Mariana Álvarez Orellana
Fue una larga, larga espera, marcada por tensiones y permanentes amenazas golpistas, pero finalmente el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) de Perú proclamó como presidente electo al profesor y sindicalista de izquierda Pedro Castillo, de 51 años, quien se impuso por más de 44.200 votos sobre Keiko Fujimori en la reñida segunda vuelta electoral del pasado 6 de junio.
Con la totalidad de mesas escrutadas, Castillo (Perú Libre) obtuvo el 50.13 por ciento de los votos mientras que Fujimori (Fuerza Popular), el 49.87. En estos tiempos de pandemia, la sesión de proclamación de Castillo como presidente, fue virtual. Castillo estaba conectado por internet desde su local partidario, en el centro de Lima, rodeado de una multitud que celebraba el momento de triunfo, y que comenzó a corear “Sí, se pudo” apenas fue oficialmente proclamado oficialmente.
El triunfo de Castillo, que asumirá la presidencia este 28 de julio, es la victoria de los sectores populares, de las poblaciones marginadas, de las olvidadas zonas rurales, de los históricamente excluidos, reivindicados en el año del Bicentenario de la Independencia. Es también el triunfo la esperanza del fin del modelo económico neoliberal que impera hace más de tres décadas, y que ha sumido al país en su peor crisis política, económica, financiera, social y sanitaria.
Cuando comenzó la campaña electoral, pocos lo tomaron en cuenta. Fue la gran sorpresa en la primera vuelta y el batacazo en la segunda, para convertirse en presidente. En su pequeño pueblo natal sus vecinos tomaron las calles coreando “Pedro, presidente”. La fiesta popular se repitió en todo el país
“Invoco a nuestros contendores políticos y agradezco a quienes han venido haciéndolo, de acercarnos. Invoco a la lideresa de Fuerza Popular, a la señora Fujimori, que no pongamos más barreras en esta travesía y no pongamos más obstáculos para sacar adelante este país”, sostuvo, tras hacer una convocatoria abierta para quienes quieran colaborar en su gestión con “lealtad, con dignidad, con transparencia”, y reiteró su compromiso de luchar contra la corrupción.
Castillo, con su sombrero blanco de ala ancha típico de los hombres de campo de la región andina, salió al balcón del segundo piso de la sede partidaria, acompañado por su vicepresidenta, Dina Boluarte, e inmediatamente hizo un llamado a la unidad, en medio de una campoaña de la derecha y del establishment para dividir el país, con llamados golpistas a no reconocer la legitimidad del nuevo presidente.
Castillo dijo que había sido “una lucha de muchos años” para llegar a la victoria popular y prometió “un gobierno de todas las sangres, sin discriminación alguna, donde nadie se quede atrás”. Tuvo palabras de apoyo y reconocimiento para las poblaciones indígenas, para “los hombres y mujeres del Perú profundo”, a quienes les aseguró que gobernaría para defender sus derechos “en este esfuerzo para hacer un Perú más justo, más digno y más unido”, exclamó.
“Rechazamos cualquier cosa que vaya en contra de la democracia. No vamos a permitir que se robe un centavo al pueblo peruano. Ratificamos nuestro compromiso, luchar contra la corrupción y los grandes males de país”: así cerró su discurso, mientras la multitud coreaba “Vamos pueblo, carajo, el pueblo no se rinde, carajo”, en un festejo contenido por semanas .
Horas antes de la proclamación de Castillo, Keiko Fujimori dio un mensaje que fue una declaración de guerra. Contradictoria, dijo que reconocería el resultado electoral que ha dado como ganador a Castillo, pero señaló que su gobierno sería “ilegítimo”, tras llamar a sus seguidores a movilizarse en contra del nuevo gobierno.
Minutos después de oficializada su proclamación como presidente electo, Castillo comenzó a recibir felicitaciones de presidentes y personalidades de todo el mundo, de derecha, de centro y de izquierda.
Uno de los grandes problemas que enfrentará Castillo es el de la gobernabilidad. No hay que olvidar que en los últimos cinco años, Perú tuvo cuatro presidentes, generando un escenario complejo para la gobernabilidad en el próximo período presidencial es complejo. Ningún presidente ha podido mantener la estabilidad de su gobierno, y fueron constantes los embates por parte de la oposición en el Congreso provocando un clima de inestabilidad. Y nuevo gobierno no estará exento de eso.
Porque nuevamente, el Congreso hiperfragmentado entre diez fuerzas, la mayoría de derecha, hará lo posible para impedir, en todo lo que pueda, al gobierno de Castillo. Más allá de la fragmentación, el Congreso posee mecanismos, establecidos por la Constitución, para limitar, impedir y hasta vacar (destituir) a un mandatario, lo cual complejiza el panorama de un presidente que no tendrá mayoría en el Congreso para impulsar las reformas y cambios que plantea.