Prólogo a «Lecturas de pensamiento marxista», Tomo I, Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana.
Los textos que siguen responden a una necesidad fundamentalmente docente. Sin embargo, la idea de editar una obra como ésta, que es parcialmente una antología, tuvo otros orígenes.
Desde que comenzó a impartirse la filosofía marxista en la Universidad de La Habana sus programas han ido sufriendo variaciones más o menos profundas. A veces esto ha ocasionado trastornos pedagógicos prácticamente inevitables, dada nuestra corta experiencia y sobre todo, la necesidad ineludible de una asimilación crítica de la materia que debíamos impartir.
La urgencia de esta asimilación nos era impuesta constantemente por la realidad desde los comienzos de nuestro aprendizaje teórico del marxismo. Ya en los primeros meses de nuestros estudios chocamos con las primeras contradicciones entre el modelo marxista de que disponíamos entonces y la historia real de nuestra revolución, y tuvimos una primera aproximación a las implicaciones y responsabilidades del debate ideológico en el terreno de la teoría. Fuimos alertados, sobre todo, por las intervenciones públicas de los dirigentes de la revolución, y muy particularmente por Fidel. No podemos dejar de recordar el desenlace que tuvo entonces una «discusión de trasnochados» sobre el carácter de la revolución socialista cubana. Las fórmulas que pasaban por «el marxismo» daban pie a la extraña idea de un tránsito pacífico de una «revolución democrática burguesa radical» a la revolución proletaria. Esta aviesa interpretación pretendió una difusión tal que Fidel le salió al paso en su intervención del Congreso Latinoamericano de Mujeres. Casi simultáneamente se publicó en Cuba Socialista el artículo de Dorticós sobre los cambios institucionales y la continuidad del proceso revolucionario cubano.
Iniciamos nuestra tarea de «enseñar» la teoría marxista en la Universidad con una formación apenas comenzada y, por ello mismo, endeble, pero, además, con las expectativas apuntadas. Para nosotros no se trataba, ni se trata, de trasmitir una elaboración intelectual pura, marginada de la realidad político social.
¿Para qué puede servir a nuestros estudiantes en su formación ideológica la fijación memorística de un conglomerado de tesis cuyo sentido último sólo la crítica puede descubrir?
La declaración de que el marxismo no es ningún dogma es tan antigua como el marxismo mismo.
El proceso revolucionario cubano está lleno de «sorpresas», y no de evidencias, desde el 26 de julio de 1953. La concepción de Fidel Castro y los hombres que asaltaron el Moncada no fue producto de una simple visualización descriptiva de las condiciones económicas y sociales del momento, sino de una captación más profunda del sentido posible de la historia, por eso permanecía incomprendida para muchos. Sin embargo, en esta perspectiva no solamente no era esta concepción ajena al marxismo, sino que tenía que terminar por entroncar explícita y orgánicamente con él. ¿Por qué?
Decía Engels en su discurso ante la tumba de Marx que éste había sido, ante todo, un revolucionario. Esta frase se ha repetido decenas y cientos de veces, sin embargo, a menudo lo ha sido con un sentido muy lejano del que tuvo en aquella oportunidad. El marxismo, en los reclamos de algunos de sus seguidores, llegó a convertirse en aquel producto intelectual puro e incondicionado que mencionábamos y por lo tanto en una «doctrina» a-histórica.
Y no importan las adhesiones formales al historicismo cuando se convierte el punto de vista propio en una «verdad eterna», situada por encima de todo contexto socio-político. Se ha interpretado la historia de las ideas y toda la historia a partir de criterios previos y puestos por encima de esa misma historia. Esto es, precisamente, intelectualismo, y nada más ajeno a Marx.
Aquellas pírricas batallas y victorias en el terreno puro de las ideas de las que Marx se burlara, aquella crítica del espíritu que distribuía calificativos para todo y que tan penetrantemente puso al descubierto en su ridiculez y en su verdadero significado, vinieron a repetirse en un nuevo escenario, pero invocando ahora a Marx los protagonistas de la crítica. La dialéctica se convirtió en una extraña «ciencia» que por una parte nos habla de un riguroso determinismo según el cual a la historia humana le es aplicable el principio de causalidad de las ciencias naturales y por otro permite la más pedante sofística que puede convertir lo verdadero en falso y viceversa, todo depende del ángulo en que se mire.
Para la dialéctica de Marx sólo cabe, si de ortodoxia se trata, una única perspectiva: la aprehensión del sentido posible de la historia y la acción revolucionaria consecuente.
Todo el trabajo teórico de Marx estuvo encabezado por esta idea: para la realidad capitalista hay alternativas posibles que constituyen su negación, la misión de la ciencia revolucionaria es descubrirlas y la de los revolucionarios realizarlas. Nunca pensó Marx la revolución como un simple subproducto de la necesidad histórica, tampoco el jefe de la revolución proletaria triunfante, Lenin, que fue, precisamente, la negación más viva de este punto de vista.
El marxismo «rigurosamente determinista», que parte de unos cuantos clichés, escamotea uno de sus más valiosos aportes: la unidad de la actividad consciente de los revolucionarios y la transformación de la realidad. Cuando esto sucede la ideología se convierte en una especie de cloroformo y los hombres tienen que conformarse con ser llevados por los «procesos objetivos», por mecanismos completamente ajenos a su voluntad. Si, por el contrario, nos proponemos hacer la historia dentro de la diversidad de posibilidades que toda situación presenta, tenemos que saber nuestra alternativa y actuar conscientemente en esa dirección. Esa proposición se hace particularmente evidente en nuestra propia revolución que ha renunciado al uso de mecanismos de conducción e incentivación impersonalizados y que por ello mismo se ve precisada a procurar para nuestro pueblo la mayor preparación ideológica y el más agudo sentido crítico. Si Che Guevara pudo llevar las ideas del marxismo leninismo a su expresión más fresca, como dijera Fidel, fue precisamente por esto.
La voluntad revolucionaria de nuestra vanguardia y su profunda identificación con el pueblo la tenían que llevar al encuentro del instrumento que constituía la más radical negación de la sociedad burguesa: la teoría de Marx. Y este encuentro fue, por razones históricas conocidas, polémico.
La teoría de Marx ha sido interpretada y reinterpretada muchas veces en distintas estructuras teóricas de mayor o menor vitalidad y de mayor o menor influencia. Estas estructuras han correspondido a coyunturas históricas específicas y a determinadas posiciones dentro de ellas. Algunas han alcanzado una difusión de tal magnitud que se han superpuesto a actitudes políticas que no le convenían, obstaculizando con ello a la práctica y haciendo más difícil el trabajo crítico. En los últimos años los esfuerzos por romper la estructura teórica que hemos aludido se han manifestado en algunos países europeos por una «vuelta a Marx». Tal necesidad parece obvia. Sin embargo, literalmente tomada puede conducir, y de hecho esto ya ha sucedido, a una metafísica, porque sólo dentro de la historia, y no en los textos puros, puede descubrirse la verdadera dimensión de Marx.
Así fue como decidimos, en 1967, emprender el estudio de un programa de historia del pensamiento marxista. Esta actividad se realizó en un período de tres semestres, en un seminario especial del colectivo del Departamento de Filosofía. Fueron múltiples las dificultades que confrontamos. Sin embargo, el seminario concluyó todas sus etapas y contribuyó a formarnos nuevas perspectivas. El estudio que hicimos no se limitó a los contenidos teóricos, sino que procuramos fijar, en la medida de lo posible, las condiciones históricas de la posición ideológica y política asumida por los autores discutidos. Tenemos que decir que por primera vez logramos una comprensión clara del fenómeno socialdemócrata y que también redescubrimos, en este contexto, la magnitud extraordinaria de la figura de Lenin.
¿En qué consistía realmente la famosa «ortodoxia marxista» del partido socialdemócrata alemán? ¿Cómo era posible que un partido tan celoso en la preservación de las fórmulas tenidas por clásicas y cuyo jefe fue llamado durante tanto tiempo el «príncipe del marxismo» llegara a convertirse en una vergüenza para el movimiento obrero?
¿Por qué concepciones teóricas tan firmes, sólidas y arraigadas no pudieron evitar o al menos compensar la escandalosa y contrarrevolucionaria actitud de la socialdemocracia ante el problema de la guerra y ante el triunfo de la revolución de Octubre?
Resulta altamente significativo que en su tiempo la posición teórica menos seguidista y por lo tanto más profunda y original fuera la de Lenin. En esta identificación con su momento, en esta búsqueda de la posibilidad revolucionaria Lenin era, sin duda, el legítimo continuador de la obra de Marx. Los otros, por el contrario, comenzaban a contribuir, con su politiquería y su evolucionismo electoralista, a una asimilación burguesa de la cultura marxista.
¿Es que no sucedió lo mismo con la revolución de Octubre? Con los años empezaron a repetirse las nuevas fórmulas sacramentales y con los años aparecieron también los nuevos dirigentes revolucionarios motejados con toda clase de epítetos, los mismos de antes y de siempre.
El mundo ya no es tan pequeño como lo era en el siglo pasado y ni siquiera como en las primeras décadas de éste. La realidad, y con un vigor extraordinario, se ha encargado de hacerlo evidente. Los centros neurálgicos del mundo contemporáneo se han desplazado a otras regiones. Para la revolución anticapitalista y comunista se han abierto nuevas y extraordinarias perspectivas no pensadas anteriormente.
Una vez más la realización de los ideales de Marx estará en la búsqueda de las nuevas alternativas posibles.
Esta es la visión que pretende llevar a nuestros alumnos el nuevo programa de Pensamiento Marxista. La materia no es nada fácil. Sus fines no son los de instrucción o formación política, que son tareas de nuestro partido y, sobre todo, de la revolución misma en su diario acontecer. Se trata, eso sí, de estimular la actitud crítica de los estudiantes, su autonomía en el análisis, y eso sin «dotarlos» de ningún «instrumento maravilloso». El ejemplo, en todo caso, hay que buscarlo en los revolucionarios mismos.
La presente compilación bibliográfica no nos satisface completamente. En primer lugar están las ausencias históricas que tendrá que complementar el profesor; creemos que algunas podrán salvarse con los estudios realizados por compañeros del departamento y cuya publicación proyectamos.
La selección de autores se ha hecho atendiendo tanto a su importancia teórica como política. No se nos escapan las omisiones, sin embargo esto era inevitable en consideración a la extensión misma.
En resumen, tendremos que enfrentar seguramente no sólo dificultades de asimilación, sino también pedagógicas que procuraremos ir obviando en el trabajo.
Prólogo a «Lecturas de pensamiento marxista», Tomo I, Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, Edición Revolucionaria, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1968