Como si se tratara de ocuparse por algo inútilmente. Como si las horas y los días fuesen limitados y había que aprovecharlos sin derrochar alguno. Como si la realidad fuera inmodificable por más que se intentara cambiar. Como si muchas cosas no tuviesen remedio a pesar del empeño por enmendarlas.
Todos esos pensamientos cabalgaban en las cabezas de nuestros viejos y servían de fundamento para negarse a «perder el tiempo». Mientras pasaban los años, esas ideas se afincaban con más fuerza y a mayor edad se hacía más fácilmente determinar la oportunidad, ocasión y circunstancias favorables para hacer las cosas y no «perder el tiempo» cuando estas no existían.
De esta manera los montunos se ahorraban el esfuerzo de sembrar en tierra ajena, prolongar la vida de un caballo «entucao» o la de un cochino «arrengao», de enderezar un cují o podar en creciente. En los pueblos y ciudades los enamorados llevaban serenatas los sábados y declaraban su amor sin «perder el tiempo» en merodeos y disimulos. En una «gaita» la tardanza era que arrancara el cuatro y cuando llegaba el ron había que «darle ya» sin «perder el tiempo».
Combatlr el «bachaquito’, atacar la candela, desparasitar el ganado, enterrar las gallinas muertas y echarle al rebaño de novillas un buen toro, eran tareas impostergables, inevitables y realizables en el tiempo preciso, sin dilaciones, manguareos y retardos, es decir, sin «perder el tiempo» en espera de fenómenos y milagros.
Desalojar de la mente un complejo racial o de clase, el odio acumulado, la colonización del pensamiento o el consentimiento al verdugo es como «perder el tiempo» intentándolo. Convencer con razones a quienes no quieren patria, no creen en la democracia y les aterra el Poder Popular es como «perder el tiempo» hablándoles. Cambiar al corrupto, al demagogo, al impostor o al oportunista es como «perder el tiempo» disuadiéndolos.
¡ORGULLOSAMENTE MONTUNO!