De forma planificada, Maduro hizo una corrección táctica, de carácter coyuntural y pragmática de la política económica con el objetivo de que el ahorro privado, en manos de diversos segmentos de la clase capitalista, fuese la base de una inyección de dinamismo en la economía con el objetivo de financiar su estrategia de estabilidad política e institucional.
Así las cosas, sin recursos propios disponibles debido a la disminución abrupta de la renta petrolera, estableció incentivos de rentabilidad e inversión que en el mediano plazo se traducirían en una mayor recaudación y, en consecuencia, en ganar libertad de movimiento fuera de la zona de asfixia de años anteriores.
Fomentar el comercio, la producción y la inversión adecuando los parámetros de control sobre estas actividades no puede calificarse de neoliberalismo. El gobierno tomó medidas para facilitar la contención de la inflación y estimular el crecimiento económico en respuesta a un panorama de presiones que no dejaba otra alternativa.
Por el contrario, ejecutar medidas cercanas al neoliberalismo sería, por ejemplo, aupar el crecimiento pero eliminando toda política de recaudación destinada a reorientar recursos para el bienestar de la población, lo cual no ha ocurrido ni tampoco está cerca de ocurrir.
Es una contradicción absurda calificar a un gobierno como neoliberal si este tiene una amplia gama de impuestos para fortalecer su recaudación, sostener los subsidios a los servicios públicos y un programa alimentario de carácter masivo: los CLAP, cuyo costo de adquisición para la población está muy por debajo de los precios de mercado. Es sencillamente un sinsentido; es todo lo contrario al neoliberalismo.
Además de lo que lleva de implícito el neoliberalismo en su ámbito de desarrollo técnico y económico es importante señalar, también, su correspondencia con una cosmovisión de la vida en sociedad centrada en la acumulación de ganancias, el individualismo y la obsesión por la rentabilidad.
Si Maduro encarnara esta visión de mundo, país y sociedad, no lo observaríamos enfocado en fortalecer el Sistema de Misiones, las entregas de viviendas y el resto de políticas públicas dirigidas a la protección social en términos de alimentación, salud y educación de la población.
Si fuera neoliberal, estos temas sencillamente no figurarían en su mapa de preocupaciones e irían perdiendo vigor y presencia en la orientación del Estado hasta desaparecer.
Precisamente en esa coherencia es en la que Maduro ha mantenido, e incluso actualizado, la política chavista de preservar la soberanía, el papel de rectoría del Estado sobre el desarrollo económico y los instrumentos de redistribución de la riqueza como mecanismos de equilibrio social y económico. Ha ajustado estas líneas gruesas programáticas a un contexto de nuevo tipo, sin perder el foco estratégico de la orientación del chavismo.
Quizás el aspecto más frágil de esta narrativa es que supone que todo lo que implique reordenar las finanzas, buscar una gestión más racional de recursos (escasos, en virtud del bloqueo) y estimular condiciones de crecimiento económico por vías diversas a las tradicionales certifica un giro «neoliberal».
Esto no solo es incorrecto teóricamente, también expresa cómo el gobierno del presidente Maduro está sacando a muchos de sus zonas de confort a la que estaban acostumbrados. A una forma de ver y entender el país, la economía y el Estado.
En cualquier caso, los comerciantes de este relato tendrían que responder en qué cabeza cabe que un presidente neoliberal, tan dado a «traicionar el legado de Chávez» para enriquecer a los empresarios, continúe perseguido por un país, Estados Unidos, que llevó el experimento neoliberal a una escala mundial.
Si es neoliberal, no hay razón para que prosiga el acoso en su contra, ¿verdad?
Febrero, 2023.