Rossana Rossanda, la compañera Rossana, falleció la madrugada del domingo 20 de septiembre. Había cumplido nada menos que 96 años, una edad considerable, el pasado 23 de abril.
Había nacido en 1924 en la ciudad de Pola, en la península de Istria, que por cinco siglos formó parte de la Serenísima República de Venecia, luego pasó al Imperio Austrohúngaro y en 1918, justo después de la Primera Guerra Mundial, entró a formar parte del Reino de Italia y en 1947, tras la Segunda Guerra Mundial, de la Yugoslavia de Tito y en 1991, después de la disolución de Yugoslavia, de Croacia. Era de hecho una «mujer de frontera» y de una frontera ardiente como la balcánica. Eso la convirtió en una mujer internacional, internacionalista y cosmopolita. Y una comunista, como más tarde relató en su magnífico libro de memorias La niña del siglo pasado, publicado en 2005, obteniendo un gran éxito editorial.
En Milán se formó con el filósofo Antonio Banfi. Eran los años de la guerra y la niña, inmersa completamente en «su» siglo, luchó contra el nazi-fascismo, entró en la resistencia y sucesivamente, como algo casi inevitable, en el Partido Comunista Italiano, donde su cultura, su inteligencia y su misma presencia (tenía una belleza glacial y a la vez inquietante) se impusieron.
La revuelta húngara de 1956 fue el primer choque. Pero aún no había llegado el momento de la herejía y Palmiro Togliatti, el líder del PCI, la llamó a Roma para ponerla al frente de la cultura, un sector vital en la inmediata posguerra.
Rossanda representaba en el PCI la cultura, su cultura, siempre y hasta el final de sus días encarnó una cultura crítica, abierta, internacional e internacionalista, a menudo incómoda y heterodoxa: Sartre, Simon de Beauvoir, Althusser, Bettelheim, el inglés Singer, los españoles Fernando Claudin y Jorge Semprún, los portugueses de la revolución de los claveles Otelo de Carvalho y Melo Antunes. Mantuvo una relación de amor y odio con Fidel, con quien realizó una gira famosa por la isla y entrevistó en La Moneda a Salvador Allende, entonces poco popular dentro de la izquierda radical italiana y europea debido a su obstinada vía democrática y legalista. Incluso su historia de amor y política con K. S. Karol, su compañero de toda la vida, el periodista apátrida del Nouvel Observateur que en la juventud había combatido en el Ejército Rojo, no era aprobada por el partido.
Fue inevitable pues que Rossana se sumergiera en 1968 tanto en París como en Roma en las grandes luchas obreras de aquellos años mágicos. Y fue inevitable que entre 1968 y 1969 contribuyera de forma decisiva al nacimiento de Il Manifesto, una revista herética como ella, junto a un grupo de reconocidos intelectuales como Luigi Pintor, Lucio Magri, Luciana Castellina, Valentino Parlato y Aldo Natoli.
Después de la invasión soviética a Checoslovaquia, la noche del 20 al 21 de agosto de 1968 y el ataque al «socialismo con rostro humano» de Dubcek, escribir «Praga está sola», como tituló Il manifesto, fue el motivo de expulsión del PCI.
Así nació en el año 1971 Il Manifesto, diario comunista. Por primera vez, los herejes comunistas no se convertían en unos despreciables anticomunistas sino que en cambio seguían proclamándose obstinadamente comunistas, incluso después de que el PCI se derritiera como nieve al sol, negara su historia y su pasado.
Herejes, minoritarios pero comunistas y jamás sectarios. El tiempo ha pasado su factura a muchos de ellos. Pintor, Magri, Parlato, Natoli ya murieron. Ahora Rossanda. Fue un ícono de la política, la cultura y el periodismo. En el curso de su larga vida ganó algunas veces y perdió muchas veces. Pero fue siempre extraordinaria.