Elizabeth Leal
Al Hablar de Carabobo es abordar la culminación de un episodio bélico de grandes proyecciones históricas, tanto en el manejo de las maniobras convergentes que plantearon la batalla, como en la dirección del enfrentamiento mismo. Obedece a un plan estratégico minuciosamente diseñado que lleva al contendor a percibir la inferioridad de sus fuerzas y lo obliga a librar la batalla en forma defensiva. Resume la irreductible decisión de ser independientes.
Los episodios de los procesos sociales van sucediéndose en un tiempo, en un espacio y a un ritmo que no podemos obviar al momento de verlos desde este presente; tal el caso de nuestra historia libertaria, marcada por una sucesión de hechos que nos hablan de luchas internas en el corazón de los seres que nos antecedieron y luchas con otros grupos humanos de hombres y mujeres que entregaron su vida por legar un destino mejor a las generaciones futuras. Estamos en el ineludible deber de introducirnos en la búsqueda para conocer la realidad humana, dotada de pensamiento, comprensión y raciocinio, propias de su relacionamiento, complejidad e historicidad. Esta solo se encuentra cuando miramos el contexto del asunto que nos convoca ¿qué pasaba en ese momento histórico?, ¿qué pueblo habitaba el territorio?, ¿quiénes eran los que llegaron a nuestras tierras?, ¿qué intereses, motivaciones los instaron a actuar?, ¿qué ocurría en el mundo por aquella época?
Todo eso conforma la referencia histórico-conceptual necesaria a la investigación. Así, al abordar la Campaña de Carabobo, hagamos una corta regresión a fin de contextualizar el momento histórico de esta batalla que abre las puertas a nuestra independencia como patria soberana. Independencia y soberanía que hoy estamos defendiendo de un enemigo tan poderoso como aquel español.
Si asumimos que ningún acontecimiento histórico se produce en cortes nítidos, imposible en nuestra reflexión no retrotraernos a los penosos tiempos en que la crueldad y el odio desatados habían inundado nuestra tierra; las más encontradas situaciones se sucedían inclinando la balanza del destino hacia uno u otro lado de la barbarie generada: triunfos que implicaban tristezas y amarguras, odio tan solo por amor a esa Patria que, sin conocerla aún, defendían con sus vidas. Odio por arrancar el suelo que pisaban al compás de las voces de sus dueños españoles. Ya en 1812, Bolívar replicaba ante sus conciudadanos, el 7 de septiembre: “…Sí, yo os he traído la paz y la libertad, pero en pos de estos inestimables bienes han venido conmigo la guerra y la esclavitud… parece que el cielo para nuestra humillación y nuestra gloria ha permitido que nuestros vencedores sean nuestros hermanos y que nuestros hermanos únicamente triunfen de nosotros. El Ejército Libertador exterminó las bandas enemigas, pero no ha podido ni debido exterminar unos pueblos por cuya dicha ha lidiado en centenares de combates…”
Era la guerra social violenta y feroz como toda guerra. Y devastadora; respuesta de aquellos que habían terminado en las filas realistas en venganza a tanto agravio recibido. La guerra social era sufrida desde muchos años antes pero estalló a partir de 1813 ya que hiciera crisis en 1814, con la incorporación de Boves como jefe de negros, esclavos e indios de los llanos resentidos por tanto abuso y desprecio de la clase pudiente. Guerra que había inundado el país y que nuestro Libertador, en un intento por detenerla, dicta el Decreto de Guerra a Muerte: “…Y vosotros, americanos, que el error o la perfidia os han extraviado de las sendas de la justicia, sabed que vuestros hermanos os perdonan y lamentan sinceramente vuestros descarríos”. Esas palabras removieron el sentimiento de pertenencia e identidad desdibujada por la ignorancia. El objetivo de sembrar el germen de la conciencia americana condensado en tan singular arenga se cumplió. La respuesta no se hizo esperar, las filas patriotas fueron engrosadas, triunfos y derrotas en las contiendas quedaron sellados por la enseña espiritual de cada bando.
De esta manera, a pesar del hambre, despojos, desazón, continuaba la vida por aquellos años en esta tierra de gente pobre; tierra de innumerables carencias pero donde las inmensas riquezas naturales prometían al imperio ampliar y agrandar su patrimonio. Así, la guerra seguía su curso y, a la par de infortunios, se conocían alcances positivos de la lucha libertaria: era una campaña extraordinaria, nunca vista en nuestro continente; en cuyo seno Agua de Obispos, Niquitao, Los Horcones y Taguanes dan fe del ciclo épico que grabó la insurgencia bolivariana: “…la intrepidez de nuestras tropas produjo en los españoles el pavor…” escribió Bolívar en su informe al Congreso de la Nueva Granada, en el año 1813. Posteriormente, la intrépida acción fue bautizada “Campaña Admirable” que, así como el Manifiesto de Cartagena revela la personalidad de Bolívar como analista y líder del proceso histórico-social y político de nuestro continente; este movimiento prolongado y heroico lo marca como gran estratega dotado de fortaleza moral e intelectual, guerrero integral de indomable voluntad e ideales precisos, que no se aflige ni desmoraliza aunque los obstáculos parezcan insalvables. En reconocimiento, tanto la Municipalidad de Mérida en mayo 23, como la Municipalidad de Caracas en octubre 6 del mismo año de 1813, lo honraron concediéndole el título de Libertador y Capitán General de los Ejércitos.
El estado de Guerra sin Cuartel y Guerra a Muerte duró siete años, desde el 15 de junio de 1813 hasta concluir en un Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra que concluyeran el 26 de noviembre de 1820, cuando se produjo el encuentro entre el general español Pablo Morillo y el Libertador Simón Bolívar en Santa Ana, Trujillo.
Sin embargo, el cese de hostilidades establecido por el Tratado de Regularización de la Guerra y el Armisticio firmado, había permitido a los jefes de ambos bandos consolidar posiciones. Era la dialéctica entre la paz y la guerra que asombraba por la largura del proceso.
Y, en abril de 1821, Maracaibo da la primera clarinada y vuelve la guerra. Se da comienzo a la campaña mejor diseñada y preparada por los rebeldes venezolanos. Retrocede el pendón ibérico y se vislumbra ya, que entre Puerto Cabello y la capital, el choque de esas dos visiones distintas será inevitable. Bolívar, sin decir palabra ni a sus más allegados, venía configurando la estrategia que lo llevaría a demoler el bastión realista. Superados los desencuentros, los caudillos patriotas han entrado en la conciencia del deber patrio y el Libertador Capitán General de los Ejércitos está en condiciones reales -logísticas, físicas y espirituales- de escoger la estrategia ante su contendor quien contaba con el apoyo de Caracas y
Coro, vale decir, todo el eje norte-costero venezolano, desde Miranda, pasando por Aragua, Carabobo, Guanare, San Carlos, San Felipe, Barquisimeto; y en la actual situación, solo puede esperar la iniciativa de ataque republicano. La decisión está tomada: es una misión de vida el ser independientes.
La campaña de Carabobo tiene como objetivo la destrucción del núcleo más importante del Ejército Realista, acantonado en el centro del país, cercano a la capital de la República y apoyado por la plaza de Puerto Cabello, su brazo esencial. Para lo cual concibe la estrategia que debilitaría el poder del enemigo dispuesto a concentrar sus tropas en Valencia. Un plan estructurado a partir del análisis de dificultades y potencialidades tanto del enemigo como de las propias; caracterizado “por su lógica, sencillez y afianzamiento de las realidades de dispositivo, topografía y sincronización en el tiempo.” Guayana, las provincias de Oriente; los llanos altos de la provincia de Caracas (las tierras del hoy Guárico), Calabozo y Trujillo junto a Maracaibo constituyen el bastión republicano que decidirá la suerte de Caracas y Coro. El plan había sido tan perfectamente pensado que no daría respiro al enemigo.
Era imprescindible desarticular la estrategia de La Torre. Afianzándose en el Ejército del Sur, estacionado en Apure y comandado por Páez; el Ejército de Oriente, que reagrupaba bajo el mando del general Soublette, las diversas guerrillas orientales y las fuerzas margariteñas que debía aportar Arismendi; el Ejército del Norte, cuya base era una de las brigadas de La Guardia, comandada por Urdaneta que, además de aglomerar fuerzas en Maracaibo debía sumar otras procedentes de Nueva Granada. Eran las tres grandes fuerzas con las que contaba nuestro Libertador.
Diversos autores, entre ellos Bencomo, Valencia, Lecuna, Santana, al referirse a la conformación del plan estratégico, resaltan el diseño de un ataque combinado y simultáneo contra las posiciones centrales del enemigo. Todo estaba en su camino; una única amenaza: no lograr concentrar las grandes unidades dispersas para enfrentar a La Torre, que impidieran una respuesta masiva de éste que arrasara los contingentes patriotas que se mantuvieran aislados.
En el arte de la guerra, las diversiones se definen como operaciones de distracción de las fuerzas enemigas, con la intención de desagruparlas, descolocarlas y confundirlas en cuanto a su intención estratégica. Ahora bien, el día 28 de abril se destaca por el desarrollo de una maniobra estratégica por líneas exteriores: Unidades acantonadas en Barinas emprendieron la marcha con premeditada lentitud, semejando ser un contingente mucho más numeroso. Así, Juan Gómez (por Guanare) precipitó la retirada de la 5ª División realista que había avanzado hasta Araure, obligándola a retroceder hacia San Carlos. La acción de Remigio Ramos (por Obispos hacia Mijagual) irá a cubrir el movimiento del Ejército de Apure; ocultar al enemigo era la intención principal.
Dado que una de las posiciones más fuertes del ejército realista venía de su dominio sobre los Altos Llanos del Guárico, Calabozo era un objetivo de primera línea. Blindado por la división de vanguardia del ejército español, con 10 regimientos de caballería al mando de Morales quien vigilaba a Páez acantonado en Calabozo, es llamado por La Torre para detener la amenaza de Bermúdez que venía desplazándose desde Oriente hacia Caracas y el Centro. El ataque a cargo de Bermúdez sería la más importante diversión, tal como lo señala Valencia Tovar: “en caso de éxito, el ejército de Oriente proseguiría en clásica acción de martillo sobre la espalda adversaria, mientras el yunque constituido por el ejército de Occidente daría la acción decisiva, en combinación de maniobras desde direcciones opuestas”.
Cuando el Libertador decide emplear la maniobra de distracción (diversión) de Occidente, pone al frente de ella a Cruz Carrillo y bajo sus órdenes al Coronel Juan Gómez. Les ordena que se replieguen a Barquisimeto y desde allí, luego de que fuera anexado el Batallón Maracaibo perteneciente a la División de Urdaneta, iniciar operaciones hacia San Felipe; continuando hacia Valencia para cortar una posible retirada de La Torre hacia Puerto Cabello. Esto hace posible que el jefe realista destaque unidades para detener la amenaza; pero estas unidades que reforzarían al Coronel Manuel Lorenzo para frenar la citada diversión, harán falta en Carabobo el día 24 de junio del año 1821.
Tanto el desplazamiento de Bermúdez como el de Cruz Carrillo -desde Trujillo marcha por Nirgua para amenazar a Valencia- y el de Juan Gómez, habían sido planificados para desarrollarse de manera escalonada; sin embargo, se desencadenan simultáneamente. Fue toda una sorpresa estratégica, anticipación a la maniobra realista de La Torre quien se había preparado para una ofensiva limitada sobre Barinas.
El logro de la estrategia patriota puede resumirse: los realistas abandonan las posiciones avanzadas, se concentran en la llanura de Carabobo, facilitando el avance del Libertador sobre San Carlos. Páez pudo marchar sin la amenaza enemiga de sus comunicaciones. Con esta maniobra estratégica por líneas exteriores, se materializa una vez más, la genialidad del guerrero que es nuestro Libertador.
Se abre el camino hacia Bomboná, Pichincha, Junín y Ayacucho, victorias ineludibles en el estudio de la visión estratégica de integración latinoamericana, ante el peligro de futuras apetencias imperiales. Un logro esencial y trascendente de esta Campaña, tiene que ver con la concurrencia de todos sin distingo de raza, credo o nivel social; así nuestros indígenas, negros, blancos, esclavos, pobres, ricos, asumieron la misión. La pasión libertaria y el don de mando de nuestro Libertador hicieron el milagro que desde ese instante nos identifica a todos los habitantes del suelo patrio: la igualdad, y con este principio, su ejemplo que guía nuestro accionar. La decisión irreductible de libertad e independencia.