El autoproclamado Juan Guaidó anunció hace pocos días que iría a Miraflores a buscar «su oficina». La afirmación es, en sí misma, triplemente irresponsable: 1.- por exponer a sus seguidores a una nueva frustración, al hacer promesas que no podrá cumplir, porque si algo está claro es que no será Guaidó quien se ponga a la cabeza de quienes eventualmente marchen sobre Miraflores; 2.- por exponer a los venezolanos a enfrentamientos fratricidas, porque si algo es seguro es que habrá pueblo defendiendo el palacio presidencial; 3.- por exponer a su país, Venezuela, a nuevas medidas de agresión por parte de la «comunidad internacional» (i.e. EEUU) que harían más dura la situación de los venezolanos.
Pocos días después anunció, desde la tribuna de la Asamblea Nacional, que no sólo sería la luz, sino también el gas, el agua y todos los servicios los que faltarían hasta que Maduro no se fuera. Otra alocución plena de significados: 1.- las confesiones de un psicópata criminal, al que poco le importa el sufrimiento del pueblo; 2.- el reconocimiento del fracaso de sus intentos anteriores, incluyendo aquella según la cual la ayuda humanitaria entraba el 23F «sí o sí»; 3.- retórica para mantener el estado de excitación y movilización de las clases medias radicalizadas que aún apoyan su aventura golpista; 4.- un intento de agarrar aire luego de la detención de Marrero y secuaces.
Lo mismo puede entenderse de las constantes declaraciones de los voceros norteamericanos, desde Trump a Marco Rubio. Más que al gobierno o a los chavistas, las reiteradas amenazas del uso de la fuerza militar, bajo el eufemismo de que «todas las opciones están sobre la mesa», están en realidad dirigidas a los sectores de oposición que ya ven en Guaidó la personificación del fracaso que antes representaron, por ejemplo, Rosales, Capriles o López. Más que amenazas, son promesas para esa parte disociada del pueblo de Venezuela que clama por una «¡Invasión ya!» [Habrán notado que a cada declaración de Trump/Pompeo/Abrams/Bolton/Rubio le sigue una campañita de cadenas por whatsapp y demás redes sociales con el ya cansino «tic tac, tic tac». 20 años tenemos ya escuchando ese tic tac y el chavismo sigue incólume].
Lo que extraña de toda esta aventura golpista, entreguista como ninguna otra anterior, es el atronador silencio de voceros como Henri Falcón o Ramos Allup, por mencionar a sólo dos de los dirigentes de la oposición. Que se dejen arrastrar, no sólo hacia una derrota segura, sino una que puede ser definitiva. Incluso los más sagaces pensadores del campo de la derecha, los más conspicuos opinadores y los más atrevidos propagandistas saben que la opción de Guaidó se mantiene única y exclusivamente por el apoyo explícito (y descarado) de EEUU.
Lo hemos dicho antes y lo reiteramos acá: sólo bajo un escenario de intervención militar extranjera pudiera la oposición venezolana tener alguna posibilidad de derrocar al gobierno de Maduro. Incluso en tal escenario tampoco es seguro que tenga éxito, porque encontrará resistencia. Con Guaidó la derecha (EEUU) ha llegado lejos; desde el golpe de abril de 2002 es cuando ha estado más cerca de lograr sus objetivos de acabar con la República Bolivariana. El silencio de los demás dirigentes de la oposición venezolana pareciera indicar que aquí se juegan todas sus opciones; lamentablemente, el tiempo juega en contra (a pesar del daño que hacen con el sabotaje eléctrico). La captura de Marrero y la inhabilitación de Guaidó por parte de la CGR (y la tibia respuesta de los voceros gringos) indican que el tiempo que le queda a esta aventura es breve.
Enfrentarse a una pena de cárcel (si los organismos hacen bien su trabajo) o huir del país (de la mano de alguna embajada «amiga») para evitarlo parecen las opciones del autoproclamado. Recomponerse de tal cataclismo será difícil para una oposición que lo apostó todo a este «caballo». Sin presencia en las instituciones, sin organización ni militantes, sin programa, sin presencia en las comunidades, con la derrota a cuestas, para la oposición será, con mucha seguridad, una derrota definitiva. Levantarse y andar un camino democrático le tomará años. Intentar una nueva aventura golpista (si no aprende la lección) le tomará muchos años más.