“La crítica del marxismo al capitalismo tiene un significado moral, aun- que ciertamente no se reduzca a él, pues el capitalismo es criticable también por no satisfacer las necesidades vitales de la inmensa mayoría de la humanidad. En verdad, este sistema no ha logrado ofrecer los bienes materiales y sociales para vivir no ya la “vida buena” de que disfruta la minoría privilegiada, sino al menos en el marco de condiciones humanas dignas indispensables en lo que respecta a alimentación, vivienda, salud, seguridad o protección social. En efecto, el capitalismo de ayer y de hoy puede y debe ser criticado por la profunda desigualdad en el acceso a la riqueza social y las injusticias que derivan de ella; por la negación o limitación de las libertades individuales y colectivas o por su reducción –cuando las reconoce– a un plano retórico o formal; por su tratamiento de los hombres –en la producción y el consumo– como simples medios o instrumentos.
Todo lo cual entraña la asfixia o limitación de los valores morales correspondientes: la igualdad, la justicia, la libertad y la dignidad humana. El capitalismo puede y debe ser criticado moralmente por la enajenación a que somete al obrero al deshumanizarlo, convirtiéndolo en simple objeto o mercancía, como lo sostiene Marx en sus trabajos de juventud, o por la explotación que le impone el capitalista al forzarlo a vender su fuerza de trabajo y apropiarse de la plusvalía que crea, como lo observa Marx en sus obras de madurez.
Hay, pues, en Marx y el marxismo una crítica moral del capitalismo que presupone los valores morales desde los cuales se hace, valores negados en el sistema social que se critica, y propios de la sociedad alternativa que propone para desplazarlo. Con lo cual estamos afirmando la presencia de la moral en el proyecto de una nueva sociedad que, libre de la enajenación y de la explotación del hombre por el hombre, asegura libertades individuales y colectivas efectivas de sus miembros: su igualdad social; la justicia que, en el plano distributivo, se caracteriza por la distribución de los bienes producidos conforme al trabajo aportado por los productores, en la primera fase, y de acuerdo con las necesidades de los individuos en la segunda fase, superior, comunista. Estamos, entonces, ante una sociedad libre, justa, igualitaria –en su primera fase– y desigualitaria –en la segunda– que permitirá realizar el valor moral más alto… la autorrealización del hombre como fin.
Así, pues, para el marxismo, la moral es un componente esencial de su proyecto de emancipación social y humana. En cuanto al marxismo como conocimiento, o con vocación científica, ya hemos señalado que la moral entra en él como objeto de reflexión de su ética en un sentido explicativo, o sea: como teoría de este comportamiento específico –individual y colectivo– que se da histórica y socialmente. Aquí se plantean los problemas determinados por su naturaleza ideológica, histórica y social. Y justamente por la naturaleza de esta forma específica de comportamiento humano, la ética marxista, o de inspiración marxiana, se distingue de las éticas individualistas, formales o especulativas que pretenden explicar la moral al margen de la historia y de la sociedad, o de los intereses de los grupos o clases sociales.
Pero la moral no sólo entra en el marxismo como objeto a explicar, sino también en un sentido normativo como moral (socialista) de una nueva sociedad, justificando su necesidad, deseabilidad y posibilidad, tras la crítica de la moral dominante bajo el capitalismo. Hay, pues, lugar en el marxismo tanto para una ética que trate de explicar la moral realmente existente, como para una ética normativa que postule una nueva moral, necesaria, deseable y posible cuando se den las bases económicas y sociales necesarias para construir la nueva sociedad en la que esa moral ha de prevalecer. Finalmente, si el marxismo como “filosofía de la praxis” se caracteriza fundamentalmente por su vocación práctica y, particularmente, por su vinculación con la práctica política necesaria para transformar el mundo presente en una dirección emancipatoria, tiene que esclarecer el lugar de la moral en esa práctica en la que se conjugan indisolublemente los fines y valores que persigue y aspira a realizar con los medios necesarios y adecuados para alcanzarlos. Así entendida, la práctica política tiene que ver con la moral por estas razones:
Por el contenido moral de los fines y valores: igualdad y desigualdad (respectivamente, en las dos fases de la nueva sociedad, antes señaladas), libertades individuales y colectivas efectivas, justicia, dignidad humana y autorrealización del hombre como fin. Se trata de fines y valores propiamente morales, aunque la práctica política persiga también otros, no propiamente tales…
Por el contenido moral del uso de los medios necesarios para alcanzar esos fines y valores, ya que si bien los medios han de ser considerados instrumentalmente, o sea, por su eficacia, deben ser juzgados también por criterios que imponen límites a su uso, aun siendo eficaces.
Por los valores morales –como los de la lealtad, la solidaridad, la sinceridad, el altruismo, etc.– que han de regir la participación de los individuos en las acciones propiamente políticas, descartando, por tanto, todo aquello que los niega: deslealtad, traición, egoísmo, etcétera. Y, finalmente, por el peso del factor moral en la motivación de la práctica política. Ciertamente, la participación de individuos y grupos en los actos colectivos correspondientes puede estar motivada legítimamente por el cálculo de las ventajas o beneficios que dicha participación puede acarrear, sobre todo cuando se trata de obtener mejores condiciones de vida. Esa motivación ha inspirado –y sigue inspirando– las luchas sindicales en la sociedad capitalista.
Ahora bien, cuando se trata de luchas políticas destinadas a transformar el sistema social mismo, ya no basta el cálculo de los beneficios –especialmente, de los inmediatos– que estas pueden aportar, sino que dichas luchas entrañan riesgos que, en situaciones límite, pueden significar el sacrificio de la libertad e incluso de la vida misma. En estos casos, sólo una motivación moral, o sea, no sólo la conciencia de la necesidad de realizar ciertos fines o valores, sino del deber de contribuir a realizarlos, puede impulsar a actuar, sin esperar ventajas o beneficios, corriendo riesgos y sacrificios, en algunas situaciones, extremos.” (1)
(1) SÁNCHEZ V, Adolfo, Ética y marxismo,https://bibliotecavirtual.clacso.org.ar