Sebastián Link, Andrés Marconi, Ignacio Sandoval
Durante la última semana una explosión social remeció las ciudades en Chile. Lo que partió como una protesta por el alza del metro, se convirtió en marchas, protestas, saqueos y disturbios masivos que remecieron la narrativa de “oasis” que la clase dominante había impuesto en Chile desde y a pesar del 2011. Como respuesta a lo sucedido, políticos, intelectuales, investigadores sociales, y los medios de comunicación, han levantado tesis sobre lo que pasó y han comenzado a dibujar soluciones posibles. Se ha hablado de la fuerza del malestar social, la crisis del modelo neoliberal, y que Chile “despertó”; sin embargo, estas parecieran ser lecturas parciales que refuerzan interpretaciones ideológicas más amplias, y niegan las transformaciones que las clases populares han llevado adelante restando protagonismo a algunos de los sectores más golpeados por el capitalismo. En otras palabras, niegan la posibilidad de que la crisis actual pueda ser resuelta desde abajo, y no planificada desde los salones de los grandes empresarios, del Estado, y de las élites intelectuales.
Así, hemos identificado tres lecturas abiertas a crítica: “esto es malestar social”, “crisis del modelo”, y “despertar de las masas”; y tres preguntas a responder: ¿quién se está manifestando? ¿Cuáles son sus demandas y formas de protesta? ¿Cómo están respondiendo los grupos dominantes, particularmente capitalistas y políticos profesionales?
TRES CRÍTICAS
Esto no es solo malestar social, es voluntad de lucha
Es innegable que las protestas involucran malestar social. Sin embargo, precisamente la amplitud y obviedad del argumento que las clases medias y grupos del bloque hegemónico han abrazado les permite promover lecturas parciales del fenómeno afines a sus propios intereses.
Primero, se asume que todo el malestar social es igual, que implica las mismas condiciones económicas y sociales, y que motiva a las personas a plegarse a las movilizaciones. No obstante, el malestar de quienes “quieren ser escuchados” y “ser vistos” es distinto al que emerge de la frustración de no ser capaz de llegar a fin de mes. De este modo, los medios de comunicación, los políticos, los empresarios y los intelectuales insisten en describir el movimiento como un llamado a “ser escuchados”, favoreciendo a clases medias e intereses sectoriales, por sobre las clases populares.
Segundo, se asume que el malestar social en sí mismo lleva inmediatamente a las movilizaciones; por consiguiente, supone que las motivaciones, acciones y horizontes políticos son compartidos de forma espontánea por todos los grupos y personas que se han sumado a las masas que han salido a las calles. Frente a tal lectura, el progresismo heredero del proyecto concertacionista ha llamado a un “giro subjetivo” de la política pública -dirigida a cómo las personas experimentan sus problemas, más que a los problemas mismos-, en donde el mismo Estado que saca a los militares a las calles, se involucre en la cotidianeidad de las familias para enfrentar el malestar directamente, sumando cambios menores en las fuentes estructurales del malestar.
Si aceptamos la idea de que el malestar no es uno solo ni idéntico entre todos los grupos de la sociedad que se han movilizado, es posible sostener que el malestar por sí mismo no explica las movilizaciones. Malestar existe siempre, después de todo vivimos en un sistema capitalista que, si no abandona y tortura, estruja cualquier posibilidad de una vida digna para las clases populares. Por ende, se debe considerar otros factores distintos al malestar para poder entender cómo ciertos malestares subjetivos fueron articulados de esta forma y en este momento.
A diferencia de otros movimientos sociales, el levantamiento de octubre movilizó a las clases populares como ningún otro movimiento en postdictadura, multiplicando las manifestaciones de solidaridad en los territorios donde el pueblo reside, aun cuando aquello esté quedando fuera del foco de la televisión. A su vez, a diferencia de otras formas de disturbios características de las sociedades “avanzadas y desarrolladas”, claramente el objetivo de estas marchas no es el consumismo o la satisfacción de intereses individuales. Ni siquiera la satisfacción de demandas inmediatas. Es más, no ha habido ninguna demanda única que pueda significar la unidad del movimiento, mostrando una multiplicidad de demandas que, en este proceso, devinieron en voluntad de lucha.
Desde el inicio del estallido, luego de las concentraciones de masas en el centro de la capital, la protesta se ha trasladado a las poblaciones, donde familias populares completas han salido a manifestar su descontento generalizado con la vida que le ofrece el sistema, golpeando cacerolas al lado de fogatas en la calle, y entonando de forma espontánea “el pueblo unido jamás será vencido”. Una vez decretado el toque de queda, los sectores populares, lejos de sentirse amedrentados, reafirmaron con mayor fuerza la protesta, desobedeciendo explícitamente la medida autoritaria y expresando su voluntad de lucha.
El modelo no está en crisis; así fue diseñado
En aras de buscar las fuentes estructurales del malestar, algunos hablan de la crisis del modelo en sus aspectos políticos y económicos: mala distribución de la riqueza, falta de mecanismos de participación y de canalización de demandas, y una desigualdad brutalmente alta. Con ello, se olvida algunas de las lecciones más importantes del marxismo desde las perspectivas nacional y global.
Siempre que puedan, las sociedades capitalistas van a operar desde la contradicción entre reproducción y producción. Esta contradicción se funda en el hecho de que cualquier posibilidad de reproducir una vida digna se encuentra coartada por su subordinación a los imperativos de la acumulación de capital, a la reproducción de las formas de vida de las y los ricos, y a la manutención del vasto aparato ideológico y de represión que mantiene la forma del Estado burgués y la sociedad política.
Y es que, para no operar al filo de esta contradicción con la población nacional, los capitales tienen la alternativa de explotar mano de obra extranjera y recursos en otras naciones, como ha sido la infantil aspiración de imperialismo regional de las clases dominantes desde la fundación de Chile.
El modelo no está en crisis, ha sido diseñado así. Las formas de distribución económica han sido la normalidad del modelo por tres décadas, como declama el movimiento. A su vez, en Chile, las formas de acceso a la sociedad civil ya han integrado marchas y movilizaciones masivas como formas legitimas de participación política. De hecho, esta ha sido la forma en que clases medias y altas han tratado de reorientar el movimiento actual, el que partió y se multiplicó en los territorios, en metros, liceos, y poblaciones.
Lo que entró en crisis, por lo tanto, no fue el modelo neoliberal imperante, sino que fue un proceso de fricción descentralizado permanente a partir de la multiplicidad de contradicciones del proyecto nacional de capitalismo implementado en Chile. Con ello, la clase política confiada en contener el malestar por los mecanismos tradicionales se vio sobrepasada por esta descentralización y la intensidad de la fricción en múltiples niveles.
Por ejemplo, la contradicción entre trabajo productivo y trabajo doméstico se articula como una integración funcional donde la división social del trabajo en el hogar se ha subordinado a los requisitos de la acumulación de capital. Las familias populares enfrentan esta contradicción de formas particularmente dolorosas, movilizando sus propias vidas y subjetividades para hacer que esos espacios funcionen. Esas fricciones dolorosas, a su vez, friccionan con otras relaciones, como las relaciones entre las familias y los colegios, o las familias y los hospitales.
Como resultado, el levantamiento de octubre no emerge a partir de una contradicción central clara, sino que, como resultado de 30 años de fricciones, “no son 30 pesos, son 30 años”. En otras palabras, emerge como una respuesta a la acumulación de ajustes cotidianos dolorosos, los que hasta octubre habían logrado contener las contradicciones del sistema. Sin embargo, 30 años después, esos ajustes han terminado explotando a todo nivel.
La gente no despertó, ya estaba despierta, solo que las clases medias y las clases dominantes han ahorcado las expresiones populares de poder
Las clases populares conocen sus condiciones de vida. La experiencia cotidiana de un sin número del activo militante popular en diferentes territorios, y literatura reciente de las ciencias sociales, atestigua cómo la gente sabe que las clases dominantes han creado un sistema a la medida de sus intereses, que no solo ahoga cualquier capacidad de vida, sino que socava valores propios del pueblo chileno: respeto y dignidad.
En contraste, las élites políticas, económicas e intelectuales, han tendido a mostrarse sorprendidas, pues dicen que no esperaban que las condiciones en las que la mayoría vive fueran tan críticas. A nivel individual, se puede comprender la distancia de los ministros y los millonarios con respecto al pueblo. Y es que han construido y habitan un mundo aparte, en el cual la figura del sujeto popular se articula como una fantasía dual entre servidumbre bien portada (pobres obedientes y esforzados por salir adelante) y bárbaros (pobres flojos y delincuentes). Sin embargo, a nivel institucional esa sorpresa no pasa ninguna prueba. Las empresas, los municipios, las redes clientelares de los políticos, y la contratación de personal para las campañas políticas, por nombrar algunas, son todas vías a través de las cuales el Estado, los partidos políticos y los grandes capitales se informan del día a día del sentir popular.
Con ello, tampoco las élites políticas, económicas e intelectuales han “despertado”, pues su sorpresa no se funda en “no saber”, sino en su incapacidad de reconocer la normalidad barbárica de las sociedades capitalistas. Su sorpresa se funda en una perspectiva de administración y control, donde el estallido social es visto como una administración fallida del sufrimiento de las masas, lo que el progresismo light llama falta de canales institucionales de participación y falta de legitimidad del monopolio de la fuerza del Estado. Frente a las cámaras, les conviene mostrarse perplejos a algo que no sabían, a decir que jamás pensaron que sus estrategias de control y explotación fueran a concurrir en tal fracaso.
TRES PREGUNTAS
¿Quién se está manifestando?
Si bien existe un trabajo, a veces de décadas, de diferentes organizaciones sociales, estudiantiles, sindicales, feministas y territoriales, gran parte de la movilización emergió de manera semi-espontánea como respuestas a las condiciones estructurales del capitalismo en Chile.
Claramente existen referentes de manifestación para el movimiento en las luchas dadas en la dictadura (1973-1990), en la “revuelta” de la chaucha (1949), y las movilizaciones feministas y estudiantiles, por nombrar algunas. Estos referentes se pueden ver en los tipos de manifestaciones y las formas en que nuevos grupos constitutivos han emergido con fuerza, como estudiantes secundarios y organizaciones feministas. Sin embargo, al momento de escritura, no se ha dado ningún liderazgo específico al movimiento.
Si bien gran parte de las manifestaciones están llevadas adelante por hombres y mujeres jóvenes, no podemos olvidar a las familias, especialmente madres, niños, y abuelas, que cacerolean, hacen fogatas, salen en sus propios territorios, y/u ofrecen trabajo reproductivo y apoyo material en las casas.
Por lo mismo, esta manifestación del movimiento popular (y algunos grupos de las clases medias) es una convergencia entre diferentes formas de protestar y demandas. Si bien se anclan en intereses populares, no todos los grupos tienen demandas que, en su realidad histórica concreta, se alineen con intereses populares orientados como una lucha anticapitalista. Cuestión que pasamos a analizar a continuación.
Demandas
El levantamiento del pueblo no se explica simplemente como malestar; una condición subjetiva que no nos dice nada. El capitalismo produce continuamente malestar. Para entender la situación actual debemos apuntar a identificar algo más. Las demandas observadas en este análisis ofrecen una vía de comprensión. Las demandas están sostenidas en las preocupaciones y posiciones de las personas y sustentan el sentido del movimiento. Pero las demandas son colectivas y emergen del movimiento en acción, mientras que las preocupaciones habitan la vida cotidiana de las personas y las familias.
Dado que las demandas no refieren necesariamente a “lo que la gente quiere”, ambivalencia que otorga espacio a todo liderazgo político y referente público a hablar por el pueblo, incluso con orientaciones en contra del pueblo, el análisis de demandas requiere reconocer quiénes las movilizan y en qué condiciones.
Tenemos claro que no se ha dicho todo, que este es un proceso en desarrollo, y que la información respecto a qué está ocurriendo es confusa. Sin embargo, con la información que se posee hasta ahora, se puede observar al menos tres formas particulares que toman las demandas:
- Demandas por la calidad de vida: en general grupos populares manifestándose por la imposibilidad de vivir bajo las condiciones actuales y por la necesidad de mejores sueldos. La mayoría de las críticas se articulan en la corrupción de la clase política y la indolencia de los ricos.
- Demandas por la desigualdad: grupos también han manifestado que enfrentamos una crisis estructural que se funda en un problema de distribución de la riqueza. Lo que está en sintonía con las críticas que se vienen arrastrando de los movimientos feministas, estudiantiles y en regiones en los últimos años.
- Demandas antiautoritarias: una minoría de grupos está reaccionando fuertemente a las reacciones militarizadas y autoritarias del gobierno de turno. Esto, a su vez, se empalma y converge con una actitud en contra de la norma, la que tiene un asidero social y político de larga data en el Chile urbano.
Es importante notar que, en estos tiempos, la palabra neoliberalismo usualmente significa todo lo que el movimiento rechaza. Sin embargo, muchas de estas demandas son estimuladas por elementos contradictorios del capitalismo, en general, y de su forma neoliberal, en particular, otorgando orientaciones que pueden ser fácilmente cooptadas por las clases dominantes y su organización. Es más, el uso efectivo de los mecanismos de cooptación podría derivar en el asentamiento de un nuevo experimento en Chile, tomando la forma de un neo-neoliberalismo.
Estas tres formas de demandas responden a problemas autogenerados por el neoliberalismo en Chile, pero también coinciden con narrativas del discurso neoliberal que, en sus paradojas, trata de contener sus propias contradicciones. Es así como las demandas antiautoritarias son alimentadas por los sentimientos de individualismo y de un rechazo a las normas y costumbres colectivas. Las demandas por la calidad de vida usualmente no se enfocan en un cambio sustantivo, sino en el reconocimiento del trabajo y del “pobre honrado y trabajador”. Tal como las demandas antiautoritarias, estos discursos son activamente alimentados dentro del neoliberalismo. Finalmente, las demandas de la desigualdad apelan a problemas a nivel de arreglos institucionales, mejora de la distribución y democratización de las instituciones. Si bien estas demandas plantean más dificultades, existe noción entre los discursos internacionales del neoliberalismo que problemas como la desigualdad, bienestar subjetivo y participación democrática deben ser atendidos. En otras palabras, esto no se trata de desmerecer la urgencia inicial de estas ideas, sino sólo apuntar que, al ser “promesas incumplidas” del neoliberalismo, integran el mismo aparato y lenguaje ideológicos del sistema.
En concreto, no es un llamado a rechazar o desestimar estas demandas, sobre todo si estas se encuentran basadas en las dolorosas experiencias de vivir en el capitalismo. Sin embargo, debemos reconocer aquellos mecanismos ya disponibles para cooptar estas demandas por parte de las clases dominantes y su actual organización de un bloque histórico. Especialmente cuando incluso los sectores más duros del capitalismo y las clases políticas están llamando a reformas para responder al “malestar social”.
En este sentido, resulta ejemplificador el llamado tanto del gobierno como del conjunto de la clase política a generar “Diálogos Ciudadanos y Cabildos Abiertos” para escuchar las propuestas e inquietudes de la gente. Viniendo de ellos, cabe esperar que estos diálogos y cabildos estén construidos para contener cualquier potencial transformador, buscando canalizar y crear un falso sentido de participación en las clases populares e, incluso, entre aquellas clases medias que quedarán disconformes con los resultados sustantivos del proceso.
Movilizaciones, Protestas y Saqueos
Para hablar de las formas de movilización y protesta en este levantamiento, particularmente de las formas violentas y no-legales, nos enfrentamos a una situación sin claridades. Las élites políticas, económicas, e intelectuales se lanzaron rápidamente a la criminalización y la legitimidad de la represión. Así, el problema de las elites de centro-izquierda no es tanto la represión en sí, sino su uso indiscriminado en contra de inocentes. La contracara de tal argumento es que “aquellos que resulten responsables” merecen tal represión, pues aquellos ya se hallan en el área de la criminalidad, del caos, de la “barbarie”.
Asumiendo la realidad de montajes que pueden engrosar uno u otro tipo de movilización, podemos visualizar al menos cuatro formas de movilización que tienden a ser llevadas adelante por distintos grupos sociales. Estas formas de movilización tienen una tradición dentro de las formas de resistencia y entrenamiento en las luchas con el capital y el Estado burgués.
- Marchas masivas en el centro de Santiago, atendidas por grupos diversos, pero con fuerte presencia de jóvenes, estudiantes, y profesionales.
- Marchas masivas territoriales en la periferia y las ciudades no metropolitanas, atendidas de manera más transversal por diferentes actores.
- Escaramuzas con las fuerzas de represión del Estado.
- Saqueos y recuperación.
A pesar de la diversidad y masividad de estas formas de movilización, hoy parece no existir estructuras en la sociedad civil que puedan construir una salida alternativa a las propuestas por las clases dominantes y sus organizaciones. Con ello, las posibilidades de llevar una agenda transformadora se asientan tanto en la construcción de organizaciones que posibiliten una conducción popular del movimiento, como en el reconocimiento de cuáles son las alternativas y orientaciones que están siendo disputadas entre las clases dominantes, lo que revisamos a continuación.
Bloque hegemónico: A río revuelto, ganancia de pescadores
Actualmente el núcleo del bloque hegemónico está conformado principalmente por militares, capitalistas y grupos pertenecientes al mundo político. En posiciones secundarias, pero con la
intención de adquirir posiciones centrales luego del levantamiento, podemos encontrar intelectuales del “malestar social” y/o del “pacto social”, y grupos de clases medias que se han beneficiado, en parte, con el neoliberalismo.
Al respecto, tenemos que tomar en serio las maniobras que pueden hacer los distintos grupos de las clases dominantes durante esta coyuntura. Dado el comportamiento de las clases políticas, capitalistas y militares, es notorio que están tratando de presentar una imagen más blanda, abandonando la consensuada represión que ofrecieron los primeros días de movilizaciones.
Consideremos primero el caso de los capitalistas, donde se encuentran los intereses nucleares del bloque hegemónico nacional. Desde su fundación, las elites chilenas han presentado una alta integración, lo que sugiere un bloque en el poder relativamente unitario. Sin embargo, esta ilusión de unidad se quiebra cuando se observan las maniobras que los distintos grupos realizan dentro de las clases dominantes en aras de defender agendas e intereses particulares. El acuerdo por mantener los mecanismos institucionales de negociación intra-bloque refuerza la imagen de unidad. Sin embargo, aquello no significa que los capitales dejen de estar conflictuados entre sí.
Dado el carácter actual de las movilizaciones, puede resultar beneficioso dividir a los capitalistas entre empresarios más dependientes de mano de obra barata de relativa baja productividad (retail, construcción o servicios básicos, entre otros) y empresarios menos dependientes de esta mano de obra barata (minería y servicios financieros). Se esperaría que los primeros, si no son capaces de identificar mecanismos para capturar los recursos de esta y sucesivas agendas sociales, tengan una actitud más reticente con respecto a propuestas conservadoras de desactivación del movimiento popular.
Otros grupos de capitalistas que pueden radicalizar las posiciones conservadoras y autoritarias son los empresarios que dependen de fuertes conexiones con el Estado, subsidios y monopolios para asegurar sus procesos de acumulación (retail, infraestructura estratégica -caminos, puertos y electricidad-, extracción de recursos naturales -minería, pesca, forestal-, y construcción). Incluso estrategias reformistas blandas como una “nueva constitución” o “pacto social” pueden ser un riesgo para sus fuentes de acumulación, con lo que pueden actuar acorde.
A su vez, los capitalistas nacionales están enfrentando múltiples presiones desde arriba, a saber, del sistema-mundo capitalista. Nos encontramos en una situación en la cual el movimiento de capitales al mundo financiero está trayendo menos beneficios, lo que ha resultado en una baja en el retorno accionario de las inversiones de las AFP. A su vez, con la caída del precio de los commodities, el uso de las reservas y de deuda para enfrentar la crisis global de 2008 y la caída del precio del cobre, y la baja productividad, aumentan las presiones a la competencia entre capitales y a la búsqueda de soluciones, entre las cuales se barajan la expansión de la inversión de capitales nacionales en otros países.
Sin embargo, tenemos que recordar que estas son potenciales líneas de tensión y no es necesario que deriven en fraccionamientos o conflictos públicos entre los miembros más prominentes del bloque hegemónico. Debido a una larga historia de coordinación relativamente exitosa de estos grupos, y debido a políticas de integración sectorial dadas desde la dictadura, el capital en Chile se comporta de forma unitaria y jerárquica. Ello no tan solo gracias a su poder económico, sino que también a tradiciones políticas y de status de larga data.
Del mismo modo, debemos recordar que el gran empresariado tiene integración lateral en diferentes áreas de la economía. Es decir, el gran empresariado tiene su inversión diversificada en distintos sectores e instrumentos, con lo que no se ve fuertemente afectado por nuevas políticas económicas que puedan sembrar problemas para su acumulación, siempre y cuando estas permitan a los capitales maniobrar en su diversificación lateral y otras esferas en aras de mantener y maximizar la acumulación ante las nuevas condiciones; es decir, en aras de seguir siendo y volverse más ricos.
Consideremos ahora a los grupos en el área política. En esta arena no debemos considerar solo a los partidos políticos, sino que también a los militares, quienes poseen agenda e intereses propios que no pueden ser reducidos a los de otros miembros del bloque hegemónico.
Los partidos políticos, seguramente, van a tratar de administrar nuevas transformaciones. Sin embargo, incluso en el caso de reformismo básico, nada asegura que estemos frente a la apertura de una era post-neoliberal, o de retorno a un estado de bienestar. Es más, Chile podría ser una vez más el territorio para experimentar una alternativa neoliberal a la crisis del neoliberalismo de las últimas décadas, una suerte de neo-neoliberalismo.
Hasta ahora, ningún partido político ha llamado a cuestionar las formas de acumulación de capital, o la arquitectura política de represión y gobierno (en especial entre poblaciones particularmente acosadas, brutalizadas y abandonadas por el Estado chileno, como pueblos indígenas, zonas de sacrificio, disidencias sexuales, o grupos en extrema pobreza). Tampoco ha habido partido político que haya llamado a una expansión agresiva de poder popular. Es más, incluso aquellas alternativas que promueven un cambio radical de la institucionalidad, incluyendo convocatorias a una Asamblea Constituyente, se encuentran desarmadas para enfrentar los límites de la participación política y las expectativas dentro del país, y de las construcciones de la institucionalidad a nivel del imperialismo global, con sus tribunales internacionales, tratados de libre comercio, y acuerdos transnacionales.
Con la información que tenemos hasta ahora, la máxima aspiración entre los partidos políticos de todo el espectro es crear otro Chile neoliberal con una mejor capacidad para “escuchar” a su ciudadanía. Esta alternativa, que es donde parecen converger las élites políticas, económicas y culturales del país, articula una serie de líneas de tensión que potencialmente pueden explotar: ¿Qué tipo de nuevo neoliberalismo (o neo-neoliberalismo) se va a ofrecer? ¿Cómo van a emerger narrativas para capturar el imaginario eleccionario, que parece ser el único interés de los partidos políticos?
¿Cómo van a utilizar la coyuntura los militares para posicionar mejor sus demandas internas en el bloque de poder? ¿Van los capitalistas a abandonar de forma permanente a la derecha y orientar su vista a partidos como el PPD y la DC, teniendo en cuenta que en los dos gobiernos democráticos de derecha han sufrido dos grandes humillaciones (2011 y 2019)? ¿Va a emerger con fuerza una derecha populista (a la UDI de los 90s) o neo-populista autoritaria (a la Kast) debido a la desconexión general de la derecha con la población, particularmente con las bases populares y de clases medias que tiene la derecha tecnocrática y la derecha patronal-autoritaria?
Nos enfrentamos a un momento de efervescencia donde el activo militante del movimiento popular tendrá que crear formas de fortalecer orientaciones desde el pueblo que no se encuentren subordinadas a las de las clases medias y los ricos. Solo la organización popular, desde abajo, hará posible que se fortalezcan los grupos que apuestan a construir las condiciones para que un programa de lucha emerja desde el corazón del pueblo, su motor constante, el mismo pueblo.
La pregunta por el “qué hacer” excede los límites de este texto y de cualquier intento que se pueda hacer desde una postura meramente analítica. En efecto, orientaciones anticapitalistas realistas no vendrán de la intelectualidad, sino que le corresponde al pueblo crearlas desde sus espacios organizativos. Con ello, la dualidad entre “intelectuales” y “no-intelectuales” se transforma en una distinción entre dos momentos de un mismo movimiento: el de cierto distanciamiento de la praxis política cotidiana para reflexionar en torno al “qué hacer”, y el de involucramiento en la lucha desde la construcción de organicidad popular.
Con ello, las orientaciones a continuación son orientaciones abiertas a la discusión, las cuales pretenden ir a contrapelo de los discursos hegemónicos en Chile. A su vez, estas orientaciones pretenden engarzarse en las experiencias cotidianas de las luchas del pueblo, donde se cultivan las alternativas de un “qué hacer” desde abajo como un ejercicio de poder que tenga la capacidad de enfrentar críticamente las “salidas al conflicto” “desde arriba”:
- La arquitectura de la sociedad política y del régimen de acumulación nacionales no están en riesgo. Sin embargo, nos enfrentamos a un futuro incierto que puede derivar en opciones tan reales como un neo-neoliberalismo o neoconservadurismo.
- El conflicto actual y la movilización de masas parece haber devenido en un conflicto de desgaste, más que en la lógica de la guerra de maniobra o de posiciones. Es decir, el juego estratégico parece ser quien se cansa primero.
- Las recetas fáciles, es decir aquellas que no consideran organización, movilización y reflexión constante, se multiplican como fantasías ideológicas que beben directamente de las contradicciones que forman el divergente paisaje de discursos ideológicos del neoliberalismo.
- Se necesita organización desde los territorios para seguir manteniendo viva la lucha del pueblo, con atención en no ser absorbidos o desorientados por las estrategias de administración del movimiento que están ejerciendo las clases medias y altas, así como las élites políticas, económicas e intelectuales. Es necesario que el pueblo deje de delegar el ejercicio del poder y oriente su quehacer a la construcción de su propio camino que le permita conducir de forma protagónica la lucha por sus intereses.