La semana pasada, el economista jefe del Banco de Inglaterra, Huw Pill, repitió el argumento de que la actual espiral inflacionaria que afecta a las principales economías era resultado de reivindicaciones salariales excesivas. Dijo que los trabajadores deberían simplemente aceptar que los aumentos de precios afectarán sus niveles de vida. «De alguna manera, en el Reino Unido, alguien debe aceptar que está peor y dejar de intentar mantener su poder adquisitivo real subiendo los precios, ya sea a través de salarios más altos o transfiriendo los costes de la energía a los clientes, etc.» Los trabajadores que piden más salarios solo empeoran la inflación. Pill se hizo eco de los comentarios previos de su jefe, el gobernador del Banco de Inglaterra, Andrew Bailey, quien dijo hace un año que: “No digo que nadie reciba un aumento de sueldo, no me malinterpreten. Lo que estoy diciendo es que necesitamos moderación en la negociación salarial, de lo contrario se saldrá de control”.
Al menos esta vez, Pill mencionó vagamente que las empresas que aumentan los precios para mantener (o incluso aumentar) su rentabilidad también podrían estar contribuyendo a la inflación. Pero la teoría ortodoxa dominante sigue siendo que la aceleración de la inflación está siendo causada por un crecimiento «excesivo» de la oferta monetaria por encima del crecimiento de la producción (la teoría monetarista) y/o por demandas salariales «excesivas» que obligan a subir los precios (la teoría keynesiana).
En un mensaje similar, Ben Broadbent, vicegobernador del Banco de Inglaterra, dijo que “no se puede eludir el impacto en los ingresos reales de . . . aumentos bruscos en los precios de importación”, que, según dijo, “tiene efectos secundarios en los salarios y precios internos”. Pero, ¿cómo detiene la inflación de los precios de las importaciones, debido al aumento de los precios de la energía y los alimentos introducido por las multinacionales que controlan estos artículos de primera necesidad, el aumento de las tasas de interés?
Otros autores y yo mismo hemos gastado mucha tinta en demostrar que estas dos teorías no explican la inflación de los precios, ni ahora ni en el pasado. Y no somos sólo gentes de izquierda. Por ejemplo, los economistas del Banco de Pagos Internacionales (BIS), un organismo difícilmente catalogable como de izquierda, encontraron que: “según algunos índices, el entorno actual no parece propicio a tal espiral. Después de todo, la correlación entre el crecimiento de los salarios y la inflación ha disminuido en las últimas décadas y actualmente se encuentra cerca de mínimos históricos”.
Pero los banqueros centrales y los principales economistas ignoran la evidencia y continúan promoviendo teorías monetaristas o de inflación salarial. ¿Por qué? Gavyn Davies, ex economista jefe de Goldman Sachs, explicó una vez por qué persiste la teoría de que la inflación es causada por los aumentos salariales, a pesar de que ha sido desacreditada teórica y empíricamente. Cito a Davies: “sin la curva de Phillips, toda la complicada parafernalia que sustenta la política del banco central de repente parece muy inestable. Por esta razón, los responsables políticos no abandonarán a la ligera la Curva de Phillips”.(Davies 2017). Otra razón que no se menciona, por supuesto, es que las autoridades monetarias y la corriente principal de la teoría económica se niegan absolutamente a reconocer el papel de los beneficios en las economías capitalistas. Aparentemente, los beneficios no juegan ningún papel en la inversión o en que las empresas suben los precios para mantener la rentabilidad. Y sobre todo, los beneficios deben ser apoyados.
Pill reiteró la solución política de los bancos centrales para reducir las tasas de inflación: «Los aumentos de las tasas de interés en los EEUU y el Reino Unido durante el año pasado fueron diseñados para enfriar el poder adquisitivo y la capacidad de las empresas y las personas de transmitir el dolor de la inflación a otros». Exactamente quién estaba sufriendo, no lo dijo; pero está claro que el dolor afecta a los ingresos reales de los trabajadores, no a los beneficios de las empresas (hasta ahora).
En un penetrante trabajo de Matías Vernengo y Esteban Ramón Pérez Caldentey, titulado «Precio y prejuicio: una nota sobre el retorno de la inflación y la ideología», los autores plantean los temas en debate: “existe una división ideológica entre quienes culpan de la inflación a un gobierno incompetente y a la reacción del banco central a la pandemia frente a los que sugieren que los verdaderos culpables son las corporaciones codiciosas que elevan sus márgenes por encima de sus costes”. Pero “esto ha desviado el debate de la pregunta más importante, que está relacionada con la cuestión de si la aceleración inflacionaria se originó en interrupciones temporales del lado de la oferta causadas por la pandemia o como resultado del exceso de demanda en una economía cercana al pleno empleo”.
Los autores continúan afirmando que la opinión dominante en la profesión y entre los responsables políticos es que la inflación es causada por un exceso de demanda. El principal argumento en contra de este punto de vista es que las corporaciones se han aprovechado de los problemas de oferta durante la pandemia para obtener beneficios extraordinarios injustificables en una sociedad ya desigual.
Es cierto que durante los últimos cuarenta años de predominio neoliberal, la desregulación ha permitido a las corporaciones acumular poder para fijar los precios. Y también se da el caso de que los márgenes de ganancia han aumentado durante la reciente aceleración inflacionaria. El sector financiero ha obtenido ganancias significativas durante y después de la pandemia. Pero Vernengo y Ramón replican que “sería un error afirmar, como hacen algunos en la izquierda, que la inflación actual es ‘producto de la avaricia’, es decir, provocada por la especulación de precios; o que es el resultado de precios monopolistas”.
La evidencia empírica muestra que fue el fuerte aumento de los precios de los insumos no laborales los “probables culpables de la aceleración de la inflación”. Subieron debido al cierre de proveedores clave durante el COVID en China y otros países en desarrollo, por la pérdida del suministro de componentes electrónicos que se destinaron a la producción de bienes de consumo y porque el sistema de la cadena de suministro se rompió con el colapso del sistema de inventarios justo a tiempo en las últimas cuatro décadas.
Claro, es probable que los precios en los mercados oligopolísticos sean más altos que en los mercados más competitivos “pero no puede explicar el aumento continuo de los precios; eso requeriría un cambio en las condiciones de competencia, algo que claramente no se ha producido en los últimos dos años”. Una inflación más alta puede ocurrir tanto con estructuras de mercado bastante competitivas como oligopólicas. A finales del Siglo XIX, la llamada Edad Dorada se caracterizó por el auge de los cárteles de grupos corporativos, pero con deflación de los precios; y la década de 1990, a menudo vista como una segunda Edad Dorada con una creciente concentración del mercado, experimentó la llamada Gran Moderación en la inflación de precios, es decir, la desinflación. De hecho, en la última gran espiral inflacionaria de la década de 1970, las ganancias cayeron. Según el análisis de Sylos-Labini entonces: “la disminución de la parte de las ganancias en varios países capitalistas puede atribuirse principalmente al aumento persistente de los costes directos en mano de obra, materias primas y energía”. Esto contradice los puntos de vista según los cuales: “Las empresas con suficiente poder de mercado también pueden subir los precios unilateralmente en busca de cada vez mayores ganancias”, como ha argumentado la economista partidaria de la TMM, Stephanie Kelton.
En un reciente artículo muy alabado, «Inflación, ganancias y conflicto de vendedores: ¿por qué las grandes empresas pueden subir los precios en una emergencia?», Isabella Weber y Evan Wasner argumentan que “Para vincular el poder de mercado a los aumentos repentinos de las ganancias, es necesario examinar por qué las grandes empresas han subido los precios en el contexto de la pandemia pero los han mantenido estables en las décadas anteriores. Esto implica que el poder de mercado no es constante sino que puede cambiar dinámicamente en un entorno de oferta cambiante”. Señalan que, antes de la pandemia, hubo un largo período de relativa estabilidad macroeconómica de precios, con baja inflación y crecimiento generalmente compartido del valor agregado nominal entre salarios y ganancias.
Solo en el período posterior a la pandemia en los últimos dos años las ganancias usurparon una mayor proporción del valor en los aumentos de precios por unidad de producción. Pero como muestra su tabla, en la primera parte de 2020, fueron los salarios los que más se beneficiaron de los aumentos de precios a medida que las ganancias se desplomaban en la crisis de la pandemia. Hasta 2021, esos índices relativos se revirtieron gradualmente y las ganancias se llevaron la parte del león. Pero en 2022, la participación de los salarios y las ganancias en el valor de los aumentos de precios fue bastante uniforme. De hecho, en el tercer trimestre de 2022, la participación de los trabajadores en los aumentos de precios fue mayor.
Así que todo depende del momento del ciclo de expansión y contracción que atraviesa una economía capitalista, no de la capacidad de los monopolios para «aumentar los precios» como tales. Los datos sugieren que, en el período de bloqueos en la cadena de suministro y de fuerte aumento de los precios de los productos básicos (alimentos, energía), las empresas con poder de fijación de precios aumentaron los precios para sostener e incluso aumentar las ganancias (2020-21). Pero a medida que disminuyeron los cortes de suministro y la producción se recuperó en 2021-22, la competencia aumentó y no se pudieron sostener más aumentos de los márgenes de ganancia.
Como concluyen Vernengo y Ramón: “La persistencia de la política contractiva de la demanda, principalmente monetaria, como principal herramienta para contener la inflación parece responder más a los prejuicios imperantes y a los sesgos ideológicos de la profesión que al análisis de las verdaderas causas de la inflación”. Por otro lado, “no ayuda que el principal desafío a este consenso haya sido culpar a las corporaciones por aumentar sus márgenes de ganancia, ya que esta visión también proporciona una explicación incorrecta de la reciente aceleración de la inflación. El principal culpable de la aceleración inflacionaria en los EEUU y las economías más avanzadas está relacionado con los obstáculos del lado de la oferta y el impacto en los precios de la energía y los alimentos como resultado de la pandemia y la guerra en Ucrania”.
Los banqueros centrales y la corriente principal ignoran todo este debate y continúan afirmando que es el dinero excesivo, o la demanda agregada excesiva y los aumentos salariales lo que está causando la espiral inflacionaria. Su respuesta es aumentar las tasas de interés y reducir la oferta monetaria para restringir la demanda y, a medida que aumenta el desempleo, debilitar el poder de negociación salarial.
¿Cuál debería ser la política contra la aceleración de la inflación? Weber y otros economistas de izquierda han abogado por la introducción de controles de precios como alternativa a las políticas del banco central. He argumentado en contra de los controles de precios como una política efectiva para controlar la inflación generalizada, especialmente porque la inflación actual está siendo impulsada por los precios internacionales de la energía y los alimentos. Controlar los precios de la energía del lado del consumidor doméstico no resolvería los aumentos de precios del lado del productor, sino que simplemente llevaría a la bancarrota a los suministradores privados de energía. Eso obligaría a los gobiernos a revertir los controles o a tomar el control de las empresas. De hecho, esto ultimo sería la mejor respuesta política: la propiedad pública de las empresas internacionales de energía y alimentos que operan a lo largo de la cadena de suministro global.
Mientras tanto, con controles de precios o no, la realidad es que, a medida que las economías avanzan en 2023, las tasas de inflación general están cayendo, a medida que los precios de la energía y de los alimentos retroceden. Y también lo son los márgenes de beneficio a medida que las principales economías caen en una recesión.
Claro, la llamada ‘inflación subyacente’ (excluyendo alimentos y energía) sigue siendo ‘pegajosa’, por lo que incluso en una recesión, es probable que las tasas de inflación se mantengan por encima de las tasas promedio antes de la recesión pandémica. Pero es la crisis lo que pondrá fin a la alta inflación (como ocurrió a principios de la década de 1980), no las subidas de los tipos de interés ni los controles de precios.
FUENTE: SIN PERMISO
27/04/2023