"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Sanciones, trumpismo y neofascismo

La política de sanciones seguida por Estados Unidos contra Venezuela, Cuba y otros países, muy particularmente durante el gobierno de Donald Trump, tiene un carácter fascista. Al igual que Hitler, Trump transgrede groseramente las normas del derecho internacional, incluyendo la quiebra de tratados vitales para la supervivencia del género humano, como el climático de París y el de misiles de alcance corto y medio. De la misma manera, las sanciones que aplica en la actualidad contra los países mencionados y contra Irán, persiguen fines de exterminio de grupos humanos, el mismo objetivo del nazismo en los años 30 y 40 contra comunistas, eslavos, judíos y gitanos. Para no hablar del cruel trato a los migrantes en Estados Unidos, que mediante el chantaje económico pretende también imponer en México y Centroamérica, en violación de numerosos preceptos legales estadunidenses y del derecho internacional.

Ya vimos la propuesta de William Brownfield, ex embajador estadunidense en Venezuela, para rendir por hambre y desesperación a su pueblo. Qué tal esta perla de un vocero del Departamento de Estado al preguntársele sobre las sanciones al país bolivariano: “La campaña de presión contra Venezuela está funcionando. Las sanciones financieras… han obligado al gobierno a comenzar a caer en default, tanto en la deuda soberana como en la deuda de PDVSA… estamos viendo… un colapso económico total en Venezuela… nuestra política funciona, nuestra estrategia funciona y la mantendremos”.

Washington presume que son sus sanciones las que están llevando a Venezuela al default y colapso total de su economía. No dice nada el vocero, como machaca el cínico mantra de sus medios, de los supuestos errores, corrupción o incompetencia de Maduro. Aunque no lo mencione, asume con supremo descaro toda la responsabilidad por el drama humano que sus sanciones han ocasionado en Venezuela. Ah, pero el almirante Kurt Tidd en su golpe maestro para acabar la dictadura en Venezuela de febrero de 2018 sí menciona la otra cara de la moneda: “especial interés adquiere… posicionar la matriz de que Venezuela entra en una etapa de crisis humanitaria por falta de alimentos, agua y medicamentos… continuar con el manejo del escenario donde Venezuela está ‘cerca del colapso y de implosionar’ demandando de la comunidad internacional una intervención humanitaria para mantener la paz y salvar vidas… hay que responsabilizar al Estado y su política controladora como causal del estancamiento económico, la inflación y la escasez”. Es decir, hay que responsabilizar al Ejecutivo venezolano por el drama creado con nuestras sanciones.

Con razón Pasqualina Curcio argumenta: con los mil 200 millones de dólares que Inglaterra nos tiene retenidos en oro se adquieren alimentos para 6 millones de hogares por seis meses… con los 11 mil millones que representan las pérdidas de Citgo importamos todas las medicinas y material médico quirúrgico, incluyendo los insumos para producción interna durante cinco años.

Y resume: “A 114 mil 302 millones de dólares ascienden las pérdidas ocasionadas por las medidas coercitivas unilaterales que, desde 2013 y hasta la fecha, Estados Unidos ha impuesto al pueblo venezolano, incluyendo el ataque a la moneda nacional… esa cantidad equivale a la importación de medicamentos y alimentos para abastecer a los 30 millones de venezolanos durante 26 años”. Esto nos da una idea del orden de magnitud y la crueldad de la guerra económica, financiera y comercial que, aunque muy dañina, es parte de una guerra híbrida más abarcadora que comprende también guerras mediática, diplomática y cibernética como acaba de denunciar Sergei Narishkin, jefe de la inteligencia rusa.

¿Qué nos dice Pasqualina de la inflación y deterioro del tipo de cambioHan atacado nuestra moneda, el bolívar, induciendo una hiperinflación y una desestabilización de todos los sectores de la economíacon el costo que ello significa en el poder adquisitivo del pueblo. Nada, añade, ha ocurrido en la economía venezolana que permita explicar esta supuesta depreciación de la moneda en tales magnitudes. Ha sido una manipulación del tipo de cambio que atiende a un patrón de comportamiento político asociado a momentos de alta conflictividad o de procesos electorales. Nuestra autora demuestra exhaustiva y sencillamente sus planteamientos en este y muchos otros trabajos que desmontan la guerra económica y el mito de la crisis humanitaria en Venezuela.

A Washington le molesta que Venezuela resista resueltamente, que la oposición sea un nido de ladrones encabezados por Leopoldo López y el autoproclamado, que roban los fondos destinados al golpismo. Por eso, junto a Bogotá trata de impedir por todos los medios las compras de Caracas para los Consejos Locales de Abastecimiento y Producción. Buscan palear su frustración hambreando al pueblo venezolano.

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