La democracia está intervenida por los dispositivos del neoliberalismo, de la derecha liberal se ha pasado a una ultraderecha neofascista que impone una presión política promoviendo un nuevo tipo de estado de excepción.
Todo esto es posible porque en los últimos años ha tenido lugar una mutación antropológica: grandes segmentos de la población atentan contra sus propios intereses económicos y vitales, pero es importante captar qué otros tipos de intereses se satisfacen. Es un tipo de satisfacción que se paga cara y hay que distinguirla del Principio de Placer. Se trata de realizar otros tipos de intereses subjetivos, intereses organizados por «fantasmas ideológicos» que garantizan una nueva autopercepción de sí mismos, y que consiguen construir nuevas identidades a partir del odio.
El aumento de estas tendencias en estos últimos años no se explica solo por la debilidad de los movimientos progresistas o nacionales y populares por una falta de audacia en sus determinaciones.
La ultraderecha tiene su propia dinámica interna y por tibios que sean los proyectos populares lo que importa en la ultraderecha es garantizar definitivamente que la democracia, de un modo constante, esté condicionada y controlada hasta quedar reducida a un simulacro o una parodia de sí misma.
Este punto se cumple en dos vertientes: en primer lugar promoviendo la destrucción del sistema democrático hasta deslegitimar al gobierno popular o progresista, fake news, lawfare y todas las narrativas que puedan deslegitimar la democracia política. El mantra mundial que repiten con distintas variantes es que las izquierdas o los nacional populares destruyen la Republica. Es una nueva forma de guerra civil realizada con instrumentos corporativos, mediáticos y financieros.
En segundo lugar, si los gobiernos que responden a los intereses populares a pesar de todo esto no son destituidos, entonces se intentará el otro recurso, lograr que esos gobiernos democráticos y populares no tengan otro remedio que introducir maniobras y giros conservadores en el interior del propio proyecto.
En definitiva, el gobierno popular si quiere mantenerse en el ejecutivo debe hacer concesiones estructurales muy serias y en distintos campos.
De este modo, se confirma la verdadera consecuencia que ha tenido la caída del paradigma revolucionario en el campo político, social y económico: establecer una realidad donde solo disputan una derecha neofascista y neoliberal con una derecha conservadora, democrática y con buenas intenciones tratando de sostener una suerte de keynesianismo inclusivo o paliativo. Esta elección es forzada, si no se elige el giro conservador del espacio popular, la ultraderecha puede terminar adueñándose de todo. Si se elige el giro conservador, aunque se frene el ascenso de la ultraderecha, en un tiempo relativamente rápido se produce una gran decepción porque no se producen las esperadas transformaciones que tengan un alcance efectivo y esto, finalmente, puede dar lugar a un nuevo impulso de la ultraderecha.
El caso del gobierno de Lula puede valer como ejemplo, ha nacido condicionado desde el minuto uno. Y debe construir un consenso popular que atraviese la selva bolsonarista.
Por supuesto, siempre queda otra apuesta más arriesgada y audaz, pero que en términos de una verdadera lógica hegemónica puede relanzar nuevas posibilidades históricas.
Se trataría de no aceptar la extorsión de las derechas radicalizando al movimiento nacional y popular y a las izquierdas progresistas
Pero esta última vía no se realiza sólo desde un gobierno y sus medidas, sino construyendo Pueblo organizando un nuevo poder constituyente.
De este modo, las medidas no serían sólo las medidas de un gobierno, sino la causa de una nueva movilización donde el pueblo se apropie de la realidad y surja una nueva democracia que incorpore lo mejor de la tradición revolucionaria sin dejarse arrastrar por la burocracia y el terror.
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14 de enero de 2023 –