Cualquier ciudadano venezolano pudiera certificar la importancia que tuvieron las jornadas del 11, 12 y 13 de abril de 2002 para la historia contemporánea de Venezuela, teniendo un buen número de implicaciones en diferentes ámbitos que pasaremos a destacar, conmemorando aquellos días luego de dos décadas.
Aquí no se trata de recordar a los actores y factores que dieron el golpe de Estado contra el gobierno del presidente Hugo Chávez y su posterior respuesta por parte de la fuerza armada y el pueblo venezolano, ya lo suficientemente documentados y difundidos en no pocos libros, documentales e informes, sino de analizar lo que de allí derivó en cuanto a política e historia, geopolítica y tecnologías para el «cambio de régimen».
Aquí se trata de registrar los fenómenos más allá de lo que ocurrió en sí hacia otras dimensiones.
Retroalimentación política-mediática
Es indudable el carácter político de los medios de comunicación privados en Venezuela, desde los tiempos en que los principales canales de televisión y de prensa comenzaron a influir en la opinión pública a favor o en contra de ciertas corrientes y acciones de partidos políticos, movimientos sociales y programas administrativos que tendrían gran influencia en la dinámica nacional.
Podemos resaltar el espacio televisivo de Marcel Granier, Primer plano, en RCTV que sirvió de tribuna para la modificación del Estado venezolano hacia un mecanismo de gobierno liderado principalmente por «la generación de relevo» de la que, por supuesto, él mismo formaba parte. Se trataba de un Estado dirigido por los empresarios más influyentes en las décadas de 1970, 1980 y 1990, y que dio un espaldarazo a la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE) en 1984, durante la presidencial de Jaime Lusinchi.
Granier tendría un papel esencial durante el golpe de 2002, no solo desde su programa sino como gerente de RCTV, televisora que ejerció un bloqueo informativo de los sucesos en Caracas que concluyeron en el secuestro del presidente Chávez, bajo una política de «cero chavismo» en las pantallas durante el 11 de abril, introduciendo en su lugar una narrativa que dio paso no a la información sino a la construcción sentimental de un consenso a favor del cambio de régimen que ocurría en tiempo real.
- Recordemos la expresión en el programa televisivo de Napoleón Bravo el 12 de abril de 2002: «Gracias, medios de comunicación«.
Podemos observar que lo mismo está ocurriendo con Rusia a lo largo del espectro occidental con los cierres de canales y restricción y censura de portales web de RT y Sputnik a través de los conglomerados mediáticos y de Big Tech, cercenando de raíz la emisión de información y análisis distintos a la cobertura estadounidense y europea, no solo de la operación militar rusa en Ucrania, sino de todo suceso a lo largo y ancho del mundo.
Este factor produce, al mismo tiempo, una modificación en el comportamiento en torno a todo lo ruso, privilegiando una actitud de hostilidad y de «cancelación cultural» que se originaron en su proceder en abril 2002 (y en adelante), cuando se vieron motivados hacia todo lo chavista desde los medios y voceros políticos del extremismo opositor, abiertamente protegidos por el paraguas estadounidense. En esta arista hay una continuidad de los procedimientos, con motivaciones políticas y culturales de disparadores hacia lo mediático.
Que el trabajo de RCTV y El Nacional, entre otros medios, haya producido consecuencias políticas no es una casualidad; tampoco lo es que derivara en una agenda fascista de persecución y «cancelación» del chavismo los días 11 y 12 de abril. El golpe mediático retroalimentó el golpe político y jurídico.
En ese sentido, también hubo una prolongación de la labor política-mediática de Granier, desde la década de 1970 hasta 2008, año en que termina la concesión oficial de RCTV para su transmisión en el espectro comunicacional venezolano.
Otra tachuela en el mapa geopolítico de operaciones
Un vistazo a lo que acontecía en el resto del mundo en 2002, podemos traer a colación el hecho de que Estados Unidos estaba llevando a cabo acciones en diferentes escenarios que tuvieron consecuencias en diferentes dinámicas nacionales.
En 2001, ocurrió la invasión de Afganistán y a principios de 2003 la Casa Blanca, entonces gobernada por George W. Bush, se preparaba para la invasión de Irak.
En el ínterin, en 2002, luego del golpe y contragolpe en Venezuela, el Departamento de Estado norteamericano designó a Corea del Norte, Cuba, Irán, Irak, Libia, Sudán y Siria como «Estados promotores del terrorismo».
Desde entonces, la ofensiva económica, financiera y comercial contra todos esos países fueron incrementando con los años, y en algunos las operaciones militares estadounidenses caotizaron a países, teniendo éxito en su afán de cambio de régimen en algunos: Irak, Libia, Sudán. En Siria, donde aún existe una base estadounidense que ocupa parte del noroeste rico en yacimientos petroleros, no pudieron derrocar al gobierno de Bashar al-Assad, sin embargo, sigue siendo una fuente de logística y protección para terroristas del ISIS y Al-Qaeda.
Venezuela no estaba exenta de compartir un sitio en las aspiraciones occidentales de cambio de régimen en el mapa geopolítico. Si bien el control de las agendas nacionales ya no es una prerrogativa de Estados Unidos no solo en la República Bolivariana sino en varios de los países mencionados, en su momento, siendo nuestro país uno que en todo el siglo XX orbitó bajo la gravedad influyente de Washington, desde la capital estadounidense se creía que bajo el formato del golpe de Estado y el establecimiento de un gobierno liderado por empresarios y políticos que hoy disfrutan de su protección, podría obtener el mismo resultado que planificaban para Irak y, posteriormente, Libia.
Que las jornadas de abril de 2002 concluyeran en un rotundo fracaso no significaba que la Casa Blanca iba a dejar de insistir en acciones destituyentes. Luego vino el sabotaje petrolero, liderado por los mismos actores del golpe meses antes, entre ellos la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), Fedecámaras, cierta cúpula de PDVSA y Coordinadora Democrática (precursora de la Mesa de Unidad Democrática -MUD-), que produjo pérdidas calculadas en unos 16 mil millones de dólares, de acuerdo al Ministerio del Poder Popular de Petróleo.
Luego, en 2005, el presidente Chávez denunció la Operación Balboa, llamado «Ejercicio Específico Planeamiento Operativo Balboa», que formó parte del 2do. Curso de Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas españolas en mayo de 2001, al cual asistieron oficiales invitados de varios países. Consistió en un ejercicio militar del ejército de España, miembro de la OTAN, realizado entre el 3 y el 19 de mayo del mencionado año.
- El 7 de octubre de 2001 comenzó la invasión y ocupación de Afganistán.
Es probable que la Operación Puma, un ejercicio militar argentino que se dio entre abril y junio de 2019 que tenía por misión la «invasión humanitaria» de Venezuela, bajo el formato de coalición multinacional, sea una continuación estratégica de Balboa.
En la década de 2000 la Casa Blanca produjo una serie de intervenciones militares, abiertas y encubiertas, algunas exitosas y otras que culminaron en fracaso, para modificar el cuadro internacional a su favor. En este marco de operaciones puede leerse el golpe de abril, teniendo en cuenta que los actores que lo protagonizaron tienen estrechas conexiones con el establishment estadounidense (léase Leopoldo López, Julio Borges, Iván Simonovis, Pedro Carmona Estanga).
No se debe olvidar, como incluso lo reportó El País español en su momento, el papel del Pentágono en los sucesos golpistas:
«El teniente coronel estadounidense James Rodgers, instalado en el quinto piso de la Comandancia del Ejército, habría asesorado a los generales que desobedecieron a Chávez y permanecido con ellos hasta su derrota. El portavoz de la Embajada norteamericana, John Law, negó una complicidad que no parece descabellada porque el embajador de Estados Unidos, Charles Shapiro, acompañado por el de España, Manuel Viturro, se entrevistó con Carmona después de que éste hubiera disuelto el Congreso y se dotara de la facultad de legislar por decreto hasta la convocatoria de elecciones».
Así que no es osado afirmar el hecho de que abril de 2002 en Venezuela estaba interconectado con diferentes aristas geopolíticas, en medio de varios movimientos militares de Estados Unidos y la OTAN en la región (remember Haití en 2004), en el Sudoeste Asiático y en África. Una tachuela más en el mapa de operaciones occidentales.
Continuidad y abriles
Si trazamos una línea histórica de las acciones y motivaciones destituyentes por parte del antichavismo en Venezuela, podremos notar la continuidad existente entre los factores y actores que operaron en abril de 2002 y el resto de los intentos golpistas a lo largo de las últimas dos décadas.
Ya hemos mencionado a los políticos Leopoldo López y Julio Borges, pero tampoco se debe desestimar el papel de Henrique Capriles, firmante del Decreto Carmona y protagonista del asedio a la Embajada de Cuba en Caracas, un delito tipificado en los códigos de derecho internacional.
El Estado español, asimismo, al igual que Estados Unidos, tiene una cuota de responsabilidad en muchos escenarios destituyentes, incluida la protección de Leopoldo López tras la fuga.
Por su parte, el sector empresarial venezolano tuvo una función importante durante los años más intensos de guerra económica interna, sobre todo en el desorbitado alza de precios que provocó una inflación con pocos precedentes en la historia republicana. La combinación de este escenario con el bloqueo y embargo de la economía nacional por parte de Estados Unidos fue un caldo de cultivo ideal para diversos planes golpistas en la última década que el gobierno el presidente Nicolás Maduro tuvo que enfrentar, con éxito y dando actuales réditos políticos.
La mediática antichavista sigue desbordada en su capacidad de emitir ráfagas de bulos, noticias falsas y canales para la manufactura de consensos entre su audiencia. Entre uno y otro intento destituyente, su papel sigue teniendo un sentido nodal en la guerra informativa y en el teatro de operaciones de las operaciones psicológicas, sobre todo el sector que bebe de la fuente USAID, NED y demás ONG asociadas.
En parte, buen grado de que a Juan Guaidó se le haya «reconocido» como «presidente interino» recae sobre la narrativa mediática que se hace eco del mandato estadounidense en el espectro nacional e internacional, un vivo ejemplo del sesgo informativo que se vivió en abril de 2002. A su vez, sirve como correa de transmisión para el mensaje de odio político y cultural de todo lo que hace, piensa y representa el chavismo desde aquellos días. Nada ha tenido mayor continuidad que la denostación avalada por los tribunales mediáticos y la Big Tech a favor del antichavismo.
En respuesta, el Estado venezolano ha generado una fibra que compromete a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) con los procederes y expectativas de la población politizada y organizada en el chavismo, esa hechura originalmente chavista denominada unión cívico-militar, que ha tenido oportunidades para demostrar que puede replicar los contragolpes de los abriles que se desencadenen.
Podemos hablar de la Batalla de los Puentes en febrero de 2019 y el desmontaje de la Operación Gedeón en 2020 como un botón clarísimo, pero asimismo mencionar la experiencia de los CLAP (muy especialmente en otras regiones del país fuera de Caracas), teniendo en cuenta que el área económica y social es una de las aristas más importantes en la estrategia de golpe continuado contra la República Bolivariana, pues existe la expectativa opositora de que la ciudadanía tome la iniciativa de derrocar al Gobierno Bolivariano (como en 2014 y 2017).
Puede sonar a cliché e incluso motivo de saña para algunos, a estas alturas y luego de 20 años. Pero la mejor arma que tiene Venezuela para contrarrestar las tentativas de segarle el derecho a existir como nación independiente y en formación de soberanía sigue siendo el gobierno actual en conjunción con el pueblo movilizado como actores integradores.