El insulto es el invento del lenguaje para interrumpir cualquier diálogo.
El insulto no se dirige a la palabra del otro sino a su ser.
A su ser en el sentido amplio del término: a su historia, a su cuerpo, a su existencia en tanto valor de vida.
Solo hay una manera de redoblar la potencia del insulto al máximo y es prolongarlo con la amenaza de muerte.
Con la amenaza de muerte se suspende el pacto mínimo, el de continuar con la palabra.
Si la amenaza de muerte se extiende al espacio democrático se esfuma y pasa a tener lugar el estado de excepción. Vale decir que hay miembros de la sociedad que establecen unilateralmente que pueden dar la muerte.
Si se necesitaba una prueba de la tendencia del neoliberalismo al estado de excepción es esta práctica.
El neoliberalismo en su interpretación y ejercicio del poder ya no está en condiciones de legitimarse democráticamente y esto por razones estructurales. Su plan de apropiación y explotación de una nación exige la permanente práctica del odio, el insulto y la amenaza. Para ello, cuenta con un gran número de sujetos desvastados simbólicamente, cuya única identidad posible solo se conquista a través de estas prácticas. Solo es cuestión de reclutarlos.
Luego, a los políticos neoliberales y sus dispositivos mediáticos les toca realizar su operación perversa. Primero golpear, después poner en duda la existencia del golpe y por último culpabilizar a la propia víctima del daño producido. Obviamente, esta secuencia se » espectaculariza» mediáticamente con distintas estrategias dramáticas.
Los cuadros políticos actuales decididos a combatir este estado de cosas, que cuentan sin duda con una gran usina internacional deben analizar como parte de su militancia estas estrategias que aunque se presenten como relatos, habita en su lógica interna una maquinaria de destrucción sistemática de la democracia.
FUENTE PÁGINA 12/ 10 de septiembre de 2022