Sin embargo, es después de la llegada del ultraderechista Bolton a la Casa Blanca y del ex jefe de la CIA Mike Pompeo a la secretaría de Estado, en abril y marzo de 2018, que esos rasgos duros de política internacional del imperio se han acentuado. Curioso, coincidiendo con un mayor protagonismo internacional del también ultraderechista vicepresidente Mike Pence y del multimillonario secretario del Tesoro Steven Mnuchin, particularmente respecto de nuestra región. Los dos, junto a Bolton y Pompeo, muy destacados protagonistas de un incremento exacerbado de la hostilidad y la guerra económica genocida contra Venezuela y Cuba. En el caso de Caracas, con el propósito explícito, repetido hasta el cansancio, de que conduzca al derrocamiento del presidente Nicolás Maduro. Pero Bolton cuenta con antecedentes belicistas difícilmente superados por nadie en esta administración, salvo por el también criminal de guerra y neocon Elliott Abrams, con una intervención muy activa en el caso delictivo Irán- contras para derrocar mediante una sangrienta guerra al primer gobierno sandinista, y –junto a Bolton– entre los artífices de la guerra de W. Bush contra Irak. Abrams fue traído de nuevo a la Casa Blanca por Bolton en enero de este año como representante especial para Venezuela, precisamente para ocuparse de acabar con la revolución bolivariana. Ambos, también unidos por el fanatismo sionista, han mantenido una febril actividad en la encomienda antivenezolana. Al primero llegó a contársele que tres de cada cuatro de sus tuits en el primer trimestre del año eran contra Caracas. También desempeñó un papel muy importante en el acercamiento de Trump a la extrema derecha cubanoamericana de Miami, que le ha ofrecido los importantes votos de ese estado, donde en su momento Bolton trabajó junto a ella en la gestación del fraude electoral que llevó a W. Bush a la presidencia.
Bolton prometió a Trump, un sujeto sin apenas experiencia política cuando llegó a la Casa Blanca, el derrocamiento de Maduro a más tardar en marzo de este año con el monumental impulso que le daría el autoproclamado Guaidó a la contrarrevolución. Una combinación de supuestos llevaría a ese objetivo: rebelión de masas encabezada por el hasta entonces desconocido líder opositor, recrudecimiento factual y legislativo del bloqueo al país sudamericano en alianza con la Unión Europea y los gobiernos de derecha de América Latina reunidos en el Grupo de Lima y el quebrantamiento de la unidad institucional de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), que llevaría a un golpe de Estado o una intervención militar, indirecta, directa, o de una coalición.
Excepto por el recrudecimiento del bloqueo a Venezuela, nada de lo que Bolton anunció a su jefe ha ocurrido. Al contrario. Guaidó ya no convoca a nadie y depende únicamente del apoyo yanqui, el pueblo venezolano no se levantó contra el presidente constitucional, la FANB no se quebró, Maduro sigue en Miraflores. Cuba, solidaria con Venezuela, resiste digna y creativamente un embate económico sin precedente.
A veces parecería haber en Trump un tipo de inteligencia intuitiva que lo impulsaría a reconocer, al menos parcialmente, la realidad multipolar del mundo. El decisivo papel de Rusia, China e India. Un Irán, una Corea del Norte y una Venezuela orgullosos e independientes que son un hueso muy duro de roer y con los que debe hablarse. Si fuera así, Bolton no le resulta ya útil y puede echársele la culpa de muchos fracasos. El magnate dijo el miércoles que cometió errores muy grandes, mencionó sus declaraciones sobre Corea del Norte y subrayó que no está de acuerdo respecto de su actitud hacia Venezuela, donde se pasó de la raya
. El mundo está en tal situación de peligro de guerra que hasta un cambio de matiz es invaluable. Observemos, pero sin bajar la guardia. Por el momento lo que veo es el intento de un grupo en la OEA por aplicar el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) a Venezuela, a lo que es un deber latinoamericanista oponerse enérgicamente.