boom de la América profunda se organizaban para crear el Tea Party contra la política del nuevo presidente, los millennials se encontraron con un panorama laboral nada envidiable. A pesar del enfoque algo más heterodoxo de Obama en la gestión de la crisis, una gran proporción de jóvenes vio truncada su entrada al mercado de trabajo, o padeció una mezcla de pluriempleo y trabajo precario que no se correspondía con sus expectativas vitales y el precio que habían tenido que pagar, endeudándose algunos de ellos por decenas de miles de dólares en el sistema universitario estadounidense. Aquellos que ni siquiera tenían formación universitaria se encontraron que el sector industrial había desaparecido y que los trabajos del sector servicios menos cualificados los ocupaban en condiciones de explotación latinos y afroamericanos.
Una generación de jóvenes precarios, muchos de ellos ninis, comenzaron a encontrarse y a converger a través de internet, compartiendo sus frustraciones, experiencias y anhelos, sus odios y reivindicaciones. Para ellos, al contrario que para sus padres y hermanos mayores, el problema no era tanto Obama, sino una sociedad que no ofrecía salidas, y en la que una élite cultural y educativa denunciaba desde los medios de comunicación, las escuelas, institutos y universidades, la situación de vulnerabilidad de mujeres, minorías raciales y sexuales; pero que no tenía ni una palabra para las problemáticas de los varones jóvenes blancos.
Estos millennials, en parte ninis, en parte precarios, invirtieron mucho tiempo y recibieron estímulos en las redes sociales e internet, y a través de foros como las páginas 4chan, 8chan, /Pol/ o Reddit, entre otras, formaron una subcultura de intercambio de ideas, debates y humor virtual. Ninguna de esta páginas era de extrema derecha (ni políticas en ningún sentido), sino simples foros de internet y páginas donde compartir gifs y memes. De esta manera, y con un cierto “apoliticismo” de origen, estos jóvenes comenzaron a compartir sus experiencias y rabia con altas dosis de humor donde predominaba el machismo, el racismo y la homofobia. El medio principal de protesta era el meme, imágenes encuadradas que suelen estar acompañadas de un breve texto en donde se ironiza sobre cualquier asunto haciendo guiños por lo general a la cultura popular.
Los memes ofrecían un formato muy visual, ágil, desenfadado y ameno de expresar ideas políticamente incorrectas. Algunos comenzaron a hacer circular estas expresiones machistas y racistas en tono jocoso (por trolleo, buscando la provocación para divertirse), otros como síntoma de rebeldía ante lo que detectaban como el discurso institucional políticamente correcto. Y muchos como una forma menos agresiva de promocionar sus ideales políticos excluyentes. Una parte de este último grupo acabaría deviniendo en las actuales figuras mediáticas y líderes de la Alt Right. En lo que todos ellos parecen coincidir es que en estos inicios la mayoría de sus compañeros de la red no eran conscientes de estar participando en el nacimiento de una nueva extrema derecha, sino que todo formaba parte de un ejercicio de provocación y rebeldía, una actividad ociosa que además cumplía la función de servir de terapia colectiva virtual.
Con el tiempo la parte más lúdica y canalla fue reconducida (nunca ha desaparecido) a debates más explícitamente políticos y sociales. De esta manera fue surgiendo el discurso y la ideología Alt Right a través de los chats y los foros de internet. El movimiento tenía sus líderes de opinión y referentes, pero fue bastante horizontal y participativo en su formación y desarrollo. Cronológicamente coincidió con el fenómeno de Occupy Wall Street en los Estados Unidos, el 15-M en España, y las primaveras árabes; y al igual que en estas experiencias la gente se reunía (virtualmente) para criticar al establishment y pensar una nueva política. Pero, al contrario que en las plazas, la comunidad no buscaba verse las caras, sino que todo se desarrolló entre avatares, motes y nombres falsos. Los líderes actuales tienden a explicar esta búsqueda del anonimato como la consecuencia de la represión que viven a causa de sus ideas. Sea cierto o no, esta dinámica no se puede desvincular de un fenómeno muy común en el mundo de la información y la política digital: la proliferación de la visceralidad política en las redes. Perfiles de gente que aprovechan el anonimato que internet ofrece para defender posiciones agresivas, irrespetuosas o radicales, amparados por la seguridad de su avatar.
Esta lógica de la impunidad ante la reprobación social ha sido un elemento muy importante en el proceso de radicalización del movimiento. Relacionarse a través del avatar proporciona el reconocimiento de los seguidores que puedan surgir y evita el ataque directo hacia la persona real. De esta manera resultó mucho más sencillo para los jóvenes de esas páginas exhibir un discurso políticamente incorrecto y comenzar una escalada de radicalización.
Milo Yiannopoulos (Milo a partir de ahora) es un youtuber provocador y una de las máximas referencias de la Alt Right por la facción Breitbart. Milo propuso en un influyente artículo titulado Guía de la Alt Right para conservadores del establishment una hipótesis muy interesante aunque posiblemente exagerada (como todo en él), según la cual el surgimiento de la Alt Right en la actualidad respondería a los mismos motivos que la rebelión de los jóvenes de mayo del 68: un movimiento contestatario ante una sociedad moralista en donde el horizonte de expectativas de la juventud es insatisfactorio, lo que alienta un levantamiento contra las normas establecidas.
¿Tiene sentido esta hipótesis de Milo? En parte creo que abre una perspectiva interesante para reconsiderar la manera en que hemos construido la cultura social progresista hasta el momento.
En las últimas décadas hemos visto surgir y afianzarse movimientos en contra de la discriminación, el racismo, y a favor de los derechos de las mujeres y de la conquista de su legítimo lugar en la sociedad. Estos movimientos han sido y son fundamentales en la construcción de una sociedad mejor. Pero junto a las conquistas necesarias, se ha ido desplegando en algunos casos unas formas y modelos moralistas e intransigentes, transformando parte de un movimiento muy necesario en su radicalidad en una cruzada moral. La consecuencia de esto, en una sociedad que sigue siendo profundamente machista, homófoba y racista (a pesar de las conquistas), ha sido doble: un levantamiento aprovechado por movimientos reaccionarios y la pérdida creciente de la simpatía del gran público, aquellas personas que aprueban el feminismo y el antirracismo por convención y no por convicción (que siguen siendo mayoritarios).
A pesar de que el feminismo, el antirracismo o la tolerancia hacia la diferencia no son aún valores genuinamente hegemónicos en nuestra sociedad, en los medios de comunicación sí predomina una versión convencional y superficial de los mismos que, unida a una actitud cada vez más intransigente y menos dialogante de algunos de los militantes más activos de dichos movimientos, ha generado una oleada de rechazo creciente hacia estas ideas, formándose así un caldo de cultivo propicio para una nueva extrema derecha. Y es en este contexto en el que ha surgido una nueva mentalidad entre muchos jóvenes de una lucha rebelde contra lo que ellos identifican como el pensamiento de lo políticamente correcto. La convención cultural que, a su juicio, enmascara el principal problema social, que es la desaparición de la sociedad blanca y “europea”/americana, su sociedad, la única que creen capaz de ofrecerles un futuro.
Por lo tanto Milo no se equivoca del todo cuando señala que el movimiento de la Alt Right es una respuesta similar a la de los jóvenes de mayo del 68. Unos se rebelaron contra la conservadora sociedad moralista de posguerra, mientras que los otros se rebelaron contra la moralización de la lucha por la justicia social. Ambos se rebelan contra el pensamiento convencional de su momento histórico en nombre de la libertad: en el 68 produciendo una izquierda alternativa, una versión del comunismo antiautoritario; en 2016 una derecha alternativa que, en sus propios términos, dice luchar contra el totalitarismo y la censura de lo políticamente correcto.
El momento clave en la transformación de este movimiento llegó en las elecciones presidenciales de 2016, cuando el candidato republicano y futuro presidente Donald Trump vino a personificar con su discurso irreverente, plagado de racismo, machismo y crítica al establishment todo lo que durante años se había ido gestando en los rincones oscuros de internet. Pero, por una ironía de la historia, no fue Trump quien rescató a la Alt Right del anonimato para lanzarlos al estrellato, sino Hillary Clinton. En un discurso de campaña en la ciudad de Reno (Nevada) el 25 de Agosto de 2016, Clinton sugirió la vinculación de su oponente con los radicales de la Alt Right a través de su entonces nuevo director de campaña Steve Bannon.
El principal ideólogo y referente de la Alt Right y líder de la facción Radix, Richard B. Spencer, cuenta que, en aquel momento, se encontraba en Tokio cuando su correo personal se inundó de peticiones de entrevistas por parte de la prensa para que explicara qué era la Alt Right. En aquel momento el movimiento había dejado de ser un simple conjunto de ciberactivistas y jóvenes irreverentes para convertirse en una opción política de primer orden.
Algunos en la Alt Right, como Bannon desde Breitbart News, Anglin desde Daily Stormer, o Spencer desde Radix, llevaban tiempo ejerciendo un liderazgo simbólico en el movimiento como figuras de referencia y pasaron a convertirse en líderes del movimiento, tanto a su pesar (Anglin), como por su insistencia (Spencer y Milo) o sin su conocimiento pero por sus conexiones con la nueva presidencia de Trump (Bannon). Y con ello llegó el momento mediático: entrevistas y aparición en programas, con giras universitarias y reuniones de celebración por el ascenso de Trump. Los miembros de la Alt Right van surgiendo del anonimato, pero en el movimiento se sigue manteniendo aún la subcultura virtual que permite coordinar una red de seguidores, aún con bastante horizontalidad y poco a poco ir convirtiendo un movimiento de protesta en un movimiento de masas, tarea en la que se encuentran en este momento sus líderes, en especial Richard Spencer.
Desde el momento en que la Alt Right se ha convertido en un fenómeno de audiencias muestra una serie de elementos comunes que unifican a sus miembros.
Si el lector tiene en mente al típico neonazi anda desencaminado. Uno de los mayores éxitos y características de la Alt Right es que han conseguido generar una imagen alejada del mundo skinhead y de su violencia que tanto rechazo causa en la sociedad. En su lugar nos encontramos con intelectuales trajeados y excéntricos celebrities, que ofrecen un discurso bien estructurado de ideas provocadoras y agudos comentarios, todo ello expuesto con grandes dotes comunicativas. En contraste con el lobotómico mundo de la extrema derecha tradicional, la Alt Right presenta un alto grado de sofisticación intelectual y capacidad discursiva, como si en una clase de instituto los estudiantes frikis y empollones desplazasen a los matones como los reyes del patio. Como el lector imaginará, esto les vuelve mucho más peligrosos, pues su capacidad de persuasión y combate discursivo es mucho mayor.
Esto a su vez permite a la Alt Right poder prescindir de la violencia (al menos por el momento), lo que ha provocado una paradójica respuesta por parte de algunos grupos de la izquierda norteamericana, que por el contrario tiene problemas al gestionar su propia violencia. El 20 de enero del 2017 un sujeto embozado asestó un puñetazo a Richard Spencer mientras contestaba a la CNN en una entrevista en la calle. El puñetazo se hizo viral, apareció en periódicos de medio mundo y provocó que incluso figuras de reconocido prestigio, como el filósofo Slavoj Zizek, entrasen a intentar legitimar el ataque a Spencer. Una semana después, Milo tuvo que cancelar un acto en la Universidad de California Berkeley y ser evacuado por la policía cuando una protesta pacífica contra su presencia en el campus devino en un intento de asalto al edificio por parte de encapuchados armados con palos y lanzacohetes caseros. Y mientras la izquierda debate sobre si se puede o no agredir físicamente a la extrema derecha, la Alt Right ha conseguido instrumentalizar estos sucesos para presentar como verosímil la idea de unos pacíficos conservadores atacados por unos violentos izquierdistas y sus cómplices de los medios de comunicación, que mediante su tiranía del pensamiento políticamente correcto oprimen la libertad de expresión de unos, mientras justifican la violencia de los otros.
De esta manera la Alt Right ha conseguido invertir los papeles, haciendo parecer a la izquierda violenta y totalitaria y a ellos como paladines de la libertad. Con ello van consiguiendo poner de su parte a los medios conservadores convencionales y empiezan a levantar simpatías entre conservadores más moderados, o aquellos radicales de derechas más mayores a los que por un hándicap generacional aún no llegaban. El propio Trump ha intervenido amenazando por Twitter a la Universidad de California Berkeley con que, si se repiten estos actos violentos, revisará su financiación pública.
Con esto vemos otra característica de la Alt Right, su uso constante de la provocación pública, que tensa la convivencia mediante su discurso y, cuando aparece la violencia, se refugia en el victimismo, como si el hecho de extender un discurso del odio no tuviera consecuencias.
Otro elemento muy presente en la Alt Right es el uso prolífico de la ironía y el humor. Vimos que este recurso al humor se encontraba en los mismísimos orígenes de la Alt Right como movimiento de base y que tenía en el uso del meme su principal arma. De un meme surgió precisamente el que ha acabado erigiéndose como símbolo de la Alt Right: la rana Pepe (Pepe the frog). Puede resultar un tanto ridículo que una fea y grimosa caricatura de una rana sea el símbolo de un movimiento de este calibre. Le resta seriedad y credibilidad. Pero eso no es algo que preocupe a los líderes de la Alt Right, pues son conscientes de que la puesta en escena de su discurso es suficiente para dotar de seriedad al movimiento, y con elementos como la rana Pepe o el uso generalizado de los memes restan dureza a su imagen.
En el fondo es un uso calculado de la frivolidad y de la frivolización de los elementos discursivos y las imágenes de la extrema derecha: la rana pepe bebiendo té con un bigote hitleriano, Hillary Clinton con expresiones faciales divertidas o Trump vestido como Napoleón o fusionado con la rana Pepe (y compartido a través de su propia cuenta de Twitter). Todo ello jalonado con frases racistas y machistas, donde los límites entre la broma y la propaganda se difuminan, generando un juego perverso e hipócrita por el cual todo es una broma hasta que se demuestre lo contrario. Pero a la vez, el mensaje llega y cala en la población, y si la recepción es negativa, entonces se alega que en realidad nada iba en serio.
A todo ello se le suma el uso de un argot, un lenguaje especial que sirve para generar una identidad grupal compartida, a la par que se intenta realizar un lavado discursivo de la retórica de extrema derecha tradicional. He aquí unos pocos ejemplos:
— Human biodiversity (biodiversidad humana) = Desigualdad racial (en el sentido de que existen distintas razas, unas superiores, otras inferiores que no deben mezclarse)
— Masculinist/Manosphere (Masculinismo) = Defensa de los derechos de los varones (desde el supuesto de que se encuentran oprimidos por el feminismo)
— Libtard (progre-retrasado) = Progre+retrasado, izquierdista simplón.
— Cuckservative (cornuservador) = Cuckold es el que observa cómo otro hombre realiza el coito con su esposa. Político profesional conservador que defiende el pensamiento políticamente correcto y ataca a la Alt Right.
— Normie (convencional) = Persona normal conservadora que sigue los dictados de una sociedad izquierdista por adherirse a lo políticamente correcto. Potencial seguidor de la Alt Right una vez sea liberado del pensamiento políticamente correcto.
Estos son sólo algunos ejemplos del extenso argot que pueblan los chats y los discursos de la Alt Right. Como se puede inferir a partir de algunos de estos términos, ideológicamente la Alt Right comparte un fondo común, erigido sobre el machismo y el racismo, en el que esos dos principios aparecen disfrazados con un lenguaje que se aleja de los lugares comunes del racismo y el machismo convencional. Hay un espíritu de renovación de ambas ideas por medio de la colonización de los marcos discursivos y la retórica de la izquierda postmoderna al servicio de su radical opuesto.
Pero para hablar de las ideas de la Alt Right es necesario atender a una distinción que es fundamental y estratégica, y es que, existen, a grandes rasgos, dos facciones en el movimiento que se complementan a la par que se encuentran enfrentadas. La facción Radix, o Alt Right pura, que representa a los racistas más convencidos y cuyo centro de preocupación es la raza; y, por otra parte, la facción Breitbart con un perfil más mediático y mainstream, centrada en las luchas culturales, especialmente un discurso de género a modo de machismo militante.
La distinción entre Alt Right Radix y Alt Right Breitbart es una diferenciación mía elaborada a partir de la constatación de que existe, dentro del movimiento, una identidad diferente hacia la etiqueta Alt Right. Los más radicales, con Spencer a la cabeza se referencian a sí mismos como Alt Right a secas, mientras que los periodistas del periódico Breitbart no aceptan la etiqueta y les ha llegado impuesta por la prensa rival. Tras varios meses ya se ha popularizado llamarlos a todos Alt Right, pero los Radix no aceptan que los Breitbart sean parte del movimiento, pues los ven muy moderados, razón por la que Spencer los llama también Alt Light.
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Richard B. Spencer y la facción Radix o Alt Right pura
La revista Radix Journal es el principal centro de referencia intelectual de la Alt Right. Está dirigido por su fundador, el brillante y polémico Richard B. Spencer, quien se autodefinió durante un tiempo en su cuenta de Twitter como el Karl Marx de la Alt Right. Radix se encuentra a su vez vinculada al National Policy Institute (NPI), un think tank supremacista blanco, dirigido también por Spencer, desde el que se dedica a la renovación ideológica del racismo como principal objetivo.
Spencer es además el inventor del término Alt-Right. Si bien existe una polémica entre él y Paul Gottfried sobre la autoría del término, todo parece indicar que la idea fue de Spencer en su época como editor en Taki’s magazine, con el artículo The conservative write: una crítica a la burbuja intelectual de Nueva York, a los neoconservadores, y en donde se anuncia el porvenir de una nueva derecha, a la que denomina “derecha alternativa”. El concepto de Alt Right, tal y como explica Spencer en su artículo The Napoleon of the current year, publicado en Radix journal, resultó de una contracción pegadiza que él realizó para hacer más atractivo el término. Existe bastante consenso dentro de la Alt Right acerca de la autoría de Spencer sobre la etiqueta, y el artículo citado con anterioridad es posiblemente el manifiesto mejor logrado de la Alt Right, que además explica la conexión del movimiento con el propio Trump.
Pero ¿qué significa Radix? Tal y como explica la revista anteriormente aludida, radix es una palabra latina que significa raíz, y es la base etimológica de la palabra race (raza en inglés), así como de la palabra radical. Y aunque la revista reivindica el sentido original del término radical (ir a la raíz de un asunto), la página sugiere la fusión de los dos términos (raza y radical, o racismo radical). Este juego de palabras en latín entre el radicalismo y la raza define muy bien al propio Spencer. Nacido en Boston, en su niñez vivió en un suburbio acomodado en la ciudad de Dallas (Texas) y fue vecino de George W. Bush. Estudió un grado en literatura inglesa y música en la Universidad de Virginia y un máster en humanidades en la universidad de Chicago, en la que realizó una tesis de máster sobre la música de Richard Wagner en el pensamiento del filósofo Theodor Adorno.
Este último punto es importante, pues refleja un elemento que va a estar presente en toda la Alt Right, y en especial entre los Radix. Spencer elaboró su pensamiento, al igual que su involuntario maestro Peter Gottfried, a partir de la lectura de las obras de los filósofos de la Escuela de Frankfurt. Un grupo de marxistas heterodoxos alemanes, que en la segunda mitad del siglo XX realizaron la gran crítica intelectual al nazismo y se erigieron como el máximo referente de los jóvenes del 68 y la nueva izquierda. Lo importante de este detalle es la estrategia que han utilizado los Radix. Han acudido a unos de los máximos críticos de sus referentes políticos (el fascismo), que son a su vez los padres intelectuales de sus enemigos directos (la nueva izquierda). Los filósofos frankfurtianos eran, con diferencia, una de las fuentes más complicadas desde donde generar una ideología neofascista, y sin embargo, el gran logro de gente como Gottfried o como Spencer ha sido comprender la estructura del pensamiento frankfurtiano para subvertirlo y ponerlo al servicio del pensamiento reaccionario.
Algo parecido a lo que una parte de la nueva izquierda hizo con el jurista y pensador filonazi Carl Schmitt, solo que en la Alt Right alcanza hitos programáticos profundos.
Si a partir de la Escuela de Frankfurt y la nueva izquierda se desarrolló un modelo de pensamiento que transitó desde la identidad de clases a las identidades en plural (de raza, género y sexualidad), Spencer y los Radix han hecho de la identidad su gran bandera, metamorfoseando el supremacismo blanco en una nueva idea a la que han llamado identitarianismo (la identidad de los varones blancos supuestamente oprimidos en una sociedad que venera el multiculturalismo y la feminización).
Este identitarianismo está fuertemente influido por un pensamiento nietzscheano en el que la voluntad de poder de los sujetos lleva a una colisión inevitable de las razas. Esto recordará al lector a la teoría del darwinismo social de Herbert Spencer, el padre del racismo ‘científico’ del siglo XIX.
La historia en ocasiones muestra un particular sentido del humor al hacer coincidir en apellido al padre del viejo racismo (pseudo) científico con el nuevo racismo, que se pretende científico. Y si el racismo decimonónico se obsesionó con cuestiones como la frenología y la categorización racial por el aspecto fisionómico, este nuevo racismo también ha encontrado sus propios fetiches justificadores.
Estos nuevos racistas evitan referirse a elementos fisionómicos a la hora de justificar sus ideas. El color de la piel, las formas faciales o la estatura no serían para ellos algo importante (aunque en un sentido profundo sea lo único que vean). Ellos alegan que existen diferencias de inteligencia y culturales que hacen que para las distintas razas sea imposible convivir, y que esto justifica la necesidad de separarlas y crear Etno Estados, naciones racialmente homogéneas en donde no se generen conflictos culturales.
Para justificar esta idea se apoyan en estudios neurológicos y psicológicos de una corriente de psicólogos que han popularizado los informes de coeficientes de inteligencias comparados entre distintos grupos raciales en los Estados Unidos. Libros como Race Differences in Intelligence, de Richard Lynn, o The Bell Curve, de Richard J. Herrnstein y Charles Murray, han sido ampliamente utilizados para justificar la existencia “comprobada” de diferencias de inteligencia entre distintas razas. Se han hecho centenares de críticas a estos estudios que no puedo resumir aquí. Todas ellas acaban coincidiendo en que estos estudios utilizan una categoría de inteligencia muy convencional (lógico-matemática) y que hacen un diagnóstico en clave racial para problemas que tienen un origen socioeconómico, de acceso a recursos y deficiencias del sistema escolar público norteamericano, en donde las minorías raciales son la parte más vulnerable.
Junto a esta explicación ‘psicológica’ de diferencia de inteligencias (presente también en el racismo del siglo XIX), encontramos a su vez la idea de que las minorías raciales tienen una cultura distinta a la de los blancos, que en los Estados Unidos aparece como distintas subculturas que reivindican la diferenciación frente a la asimilación en la cultura mayoritaria (y blanca). Esto provoca, según Spencer y el resto de autores, que las minorías raciales no puedan/quieran formar parte de la América genuina, lo que provoca grandes distorsiones en la sociedad por los constantes conflictos entre mayorías y minorías, así como una actitud por parte de las minorías raciales que las debilitan tanto a ellas como al conjunto de la sociedad al instituir una cultura de la reparación. La idea de que la sociedad tiene que indemnizar a las minorías raciales por la opresión que han vivido, y bajo la que siguen encontrándose, y desagraviarlas mediante políticas de discriminación positiva como compensación. Según Spencer, estas políticas vuelven a los miembros de las minorías débiles, dependientes y complacientes. “Parásitos” del resto de la sociedad, que como viven gracias a las facilidades de las subvenciones, entran en un círculo vicioso de dependencia hacia estas de las que no pueden salir, degradándose como individuos y debilitando a la sociedad en su conjunto.
Y como esto es (a juicio de Spencer) un problema estructural de todas las sociedades racialmente mixtas y multiculturales, la única forma de acabar con ello es expulsando a todas las personas racialmente distintas a los blancos de origen europeo del país, generando un país racialmente homogéneo al que denomina Etno Estado.
Un elemento curioso de este delirio racista es que Spencer evita referirse a los blancos como “blancos” (para no sonar racista), y también evita usar el término “americanos”, de manera que no queda del todo claro que sólo se refiera a los estadounidenses blancos. Tanto él como otros miembros de la Alt Right hablan de “europeos” para referirse a la América blanca. Por lo que no es raro encontrar reivindicaciones bastante cómicas entre estos autores de “América para los europeos”, cuando lo que en verdad quieren decir es “América para los blancos”.
Además de Spencer, entre los Radix se encuentran personajes tan diversos como el viejo supremacista blanco Jared Taylor, el editor de la revista Radix, Andrew Joyce, o el gay “masculinista” (machista) Jake Donovan, máximo exponente del tribalismo en la Alt Right. Hay muchos más nombres en la lista, y esta a su vez está compuesta por una diversidad de personas demasiado distintas para poder ser etiquetadas bajo el perfil Radix o Breitbart, por lo que el lector debe entender esto como una primera aproximación más que como una categorización exhaustiva
Steve Bannon, Milo Yiannopoulos y la facción ‘Breitbart’ o ‘Alt Light’
Fue Spencer quien en una entrevista concedida a Mother Jones habló por primera vez de facciones. Se refería de esta manera tanto a sí mismo como a todo el universo de periodistas y celebrities que rodea al periódico digital Breitbart News. Les llamó, “facción Breitbart”, y fue entonces cuando consideré que si existía una facción Breitbart, debía así mismo existir una facción Radix, aunque ellos mismos se identifiquen como la Alt Right sin más adjetivos. En posteriores entrevistas y artículos se ha referido a los Breitbart también como la Alt Light, para expresar la cercanía de ideas de ambos grupos pero también para marcar la diferencia de enfoque e intensidad con respecto a sus propuestas. Por todo ello, tanto él como el resto de los Radix, muestran un abierto desprecio hacia los Breitbart, en especial hacia Milo Yiannopoulos.
Por otra parte, las principales figuras cercanas al periódico Breitbart han negado en alguna ocasión ser parte de la Alt Right, pero también es verdad que en todos ellos la Alt Right aparece como un elemento atractivo, como un deseo prohibido que es conveniente rechazar en público pero al que se adora en privado. Todos han reflexionado sobre la Alt Right y la han defendido de los ataques de la izquierda, y esto ha llevado al periodismo progresista estadounidense a vincularlos con este movimiento. Entre los Breitbart se encuentran el comediante Steven Crowder, el tertuliano Ben Shapiro o el escocés Gavin McInnes, el hipster de la Alt Right. Aunque las dos figuras que más han destacado de entre este ecléctico y polémico grupo han sido dos elementos tan dispares como Milo Yiannopoulos y Steve Bannon.
Lo característico de esta banda es su fuerte carácter mediático y su tendencia al espectáculo, y una sensibilidad especial a la irrelevancia de la verdad, y hacia la importancia de saber crear un mensaje poderoso, una historia que cautive al público y llame su atención. Entre ellos predomina el recurso a la irreverencia y al humor como medio de presentar sus tesis más controvertidas. La ironía es un arma al servicio de una guerra contra el pensamiento políticamente correcto, en donde toda acción o declaración están justificadas y amparadas bajo el manto de una ilimitada libertad de expresión.
Este recurso a la libertad les ha llevado a definirse como libertarios conservadores (conservative libertarian, lo que podría traducirse también como anarco-capitalistas conservadores). Los archienemigos de esta banda son el movimiento feminista, al que acusan de sabotear la libertad de pensamiento en los EE.UU., así como el Islam, cuya visión supuestamente distinta de la sociedad les convertiría en una amenaza para la libertad en occidente.
Según su visión, el feminismo habría creado una inversión de papeles por el cual los varones se encontrarían en la actualidad subyugados y sin posibilidad de liberarse, ya que ante cualquier intento de revertir la situación son acusados de machistas. Por otra parte, los Breitbart han tomado el discurso neoconservador del politólogo Samuel P. Huntington de El choque de civilizaciones para adoptar una visión xenófoba de la sociedad, donde lo importante (al contrario de los Radix) no sería tanto la raza, sino la cultura y la religión. De esta manera, los Breitbart señalan como una amenaza para la libertad todo lo que no sea occidental y cristiano.
Quizás Milo Yiannopoulos sea el ejemplo más exitoso de entre los Breitbart: cuenta con medio millón de seguidores en YouTube, dos millones en Facebook, y una cantidad superior en Twitter (hasta que su cuenta fue cancelada). Milo es un griego emigrado en su niñez a Inglaterra, medio judío por parte de madre y abiertamente gay. Ataviado con chaquetas de lentejuelas, collares de perlas, el pelo teñido de colores fluorescentes y bolsos de alta gama dignos de Rita Barberá. La “marica peligrosa” (“dangerous faggot”, tal y como se hace llamar) lo tiene todo para ser la víctima propicia de la Alt Right y, sin embargo, se ha convertido en su gurú y estrella mediática. Es famoso por conceder entrevistas a medios y protagonizar charlas en universidades con un tono provocador, irónico y cínico. Ha sido el referente que mejor ha sabido captar y personificar el espíritu transgresor e internauta de los orígenes de la Alt Right para transformarlo en un producto televisivo.
Milo cuenta con grandes dotes comunicativas: rapidez en la réplica, un lenguaje incisivo y claridad en los mensajes. Si bien sus ideas no llegan al refinamiento de las de Spencer, es un comunicador provocativo y de gran eficacia. Un maestro de un uso cínico de la ironía como forma de tensar los límites del convencionalismo social y como medio de extender el discurso del odio cuya existencia él niega. Su machismo roza la patología, lo que le permite convertirse en un gay homófobo con sus ataques a las lesbianas. Se trata de un racista no confeso, pues piensa que con acostarse con gente de otras razas una persona deja de ser racista, lo que equivale a la excusa estúpida que muchos homófobos enarbolan cuando, acusados de homófobos, alegan tener amigos gays. Sin embargo, nadie debería minusvalorar la potencialidad política de Milo, por muy extravagante que sea el personaje o las muchas contradicciones que presente. Se trata de la quintaesencia de la extrema derecha posmoderna, una persona capaz de convertir ideas controvertidas en tendencia viral en las redes, una gran habilidad en el debate público y una capacidad visionaria para reformular el lenguaje político en códigos de consumo cultural de las nuevas generaciones.
El mejor ejemplo de esto es un videoclip sobre la construcción del muro de México prometido por Donald Trump al más puro estilo MTV. En él Milo, junto a dos jóvenes atléticos, comienza a construir el muro de Trump, consiguiendo transmitir a los más jóvenes las ideas del nuevo presidente como algo a la moda. Se trata de un ejemplo genuino de la nueva propaganda política del siglo XXI de la que él es un experto.
Si bien Milo es la gran figura de la facción Breitbart, su discurso irreverente ha terminado por pasarle factura a pesar de su popularidad. El maestro de la ironía ha acabado por ser víctima de su última provocación. El hombre que había creado su seña de identidad en el discurso de que existe una censura pública por parte del pensamiento políticamente correcto de la izquierda, ha debido de quedar noqueado al comprobar que la Conservative Political Action Conference, un think tank conservador, le retiraba la invitación para hablar de su autobiografía (un libro titulado Dangerous), cuya publicación ha sido también rescindida por la editorial Simon & Schuster. En el centro del escándalo están unas declaraciones en las que Milo frivoliza sobre el problema de la pederastia, negando que la atracción sexual hacia un niño de 13 años físicamente desarrollado sea pedofilia, y bromeando sobre el abuso que sufrió por parte de un cura católico de niño. Estas declaraciones se encontraban en un vídeo que él mismo había subido a internet pero que había pasado inadvertido, y que fue aireado por un grupo, también conservador, llamado The Reagan Batallion. La fuente del ataque es significativa, pues este grupo está conectado a sectores tradicionales del partido republicano que se opusieron a la candidatura de Trump durante las primarias y las presidenciales, y que se han cobrado su primera cabeza en la Alt Right.
Por otra parte, muchos en la Alt Right, desde la facción Radix y grupos neonazis llevaban tiempo pidiendo la cabeza de Milo. Spencer por considerar que con su estilo frivolizaba la causa de la Alt Right, Anglin por considerar que un gay medio judío no podía ser la principal cara mediática de la Alt Right. En todo caso este ajuste de cuentas dentro de la derecha se suma a la dimisión del antiguo consejero de seguridad nacional de Trump Michael Flynn, mostrando que las trayectorias de estos individuos son tan fulgurantes y breves como los destellos de una tormenta. El golpe más duro para Milo ha venido de todas formas desde su medio editorial, Breitbart News, del que ha tenido que dimitir como editor senior. Dudo que esto suponga el fin de su carrera, pues sigue amasando millones de seguidores en las redes con un discurso con mucha demanda y que mucha gente quiere oír. Probablemente le ocurra como a Jiménez Losantos cuando fue despedido de la COPE por sus demandas judiciales y excesos verbales; será un gran batacazo en su carrera, pero encontrará algún otro rincón oscuro desde el que extender su bilis. Este es en todo caso otra de las muestras de ese extraño sentido del humor que gasta la vida. Irónicamente, el rey de la ironía que denunciaba la censura social de la izquierda acabó cayendo por un ejercicio de censura y sectarismo orquestado por la derecha, hacia la que nunca tuvo una sola palabra crítica. Esto, querido Milo, es la pura definición de lo que es la ironía.
Dentro del grupo Breitbart, Steve Bannon es el referente más importante, porque sirve de nexo de unión entre estos y los Radix. Más abiertamente racista que la mayoría de los Breitbart, pero con la mentalidad comunicativa de su facción de origen. Se ha llegado a comparar a sí mismo con Lenin por el deseo compartido por ambos de acabar con el establishment y el Estado. Quienes deseen un buen resumen biográfico y político de Bannon deberían consultar este perfil de Álvaro Guzmán.
En el año 2012 se hizo con las riendas de Breitbart News, un periódico digital fundado por Andrew Breitbart dos años atrás, con el objetivo de promocionar el sionismo en los Estados Unidos y defender las posiciones más extremistas del Estado de Israel. Andrew Breitbart murió cinco años después de fundar su periódico y Bannon viró la línea editorial, desde el sionismo al supremacismo blanco y el discurso del choque de civilizaciones.
Su empeño editorial le llevó a convertir el periódico en uno de los más importantes centros de referencia de la América conservadora. Esta experiencia editorial, unida a su etapa como productor de cine, le han otorgado una experiencia y visión en la comunicación política que pocos consejeros en Washington demuestran poseer. La estrategia de Bannon es doble y se demuestra en el aluvión de órdenes ejecutivas de las primeras semanas de Trump, de las que Bannon es autor tanto en el texto como en la estrategia comunicativa. La filosofía que subyace a esta iniciativa legislativa extrema es la de llevar intencionalmente el aguante de la sociedad al límite, con el fin de testar cuál es el grado de apoyo de sus incondicionales y de sus críticos, así como para comprobar el grado de movilización de los opositores, el nivel de aquiescencia y apoyo de los admiradores y la tolerancia de los grupos neutrales y de las instituciones. De esta manera se dibuja un umbral de reforma política sobre el que Bannon y Trump pueden trabajar como un margen de acción política.
La estrategia, osada y exitosa, no ha sido gratuita para el gobierno, pues les ha valido la cabeza de Michael Flynn, el consejero de seguridad nacional, aunque en contrapartida ha revelado que los servicios de inteligencia se encuentran enfrentados a la actual administración y poco cooperativos a la hora de compartir su información, lo que les sitúa al borde de cometer sedición. Esto ha llevado a Trump a la inaudita decisión de conformar un equipo en la Casa Blanca que estudie la relación del ejecutivo con los servicios de inteligencia y su posible reforma. Todo esto hace prever que existe un campo abonado para un futuro conflicto del ejecutivo con los servicios de inteligencia y el Pentágono, que hacen sobrevolar con más fuerza la posibilidad de un impeachment contra Trump, si no acciones más agresivas por parte de estas instituciones contra la administración.
Lo que parece claro es que Bannon está amasando un poder que no veíamos en un consejero presidencial desde la época Bush. Lo que está llevando a una división en el ejecutivo entre la facción más ideológica de la Alt Right capitaneada por él, y los republicanos institucionales de Reince Priebus. Tras la dimisión de Flynn, Breitbart News pidió la cabeza de Priebus por haber detenido parte de las órdenes ejecutivas, lo que puede convertirse en la antesala de una crisis de gobierno en donde los moderados sean purgados y la Alt Right termine por tomar el poder. Más allá de que este escenario se materialice, el enfrentamiento ha servido para demostrar que Bannon sigue conservando el control de Breitbart News, plataforma que utiliza como medio informal para condicionar de manera decidida la dirección del gobierno, así como para generar relatos desde los que influir en la opinión pública y mantener el contacto entre el gobierno y sus bases más adeptas.
Con esto queda claro que aunque la Alt Right se encuentre formalmente dividida en su élite dirigente y de referencia, en la práctica todos estos grupos y personajes se complementan y están conformando un movimiento de extrema derecha de proporciones desconocidas en los últimos ochenta años. Un seguidor de la Alt Right medio tiende a informarse por Breitbart News y a través de los referentes más ligeros de la facción Breitbart. Los más ideologizados encuentran a su vez en los Radix un núcleo de pensamiento más duro y elaborado desde el que desplegar su racismo, y Bannon les unifica a todos como el hombre de Estado de la Alt Right.
Para todos ellos, Trump es un primer ariete en la toma de las instituciones, pero todos tienen claro que su porvenir se encuentra más allá de Trump y, tanto los intelectuales de Radix, como los showmans de Breitbart, y por supuesto Bannon desde la Casa Blanca trabajan para que Trump sea sólo la primera piedra de un proyecto que tiene por objetivo transformar la sociedad y no sólo tomar el poder.
La influencia de la Alt Right en Europa y la construcción de una extrema derecha global
El año 2017 puede convertirse en el comienzo de un nuevo proyecto global de la extrema derecha, o en el techo de cristal de sus aspiraciones. La Alt Right americana ha sido pionera en su asalto al poder gracias a su vinculación a Trump, pero en marzo de este año Wilders y el PVV tendrán su prueba de fuego en Holanda, la extrema derecha alemana de la AfD puede asentar posiciones, y lo más importante, en Francia, las elecciones presidenciales de abril y mayo pueden llevar al poder a Marine Le Pen, quien tiene por primera vez la posibilidad real de conquistar la presidencia francesa para FN.
Todos estos movimientos han generado ya contactos formales con la presidencia Trump e informales con la Alt Right. Las páginas Radix y Breitbart News son consultadas y leídas por la extrema derecha europea, que encuentra en ellas ideas novedosas para su discurso político. Los Radix, por otra parte, tienen una larga relación con los intelectuales europeos de la Nouvelle Droite, de Alain de Benoist, en cuyas ideas se basaron en buena parte para conformar su ideario. Muchos de los miembros de los Breitbart, como Milo o McInnes son de hecho europeos y han ayudado a tender puentes entre la Inglaterra pro-Brexit y la Alt Right.
Con estos elementos, podemos atisbar el posible nacimiento de una extrema derecha global. Cada grupo con sus particularismos, en su discurso de defensa de un Estado-nación fuerte, en contra de la globalización, del Islam, y la izquierda cultural; en definitiva, en su programa y empuje común por la construcción de Etno Estados vemos cómo se conforma con paso decidido una nueva extrema derecha que aunque antiglobalizadora, es producto y resultado de la globalización, y tiene un fuerte contenido de globalización. Porque trasciende las particularidades de los Estados para conformarse como un movimiento internacional. Son el viejo topo del que hablaba Marx, esa corriente revolucionaria que avanza inadvertida hasta que irrumpe en el panorama, sólo que este movimiento no es una revolución, sino el rostro de un monstruo que aún nos elude, un movimiento para el que el término fascista se nos queda pequeño y desactualizado.
¿Conquistarán la Alt Right y sus homólogos europeos las corrientes políticas del año 2017; en el aniversario de la revolución rusa, de la publicación de El Capital, de Marx, y de la reforma protestante? ¿O por el contrario se desinflarán como tantas burbujas políticas que hemos visto desfilar en un tiempo de crisis en donde nada termina por asentarse? El tiempo contestará estas preguntas. El porvenir parece sonreír a la Alt Right, pero no por ello la izquierda ha perdido la última palabra. El carácter profundamente identitario del movimiento ofrece a la Alt Right la clave para crecer y extenderse pero les resta a la hora de conformarse como alternativa de gobierno al neoliberalismo.
A pesar de su discurso proteccionista, la Alt Right no ha ocupado el espacio de una alternativa económica y de gobernanza alternativa a la derecha neoliberal. Este espacio sigue vacío y puede ser aprovechado por la izquierda para imponerse en el medio plazo tanto al neoliberalismo en decadencia como a la Alt Right en ascenso. La izquierda debe demostrar valor en su reformulación y abandonar su identitarianismo para volcarse en la tarea de pensar una alternativa económica y en las lógicas de gobierno. En resumen, debe retomar la idea de enarbolar un programa de transición desde el capitalismo neoliberal a un horizonte de emancipación para el cual aún necesitamos un nombre. Esta es la oportunidad que se abre para la izquierda gracias a la renuncia de la Alt Right de conformarse como una alternativa real al sistema económico en colapso de la economía global. Todos estamos llamados a afrontar este desafío. De lo contrario, allanaremos el camino para la Alt Right.