Por Juan Medina Figueredo
David, “la vida se nos va y nos vamos apagando”, repetía una canción de los tiempos de la renovación universitaria, “viejo, mi querido viejo”, decía otra de los mismos años, pero eso nunca te creíste que lo fueras, ¿viejo yo?. En otra de las vueltas y giros de la tierra, recordaba el poeta Eugenio Montejo que estamos en una carrera de relevos donde uno toma la antorcha del otro y continúa la carrera, como en los juegos olímpicos. Tú tomaste la de tus ancestros, viejos luchadores contra la dictadura de Pérez Jiménez, hasta la tortura y la ejecución de uno de ellos por la policía política de entonces, la Seguridad Nacional. Tú, luego, tomaste la antorcha de tantos de la generación de los sesenta, asesinados también por los sucesores de la vieja Seguridad Nacional, el SIFA, la Digepol, que luego mutaron en la DIM y en la DISIP y tomaste, finalmente la antorcha de Jorge Rodríguez, padre. David, ahora dejas tu honda para que otros tomen tu lugar en la lucha contra Goliat.
Alguna vez dije que eras el prisionero político que más cárceles, torturas y desapariciones forzadas había sufrido en nuestro país, sin desdoro de su dignidad, en su larga e incansable pelea y resistencia por lo que creías justo y necesario para nuestro país y el mundo. Los justos, para Moisés, eran los que cumplían la Ley estatuida por Yaveh. Para Jesús, los justos serían bienaventurados. Y Marx dijo, recuerdo que se hizo consigna en los tiempos de la renovación universitaria de 1969, en nuestro país, “No basta interpretar el mundo, es necesario transformarlo”.
Tú, como en los versos de Antonio Machado, “Caminante no hay camino/camino se hace al andar, fuiste haciendo camino, por las carreteras, por los montes, por ciudades y pueblos, siempre en la clandestinidad, con breves interregnos y grietas de lucha en espacios de legalidad como cuando recorrías barrios y fábricas llamando a votar nulo, recuerdo que te dejaron mudo cuando en un barrio alguien te gritó “y si votamos nulo, ¿por quién votamos? ¿o perdemos nuestro voto?”
¿Qué había en el fondo de tanto coraje y resistencia frente a la tortura, el martirio, la incomunicación y la desaparición forzada? Estaba el recuerdo imborrable de tu madre, cuando te vio salir, creo que de tu primera prisión, con la frente en alto y sentenció: te prefiero muerto a delator, como las madres espartanas que despedían a sus hijos reiterándoles que volviesen o victoriosos o muertos, cubiertos con su escudo. Estaban también tus ilusiones, como cuando dijiste que frente a la tortura pensabas en la dictadura del proletariado, lo que nunca entendí.
Algo que siempre me pareció increíble fue tu buen humor, frente a cualquier circunstancia. Anden alegres, orientaba Jesús a sus apóstoles. Decía Sukuinushisama, fundador de Sukyo Mahikari, que la gratitud a Dios se demostraba con una sonrisa a la hora de morir. Uno de los presos políticos que te acompañó en la cárcel de La Pica, Miguel Pinto, recordó anoche, en uno de sus mensajes de teléfono, con motivo de la trágica noticia de tu fallecimiento, que no te había visto serio nunca. Sí existe esa foto en la que levantas tus manos esposadas con gesto airado, cuando te trasladan a un tribunal militar. Pero hasta tus últimos días repetías con humor, a sabiendas de la gravedad de tu enfermedad, que tú no serías el primero en irse, seguirías a otro y después nos esperarías a nosotros.
Existen dos de tus testimonios que son para enmudecer a cualquiera. En el campamento antiguerrillero de San Pablo, en el estado Anzoátegui, te sacaron de una cisterna donde te mantenían encerrado, aislado del aire y del sol, estabas amarrado, vino un teniente y te dijo: ahora te vas a comer esa piedra que tienes a frente a ti, lo que se te ocurrió fue reírte a carcajadas y allí mismo te cayeron a golpes hasta dejarte desmayado. Años después, en el último secuestro que sufriste, te subieron amarrado a un helicóptero , un Disip y un oficial del ejército y el Disip comenzó a interrogarte y frente a tu silencio, finalmente dijo que te lanzarían sobre esas montañas, las del Bachiller y tú comenzaste a reí r a carcajadas. El oficial del ejército dijo: no ves que este hombre no va a hablar, vamos a bajar y te trajeron de vuelta luego hasta la Carlota y de allí a los sótanos de la Disip. Porque el escándalo del asesinato de Jorge Rodríguez, no permitía mantenerte secuestrado y desaparecido por más tiempo.
Semejante hombre era capaz también del llanto desconsolado de un niño, como lo hiciste cuando Esperanza Martinov, representante de la Fiscalía General de la República, se presentó a la Disip, solicitó conversar contigo y te comunicó el asesinato de Jorge Rodríguez. Entonces, te devolvieron a tu celda y regresaste envuelto en llanto, llamándome desde tu “tigrito”, para gritarme entre lágrimas y voz desconsolada: “ mataron a Jorge, su cuerpo no soportó la tortura”. Pocas horas antes de conocer tan trágica noticia, gritabas a Sara Godoy, detenida también en otra celda: “mi amor, te envío “Los versos del Capitán”, de Pablo Neruda”. De tus conmociones y llantos finales, puede dar testimonio la poeta Grisel Calzadilla, esposa de Agustìn Calzadilla, el abogado que presidiera el Comitè de Defensa de los Derechos Humanos en los más peligrosos años de los sesenta, sin que nunca se le enfriara el guarapo.
David Nieves Banch, te saludo y te nombro, mientras te pierdes silbando en la noche, abriendo camino entre las estrellas, sin miedo a extraviarte, siempre riéndote y recordando a los amigos que dejaste atrás, en la inmensidad de la noche, yo sé que con picardía cargas tu honda en el bolsillo de atrás, esperando encontrarte a Goliat, en cualquier lugar y momento, para darle en la mera mera frente. ¡Adiós! ¡Adiós! Comenzamos a gritarte, invisible en la lejanía, con la esperanza de tu pronto retorno. ¡ Adiós! ¡Adiós!