Desde que comenzamos a sentirnos cubanos, y no provincia lejana de otra nación, estamos sobreponiéndonos a las adversidades. En el siglo XIX nos enfrentamos a un poderoso imperio y lo derrotamos, pero salimos devastados de la contienda. Nuestras guerras de independencia costaron la vida a miles de compatriotas, pero la gran mayoría no murió en el campo de batalla.
Si el fascismo sobre todo se recuerda por la crueldad de sus campos de concentración –o lo que estos representan como sitio de exterminio en masa– entonces el germen del fascismo comenzó por Cuba. Entre 1896 y 1898, la política de reconcentración llevada a cabo por Valeriano Weyler, gobernador y capitán general de Isla, mató a más de 300 000 cubanos, el 20 % de la población. Imaginen, es como si hoy hubieran muerto dos millones de cubanos por hambre y enfermedades, un verdadero genocidio.
La lucha por la independencia fue sangrienta. Los mambises cargaban machete en alto, y a pecho descubierto, contra los cuadros de fusileros españoles. Eran precarias las condiciones en los campamentos del Ejército Libertador: sin comida ni medicinas; durmiendo al descampado, a merced de lluvia e insectos. Un verdadero sacrificio; pero cuando estábamos a punto de la victoria, se produjo la intervención estadounidense.
Ocurrió así la primera guerra imperialista de la historia. En la puja por apoderarse de Cuba, dos imperios se enfrentaron en nuestros mares, ciudades y campos. De pronto salíamos de un imperio, para caer en las garras de otros, y así transcurrieron más de 50 años sin que dejáramos de luchar. Los yanquis se adueñaron de nuestras mejores tierras; daban órdenes a los presidentes de turno; pero no pudieron colonizar nuestra cubanía ni nuestro espíritu de lucha por una independencia plena.
Hay quienes hoy quieren hacernos creer que aquella república mediatizada era una «tacita de oro»; nada más lejos de la verdad. En 1953 fue realizado un censo, y cuatro años más tarde, en 1957, la Agrupación Católica Universitaria recorrió 126 municipios durante cinco meses para hacer, por primera vez en Cuba, una estadística detallada de las condiciones de vida de los trabajadores agrícolas. Aún sobrecogen los datos mostrados por ambos estudios.
El 60 % de los cubanos vivía en bohíos de guano y yaguas; mientras que el 56 % de las casas se alumbraba con lámparas de keroseno. Según el estudio, apenas el 4 % de los entrevistados mencionaba la carne como alimento integrante de su ración habitual; el 3,4 % el pan, y menos del 1 % el pescado. Los huevos eran consumidos por el 2,1 % de los trabajadores agrícolas, y solo tomaba leche el 11,2 %. No es de extrañar entonces que la talla promedio del trabajador agrícola fuera de cinco pies y cuatro pulgadas, mientras se reportaba un 91 % de desnutrición.
El 1ro. de enero de 1959 triunfó la Revolución, pero con ello no cesaron los desafíos. Solo entre 1959 y 1960, mediante aviones procedentes de Estados Unidos, la contrarrevolución realizó más de 50 bombardeos con explosivos o fósforo vivo a centrales azucareros y áreas urbanas.
El más alevoso crimen de aquella época se registró en marzo de 1960, cuando fue volado el vapor francés La Coubre, hecho que segó la vida a 101 trabajadores cubanos. Según documentos desclasificados, el gobierno de Dwight Eisenhower puso en manos de la subversión interna armamentos y explosivos que, en apenas los seis meses anteriores a la invasión de Girón, provocaron 110 atentados dinamiteros, la detonación de 200 bombas, 950 incendios y seis descarrilamientos de trenes.
El 15 de abril de 1961, aviones de combate bombardearon la pista de Ciudad Libertad, y las bases aéreas de San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba. Dos días más tarde, 1 500 mercenarios cubanos, apoyados por aviones y buques de guerra, desembarcaron por Playa Larga y Playa Girón, para ser vencidos en menos de 72 horas.
Tras ese fracaso, el Gobierno estadounidense no cejó en su empeño de derrocar la Revolución naciente, y para ello puso en práctica el programa subversivo llamado Operación Mangosta. Durante su periodo de vigencia, en un lapso de diez meses se registraron más de 5 000 acciones de sabotaje y actos terroristas contra objetivos económicos y sociales, mientras que, solo con interés de asesinar a Fidel, se emprendieron o planificaron 80 atentados (38 en el gobierno de Eisenhower y 42 en el de Kennedy).
Han sido 63 años de permanente lucha, en las que no han faltado amenazas de exterminio nuclear, guerras bacteriológicas, como aquella epidemia de dengue hemorrágico que costó la vida a 101 niños; mientras el bloqueo económico, comercial y financiero, diseñado con la intención de rendir por hambre y necesidades al pueblo cubano, ha sido recrudecido hoy hasta límites impensables.
Pero no solo hemos enfrentado la contingencia de un enemigo poderoso que se empeña en destruir la Revolución; a lo largo de estas décadas hemos luchado contra poderosos huracanes, una pandemia que vencimos con nuestras propias vacunas, y ahora un vasto incendio que costó valiosas vidas y recursos.
Según la religión budista y el hinduismo, el karma es una creencia según la cual toda acción tiene una fuerza dinámica que se expresa e influye en las sucesivas existencias del individuo. Si esto es así, el karma de los cubanos sería entonces el de sobreponernos a los obstáculos; luchar siempre y vencer, sin que importe la magnitud del desafío.
FUENTE: granma.cu