“…Dos meses después de esas emergencias, en mayo, algunos de los participantes desplegaron otra forma de lucha: las caravanas. La que se llamó Caravana del Fuego de la Digna Resistencia se desarrolló durante las dos primeras semanas de ese mes y recorrió municipios del Estado de México; la segunda, llamada Caravana Nacional por la Defensa del Agua, el Territorio, el Trabajo y la Vida comenzó el 11, cuando de Pijijiapan, Chiapas, salió un contingente, otro partió de Vícam, Sonora, y otro más de Piedras Negras, Coahuila. Después de recorrer 23 estados y 75 localidades, el 22 las marchas llegaron a la Ciudad de México. Con esto las luchas locales en defensa del territorio y el patrimonio pasaron de los habituales encuentros convocados por redes sectoriales a movilizaciones nacionales de presión política sobre el gobierno federal.
Durante unas semanas se salieron de madre al mismo tiempo cuatro ríos crecidos y torrenciales, cuatro afluentes del multitudinario combate rural: la defensa de los territorios por las comunidades; la defensa de la tierra, el agua y los recursos productivos por los campesinos organizados; la defensa de su trabajo y su dignidad por los jornaleros del noroeste; la defensa de la vida humana por quienes permanentemente son víctimas de asesinato, tortura, violación, secuestro, desaparición forzosa, cárcel injusta, agresión física por la fuerza pública y el narco.
En los últimos 30 años a los campesinos mexicanos les ha ido mal. Y si se descuidan les puede ir peor. Pero ahí siguen… contrariando a la economía, a la historia y a la sociología que una y otra vez anunciaron su muerte.
- Al campo le cayó el chahuiztle
El arranque del siglo XXI se caracteriza por un desbarajuste mundial manifiesto en descontrol climático y deterioro ecológico, desorden energético, decadencia económica…
Y como parte del desgarriate una crisis agrícola que se traduce en desbandada de campesinos, carestía alimentaria y hambre. Hambre que aqueja a casi mil millones de personas.
Desde 1914 aumentaron en el mundo las cosechas y los inventarios de los granos y con ello bajaron algo los precios. Pero la comida sigue siendo relativamente más cara que hace una década. La crisis alimentaria y su saldo, el hambre, no son pasajeros sino que van para largo. Y van para largo porque en ellos se combinan problemas de producción y problemas de distribución. Es decir, cosechas impredecibles y, a la larga, insuficientes, sobre las que se monta la especulación, tanto comercial como financiera, tanto de las grandes graneleras como de los tiburones de la bolsa.
Según las proyecciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la agricultura mundial, que creció 2.1% la década pasada, en ésta crecerá sólo 1.4%; un 0.7% menos. Esto significa que la oferta alimentaria, que durante la segunda mitad del siglo XX se expandía aceleradamente, aumenta ahora cada vez más despacio.
Muchas son las razones: el paquete tecnológico de la llamada “revolución verde” que se impuso desde hace medio siglo llegó a su límite; los recursos naturales están desgastados, lo que incluye la fertilidad de los suelos y la disponibilidad de agua; lo voluble del clima hace más impredecibles las cosechas; el alza histórica del petróleo encareció combustibles, fertilizantes, transportes… que no se han abaratado a pesar de que el petróleo ya bajó; muchos países autosuficientes hace 30 años pero que desalentaron su producción alimentaria, hoy dependen de importaciones y su demanda presiona sobre la producción de los que son excedentarios. El resultado por el lado de la oferta son situaciones recurrentes de inventarios disminuidos y reservas escasas. Al mismo tiempo la demanda sigue aumentando.
En cuanto a la alimentaria tenemos crecimiento sostenido de la población mundial y cambio de hábitos de los países emergentes hacia un mayor consumo de carne y leche y por tanto mayores requerimientos forrajeros.
En cuanto a la industrial tenemos el crecimiento de la producción de combustibles como etanol y biodiesel, hechos con maíz o con caña, que presiona sobre el destino de cosechas que podrían ser para alimentación humana. El resultado es demanda alimentaria, forrajera e industrial incrementadas.
Y de esta tendencia al desbalance entre una demanda que aumenta muy rápido y una oferta que crece cada vez más despacio, se aprovecha la especulación encarecedora de los productos de primera necesidad. Tanto la de los grandes compradores y procesadores, como la que opera en las bolsas.
Así las cosas, es evidente que no saldremos del enredo sólo distribuyendo con equidad y eficacia, es claro que el problema no se soluciona acabando con los monopolios especulativos o controlándolos. Esto es muy necesario, sí, pero la cuestión de fondo y las grandes preguntas que debemos responder se refieren a la producción: qué necesitamos producir, dónde hay que producirlo, cómo debe ser producido, quiénes habrán de producirlo. El sistema productivo de la agricultura es el que está tronando. Y sobre esta crisis se encima la crisis del sistema distributivo.
Desde 2008 la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), e incluso los muy cabrones y anti campesinos Fondo Monetario Mundial (FMI) y Banco Mundial (BM), insistieron en que la solución a la carestía estaba en impulsar de nuevo la agricultura familiar. El resultado fue contradictorio:
El lado positivo fue que en ciertos países de la periferia que confiados en las importaciones baratas habían desatendido o desmantelado la auto provisión de alimentos, los gobiernos impulsaron la producción alimentaria campesina. Acciones por las que hoy el incremento de la oferta agrícola mundial ya no viene como antes de los países centrales, sino sobre todo de los de las orillas.
El lado negativo fue que los altos precios de los productos agrícolas despertaron la codicia de los grandes capitales. Por un lado, por primera vez en muchos años poderosos inversionistas vieron en la producción agrícola la posibilidad de grandes negocios y un lucrativo refugio para la crisis de otras inversiones especulativas, que se inició en 2008. Y se desató la rebatinga, se disparó en grande la compra de tierras. Paralelamente, gobiernos de naciones con dependencia alimentaria como los países petroleros árabes, o con necesidades de abasto pero también de expansión, como China, comenzaron a adquirir grandes extensiones fuera de sus fronteras.
El resultado: en 10 años 300 millones de hectáreas, que eran mayormente de campesinos, pasaron a manos de grandes acaparadores, sobre todo en África y América Latina.
En balance, podemos decir que la privatización, concentración, extranjerización y financierización de la tierra y la agricultura le van ganando con mucho débil impulso que en algunas partes tuvo la pequeña y mediana producción campesina.
En México nos tocó bailar con la más fea, pues aquí nos calan los filos más fieros del desastre. Sufrimos más que otros la carestía, pues en 30 años los malos gobiernos desmantelaron a fondo nuestra producción alimentaria que nos había hecho autosuficientes.
En contraste con otros países emergentes, aquí no hay políticas públicas orientadas a recuperar el dinamismo y apoyar la agricultura campesina. Es verdad que a diferencia de África y el resto de América Latina, en México quizá por la fuerza que aún tiene la propiedad social, la concentración y extranjerización de la tierra agrícola no ha avanzado tanto, pero todo indica que el gobierno de la restauración priista, encabezado por Peña Nieto, se propone remediarlo, facilitando aún más el acceso de las trasnacionales a nuestro territorio.
En las dos primeras décadas del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), vigente desde 1994, el campo mexicano, que de por sí iba mal, se fue poniendo peor y deslizándose cada vez más rápido hacia el barranco. Bajó proporcionalmente la producción agrícola respecto de la industrial, de modo que el Producto Interno Bruto (PIB) agropecuario pasó de 5.4% a 3.5% del total, casi dos puntos porcentuales menos; la superficie cultivada disminuyó unos 5 millones de hectáreas; el peso de las exportaciones agroalimentarias respecto del conjunto de las exportaciones decreció al pasar de 7.3% a 6.1%, mientras que el peso de las importaciones agropecuarias respecto del total de importaciones aumentó pasando de 7.25 a 7.5%.
Resultado: en los primeros 20 años del Tratado pasamos de exportar más productos del campo que los que importábamos, de modo que teníamos un modesto superávit en la balanza agropecuaria de 539 millones de dólares; a comprar más de lo que vendemos, de modo que enfrentamos un abismal déficit de 5,234 millones de dólares. De ser autosuficientes y hasta exportadores, hoy necesitamos traer de fuera cerca de la mitad de lo que aquí nos comemos.
Esto se refleja en un encarecimiento de los alimentos exageradamente alto en comparación con el resto del mundo. Así, por ejemplo, entre 2012 y 2013, que fueron años de carestía, en Estados Unidos la inflación en los precios al consumidor fue de 1%, en los países de la OCDE fue en promedio de 2.1% y en países como España, Francia y China fue de entre 2% y 3%. En cambio en México el encarecimiento fue del 6%, casi tres veces más que el promedio de la OCDE, de la que formamos parte. Y desde entonces los precios al consumidor no han bajado, aunque sí han caído los que se pagan a los campesinos.
La situación es insostenible y no podremos sacar al buey de la barranca sin cambiar las ideas hoy imperantes sobre lo que debe ser México. Por una parte dependemos cada vez más de las importaciones, en un contexto de oferta global muy irregular y precios altos. Por otra parte la producción alimentaria interna depende cada vez más de un sector pequeño y privilegiado de nuestra agricultura: una producción empresarial de riego, intensiva y con altos rendimientos; un sector que concentra las tierras de mayor potencial: planicies costeras con riego por gravedad, que recibe más del 80% del crédito al campo y que capara el 60% de los subsidios públicos ejercidos mediante programas altamente regresivos, es decir que le dan más al que más tiene; un sector ubicado sobre todo en el noroeste que cosecha cerca del 30% del maíz blanco y porcentajes aún mayores de otros granos; un sector muy protegido que en las últimas décadas ha crecido en rendimientos y producción, pero que ya no da para mucho más pues su agricultura es muy costosa ahora en que los insumos encarecen y depende por completo del agua en momentos en que las sequías dizque “atípicas” se vuelven recurrentes.
Entre tanto, la producción alimentaria campesina ha perdido fuerza, en ciertos casos disminuyó porcentualmente y en algunas regiones de plano se desplomó. No podía ser de otro modo si consideramos que de las 5.5 millones de hectáreas que se cultivan, solo tiene crédito el 4%, que está en manos de ricos o de acomodados y no de campesinos.
México necesita urgentemente un fuerte golpe de timón, un cambio de rumbo general y particularmente un cambio de rumbo en el agro. Es de vida o muerte cambiar las prioridades que los tecnócratas le impusieron al campo.
Hay que pasar de fomentar exclusivamente la gran agricultura empresarial a fomentar también y sobre todo la pequeña y mediana agricultura campesina. Pasar de apostar principalmente a la agricultura de riego a impulsar también ─donde las lluvias se prestan ─ la de temporal. Pasar de pensar sólo en grandes distritos de riego a fomentar también sistemas de regadío más modestos y un aprovechamiento de las aguas eficiente pero de menor escala.
Pasar de una agricultura intensiva de altos costos económicos y ambientales, a una agricultura menos costosa y más amable con el medio ambiente.
Pasar de una agricultura preocupada sólo por los rendimientos técnico-económicos, a una agricultura que busque también rendimientos sociales y ambientales.
Pasar de una agricultura ubicada mayormente en el norte semiárido, con escasez de agua y afectado crecientemente por sequías, a una agricultura ubicada también en el sur y el sureste, donde abunda ese líquido.
Pasar de una agricultura destinada a la exportación o controlada por los grandes compradores nacionales, a una agricultura que atienda también a los mercados regionales y al auto abasto.”