Lo primero en esta nota es, como ejercicio de modestia, preguntarse quién es uno para cuestionar a un Presidente. Y lo segundo es citar, honradamente, sus propias palabras: «Cuando esté fuera del camino correcto, necesito que me lo hagan saber».
Desde luego que este columnista no pretende tener un correctómetro, pero sí tiene el deber y el derecho periodístico de señalar algunos posibles yerros. De eso trata esta nota, y ante todo subrayando que la República Argentina tiene hoy un Presidente que además de buena persona es un hombre honrado, académico respetable y muy trabajador. Sereno y cerebral, es también un hombre sensible que parece tener una apreciable formación cultural, además de ser futbolero y gustar de la música nacional: el rock y el folklore. Y no me consta, pero seguro ama el tango porque es un porteño con mirada ancha, que hace esfuerzos para no desentonar en ninguna de las 23 provincias y que tiene el don de caer agradablemente en todo lugar y circunstancia.
La moderación es una de sus características y quizá es por eso que parece que nunca se enoja, y si se enoja no se enfurece. Le sobran cualidades para ser Presidente de la República, y sin dudas fue la mejor elección que hizo Cristina al invitarlo a recuperar el proyecto nacional y popular. Por eso tantos millones votamos la fórmula que arrasó en las urnas el año pasado.
Pero como siempre pasa, el diablo metió la cola, como se dice vulgarmente, e infectó al planeta con una peste pavorosa, y a nosotros los americanos al Sur del Río Grande nos jodió la vida con saña feroz. Y si prácticamente todo este continente empezó a padecer lo peor de su historia sanitaria contemporánea, la verdad es que a nosotros nos tocó la buena noticia de tener a Alberto Fernández como Presidente. Prudente, cauto y amoroso en el más amplio sentido de la palabra, ha cuidado y cuida a 45 o 50 millones de habitantes, descontados, claro, los anticuarentenas y necios que toda nación tiene.
Pero si todas son cualidades, también es verdad y hay que decirla, que su gobierno viene también dejando la impresión, cada vez más firme, de que hay errores graves en su gestión. Y cree esta columna, con todo respeto, que quizás la básica y principal sea que el Presidente gobierna escuchando más a quienes no lo votaron y hoy lo aconsejan pésimamente, que a quienes lo llevamos al poder.
Para much@s compatriotas es inevitable fruncir el ceño cuando lo constatamos a diario, y nos sentimos azorados frente a determinadas actitudes y decisiones. Como cuando distingue pacientemente a los adversarios que le ponen piedras en el camino en todos los terrenos, y además parece que lo traicionan en su buena fe. Lo que obliga a pensar que el hombre se está equivocando –y cada vez más– en su estrategia de congraciarse con quienes lo desprecian y atacan, ahora, ya, por todos los flancos, y jamás lo favorecerán a él ni a la Patria.
El Presidente no debería cometer ninguna inocentada más. Su buena fe, educación y mejor trato son, hoy por hoy, gestualidades inútiles ante ciertas dirigencias dizque productivas y alguien tiene que decírselo. Porque por mejor que los trate y busque acuerdos, por muy educadas que sean esas reuniones, el Presidente ya debería saber que nunca, jamás, va a conquistar a esos tipos, cuyo antiperonismo es de hueso colorado y no van a cumplir jamás palabra alguna, porque no la tienen. Sólo tienen intereses y ya sabemos: en la Argentina de esos tipos, interés mata palabra.
El hecho cierto es que esas corporaciones, esos bancos, esos empresarios, latifundistas y agroexportadores a los que el presidente bien llamó hace poco «miserables», están esmerilando al gobierno. Nuestro gobierno. Que corre el riesgo, de no darse un volantazo de 180 grados, de ser arrollado por la canalla opositora, mediática y diplomática que amenaza con nuevos y repugnantes modelos de golpes de estado.
Modelos que en el grueso del gabinete presidencial parecen negarse, al menos mientras se continúa con políticas erráticas en algunos campos, como la comunicación institucional que parece no ver más allá de sus narices. Pruebas al canto: la TDA que sigue congelada, la falta de voceros responsables y astutos, y la persistencia de un cuestionable sistema de pautas publicitarias que sólo favorece a los mentimedios.
Y a ello hay que sumarle muchas y persistentes presencias absurdas en el gobierno, como la ringlera de funcionarios macristas que siguen en casi todas las reparticiones gubernamentales. Y ni se diga cierto manejo errático de la economía, que pasa de anuncios exitistas como la semana pasada a siestas en las que los operadores del así llamado «mercado» destruyen los salarios y disparan dólar e inflación. Mientras seguimos sin derogar la Ley de Entidades Financieras, y parece que ni se considera intervenir y fiscalizar el sistema bancario.
Además, y presuntamente por mal asesoramiento, parecen haberle torcido el brazo a nuestro Presidente en cuestiones esenciales que a quienes lo apoyamos consistentemente nos inquietan cada vez más. Ahí están fracasos como Vicentin y el control del río Paraná; el ocultamiento de las exportaciones; la extracción minera descontrolada; los incendios forestales impunes; la resistencia al impuesto a los ricos multimillonarios. Y sumemos que no se auditó la deuda externa, que era un imperativo político-económico. Y no se amplió ni amplía la Corte Suprema, ni por decreto como hizo Macri, siendo que hoy es ya una necesidad institucional.
Cierto que todas son urgencias en la Argentina, y que la buena voluntad y honestidad de Alberto son encomiables. Pero esa cantidad de tareas y medidas exige atender prioridades y urgencias a la par, porque somos un país tan marino como pampeano pero tenemos cero política marítima y ni se habla de rehacer y recuperar la flota de ultramar, activar nuestros astilleros y volver a ser la potencia que fuimos en los mares del mundo. De igual modo que también somos un país minero, petrolero y granelero pero tampoco tenemos control sobre esas riquezas.
De que estamos todavía a tiempo, no hay dudas. Pero nada podrá hacerse, aparte de durar y con angustia, si se continúa cortejando a los miserables. Que no tienen códigos, palabra ni patriotismo, y encima, aunque vistan trajes y corbatas carísimos y lleguen en coches impresionantes, son brutos y soberbios y violentos. Son malas personas. Y además quien firma piensa que a usted lo desprecian, Presidente.
Por todo eso, y disculpadas sean algunas durezas conceptuales, esta columna se reitera de usted, respetuosa y fraternalmente.