Nadie la quiere pronunciar. Ni Joe Biden ni el Sumo Pontífice. La bordean, le hacen fintas, la driblan, se le van por la tangente, le dibujan una verónica, la tienen en la punta lingual, se refieren a sus consecuencias, pero no la terminan de decir. Ni por casualidad ni equivocación. No lo hace el presidente de los Estados Unidos ni el Papa de Roma. Ni Francisco ni Biden. También la execraron los medios y las redes. La palabra está allí pero la evaden. La omiten. Tampoco la aluden la OEA ni la derecha internacional. Le tienen fobia. Es palabra grave, no solo por su acentuación. Gravísima.
Se las digo, si quieren se las deletreo: blo-que-o. En la última misa del Angelus, el Papa expresó su solidaridad con Cuba y llamó al diálogo, pero evitó nombrar las causas de la situación: el boqueo de 60 años contra la isla. La ostia imaginaria se me atragantó. Se peca por acción, pero también por omisión. No solo en pensamientos y obras, también en palabras. A veces con el silencio. Entiendo que el autor del bloqueo niegue lo que hace y hable de “ayuda humanitaria”. Es su naturaleza. Pero Francisco, el Papa latinoamericano que en otros ámbitos ha sido muy directo, nos dijo el domingo que la iglesia sigue siendo la iglesia.
La palabra une a Venezuela y Cuba. Deja de ser vocablo y se hace realidad para asfixiar a sus pueblos. La hipocresía dominante cree que al no pronunciarla, hace a los dos países culpables de los males provocados por el imperio y sus lacayos. Pero los pueblos tienen forma de hacerse escuchar y expanden por el mundo la palabra prohibida. Los poetas la escriben en sonetos, décimas y versos libres. La voz de la cantoría la graba en discos, videos y la infiltra en las redes y los medios. Es su bloqueo criminal, de lesa humanidad, violatorio del derecho internacional y de todos los derechos. Es el bloqueo de quienes lo imponen y lo callan. Es el bloqueo de EEUU y la Unión Europea, de Washington y Bruselas. No se lo agarre usted, pontífice Francisco.
La palabra está mediáticamente bloqueada. También católicamente. Tan criminal como el económico, alimentario y sanitario, urge romper el bloqueo al verbo y la protesta. Que hablen los muros, las calles y las piedras. Hasta que el estruendo de su propio silencio sea escuchado en Washington y Roma.