Por Red Voltaire
La administración Biden ha realizado sus primeras acciones en materia de relaciones internacionales.
En primer lugar, el secretario de Estado, Antony Blinken, ha participado por videoconferencia en numerosas reuniones internacionales, garantizando en todas a sus interlocutores que «America is back» (“Estados Unidos ha regresado”). En efecto, Estados Unidos está posicionándose de nuevo en todas las organizaciones intergubernamentales, empezando por la ONU.
Las Naciones Unidas
En cuanto llegó a la Casa Blanca, el presidente Joe Biden anuló la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático y de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El secretario de Estado Blinken anunció poco después que Estados Unidos se integraba al Consejo de Derechos Humanos de la ONU y se postulaba para presidirlo. Incluso hizo campaña para que sólo puedan ser miembros del Consejo de Derechos Humanos los países que Estados Unidos considere respetuosos de esos derechos.
Estas decisiones merecen varias observaciones:
El Acuerdo de París sobre el clima
La retirada estadounidense del Acuerdo de París se basó en el hecho que los trabajos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC) no son de carácter científico sino de naturaleza política ya que el GIEC es en realidad una asamblea de altos funcionarios que dispone de consejeros científicos.
Los Acuerdos de París contienen ciertamente muchas promesas pero el hecho es que hay un solo resultado concreto: la adopción de un derecho internacional a contaminar administrado por la Bolsa del Clima de Chicago. Esa bolsa fue creada por el ex vicepresidente estadounidense Al Gore y el redactor de sus estatutos fue Barack Obama, quien habría de convertirse después en presidente de Estados Unidos. La administración Trump nunca negó el cambio climático sino que sostuvo que, además de las emisiones con efecto invernadero producto de la actividad industrial, ese fenómeno podía tener otras explicaciones, como la teoría geofísica formulada por el científico austrohúngaro serbio Milutin Milankovic, en el siglo XIX.
El regreso de Estados Unidos al Acuerdo de París ha sembrado el pánico entre el personal y las empresas estadounidenses que se dedican a la extracción de gas y petróleo de esquistos. La administración Biden está firmemente decidida a prohibir rápidamente, por ejemplo, los automóviles consumidores de energías fósiles, decisión que no sólo afectará el empleo en Estados Unidos sino también la política exterior ya que Estados Unidos se había convertido en el primer exportador mundial de petróleo.
La OMS
La retirada estadounidense de la OMS estuvo motivada por el papel de primer plano que China desempeña hoy en esa organización mundial. El director general de la OMS, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, es miembro del Frente de Liberación Popular de Tigray (prochino) y, además de su función en la ONU, ha tenido un papel central en el suministro de armas a la rebelión en la región etíope de Tigray.
En la delegación de la OMS enviada a la ciudad china de Wuhan para investigar si el Covid-19 se había originado allí había un solo estadounidense, el Dr. Peter Daszak, presidente de la ONG EcoHealth Alliance. El Dr. Daszak financió trabajos sobre los coronavirus y los murciélagos en el laboratorio P4 de Wuhan, lo cual lo convierte en juez y parte.
El Consejo de Derechos Humanos de la ONU
La retirada de Estados Unidos del Consejo de Derechos Humanos fue consecuencia de una denuncia de la hipocresía del Consejo por parte de la administración Trump. La realidad es que, en 2011, el propio Washington utilizó el Consejo de Derechos Humanos para divulgar falsos testimonios y acusar al «régimen de Kadhafi» de haber bombardeado un barrio del este de Trípoli –la capital libia–, algo que nunca sucedió. Pero el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó una resolución que autorizaba las potencias occidentales a «proteger» la población libia de los «ataques» del infame dictador.
Inspirados por el éxito de aquella operación occidental de propaganda contra Libia, otros países y supuestas ONGs han tratado igualmente de utilizar el Consejo de Derechos Humanos, incluso contra Israel.
Para la Organización de las Naciones Unidas la noción de «Derechos Humanos» no tiene la misma significación que para Estados Unidos.
Los estadounidenses ven los derechos humanos como una simple protección contra la «razón de Estado», lo cual implica prohibir la tortura.
Para las Naciones Unidas, los derechos humanos incluyen también el derecho a la vida, a la educación, el derecho a un empleo, etc. Desde ese punto de vista, China tiene importantes progresos que hacer en materia de justicia pero presenta resultados excepcionales en materia de educación, por ejemplo. Por consiguiente, la presencia de la República Popular China en el Consejo de Derechos Humanos –cuestionada por Estados Unidos– se justifica plenamente.
El secretario de Estado Antony Blinken acaba de enunciar la «Prohibición Khashoggi». Se trata de suspender la concesión de visas a los dirigentes políticos extranjeros que no respeten los derechos humanos de sus opositores. Pero, ¿qué valor puede tener esa doctrina cuando Estados Unidos dispone de un gigantesco sistema de organización y ejecución de «asesinatos selectivos», que a veces utiliza incluso contra sus propios ciudadanos?
Irán y el futuro
del Medio Oriente ampliado
La administración Biden está negociando además con Irán el regreso de Estados Unidos al acuerdo nuclear llamado «5+1». Su objetivo es retomar las negociaciones que los estadounidenses William Burns, Jake Sullivan y Wendy Sherman habían iniciado hace 9 años –bajo la administración Obama– con emisarios del ayatola Alí Khamenei. Actualmente, William Burns es director de la CIA, Jake Sullivan es consejero de seguridad nacional y Wendy Sherman es secretaria de Estado adjunta.
Cuando estos negociadores iniciaron los contactos con enviados del ayatola Alí Khamenei, el objetivo de Washington era apartar al entonces presidente iraní Mahmud Ahmadineyad y reactivar el enfrentamiento entre los musulmanes chiitas y los sunnitas en el marco de la «guerra sin fin», siguiendo la estrategia Rumsfeld/Cebrowski [1].
Por su parte, el Guía iraní, Alí Khamenei, buscaba deshacerse de Ahmadineyad, quien se había atrevido a enfrentarlo y a extender su influencia sobre las poblaciones chiitas de la región.
Aquellos contactos desembocaron en la manipulación de la elección presidencial iraní de 2013, manipulación que hizo posible que el jeque proisraelí Hassan Rohani llegara a la presidencia de Irán. En cuanto se convirtió en presidente, Rohani envió su ministro de Exteriores, Mohamed Zarif, a negociar en Suiza con el entonces secretario de Estado, John Kerry, y con el consejero de este último, Robert Malley. Lo que les interesaba entonces era cerrar, ante testigos, el dossier del programa militar nuclear iraní, del cual todo el mundo sabía que había dejado de existir desde mucho antes. Después, hubo un año de negociaciones bilaterales secretas entre Washington y Teherán sobre el papel regional de Irán, llamado a retomar la función de gendarme del Medio Oriente que tuvo en tiempos del shah Mohamed Reza Pahlevi. Para terminar, se procedió a la firma –con bombo y platillo– del acuerdo 5+1.
Pero en enero de 2017, los estadounidenses eligieron presidente a Donald Trump, quien cuestionaba aquel acuerdo. El presidente iraní Hassan Rohani procedió después a publicar su proyecto para los Estados chiitas y aliados (Líbano, Siria, Irak y Azerbaiyán), que consistiría en federarlos dentro de un gran imperio bajo la autoridad del Guía iraní, el ayatola Alí Khamenei. Así que la administración Biden tendrá que negociar ahora bajo esa nueva premisa.
Sin embargo, Estados Unidos no puede posicionarse en el Medio Oriente ampliado (o Gran Medio Oriente) sin antes decidir qué hacer frente a sus dos rivales: Rusia y China. El Departamento de Defensa ha creado una comisión que trabaja actualmente sobre esa cuestión y que debe presentar sus recomendaciones en junio próximo.
Mientras tanto, el Pentágono pretende seguir haciendo lo que ya hizo durante los últimos 20 años: la «guerra sin fin». El objetivo sigue siendo liquidar toda posibilidad de resistencia en la región, destruyendo las estructuras mismas de los Estados en los países de esta región, sin importar que sean amigos o enemigos. En principio, Washington no tiene intenciones de aceptar el proyecto de Rohani.
La administración Biden inició sus actuales contactos con Teherán en noviembre de 2020 –o sea 3 meses antes de la investidura de Joe Biden como presidente. Es exactamente lo mismo que hizo el equipo de Trump –ponerse en contacto con Rusia cuando Trump todavía era presidente electo–, lo cual le costó tener que enfrentar cargos judiciales basados en la Ley Logan, una legislación de 1799 que prohíbe la participación de «personas no autorizadas» en las relaciones entre Estados Unidos y otro país. Pero esta vez no sucederá lo mismo. No habrá acciones judiciales contra el equipo de Biden ya que esta administración cuenta con apoyo unánime de todos los responsables políticos importantes de Washington.
Además, las negociaciones entre Estados Unidos e Irán se desarrollan al estilo oriental. Teherán y Washington disponen de rehenes que garantizan a cada uno un medio de presión sobre su interlocutor. Ambas partes detienen espías –si no hay espías detienen a simples turistas– y los meten en la cárcel con el pretexto de realizar investigaciones que se alargan indefinidamente.
Para empezar, Washington mantiene sus sanciones contra Irán, aunque ha levantado las que había adoptado contra los huties en Yemen. También ha decidido mirar para otro lado para ignorar deliberadamente la vía sudcoreana que permite a Irán burlar el embargo estadounidense. Pero eso no es suficiente.
Del 15 al 22 de febrero, Irán lanzó –a través de adeptos iraquíes– varias acciones contra las fuerzas de Estados Unidos y empresas estadounidenses en Irak –lo cual es una manera de demostrar que la presencia iraní en Irak es más legítima que la del tío Sam. Por su parte, Israel acusó a Irán de haber provocado una explosión en un tanquero propiedad de una firma israelí mientras el barco transitaba por el Golfo de Omán, el 25 de febrero.
La respuesta de Washington consistió en ordenar al Pentágono bombardear instalaciones utilizadas por milicias chiitas en suelo sirio –lo cual significa que habrá que acostumbrarse a la presencia ilegal de fuerzas militares estadounidenses en Siria, donde ocupan varias regiones, mientras las autoridades de la República Árabe Siria acepten la presencia de Irán, que ya no es una ayuda para los sirios sino sólo para los sirios chiitas.
China
China no amenaza la posición dominante de Estados Unidos. Lo que amenaza la posición estadounidense es el desarrollo chino. A pesar de todo su cinismo, Estados Unidos no busca jugar al colonialismo de estilo británico y hacer retroceder China a los tiempos de las hambrunas. Lógicamente, Washington tendría más bien que instaurar ciertas reglas en las relaciones entre la economía estadounidense y «la fábrica del mundo». Aunque puede hacerlo –como se demostró durante el mandato de Trump–, no lo hará porque la actual clase dirigente estadounidense obtiene enormes beneficios personales del intercambio desigual. Basta recordar que el secretario de Estado Antony Blinken creó su propio gabinete de consultoría –WestExec Advisor– para hacer de intermediario entre las transnacionales estadounidenses y el Partido Comunista Chino.
La realidad es que Washington no tiene más opciones que tratar de maniobrar para que el declive de la economía estadounidense sea lo más lento posible y contener el poderío militar y político chino en una zona de influencia delimitada.
Es por eso que, en su primera conversación telefónica con el presidente chino Xi Jinping, el presidente Biden aseguró que no cuestiona que el Tíbet y Hong Kong, e incluso Taiwán, sean parte de la República Popular China. Pero sí dio a entender que Estados Unidos todavía cuestiona que China haya recuperado la soberanía que ejerció sobre todo el Mar de China antes de la colonización europea. Así que ambas partes seguirán amenazándose mutuamente alrededor de las Islas Spratly y de otros islotes, abandonados o no.
Para Pekín, eso son detalles sin importancia, mientras que sigue sacando al pueblo chino del subdesarrollo, extendiendo cada vez más el desarrollo económico hacia las regiones interiores de su país. Cuando el tigre muestre sus garras, ya se habrá desplegado a todo lo largo de las nuevas «rutas de la seda» y nadie podrá imponerle nada.
Rusia
Los rusos son un caso aparte. Son un pueblo capaz de soportar las peores privaciones y que conserva una conciencia colectiva que siempre le permite volver a ponerse de pie. La mentalidad rusa es incompatible con la de las élites anglosajonas, siempre capaces de cometer atrocidades para mantener sus niveles de vida. Son dos concepciones diametralmente opuestas del honor: la de los rusos se basa en el orgullo por lo que hacen; la de las élites anglosajonas respeta sólo la gloria del triunfo.
A pesar de los 30 años transcurridos desde la disolución de la Unión Soviética y la conversión de Rusia al capitalismo, ese país sigue siendo para las élites anglosajonas un enemigo ontológico –lo cual demuestra que las diferencias entre sistemas económicos sólo eran un pretexto para justificar el enfrentamiento.
Además, sin importar lo que digan, los oficiales del Pentágono no se plantean una guerra contra China sino en un futuro muy lejano mientras que ya se disponen a un posible enfrentamiento con Rusia. El primer bombardeo de la administración Biden acaba de tener lugar en Siria, como explicamos antes en este mismo trabajo. Conforme a sus acuerdos tendientes a evitar choques entre las fuerzas militares de Rusia y Estados Unidos, el estado mayor estadounidense avisó al estado mayor ruso antes de iniciar el bombardeo. Pero lo hizo sólo 5 minutos antes de iniciar la agresión, para garantizar que Moscú no tuviera tiempo de prevenir el gobierno de Siria. Lo peor es que Washington no tomó ninguna medida para evitar que soldados rusos pudiesen resultar muertos o heridos.
Estados Unidos no logra aceptar el regreso de Rusia al Medio Oriente, un regreso que paraliza parcialmente la «guerra sin fin».