Rómulo Betancourt: Sus apólogos lo consideran la síntesis de las montoneras, el hijo desobediente de Juan Vicente Gómez; el que no quiso el traje de las charreteras ni el sonido de las botas frente al escalafón de los grados marciales. En esas letras apologéticas hemos leído que detestaba el desayuno grupal en grandes mesones, el ejercicio matutino, los zapatos lustrosos, el cigarrillo compartido, aunado a relatos de mujeres y champaña en Islas e Islotes furtivos. Era un hombre pulcro, no sabemos por qué se pisaba los ruedos del pantalón por la parte trasera. Siempre se le vio de corbata y paltó. Si en su primer gobierno (19451948) utilizó a los militares para que lo acompañaran en sus escaramuzas; en su segundo período presidencial, los enlodó. Los envió al casino con las bodegas repletas de whisky, vinos, quesos y bastante mayonesa. Les hizo manchar las charreteras con el carmín de las putas. Les otorgó un poder de ligueros y pantaletas, método recomendado por su amigo Nelson Rockefeller de acuerdo con sus sapientes estudios extraídos de los archivos de la CIA.
Pasado el tiempo, avanzada la noche les hizo construir Teatros de Operaciones (T.O), campos de concentraciones, donde recluyeron a buena parte de la militancia de izquierda y familiares. Para atemorizar a sus opositores dotó a los militares de helicópteros para que arrojaran campesinos y jóvenes al mar, a la selva, hacía más nunca. Por asunto de método, los puso a marchar en los patios de La Escuela de las Américas. De allí salieron togados en torturas. Para facilitarles el trabajo, trajo como mano de obra a esbirros cubanos. Estas nupcias de buitres y chacales, quedaron refrendadas por el pacto de Punto Fijo, arca de alianza donde se le permitió gobernar largos períodos sin garantías constitucionales, lo que significó violación de los derechos humanos, excesos y abusos de poder. En el reflujo de la historia, lo vemos entregándole la banda presidencial a Rómulo Gallegos, febrero de 1948, este sería derrocado 9 meses después por un golpe militar realizado por los mismos oficiales que habían derribado a Isaías Medina Angarita. Ante semejante comportamiento cívico, aprendido en las tesis de Maquiavelo, se configuró la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Su proyecto democrático, les colocó losa fundacional a la práctica de los desaparecidos, primero que los militares fascistas en el Cono Sur.
No tuvo hermosa y afinada voz como el general José Antonio Páez en sus veleidades operáticas, ni afición al piano como Gonzalo Barrios. Su voz cruza en tinieblas como una bandada de gatos en la noche de zinc caliente venezolano, suena como una pizarra que alguien charrasquea con un clavo de cobre en el fondo del mar. Moisés Moleiro refiere en su prosa vitriólica, que esa voz deslizaba mentiras desproporcionadas en relación con adversarios políticos y sucesos que no protagonizó. Pero aquí, no se trata de buscar atajos hacia una hipotética incursión del personaje en la Escala de Milán o asuntos donde se pondere la eufonía y el buen decir de las palabras. Aún esa voz chillona, se escucha en las seccionales del partido Acción Democrática y en las asambleas. Lo cierto es que, bajo su Gobierno comenzó el sisma de la corrupción que alguien charrasquea con un clavo de cobre en el fondo del mar. Moisés Moleiro refiere en su prosa vitriólica, que esa voz deslizaba mentiras desproporcionadas en relación con adversarios políticos y sucesos que no protagonizó. Pero aquí, no se trata de buscar atajos hacia una hipotética incursión del personaje en la Escala de Milán o asuntos donde se pondere la eufonía y el buen decir de las palabras. Aún esa voz chillona, se escucha en las seccionales del partido Acción Democrática y en las asambleas. Lo cierto es que, bajo su Gobierno comenzó el sisma de la corrupción que luego, Pérez y Lusinchi la exageraron y la perfeccionaron.
Empresarios rapaces se enriquecieron. En lo personal no mostró mayor interés por el dinero ni por el lucro individual. Se ufanaba de honrado ante sus seguidores. En campaña electoral prometía sacar los corruptos de las casas del partido a patadas. Tendría que volverse un ciempiés, murmuraba la gente en la calle. Como caudillo del nuevo orden, no se subordinaba a nadie, únicamente a la política exterior de los Estados Unidos. Su carácter autoritario lo llevó a sacrificar cuadros de primer orden en el pardo, a unos los llevó al calabozo, a la guerrilla, a otros a la fosa. Se conocen centenares versiones de los hechos. Es su proyecto democrático, todos estábamos bajo libertad condicional. Desde su exilio en Nueva York, o antes, se dedicó con fervor, a perseguir y combatir los ideales de la juventud de su partido. Desde aquellos años de bachiller en el liceo Caracas, hasta su frustrada expedición en las aulas universitarias, sus escribas apologéticos lo consideran un lector voraz. A estos copistas, no les mezquino sus razones ni las pongo en duda. Al parecer en su maletón de exiliado llevaba 3 de los 27 tomos de la historia de Venezuela de González Guinan, Vidas Paralelas de Plutarco, Rosseau y cierto marxismo. Estas lecturas la refieren sus apólogos de manera reiterada como clave en su formación política. Papel conduce a papel. Nada a la nada. Testigos cercanos escriben, que carecía de nobleza de alma y que era un hombre de rencores imborrables. Adecos, docentes jubilados de la escuela de historia, académicos de recientes investiduras, trásfugas sin lectores, que habitan desfigurados por múltiples mascaras en publicaciones periódicas, le rinden homenaje, acumulan rosas de sus rosales frente a su tumba.
Por un instante, el espejo lo devuelve de su Valle de Josafat. Una serie de fluxes sin oficio le rinden homenaje. Usted se siente ufano. No se sabe por qué. La burra del tiempo se ha orinado encima de los zapatos rotos de la democracia representativa. Sus seguidores bailan ceñidos bragueta a bragueta, con el facha, el mercenario y el paraco, el valsecito de la conspiración.