Uno tras otro, lo mismo en los Altos de Chiapas que en la Zona Norte, distintos letreros pintados a mano sobre tablones de madera o láminas de metal carcomidas por la pátina, algunos con imágenes de mujeres indígenas con paliacate en el rostro, advierten: Está usted en territorio zapatista en rebeldía. Aquí manda el Pueblo y el Gobierno obedece. Están firmados por las juntas de buen gobierno.
Las mojoneras, en muchos sentidos parecidas a la que se colocan en los caminos para dar la bienvenida a los viajeros a una entidad federativa, marcan los límites del territorio autogobernado por los pueblos zapatistas y su jurisdicción de hecho.
Como recordó Raúl Romero, su origen se remonta a dos momentos distintos. La formación de los municipios autónomos rebeldes zapatistas (Marez), en el marco de la ofensiva rebelde de diciembre de 1994 contra el fraude electoral de Eduardo Robledo. Y, la fundación, en 2003, de las primeras cinco juntas de buen gobierno ( caracoles) para ejercer en los hechos la autonomía sin pedir permiso.
Montando en cólera
La gente de ciudad los ve pero no los mira, los oye pero no los escucha… El fantasma de los campesinos recorre México pero pocos le prestan atención. No se preguntan quiénes son, de dónde vienen, cuál es su agravio, cuáles sus sueños… Pero deberían mirarlos y escucharlos, porque los campesinos no sólo reclaman, también convocan.
Y su convocatoria es la esperanza; la esperanza de ellos y la esperanza de todos. Tomemos un momento cualquiera. Por ejemplo, la segunda quincena de marzo de 2015, días en que una vez más el campo mexicano alzó la voz y mostró su rostro airado. En unas pocas semanas se traslaparon cuatro grandes movilizaciones de base rural. El 15 se celebró en Tepexta, Puebla, la séptima Asamblea de Pueblos Serranos en Defensa del Territorio y la Naturaleza, y sólo quien conozca la escarpada región, podrá valorar lo que en brechas y veredas caminadas representa haber reunido ahí a 3 mil personas, entre nahuas, totonacos y coyomes (mestizos), provenientes de 90 localidades.
El 18 marcharon en la Ciudad de México 20 mil integrantes de cuatro organizaciones nacionales agrupadas en el Frente Auténtico del Campo, formado por la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC), Coalición de Organizaciones Democráticas Urbanas y Campesinas (CODUC), Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas (UNTA), Coordinadora Nacional Plan de Ayala (CNPA). Su bandera era el “rechazo a la iniciativa privatizadora de Ley de Aguas y al despojo de tierras que contempla la ley de hidrocarburos, y en defensa del presupuesto para el campo”.
Un día antes en Baja California unos 30 mil jornaleros agrícolas de San Quintín, agrupados en la Alianza de Organizaciones Nacional, Estatal y Municipal por la Justicia Social se fueron al paro y bloquearon durante 26 horas, 137 kilómetros de la carretera Transpeninsular, exigiendo aumento de salario y respeto a sus derechos laborales.
Todo esto ocurría en el marco de las persistentes movilizaciones que desde septiembre de 2014 exigen justicia en los asesinatos y desapariciones forzadas de los estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos, de Ayotzinapa. Activismo que es nacional y multisectorial pero que animan principalmente maestros guerrerenses y oaxaqueños de origen campesino.
La novedad con este proceso es que, según dio a conocer el subcomandante Moisés, en Chiapas se establecieron nuevos linderos y nomenclaturas. Los rebeldes acaban de anunciar que crearon, al margen de las autoridades gubernamentales, 11 nuevos centros de resistencia autónoma y rebeldía zapatista (Crarez): siete de ellos caracoles y cuatro municipios autónomos. De manera que hoy existen en total 43 centros zapatistas.
Parte de estas instancias de autogobierno se levantaron en un primer momento sobre las miles de hectáreas ocupadas a partir de 1994, y repartidas para trabajarlas en beneficio colectivo. Sus competencias se diferencian por la complejidad de las problemáticas que cada una de ellas debe resolver. Dos libros dan cuenta de este proceso. El de Paulina Fernández Christlieb, Justicia autónoma zapatista: zona selva tzeltal, (https://bit.ly/2Z9n8mp). Y Luchas muy otras, de Bruno Baronnet, Mariana Mora y Richard Stahler-Sholk.
La expansión de la autonomía zapatista a nuevos territorios desmiente la versión de la supuesta deserción de sus bases sociales como resultado de programas asistenciales del tipo de Sembrando Vida o Jóvenes Construyendo el Futuro. Obviamente, en un proceso tan a contracorriente como el que ellos han impulsado a lo largo de 25 años, hay simpatizantes que se hacen a un lado. Pero, lo central para valorarlo, es el impulso y la tendencia general que sigue. La reciente fundación de otros 11 Crarez hace evidente que el magma insurgente no sólo sobrevive, sino que crece exponencialmente, mientras construye rutas inéditas de autonomía.
El EZLN llamó a su nueva campaña Samir Flores vive. Samir fue el herrero náhuatl, conductor de Radio Amiltzinko y dirigente de la Asamblea Permanente de los Pueblos de Morelos, que se opuso a la construcción de la planta termoeléctrica de Huexca. Fue asesinado el 20 de febrero. Su crimen no se ha esclarecido.
La nueva campaña zapatista guarda grandes semejanzas con ofensivas anteriores. Fue procesada y acordada (como se hizo con el levantamiento armado) en múltiples asambleas comunitarias. Rompió el cerco gubernamental, desdoblándose como fuerza político-social, a través de movilizaciones pacíficas sui generis, que cambiaron el campo de confrontación con el Estado, llevándolo al terreno en que las comunidades son más fuertes: el de la producción y reproducción de su existencia.
En lugar de demandar solidaridad de aliados, amigos y colectivos de lucha, llama a construir con ellos una nueva iniciativa política. Al Congreso Nacional Indígena-Concejo Indígena de Gobierno le propone emprender un foro en Defensa del Territorio y la Madre Tierra, capaz de articular una respuesta a los megaproyectos y el despojo, abierta a quienes luchan por la vida.
Llama al archipiélago filozapatista urbano a formar una Red Internacional de Resistencia y Rebeldía, no centralizada, que trabaje en la difusión de las historias de abajo y a la izquierda. Anuncia reuniones bilaterales con grupos, colectivos y organizaciones con trabajo real en sus regiones. Propone a intelectuales y artistas participar en festivales, encuentros, semilleros y fiestas.
Limitándose a ser anfitriones, sugiere a padres de desaparecidos y presos, y a las organizaciones que trabajan con ellos, a quienes luchan por la diversidad sexual y a los defensores de derechos humanos, reunirse en tierras zapatistas para compartir pesadillas, dolores y horizontes. Y, ya encarrerados, anuncia que las mujeres zapatistas convocarán a un nuevo encuentro de mujeres que luchan, sólo para mujeres.
Según explica el subcomandante Moisés, la creación de espacios de autogobierno de los pueblos zapatistas es resultado del trabajo político, principalmente de mujeres y jóvenes. Pero, también, del acumulado de encuentros y semilleros que organizaron en los que su imaginación, creatividad y conocimiento se hicieron más universales, es decir, más humanos. Aprendieron, según sus palabras, que un sueño que no abarque el mundo es un sueño pequeño.