Europa occidental, esa Europa imperialista y colonialista que fue dueña del mundo a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, confronta desde hace tiempo un serio problema. No me refiero al coronavirus ni a la crisis asociada a esa pandemia. Es algo de lo que no se habla pero que se manifiesta a menudo sin que se lo mencione. Ese serio problema tiene raíces profundas en la mentalidad europea occidental, deriva de su larga historia de dominio y se liga de forma estrecha a su propia identidad.
Es el caso de un amo rico y poderoso, ya envejecido, dueño secular de siervos, voluntades, tierras, y de capataces que manejan sus colonias y a los que desprecia y trata como tales. Ese amo, por sus guerras y errores, acaba un día perdiendo todos sus poderes. Estos pasan a manos de un nuevo amo, para ese entonces más rico y poderoso, joven y dinámico, creativo y bien armado, al que, por no poder evitarlo, el decadente y viejo amo se debe someter, resignándose a que se lo deje al frente, pero solo como capataz, y al que ese nuevo amo, como hacen todos los amos, ya sea con sutileza o con brutalidad, lo trata como se trata a fin de cuentas a los capataces, como subordinados dóciles que deben siempre obedecer.
Es lo que le ocurre a esa Europa occidental hoy sometida a Estados Unidos como servil capataz suya. No entiende que perdió su poder mundial y sus colonias, que hoy es apenas un débil poder de escaso peso, subordinado al amo actual, Estados Unidos. Pero no siempre se resigna a ese triste rol de capataz obediente, porque no olvida su pasado y sueña a veces que todavía es el amo, al menos para tratar como tal a países que fueron suyos pero que hace dos siglos se sacudieron su dominio armas en mano. Es lo que en vano intentan hacer los capataces que se creen amos. Pero esos sueños trasnochados generan solo poluciones estériles y terminan siempre mal, en regaños del amo verdadero, que no acepta competencia y los vuelve a su sitio; o, peor aún, en pesadillas, cuando los países que se liberaron de su poder y no aceptan capataces les hacen ver que ese poder pasó y les recuerdan que en la actualidad ya no son amos sino capataces serviles del amo actual de lo que antes fuera suyo.
De esos países, Alemania acabó siendo el más sensato. Pero le costó. Tarde se hizo país, en 1871, y pese a su poder militar y enorme desarrollo, llegó también tarde al reparto de colonias, monopolizadas entonces por Gran Bretaña y Francia. Provocó la Gran guerra europea buscando un mejor reparto. Perdió. Ingleses y franceses le quitaron las pocas colonias que tenía y le impusieron pagos ruinosos. Pero se recuperó. Y vestida de nazi provocó la Segunda guerra mundial desatando una barbarie horrenda. De nuevo fue derrotada, esta vez por la Rusia comunista y su heroico pueblo. Desde entonces se calmó, se sometió a Estados Unidos, que le dio ayuda económica y la llenó de bases militares, y se dedicó con éxito a crecer de nuevo. Hoy es la primera potencia de esa Europa y quiere gobernarla creando y dirigiendo un ejército europeo. Conoce sus límites, mantiene en la penumbra sus diferencias con Estados Unidos y quizá las muestre luego. Mientras tanto se distrae entrometiéndose en la política venezolana.
Gran Bretaña, ex principal país colonial, se rindió pronto, al acabar la Segunda guerra, al nuevo amo, a su exitosa ex colonia americana. En la Guerra la bombardearon los nazis, con los que su clase dominante simpatizaba. La ayuda envenenada que le dio Estados Unidos la dejó endeudada y en la ruina. Débil y cansada, se rindió y en 1947 Churchill le cedió el bastón de mando al bombardero Truman. Hoy Gran Bretaña es un dócil y obediente protectorado de Estados Unidos y se siente orgullosa de serlo. Es potencia nuclear y al menos algo le queda de su enorme poder financiero de otra época.
Holanda (hoy Países Bajos) y Bélgica fueron potencias coloniales. Bien brutales, por cierto. Pese a esa violencia, Holanda perdió Indonesia y Bélgica el Congo, donde el criminal rey Leopoldo II mató e hizo cortar manos de congoleses a diestra y siniestra. Holanda suele entrometerse en la política venezolana. Mientras disfrutan de sus ricas cervezas, los belgas actuales fingen ignorar que la verdadera capital de Europa no es Bruselas sino Washington y que, para que no haya duda de ello, Bruselas es la sede de la OTAN.
Italia tampoco tiene sueños imperiales. El Imperio romano está muy lejos y reconstruirlo es tan absurdo como imposible. Bastó con la payasada fascista y grotesca de Mussolini y haber logrado en 1935 vengar la vieja derrota de Adua asesinando en masa a los etíopes, entonces llamados abisinios. El poder italiano es hoy dócil capataz de Estados Unidos y de sus bases militares salen barcos y aviones yankees a agredir países asiáticos y norafricanos.
Francia sí mantiene solapados o abiertos sueños imperiales. O sub imperiales. Es potencia nuclear y planea compartir con Alemania esa futura dominación o sub dominación de Europa que ambas creen posible. Pese a su debilidad y sus problemas, conserva una suerte de periferia ex colonial africana que intenta controlar, aunque el fundamentalismo islámico de grupos como Boko Haram y otros viene golpeando duro ese proyecto. También se entromete a menudo en la política venezolana.
Portugal y España fueron desde el siglo XVI las primeras grandes potencias coloniales de Europa. El pequeño Portugal fue amo del futuro Brasil, es decir, de media América del Sur, estableció bases esclavistas en las costas occidental y oriental de África, en el sur de India y de China y se adueñó de las estratégicas Islas de las especias. En los siglos siguientes fue perdiendo sus colonias, primero Brasil, convertido en Imperio, luego las otras. Pero en la segunda mitad del siglo XX se aferró a lo que le quedaba en África: a Angola y Mozambique, para perderlas al final también. Hoy es un país sin colonias, tranquilo, sujeto al predominio yankee y carente de sueños imperiales.
El caso más patético es el de España, capataz de segunda, acomplejada con Alemania y Francia y cuya obsesión imperial con Latinoamérica linda ya con la demencia. Guerras, soberbia y derroches ayudaron a su potente Imperio del siglo XVI a entrar en decadencia. Ya en el siglo XIX, no pudo impedir la liberación de sus colonias americanas. Armas en mano, nuestros países se libraron de su dominio hiriendo su orgullo colonial. Y cuando a fines de ese siglo empezaba a resignarse, Estados Unidos la humilló a fondo en una corta guerra y la despojó de Filipinas, Puerto Rico y Cuba. Se consoló en el norte africano, pero también perdió. Acabó en manos de un franquismo que aún vive. Y se rindió sin reserva a Estados Unidos. Pero su clase dominante se niega a aceptar que desde hace dos siglos nuestros países no son colonias suyas y que su Imperio americano se acabó para siempre.
Por eso su injerencia cotidiana, por eso su obsesión actual con Venezuela. España es refugio de derechistas, golpistas y prófugos huidos del país. PP o PSOE, sus gobiernos los apoyan. Y en la Unión Europea España arrastra para esa injerencia a Alemania, Francia y Holanda a fin de tomar así cualquier decisión contra Venezuela sin consultar a los otros miembros. Es el caso de estas últimas sanciones con las que el capataz imitador de Estados Unidos sueña ser amo de Venezuela.
España debería pensarlo bien y evitar el ridículo. Si el gobierno de Venezuela, guste o no guste, se niega a aceptar imposiciones y sanciones del amo que es Estados Unidos, ¿cómo creen los gobiernos españoles que aceptará imposiciones y sanciones suyas, de esa España que siendo el payaso se cree dueña del circo, cuando este año nuestro país celebra Carabobo y en tres años celebrará la gloriosa victoria de Ayacucho?
Un comentario
Magistral análisis de contexto mundial y la situación de decadencia de la hegemonía yanqui y proyanqui. Vayanse al carajo y que viva la justicia y la igualdad, es decir Socialismo.