¿Qué es eso tan fuerte que retumba en el pecho del pueblo con las devociones? Pueden existir decenas de explicaciones etnográficas, antropológicas y sociales que le den racionalidad a las creencias, mitos y tradiciones, pero cuando nos confrontan los tambores y los rostros ebrios de pasión devocional, tenemos otra lectura.
Estuve en Lezama, cerca de Altagracia de Orituco, durante la fiesta de San Juan, acompañando a Fernando Soto Rojas y al alcalde Pedro Ramón Solórzano, rodeado de negritud, pero no es solo decir, era el África antigua y profunda la que timbraba los pechos. El coro gutural del grupo humano apuntando con palos y machetes hacia el santo ubicado en la puerta de la iglesia, como si tratara de una batalla cultural por rescatar una deidad robada por Europa, una denuncia espiritual que a poco se hace violenta, como fueron las operaciones opresoras del europeo en la trata negrera durante tres siglos.
La estatuilla del San Juan de Lezama fue repuesta por las autoridades municipales, luego que fuera dañada durante un incendio ocurrido en la iglesia, los creyentes pensaron que se trataba de un aviso celestial y los negros kimbanganos del lugar, con Zita María Marrero al frente, una negra que aún a sus 89 años baila como si fuera una muchacha, la recuperaron mediante una solicitud a la Alcaldía de Monagas.
Lo más impresionante de la celebración de San Juan de Lezama, es la recuperación de esa tradición por parte de centenares de jóvenes que bailaron con frenesí al santo, es la antítesis de la pacatería y disimulo cupular de la Iglesia Católica, bailaron su santo con la descarga erótica que solo los africanos y africanas pueden generar al mover sus cuerpos con total libertad y desenfreno, cargado de sexualidad ancestral.
Guillemina Marrero, la custodia del San Juan de Lezama, con la voz en un hilo de agudeza, de tanto cantar y «serenarse» durante tres noches en tributo a su santo, le envía un mensaje al presidente Maduro, emocionada le pide y agradece ir a Lezama para recuperar la Casa Amarilla, una edificación colonial que en medio de ruinas parciales todavía se yergue como testigo histórico patrimonial que hoy es reclamada por la Cofradía de los Negros Kimbanganos para convertirla en centro cultural de la parroquia.
En medio de la celebración el mágister Francisco Cedeño, de la Red Angostura, me comenta que escuchó a dos mujeres del lugar conversando sobre la visita del alcalde Solórzano y una le decía a la otra: «Vamos a pedirle (al alcalde) que nos brinde una caja de cervezas» y la otra mujer le respondió: «No, no ves que nos dio la estatua de San Juan y ¿qué más vamos a pedirle?». Traza ética del pueblo venezolano, que discute su bienestar más allá de lo que siempre quisieron y quieren los opresores, alcoholizarlos para dominarlos mejor.
Cedeño, que es antropólogo, agrega para describir esta fiesta popular de los Kimbanganos de Orituco, que esas manifestaciones están en contra de la racionalidad burguesa, cuando bajo la creencia religiosa los creyentes llegan a un estado de posesión y pasan al estado de trance cuando la deidad, en este caso San Juan, es introducida en la rítmica del baile de tambor.
La racionalidad europea no ha entendido ese estado de posesión y de trance. Contra toda la racionalidad burguesa el pueblo, a través del santo, introduce toda una carga cultural ancestral, en este caso africana, para preservar la esencia de sus creencias originarias con la libertad absoluta que es negada y restringida por la Religión católica.
Los Kimbanganos de Orituco, además de honrar a San Juan, también reiteran la demanda a las autoridades locales, regionales y nacionales para la recuperación de la Casa Amarilla, para que sirva de aposento de una escuela de bailes y costumbres de los kimbanganos, que es una cofradía organizada de hombres y mujeres mayores, como Zita y jóvenes entusiastas como el capitán Santiago Nieves, el santero Luis Celis y Liz Bolívar, que es un tanque pensante cultural de energía vital, una generala de los kimbanganos.
Algunos documentos certifican que dicha casa pasó a manos del Estado durante el mandato de Rómulo Gallegos, en 1948; fue escuela con biblioteca, medicatura, junta comunal y hasta juzgado. Es claro que dicha instalación, una vez recuperada, deberá ser parte del patrimonio activo de la comunidad, quienes deberán resguardarla, sin esperar del Gobierno la asistencia, que es su deber, pero que le da legitimidad patrimonial cuando la comunidad la administre.
San Juan, San Pedro y San Pablo, no son simples celebraciones devocionales, detrás de los santos hay un pueblo pujante que nutre su fe de las deidades pero pensando en un renacer, reconociendo siglos de resistencia cultural y revolucionando por un destino de felicidad posible, así lo vi y lo viví en San Francisco Javier de Lezama, cerca de Altagracia de Orituco, en el corazón del estado Guárico.