De amplio uso en el refranero popular venezolano, ha significado no estar acreditado para portar un velón o candelabro en un sepelio determinado, pues estos siempre han estado reservados para los dolientes familiares y amigos muy cercanos. Tampoco están autorizados aquellos para repartir el café ni dirigir los rezos y menos aún disponer de la procesión de entierro.
El acto de sepultura se realiza aún bajo la dirección de las personas muy cercanas al difunto y las palabras de despedida son pronunciadas por quienes con propiedad pueden hablar del fallecido. Un sobreentendido reconocimiento define la actuación de los asistentes destacados a un entierro, poseedores de «velas» y cualidades para intervenir, ordenarlo y dirigirlo.
«No tener vela en un entierro» significa y simboliza aún, no estar calificado alguien para «entrometerse» en asuntos que no le competen por no tener cualidad para ello, porque nadie se la dio y porque es propio de cada quien resolver sus propios problemas.
¿A cuenta de qué los imperialistas gringos intervienen con desfachatez en otros países?. ¿Qué vínculo jurídico los une a los asuntos que solo competen a los ciudadanos de otras naciones?. ¿Quién los acreditó para reconocer o no las instituciones de otras repúblicas, propiciar gobiernos paralelos y golpes de estado, dictar pautas y «sancionar» a quienes no las cumplan?.
Solo la arrogancia, supremacía, ambición e irrespeto a la dignidad humana explican su grosera actuación, apoyada por aquellos que han sido colonizados para aceptar su intromisión, no se han desatado de ese control y subordinación y no quieren hacerlo.
He asistido a muchos «entierros». En la mayoría de ellos no he cometido el atrevimiento de entrometerme en las decisiones que por simple sensatez están reservadas a otros.