Resulta imprescindible comprender los recurrentes conflictos de distribución del excedente económico en Argentina, enmarcados en las condiciones generadas por la lógica de la acumulación capitalista a nivel global. Como economía periférica, es altamente vulnerables al movimiento de variables definidas por los países centrales del capitalismo global y, hoy más que nunca, por las decisiones de las corporaciones transnacionales que dominan la escena de la economía mundial.
Las especificidades de inserción de la economía argentina a la economía global y sus particulares patrones distributivos en términos económicos han dependido/dependen, en cada momento, de la capacidad del bloque dominante de imponer a las clases subalternas condiciones de acumulación y distribución del excedente económico en línea con sus intereses.
Es entonces claro entender una línea de continuidad entre la apología acrítica de la supuesta bonanza nacional en las épocas del “granero del mundo” con las apelaciones a convertirse en el “supermercado del mundo” promovidas por los actores políticos que representan a las diferentes fracciones de la clase dominante.
Frente a estas posiciones que han planteado desde fines del siglo XIX una especialización en las actividades primarias se han alzado, en particulares momentos de la historia, gobiernos que surgidos del pleno funcionamiento de la democracia y mandatados por el voto popular, han intentado/intentan con diferentes grados de éxito disputar el supuesto destino manifiesto de primarización económica.
La derecha
Estos sectores no han tenido reparos en apelar a las interrupciones del funcionamiento democrático cuando las políticas regulatorias de las condiciones de acumulación del capital en beneficio de una distribución de la riqueza más justa se sostenían en el tiempo y parecían profundizarse.
Sin embargo, el gigantesco desafío para el gobierno democrático y popular es que la clase dominante cuenta con un instrumento político que ha resultado altamente competitivo y que, cuando estuvo en el poder, profundizó el deterioro y desmantelamiento de las políticas públicas regulatorias y distribucionistas.
En estos días, desde su rol opositor continúa planteando un peligroso discurso de vaciamiento y deslegitimación de la democracia. Para algunos/as esta embestida podría resultar paradójica, en especial para aquellos que creyeron ver intenciones democráticas en esta nueva derecha. Nada más alejado de la realidad y de las preocupantes señales que asoman en el futuro.
Antidemocráticos
La historiadora marxista estadounidense Meiksins Wood advertía temprana y certeramente que los problemas actuales de desigualdad global, debilitamiento de las democracias y degradación ecológica son generados por los imperativos sistémicos de la acumulación capitalista en su actual fase global.
Esas cruciales aportaciones se vinculan con las notables reflexiones de la filósofa y politóloga estadounidense. Wendy Brown (El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo, 2015) que desmenuzaba los efectos que la racionalidad neoliberal había tenido en el cuestionamiento del rol regulatorio del Estado primero y en la consecuente deslegitimación de la democracia vía el cuestionamiento persistente a la política.
Esta argumentación es revisada y reinterpretada por esta autora en otra obra de reciente aparición (En las ruinas del neoliberalismo. El ascenso de las políticas antidemocráticas en Occidente, 2020) donde, más allá de sus escasas referencias fuera del ámbito de la política estadounidense, aporta algunas consideraciones adicionales para seguir pensando la particular situación económica y política argentina y, en especial, las acciones y discursos antidemocráticos de importantes sectores de la derecha.
Brown alerta que la racionalidad neoliberal no ha logrado instalar como sentido común imperante una suerte de “empresarialización” de la vida personal. También ha conseguido, en su constante ataque y descrédito a la política, el Estado y lo público, la emergencia de “tribalismos” neoconservadores. Estos han apelando, en muchos casos, a metodologías violentas y antidemocráticos que pugnan por la instalación de un orden de absoluta libertad de funcionamiento de los mercados en extraña simbiosis con la apelación a un tradicionalismo moral que cuestiona la ampliación y reconocimiento de derechos civiles, políticos y sociales reconocidos por las democracias occidentales en la segunda parte del siglo XX.
Individualismo
El aspeco novedoso de la nueva obra de Brown es la pretensión de intentar desentrañar y explicar los mecanismos que han permitido la emergencia de estas facciones apelando a un abordaje menos “economicista” (según sus palabras). Plantea entonces lo desafiante de esta extraña combinación de un neoconservadorismo moralizante con la apología del libre mercado,que hunde sus raíces en los padres del pensamiento neoliberal -Friedman, Hayek- que tan eficazmente supieron apelar Thatcher y Reagan cuando, precursoramente a fines de los ’70, implementaban la contraofensiva neoliberal contra las regulaciones estatales de la economía y la promoción de una moralización de la esfera política apelando a un tradicionalismo familiarista y conservador.
Esta exacerbación del individualismo enfrentando los dispositivos colectivos alimentó el conjunto de ideas que la autora sintetiza como la “antipolítica neoliberal”:
* El ataque al Estado y las instituciones públicas.
* La desconfianza en la política.
* La hostilidad hacia la democracia.
Lo importante de detenerse en el análisis de estas dimensiones políticas y culturales del neoliberalismo es mostrar, como señala Brown, que no debería sorprender por discursos y acciones antidemocráticas, misóginas, xenófobas y hasta racistas de quienes, en muchos casos en nombre de la libertad de expresión y los valores democráticos, tienen como proyecto político el debilitamiento y asfixia de la democracia.
Virulencia
Tomando en consideración estas preocupantes reflexiones sobre fenómenos globales, en el plano local cuatro décadas de ataque neoliberal a la política y el Estado han generado las condiciones para el surgimiento de valores y actitudes antidemocráticas en alguna parte de la ciudadanía que los personeros del neoliberalismo local se encargan de estimular con diferentes grados de virulencia.
Es una compleja tarea para el sistema democrático encontrar los dispositivos de procesamiento de estos planteos que, apelando a derechos y libertades garantizados por la democracia, tienen como objetivo su deterioro.
La sociedad argentina ha sido testigo de la implementación de estos patrones políticos, económicos y culturales. Primero, de una manera autoritaria por la dictadura cívico-militar (la “privatización autoritaria de la escena pública”, tan claramente definida por Oscar Oszlak). Luego con el apogeo de las políticas de desmantelamiento del Estado, promoción del individualismo y desregulación de los mercados implementadas en la década del noventa.
Más allá de los intentos de recuperación del rol del Estado y la política del período kirchnerista, los valores centrales del individualismo antipolítico neoliberal permean el sentido común hegemónico en la sociedad. Son los que, entre otras variables, permitieron el acceso al poder por la vía democrática de una fuerza política que descree en la misma y ha tenido y tiene discursos y procedimientos autoritarios.
Disputa cultural
De todos los ejemplos de esta larga secuencia de cuestionamiento estatal, debilitamiento de la política y degradación de la democracia que se podría señalar en estas cuatro décadas, resulta relevante hacerlo en relación con el sistemático ataque llevado adelante en las distintas fases del neoliberalismo local y, en especial, en el gobierno de la Alianza Cambiemos sobre la Educación Pública en todos sus niveles.
No es casual que, más allá de visualizar al campo educativo como potencial escenario para los negocios privados, la vulgata neoliberal no haya dejado de atacar y denostar a esta política pública distintiva de la sociedad argentina.
Un sistema de educación pública laica y gratuita fortalecido, en constante expansión y de calidad de la mano de un sistema de ciencia y tecnología fuerte contribuye centralmente a la conformación de una ciudadanía activa y crítica (“politizada”) indispensable para la profundización del funcionamiento democrático.
El proyecto neoliberal ha tenido y tiene, además de su indiscutible faceta económica, una dimensión cultural que ha apuntado centralmente sus diatribas contra el sistema público educativo. Cuando les ha tocado gobernar, tanto a nivel nacional como en el caso de la provincia de Mendoza, han reducido su presupuesto, criminalizado la protesta de las/os trabajadoras/es de la educación, denostado al instrumento sindical para luego, con un falso neutralismo, apelar a recetas tecnocráticas importadas de fundaciones internacionales y locales con las cuales evalúan a “una educación pública en crisis” (sic).
La profecía autocumplida de los que alentaron los períodos de desfinanciamiento, desinversión y deslegitimación y, cuando ocupan el gobierno, acuden a las consultoras privadas para solucionar problemas de “gerenciamiento” y escasa “resiliencia” de las/os servidores públicos.
Es crucial confrontar estos discursos en la arena pública desmontando su pretendida neutralidad, develando sus intereses e historizando sus derroteros como una forma de contribuir a la disputa cultural ineludible, que persiga el desenmascaramiento del sentido común liberal como una de las tareas inevitables en la confrontación de las fuerzas democráticas, progresistas y populares con los sectores dominantes en la Argentina.