"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

Una Pausa para Pensar: El Dinero sin Valor en una Sociedad Que se Desintegra Rápidamente

Por Fabio Vighi

La aceleración del «paradigma de la emergencia» desde 2020 tiene un propósito simple pero negado: ocultar el colapso socioeconómico. En el metaverso de hoy en día, las cosas son lo contrario a lo que parecen. Al inaugurar Davos 2022, Kristalina Georgieva, la directora del FMI, culpó a la pandemia y a Putin por la «confluencia de calamidades» que hoy enfrenta la economía mundial. Ninguna sorpresa en esto. Davos en sí mismo no es un centro para la conspiración, pero sí es el portavoz de las reacciones de las elites cada vez más en pánico a las contradicciones sistémicas inmanejables. La gente de Davos ahora se está ocultando detrás de mentiras como niños nerviosos. Mientras continúan diciéndonos que la caída por venir es el efecto de adversidades globales que tomaron al mundo por sorpresa (de Covid-19 a Putin-22), lo contrario es lo verdadero: es la economía estancada la causa de estos «infortunios». Lo que nos venden como amenazas externas, son, de hecho, la proyección ideológica del límite interno y la descomposición en curso de la modernidad capitalista. En términos sistémicos, la adicción a la emergencia mantiene al cuerpo comatoso del capitalismo artificialmente con vida. De este modo, el enemigo ya no es más construido para legitimar la expansión del Imperio. En su lugar, sirve para ocultar la bancarrota de nuestra economía ahogada en deuda.

Desde la caída del Muro de Berlín, el despliegue de todo el potencial del capital, también conocido como globalización, gradualmente ha socavado sus propias condiciones de posibilidad. Eventualmente, la respuesta a esta trayectoria impositiva fue el desencadenamiento de emergencias globales que deben ser incrementalmente resistentes y complementadas por inyecciones aún mayores de miedo, caos y propaganda. Todos recordamos cómo comenzó todo a finales del milenio, con Al Qaeda, la «guerra global contra el terror», y el pequeño vial de polvo blanco de Colin Powell. Esto desencadenó al Talibán, al Estado Islámico, Siria, la crisis de los misiles de Corea del Norte, la guerra comercial contra China, Russiagate, y finalmente el Covid-19, en un crescendo de emociones. Ahora parece que una nueva Guerra Fría está en proceso, tal vez la madre de todas las emergencias. La razón elemental del rumbo de estos eventos es que mientras más se acerca el sistema al colapso, va necesitando más crisis exógenas para distraer y manipular poblaciones, mientras retrasa su caída y sienta las bases para su transformación autoritaria.

La historia nos dice que cuando los imperios están a punto de ceder, se osifican en regímenes opresivos de administración de crisis. No es ninguna coincidencia que nuestra era de emergencias seriales comenzó con la explosión de la «burbuja punto com»: la primera caída del mercado. Para fines de 2001, las compañías con mayor peso tecnológico habían quebrado, y para octubre de 2002 el promedio Nasdaq había caído un 77%, exponiendo la fragilidad estructural de una «nueva economía» potenciada por la deuda, finanzas creativas y el desangramiento de la economía real. Desde entonces, la simulación de crecimiento mediante la inflación de activos financieros ha sido escudada por la fabricación de amenazas globales, debidamente empacadas y vendidas por los medios corporativos. En verdad, el ascenso de la «nueva economía» de los 90 tardíos se trató menos del internet que de la creación de un inmenso aparato para la simulación de prosperidad, que se suponía que debía funcionar sin mediación de la masa laboral. Como tal, despejó el camino para la ideología neoliberal del «crecimiento sin trabajos»: la ilusión, abrazada entusiastamente por la izquierda, de que una economía de burbuja financiera podía prender un nuevo El Dorado capitalista. Mientras la ilusión ahora explotó en nuestras caras, nadie pareciera tener deseo alguno de reconocerlo.

De hecho, desde que el Virus entró en escena para elevar la vara de la emergencia aún más arriba (antes de ser pausada y posiblemente recargada para futuros re-despliegues) volvemos a las mismas travesuras financieras. Mientras que la infección de paquete de occidente se llame Rusia -en particular por su demostrada trayectoria histórica (la URSS)- es crucial para apreciar el apuro de la creación de enemigos y fabricación del miedo ahora es algo desesperado, basado como está en la negación agresiva del fracaso estructural. Como el virus, la guerra de Ucrania nos tapa del verdadero horror de la descomposición social mediante la caída del mercado de acciones y de deuda. Esta situación perversa debe transformarse en su debida conclusión dialéctica: la única manera de ponerle fin a la sucesión destructiva de emergencias es poniéndole fin a la lógica capitalista autodestructiva que la alimenta.

Tras el fracaso del último periodo de movilización laboral masiva –el boom fordista de post-guerra– el capitalismo entró en su crisis terminal, donde el dinero ficticio está incrementalmente disociado del valor mediado por el trabajo. Ya en los años 80, la erosión irreversible de la sustancia en base a trabajo del capital provocado por la Tercera Revolución Industrial (la microelectrónica), le dio ascenso a un crédito transnacional y un sistema especulativo que rápidamente penetró todas las formas de capital de dinero. Esta espectral masa monetaria ha continuado creciendo mediante auto-fertilización al punto que –ya señalado, entre otros, por Robert Kurz– solamente la expansión artificial habilita la movilización de liquidez en el mundo real. El crecimiento económico en los 90 fue alimentado por un «mecanismo de reciclaje», por el que la demanda, el poder adquisitivo y la producción de bienes y servicios fueron sostenidos por dinero (especulativo) falso. La economía real ya no estaba basada en rentas laborales y ganancias; en su lugar, fue conducido por especulaciones sobre los precios de activos financieros, pilas de dinero ficticio sin sustancia en su valor. Este ciclo de seudo-acumulación, basado en la liquidez financiera fluyendo de vuelta hacia producción y consumo, es el fenómeno definitorio de nuestro inflacionario, y conducido por la deuda, «capitalismo de la emergencia». Por necesidad, cada vez mayores cantidades de capital ficticio terminan sosteniendo la producción, para que, de este modo, una parte creciente de la acumulación real participe en el proceso especulativo.

La actual supervaloración grotesca de todos los activos de riesgo (acciones, bonos y propiedades) sugiere que las élites continuarán usando su libreto político para ganar más tiempo y posponer la explosión de la burbuja de la deuda que ellos mismos comenzaron a inflar años antes de que el Covid y Putin se convirtieran en nuestros chivos expiatorios preferidos. Los guardianes del Santo Grial capitalista han planificado para nosotros un estado de miedo perenne en un esfuerzo desesperado por retrasar el shock de la devaluación de la moneda que por décadas se ha estado madurando. Mientras que lo hacen mediante métodos cada vez más cínicos, parecen ser los únicos que al menos se dan cuenta de que semejante conmoción podría arrodillar al sistema mundo. Este es el por qué la aristocracia financiera está dispuesta a hacer prácticamente todo lo que puedan para asegurar la prolongación de nuestro moribundo modelo económico. Al hacerlo, demuestran una mayor comprensión de nuestra condición que aquellos quienes, en teoría, deberían estar mejor ubicados para analizarlo: la llamada intelligentsia post-marxista junto a la izquierda posmoderna en todas sus reiteraciones inconsecuentes. Lamentablemente, los «tontos útiles» en la izquierda hace tiempo traicionaron su mandato fundamental de criticar la economía política, y de este modo están directamente implicados en la catástrofe en desarrollo.

Los tecnócratas al timón del Titanic tienen más que un presentimiento de que el barco está acelerando hacia el iceberg. Habiéndose quedado sin balas políticas (como con el debate reciente «austeridad versus estímulo»), han optado por administrar lo inadministrable. De forma crucial, saben lo que para la mayoría de nosotros parece ilógico: que el quiebre de nuestro modo de producción obsoleto solo puede retrasarse a través de 1) un flujo estable de emergencias globales, 2) la controlada demolición inflacionaria de la cada vez más improductiva economía real y 3) el cambio de imagen autoritario de la democracia liberal.

El teatro enfermo de la guerra ucraniana, al igual que la exaltación maliciosa del affair Covid, es por lo tanto una consecuencia de la autoconciencia en pánico de las élites de que el colapso ahora es un asunto retrasado. De hecho, los administradores de la «crisis del capitalismo» de hoy saben que un colapso es necesario para que emerja un nuevo sistema monetario. Decisivamente, también reconocen que el quiebre debe suceder como la demolición planificada del actual modelo, el cual les permitirá el retener e incluso fortalecer su posición de poder dentro de la inminente normalidad capitalista neofeudal. El racionamiento de los alimentos y la energía, la pauperización masiva,el crédito social y el control monetario vía divisas digitales, hace tiempo fueron horneados en el pastel capitalista del futuro. Pudiera decirse que este escenario ya es parte de nuestra imaginación colectiva, mientras estamos siendo persuadidos de su ineludibilidad debido a causas de fuerza mayor.}

Ucrania nos provee de una imagen literal del mecanismo descrito más arriba. Detrás de sus cuentos de moralidad, nuestros políticos occidentales, bajo presión de sus jefes financieros, continúan saboteando la diplomacia al sancionar a Rusia y bombeando toneladas de armas a Ucrania, así como miles de millones en ayuda financiera. Aparte de la conveniencia paralela de acuerdos de armas y dinero turbios, el objetivo es extender un conflicto que deliberadamente convierta a miles en carne de cañón mientras se avivan las llamas de una potencial guerra nuclear. Al igual que con el Covid, el paradigma del miedo es esencial para postrarnos en la obediencia psicológica. Para echarle sal a la herida, los países de la Unión Europea continúan comprando gas y petróleo ruso, que son esenciales para mantener la apariencia de abundancia. Los líderes europeos, en otras palabras, quieren pagarse y darse el vuelto: con una mano toman (sanciones) y con la otra devuelven (incluso en rublos) para asegurar energía y otras materias primas estratégicas.

Nada, entonces, nos impide de unir al menos dos puntos. Tenemos una economía en caída libre cuyo dilema apenas es escondido por su adicción a la deuda y las astronómicas «burbujas de todo». Y está el espectáculo voyeurista de masacres diarias, intencionalmente despojadas de cualquier contexto sociohistórico significativo y estimulado por propaganda unilateral. Unir los puntos significa entender que el propósito de la emergencia ucraniana es el de mantener encendida la impresora de dinero mientras se culpa a Putin de la recesión económica a nivel mundial. La guerra cumple el objetivo opuesto de lo que nos dicen: no es para defender a Ucrania sino para prolongar el conflicto y nutrir la inflación en un esfuerzo por desactivar riesgos cataclísmicos en el mercado de la deuda, el cual se esparciría como un incendio a lo largo de todo el sector financiero. No nos olvidemos de que el mercado de acciones es una suerte de derivado del mercado de la deuda, que por lo tanto necesita ser manejado con cuidado extremo. Mientras que el “suicidio asistido” de la economía real a través de shocks en el suministro exacerba la inflación del precio al consumidor, la inflación provee un alivio temporal a la mega burbuja de la deuda, de este modo posponiendo la caída.

En el pasado reciente la preocupación primordial de la política monetaria ha sido la estabilización de la deuda, que reduce el riesgo de un evento que pudiera hacer explotar a la economía, y con ella, a nuestras sociedades. La presión de la deuda siempre en aumento debe ser periódicamente aliviada, y la inflación de los precios ayuda. ¿De qué manera? Descomprimiendo la burbuja del mercado de bonos, ya que la inflación reduce el valor real de la deuda. Por supuesto, el peligro es que la dinámica inflacionaria cobre vida propia (hiperinflación). El punto, sin embargo, es que nuestros amos están malamente entrampados: no tienen otra opción salvo deprimir la economía real mientras trata de extender el tiempo de vida del todo poderoso, pero peligrosamente volátil, sector financiero. Lo que debe evitarse a toda costa es un evento provocado por la deuda. En el actual ambiente retorcido, cualquier crecimiento artificial de la burbuja de la deuda requiere un grado de alivio deflacionario, que hoy es garantizado por la guerra y los índices de precios al consumidor en aumento. Esta lógica perversa queda clara si vemos, por ejemplo, el margen de deuda de Estados Unidos, que se trata de capital prestado empleado para operar en el mercado de acciones. Desde octubre de 2021, la deuda al margen ha caído un 14.5%, mientras que el Nasdaq ha perdido un 17.6%. Este es el por qué Ucrania es daño colateral.

La triste realidad es que «la guerra de Putin» (como «la guerra contra el Covid») retrasa la explosión de la «burbuja de todo», el porqué Ucrania está siendo sacrificada en el altar de la masacre prolongada por la libertad y la democracia. Su verdadero propósito no es el de ayudar a los ucranianos (o, si a eso vamos, el de destruir a Rusia) sino exorcizar a la pesadilla recurrente del «shock Lehman», que hoy pudiera sumirnos en el caos, desbaratando el delgado revestimiento de la opulencia monetaria que evita que nosotros miremos fijamente al abismo. La conclusión es que liquidez instantánea luego de clicks del ratón es el único objeto que le importa a la industria financiera basada en la deuda. Y al pasar por la deflación cuotas de la burbuja de la deuda a través de la erosión del poder adquisitivo y la compresión de la demanda, las élites financieras de forma encubierta se preparan para más programas de impresión de dinero (Quantitative Easing; QE, por sus siglas en inglés) para inundar al sistema aún más con el dinero que necesita. Nuevos QE, tal vez con un nombre distinto, pudieran anunciarse pronto, aunque podrían requerir de un empujoncito de un accidente controlado, lo suficientemente serio como para garantizar una acción de impresión inmediata. Al respecto, el precedente de 2018 no debería ser ignorado. En aquel entonces, la pretensión de reducir la hoja de balance de la Reserva Federal apenas duró un par de meses antes de ser forzado a dar una vuelta en U. Y cuando la jugada se intentó de nuevo en el verano de 2019, la crisis del mercado de reventa de mediados de septiembre le recordó a todo el mundo cuan esencial es la bazuca de liquidez del Banco Central.

La conclusión es que si deberían terminarse las inyecciones monetarias del Banco Central, un incremento rápido en índices de intereses claves pudieran amenazar con un desplome del mercado, con defaults en todo el planeta. Entonces, o bien todo el mundo actúa de acuerdo al libreto, o todo el show se cancela, y con él, el sistema. Hoy ya estamos viendo el efecto del aumento del 0,5 de la tasa de la Reserva Federal en el mercado de los bienes y raíces de los Estados Unidos. Las alzas de intereses han forzado las de las hipotecas, que deprimen el mercado de la vivienda. Pero, si el sentimiento de los compradores de casas está en su punto más bajo históricamente, el sentimiento de los constructores permanece relativamente alto, lo que confirma que ya no existe más una correlación significativa entre las condiciones de la economía real y la especulación de los precios de los activos; puesto que en última instancia es la Reserva Federal la que, al comprar seguridades respaldadas en hipotecas en cantidades industriales, inflan la burbuja de los bienes raíces cuando cae la demanda. Así es como se ve la superficie monetaria de la administración de la crisis extrema. Aún así, si apenas rasgamos la superficie, nos encontramos con la causa fundamental de todos los juegos geopolíticos y de propaganda que están siendo jugados: la fundición insalvable de la sustancia de valor del capital.

El genio de la inflación que se escapó de la botella del Covid ahora se culpa a Putin, incluyendo su efecto «apocalíptico» en los pobres. Sin embargo, eso se origina en la creación de inmensas cantidades de «dinero sin valor» (es decir, dinero que no ha sido «cubierto» por la acumulación real) que al fluir hacia la economía real inevitablemente devalúa el medio del dinero en sí mismo. Los precios de los commodities ya no crecen de acuerdo a la ley del mercado de la oferta y la demanda. En su lugar, cualquier incremento en la demanda es pagado con dinero generado de la nada económica. Mientras que la devaluación de la divisa al relajar la política monetaria está siendo exacerbada, en este momento, con el suministro negativo de shocks provocados por el Covid y la guerra ucraniana, en honor a la verdad es un fenómeno secular radicado en la disolución del valor capitalista.

Es algo común para los imperios que sufren una muerte lenta y dolorosa, mientras niegan la causa de su implosión. La caída del mundo capitalista liderado por Estados Unidos comenzó hace más de medio siglo atrás, y solamente ha sido retrasado por olas de falsa prosperidad alimentadas por la creación de dinero (deuda), que ha beneficiado a una pequeña élite mientras se pone la carga sobre las masas con deudas colosales y pauperización. En los últimos 50 años, la deuda federal de los Estados Unidos ha experimentado un aumento multiplicado por 75 (de 400 mil millones a 30 billones), mientras que el total de su deuda (privada y pública) ahora pasó la marca de los 90 billones (un aumento multiplicado por 53). Al estar la mayoría de las monedas vinculadas al dólar desde la Segunda Guerra Mundial, su devaluación también es inevitable. Por más de medio siglo Estados Unidos ha estado destruyendo gradualmente su dólar hegemónico y a las divisas relacionadas mientras inician «operaciones militares» no provocadas fuera de sus fronteras. Cualquier ilusión temporal de prosperidad fue comprada con guerra, deuda e imprimiendo dinero falso.

El tipo de devaluación inflacionaria de hoy en día emergió por primera vez de un fenómeno cualitativamente nuevo en el siglo XX. Desde los comienzos de la industrialización, el carácter sustancial de las monedas ha sido salvaguardado fijado a los metales preciosos, lo que eventualmente cobró la forma del patrón oro y los sistemas de bancos centrales que se basaron en él. El final del patrón oro (el 15 de agosto de 1971) marcó el comienzo del modelo económico ultra-financierizado que, medio siglo después, está llevándonos cada vez más cerca del redde rationem, en el contexto de una expansión del crédito colosal.

La crisis global del capital ahora se manifiesta en la forma de un nuevo ataque de estanflación (economía estancada con inflación en aumento), que evoca las memorias de los años 70. Los actuales atascos en el suministro y la explosión de las materias primas y la energía recuerda el shock al precio del petróleo de 1973, cuando la OPEP recortó su suministro en respuesta a la Guerra de Yom Kipur. Estos factores externos comparativos, sin embargo, deben ser vinculados a la causa común interna, que tiene todo que ver con el capitalismo alcanzando el final de su potencial expansionario interno. La estanflación de los 70 marcó el final del boom de post-guerra, que coincidió con la Tercera Revolución Industrial y la caída violenta de la tasa de ganancia causada por el avance exponencial de la automatización tecnológica de la producción. El keynesianismo de ese momento falló porque reaccionó a la contracción económica de una forma típica, a saber, con programas de estímulo que solo administraron el impulso de la inflación aún más. De acuerdo a esto, el capitalismo entró en un nuevo ciclo inflacionario. El neoliberalismo proveyó una ruta de salida a este impasse. Destruyó a los sindicatos en los 80, junto a la correlación precios-salarios y la ilusión socialdemócrata de que el sistema capitalista podía sostenerse simplemente a través de políticas de redistribución de las riquezas, como si la riqueza capitalista fuera eterna y no una categoría histórica, limitada por la dialéctica del dinero de capital invertido en el trabajo producto de valor.}

A inicios de los 80, la inflación fue combatida con el «shock Volker», es decir, el aumento de las tasas de interés (el costo del dinero) más allá o cerca de la tasa de inflación. Esto provocó una recesión en el centro capitalista y condujo a la periferia del imperio (en especial a América Latina) a una crisis de deuda severa. Pero salvó al capitalismo del colapso sistémico. Al mismo tiempo, los mercados financieros de estados unidos se expandieron rápidamente para convertirse en dominantes, mientras que la producción de bienes en el cinturón del Óxido estadounidense entró en declive. Estados Unidos evolucionó de ser “el taller del mundo” a ser «el centro financiero del mundo», una transformación facilitada por la actuación del dólar como la moneda de reserva del mundo. Ya para 1970, entonces, el capitalismo había comenzado a hundirse bajo el peso de sus contradicciones internas. Marx lo llamó «la contradicción andante», queriendo decir que el trabajo asalariado es a la vez sustancia de capital y que necesita ser reducido en la guerra de competencia entre empresas individuales. Esta contradicción, que se encuentra en el centro del impulso por acumulación de ganancias del capitalista anónimo, se volvió abiertamente autodestructivo en los 80, cuando la creación de deuda y la simulación de crecimiento se hicieron endémicos para compensar el valor de producción que se desvanecía.

Desde los 80, la deuda global ha ido subiendo mucho más rápido que la producción económica mundial. La deuda global necesita ser contextualizada: se alimenta del delirio fundamental de que la especulación financiera anticipa la valorización futura de capital, que no obstante debe ser desplazado cada vez más hacia el futuro al no equipararse con la correspondiente valorización de la economía real. El capitalismo financiero de hoy en día es la profecía autocumplida definitiva, un mecanismo basado en la creación de cantidades siempre en aumento de dinero insustancial para compensar el rápido desvanecimiento del valor agregado. Si Estados Unidos disfrutó un período de crecimiento relativo en los 90, a pesar de los salarios bajos y la productividad en aumento, fue porque el consumo cada vez más fue sostenido por el crédito.

Mientras que la globalización ofreció una ruta de escape al agotado modo fordista de producción, al mismo tiempo se amarró a sí mismo a pirámides de deuda y excesos especulativos, haciendo al sistema cada vez más inestable. No es ninguna sorpresa que los 90 terminaron con la formación de la ya mencionada primera burbuja global (la punto com o la burbuja del internet). A esto le siguió el colapso financiero de 2008, a cuya respuesta fue la implementación de programas de impresión de dinero, es decir, más de lo mismo: expansión monetaria mediante la compra de seguridades y otros activos por parte de los bancos centrales. Luego, la contradicción capitalista reapareció en la forma de la crisis de deuda soberana europea (2009-2012) y como una trampa de liquidez potencialmente devastadora en el otoño de 2019 (la crisis de los mercados de reventa), que oficialmente inauguraron la era del «capitalismo de la emergencia». La pandemia fue usada como un escudo de dinero global imprimiendo y prestando a niveles sin precedentes: bajo el Covid, la Reserva Federal imprimió más dinero FIAT en un año que en todos los programas de impresión (QE) desde 2008.

En tiempos recientes, también hemos recibido un tratamiento hacia una adaptación neoliberal de administración de crisis keynesiana mediante la implementación de tasas bajas de interés, lo contrario a lo que se hizo en los 70. En los últimos 40 años, luego de cada turbulencia en las tasas de interés fueron disminuidos aún más para permitir que una liquidez fresca inunde los mercados financieros. Sin embargo, desde 2008, incluso las tasas de interés a cero no fueron suficientes, por lo que los bancos centrales sacaron la impresión de dinero (QE) de su sombrero de mago, literalmente convertidos en basura para los mercados financieros. Dejando de lado toda precaución, han inundado la economía a través del sistema bancario. La bajada imparable de la avalancha de devaluación que comenzó en otoño de 2008 ahora es indetenible. De alguna manera, el mundo todavía cree que los bancos centrales resolverán la crisis de duda imprimiendo más dinero.

Ahora está fracasando miserablemente el último intento de las economías occidentales de salvar su sistema fracturado, al estas economías continuar decayendo en una mezcla de degradación de la moneda, déficit y las burbujas de activos más grandes de la historia. La elección que se nos presenta es la misma que hemos visto a lo largo de la historia de las sociedades industriales avanzadas: inflación o deflación. O se devalúa el dinero como un equivalente general (inflación), o el proceso de devaluación afecta directamente al capital, con la producción (fábricas y obreros) volviéndose superfluos repentinamente. A diferencia del pasado, sin embargo, tanto la inflación como la deflación hoy en día significan degradación de dinero fiat con el agregado de un quiebre sistémico.

Como se discutió más arriba, la actual preferencia de los tecnócratas no es combatir la inflación sino en vez de eso usarla para inflar porciones de deuda mediante tasas de interés negativas reales. Esto es equivalente a la transferencia de riqueza de las clases baja y media a los custodios de «la burbuja de todo», ya que el poder adquisitivo de la la calle es golpeado mientras partes de la deuda de Wall Street es desinflada. A pesar de este ardid cínico, no obstante, los bancos centrales continúan manejando borrachos hacia el precipicio. Cualquier movimiento que hagan, pierden. Si hacen trepar a las tasas significativamente y administrarlas para reducir su hoja de balance (reducir la impresión de dinero), la burbuja de la deuda explotará, con consecuencias catastróficas, una posibilidad anticipada por las crecientes índices coberturas de riesgos crediticios, se entiende, seguros que se contraen en contra del default de la deuda. Si, no obstante, recurren de nuevo a la impresión de dinero (QE), la inflación aumentará a un ritmo aún más veloz. La elección entre una crisis de deuda deflacionaria y la estagflación. Ambas son peores. Estabilizar este escenario es virtualmente imposible.

Lo más probable es que la crisis del mercado de acciones y de deuda continuará siendo postergada. El gran final, una caída de proporciones bíblicas más allá de cualquier cosa imaginada, encendida por la explosión de la híper-burbuja del mercado de la deuda, es actualmente siendo pospuesta a través del pisoteo de la economía real. Esto significa que el «índice de la miseria» (combinación de inflación y tasa de desempleo) crecerá aún más. Los bancos centrales sólo podrán domar verbalmente la inflación: saben que cualquier endurecimiento de la política monetaria es rehén de la necesidad opuesta de continuar monetizando las deudas pública y privada, lo que quiere decir crear dinero de la nada. En cierto sentido, entonces, nos estamos dirigiendo de vuelta a la prehistoria del capitalismo, una vez más lidiando con el problema del «dinero sin valor». Casi hemos completado el círculo. Sin embargo, la degradación de los medios del dinero hoy en día se presenta a sí misma como una catástrofe de la «sociedad del trabajo», el sistema de trabajo abstracto mediado por el mercado. Las actuales violencias bio y geopolítica (el virus, la guerra, y las próximas emergencias por venir) es un momento integral de esta trayectoria autodestructiva; un intento deliberado de administrar la implosión valiéndose de medios autoritarios. Sólo tenemos una opción real: o bien comenzamos a emanciparnos de las formas de commodity, valor y dinero, y por lo tanto de la forma de capital como tal, o seremos arrastrados a una nueva era oscura de violencia y regresión.

FUENTE MISIÓN VERDAD

5 Mayo, 2023

También te puede interesar

Deja tus comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *