En todo el mundo, es cada vez más fácil encontrar pruebas de la miseria humana. Los datos que recogen y comunican los organismos internacionales son sobrecogedores: miles de millones de personas en todo el planeta no tienen acceso a educación, atención de salud, alimento ni abrigo adecuados, ni tampoco un acceso razonable a la información y la cultura. Nadie niega estos datos, que recogen cada año los gobiernos y las agencias de Naciones Unidas.
Surgen desacuerdos sobre qué hacer respecto a estos hechos persistentes, estas condiciones duraderas de sufrimiento. Ideas antiguas pero que siguen circulando, nacidas en tiempos predemocráticos y en una era de escasez, insisten en que las personas están en la miseria por el destino o debido a alguna otra sanción religiosa, porque son perezosas, o porque simplemente no hay recursos suficientes. Todos estos argumentos son erróneos. Es simplemente ilógico suponer que el destino o la religión han llevado a familias de la clase trabajadora a las mismas condiciones generación tras generación, y es fácticamente incorrecto decir que las y los trabajadores que se esfuerzan durante más que la mitad de la jornada y aún así apenas sobreviven, son perezosos.
Toda la evidencia indica que, a pesar de las miserables condiciones que enfrenta la mayoría de la población mundial, los recursos abundan. Por ejemplo, producimos alimentos suficientes para alimentar a 14.000 millones de personas, casi el doble de lo necesario para la actual población mundial de 8.000 millones (FAO, 2014). Mientras tanto, el número de personas desnutridas en el mundo aumentó a 828 millones en 2022, incluido un nuevo récord de 349 millones de personas que enfrentan inseguridad alimentaria aguda (World Hunger Statistics, 2022). Estas ideas predemocráticas —justificaciones fatalistas y neomaltusianas de la situación del mundo— se basan en ilusiones más que en hechos, pero siguen siendo un elemento fijo del discurso intelectual y político.
En el siglo XIX, Karl Marx se interrogó sobre las condiciones de miseria social y arrojó luz sobre la raíz de problemas como el hambre, la falta de vivienda y la desesperación, que no tiene que ver con la pereza, la condenación, o la escasez, sino con la estructura del capitalismo. La mayoría de las personas del mundo, a través de la violencia, perdieron el acceso a los medios de producción, que anteriormente les permitían producir una vida por encima de los niveles de supervivencia. Ahora, liberados de la capacidad de reproducirse, las y los desposeídos tuvieron que vender sus capacidades —lo que Marx llamó su fuerza de trabajo— a quienes controlaban los medios de producción (los capitalistas). A través de la explotación de las y los trabajadores, ya fuera mediante largas jornadas laborales y/o mediante el aumento de la producividad a través de la mecanización, los capitalistas extrajeron y acumularon cada vez más plusvalía mientras las y los trabajadores luchaban por sobrevivir. La competencia entre capitalistas les obligó a ser cada vez más eficientes, impulsando un proceso que empobreció a la clase trabajadora y los enriqueció a ellos. El descubrimiento de Marx proporcionó un argumento racional —y basado en hechos— de por qué existe la miseria en medio de la abundancia. El antídoto a esta miseria, planteó Marx, es que los trabajadores se organicen y socialicen los medios de producción (socialismo). Entonces, las ideas predemocráticas que siguen existiendo no son solo predemocráticas en su orientación, sino también premarxistas, un retorno al pensamiento anterior al descubrimiento de Marx del funcionamiento de la plusvalía.
A lo largo del siglo pasado, los debates en el seno de la tradición marxista evolucionaron considerablemente. Uno de los principales ámbitos de discusión se centró en la mejor de manera de clasificar los diversos vectores de desigualdad en el mundo moderno. Se han identificado tres vectores principales: primero a lo largo de las líneas de clase; segundo, a lo largo de las líneas de origen nacional; y tercero, a lo largo de las líneas de jerarquías sociales (como las barreras verticales de género, raza, casta y etnia). Estos tres vectores —clase, origen nacional y jerarquías sociales— corren simultáneamente, aunque ha habido diferencias de opinión acerca de cuál es más trascendental que los demás.
Los marxistas que niegan el impacto del imperialismo en el mundo —lo que desbarata la posibilidad de avance social para los pueblos del mundo colonizado y semicolonizado— se empeñan en señalar el predominio de la clase como causa principal de la diferenciación social. Esta línea de argumentación, aunque débil, mantiene una influencia significativa en los sectores académicos de Europa, Estados Unidos y otros países occidentales. La tradición del marxismo de liberación nacional —que se inauguró con Vladimir Lenin y fue promovida por Mao Zedong, Fidel Castro y otros— sostiene que el imperialismo juega un papel fundamental en la estructuración del mundo y que primero se debe establecer la soberanía nacional para construir la dignidad de los pueblos que sufren los efectos de las estructuras coloniales y neocoloniales de acumulación. Las luchas de las personas que han experimentado la dureza de las miserables jerarquías sociales, pusieron de relieve un vector adicional que opera bajo la forma del patriarcado, el racismo, las divisiones de casta y otras barreras sociales, y enfatizaron la importancia de luchar contra esas jerarquías como clave para establecer la dignidad humana. A pesar de las diferencias de opinión sobre cuál de estos vectores debe priorizarse —origen nacional, clase o jerarquías sociales— hay una amplio acuerdo en esta tradición de que deben combatirse las tres.
Antes de la Segunda Guerra Mundial y la era de la descolonización, el argumento a favor del desarrollo social en todo el planeta simplemente no se tomaba en serio. Las potencias imperiales negaban la humanidad y el potencial humano de sus súbditos coloniales, por lo que el núcleo imperial no produjo una teoría del desarrollo en ese periodo. La única teoría emergente del desarrollo procedía de los movimientos anticoloniales, que plantearon que no había posibilidad de desarrollo en las naciones subyugadas sin descolonización, porque el imperialismo drenaba las riquezas de las colonias (un concepto desarrollado primero por Dadabhai Naoroji, nacionalista indio y el autor de uno de los textos clave de este periodo: Poverty and Un-British Rule in India [Pobreza y dominio no británico en India], 1901.
Durante y después de la Segunda Guerra Mundial, se hicieron evidentes dos cambios claves en el orden mundial: primero, las colonias ya no permitirían ser gobernadas directamente por los centros imperiales, y segundo, los principales países imperialistas —con Estados Unidos superando a Gran Bretaña como potencia principal— empezaron a imponer un nuevo sistema financiero y de desarrollo anclado en las instituciones financieras internacionales de Bretton Woods: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.
Las nuevas naciones independientes de la posguerra se enfrentaron inmediatamente a problemas clave que se anteponían a sus aspiraciones de desarrollo. El más importante de ellos era la falta de acceso al financiamiento necesario para llenar el inmenso vacío dejado por el drenaje de su riqueza durante siglos por parte del núcleo imperial. Las instituciones financieras internacionales impidieron que se aplicaran soluciones que abordaran estos problemas, negando la existencia de presiones “externas” sobre las nuevas naciones y haciendo hincapié en sus problemas “internos”. La dialéctica entre el proceso de descolonización y la estructura neocolonial de la economía mundial configuró los debates inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial y, de forma diferente, sigue entorpeciendo las discusiones sobre la agenda de desarrollo.
Para simplificar la discusión, es útil periodizar la posguerra en cuatro eras: la era de la teoría de la modernización (1944-1970); la era del Nuevo Orden Económico Internacional (1970-1979); la era de la globalización y el neoliberalismo (1979-2008); y la era de transición en la que vivimos desde la crisis financiera de los mercados occidentales de 2007-2008.
La Red asiática de carreteras fue iniciada por las Naciones Unidas en 1959 para conectar el continente y llegar a Europa. Tras fases de avance y pausas, hoy esta red se extiende por 141.000 kilómetros y atraviesa 32 países desde Japón hasta Turquía, conectando finalmente con la ruta europea E80.
- La Red asiática de carreteras fue iniciada por las Naciones Unidas en 1959 para conectar el continente y llegar a Europa. Tras fases de avance y pausas, hoy esta red se extiende por 141.000 kilómetros y atraviesa 32 países desde Japón hasta Turquía, conectando finalmente con la ruta europea E80.
1. La era de la teoría de la modernización (1944-1970)
La Conferencia de Bretton Woods de 1944 reconoció algunas limitaciones del manejo de la economía mundial por parte de la arquitectura internacional, pero no identificó ningún problema importante con la estructura neocolonial de la economía. Se empezó a hablar sobre recaudar fondos para reconstruir Europa tras la Segunda Guerra Mundial, pero no hubo una discusión comparable sobre la necesidad de “reconstruir” las naciones recientemente liberadas en África, Asia y América Latina luego del saqueo del colonialismo. A través de Bretton Woods, quedó claro que no se revisaría la estructura de la economía mundial y que, aparte de la reconstrucción de Japón y Corea del Sur ocupados por Estados Unidos, no se transferirían fondos en condiciones favorables a las naciones poscoloniales (solo a Europa Occidental a través de la inyección masiva de fondos del Plan Marshall). Ambas características determinaron la labor del FMI y del Banco Mundial en los años siguientes.
En 1960, W. W. Rostow publicó The Stages of Economic Growth: A Non-Communist Manifesto [Las etapas del crecimiento económico: Un manifiesto no comunista], cuyo título inmediatamente indicaba la orientación anticomunista y antimarxista del libro y del autor. Rostow, que contribuyó a dar forma al Plan Marshall y después fue asesor de seguridad nacional del presidente estadounidense Lyndon B. Johnson, propuso un modelo que esbozaba varias etapas de desarrollo social. Según Rostow, estas etapas comenzaban con una “sociedad tradicional” que sería proyectada hacia un “despegue” del crecimiento económico y un “impulso hacia la madurez” a través de la industrialización y el surgimiento de una élite nacional, cuyo liderazgo transformaría finalmente la antigua “sociedad tradicional” en una “sociedad de alto consumo de masas”. De acuerdo con este modelo, la mayoría del Tercer Mundo estaba simplemente estancada en la etapa de “sociedad tradicional”, una concepción ahistórica que omitía completamente el hecho de que las sociedades en África, Asia y América Latina habían sido empobrecidas por el robo colonial. Todos los problemas de la “sociedad tradicional” eran internos (o culturales) y había que descartar todos los problemas externos (como la desigual división internacional del trabajo, producto del colonialismo). Para Rostow, garantizar que las nuevas naciones independientes “resistieran a las seducciones y tentaciones del comunismo” era “el punto más importante de la agenda occidental”. Con este fin, Rostow abogaba por que Occidente utilizara la ayuda al desarrollo para disuadir a los gobiernos del Tercer Mundo de las alternativas socialistas, inducirlos a olvidar las críticas al orden neocolonial, y orientar su industrialización hacia sectores que no fueran de interés comercial para las corporaciones multinacionales domiciliadas en Occidente.
Las Naciones Unidas adoptaron el enfoque de la teoría de la modernización durante el Primer Decenio de Desarrollo (1960-1970), evitando toda mención a la estructura neocolonial de la economía mundial, a la vez que instaban a los Estados miembros a “obtener y mantener el apoyo” de modo que los países en desarrollo pudieran “acelerar el avance hacia una situación en la que el crecimiento de la economía de las diversas naciones y su progreso social se sostengan por sí mismos, de modo que en cada país insuficientemente desarrollado se logre un considerable aumento del ritmo de crecimiento” (ONU, 1961: 20). La idea general era que los países anteriormente colonizados pidieran préstamos a los organismos multilaterales y mercados privados de capital para construir la infraestructura y la industria necesarias para su modernización, y que las exportaciones generadas amortizarían las deudas contraídas.
Las Comisiones Económicas de Naciones Unidas para América Latina (CEPAL) y para Asia y el Lejano Oriente (CEALO)1 confrontaron este argumento de los teóricos de la modernización, en ambos casos planteando el punto —luego desarrollado por el secretario ejecutivo de la CEPAL, Raúl Prebisch, en 1950— de que los términos de intercambio para los exportadores de productos primarios con respecto a los exportadores de productos manufacturados tendían a declinar con el tiempo, empobreciendo a los primeros (CEPAL, 1962 [1950]). En otras palabras, las comisiones económicas para América Latina y Asia dejaron claro desde los primeros meses de la década de 1950 que el paradigma de modernización que vendían las instituciones financieras internacionales —lideradas por Estados Unidos y Europa— no lograrían provocar un “despegue” de los países del Tercer Mundo. El punto de vista de Prebisch tuvo cierto éxito entre los teóricos de la economía burguesa, así como entre una serie de economistas del desarrollo que propusieron ideas como la “trampa del bajo nivel de ingresos”, aunque, a diferencia de los economistas de la CEPAL y de la CEALO, ninguno de esos grupos cuestionó la estructura neocolonial subyacente de la economía mundial (incluida la dependencia de la exportación de materias primas) (Leibestein, 1957 y Adelman, 1958).
Estas críticas a la teoría de modernización desde el Tercer Mundo desembocaron en la creación de la Conferencia sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), en 1964, con Prebisch como su secretario general fundador. Su trabajo y el de la UNCTAD, así como la aparición de nueva literatura contra la arquitectura global neocolonial (especialmente el libro de Kwame Nkrumah, Neocolonialismo: la última etapa del imperialismo en 1965), provocaron serias discusiones en las capitales del Tercer Mundo y sus academias sobre las limitaciones de la concepción de desarrollo de la teoría de la modernización y su superficialidad teórica. Los debates académicos sobre la ausencia de historia social en la teoría de la modernización y su incapacidad para apreciar el robo de la riqueza de las colonias, junto con la influencia del argumento de Prebisch sobre los “términos de intercambio”, condujeron a la creación de la escuela de pensamiento de la teoría de la dependencia, que tenía secciones tanto marxistas como desarrollistas.2 Fue este reconocimiento de la inadecuación de la teoría de la modernización entre los líderes políticos del Tercer Mundo lo que comenzó un debate de una década sobre los factores externos que obstaculizaban el desarrollo de los países antes colonizados, que a su vez condujo a la elaboración de un programa denominado Nuevo Orden Económico Internacional. El trabajo intelectual y político contra la teoría de la modernización produjo un serio desafío al paradigma neocolonial, no solo dentro de las aulas universitarias y las oficinas de las agencias internacionales, sino también en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York
2. La era del Nuevo Orden Económico Internacional (1970-1979)
En el seno de la UNCTAD, los países del Tercer Mundo tomaron sus propias experiencias en relación con las limitaciones de la teoría de la modernización y las combinaron con las ideas que extrajeron de la teoría de la dependencia. Este proceso dio lugar a la publicación de numerosos informes y estudios que enfatizaban en los factores externos que estructuraban el fracaso de los países del Tercer Mundo para superar sus retos internos. Estos factores externos incluían la escasez de financiamiento disponible a tipos de interés favorables para construir la agotada infraestructura en estos países; la falta de voluntad de Occidente para transferir tecnología y ciencia al Tercer Mundo o para permitir un régimen comercial (con aranceles y subsidios) que permitiera la industrialización y diversificación de sus economías a menudo basadas en una solo producto básico; y el fracaso de los Estados del Tercer Mundo para romper su cordón umbilical económico con las antiguas potencias coloniales y sustituir esta relación de dependencia por una mayor cooperación entre ellos. Ningún cambio interno significativo o duradero —como la creación de capacidad técnica en su población a través de educación universal, la construcción de instituciones estatales comprometidas con la igualdad social y no con el mantenimiento de la ley y el orden, o el desarrollo de normas en la vida pública para luchar contra la corrupción— sería posible si el entorno neocolonial externo seguía agotando los recursos de los Estados del Tercer Mundo.
Las conversaciones mantenidas en las reuniones de la UNCTAD y en el Movimiento de Países No Alineados, establecido en 1961, empezaron a trazar una agenda para la construcción de lo que sería conocido como el Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI). En octubre de 1970, la Asamblea General de la ONU aprobó la resolución 2626, en la que se convocaba al Segundo Decenio de las Naciones Unidas para el Desarrollo. En particular, como resultado de esta presión del Tercer Mundo, la resolución señala que los Estados miembros de la ONU “se comprometen individual y colectivamente, a seguir políticas diseñadas a crear un orden económico y social mundial más justo y racional, en el que la igualdad de oportunidades sea prerrogativa tanto de las naciones como de los individuos que componen una nación”. La resolución declaró que se necesitaban “cambios cualitativos y estructurales” y que “las diferencias existentes —regionales, sectoriales y sociales— deben reducirse sustancialmente” (AG ONU, 1971: 44-45).
Esta resolución de la ONU estableció el marco para la tercera sesión de la UNCTAD, que tuvo lugar en Santiago de Chile, entre abril y mayo de 1972, donde el secretario general de la UNCTAD, Manuel Pérez Guerrero, señaló que los países del Tercer Mundo “legítimamente desean una voz en las decisiones monetarias mundiales que, de otra manera, podrían resultarles muy perjudiciales. Y puesto que la mayor parte de sus ingresos del exterior proviene de la venta de sus productos primarios, es obvio que consideren que este es el campo más importante en el que la acción traería resultados inmediatos y sustanciales” (UNCTAD, 1973). Estas dos cuestiones —toma de decisiones en la política monetaria mundial y control sobre los precios de los productos primarios— formaron dos pilares importantes del NOEI.
El 1 de mayo de 1974, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó el NOEI, que consistía en un amplio conjunto de propuestas económicas fruto de este debate de décadas sobre los factores estructurales heredados del colonialismo, la importancia de trascender estas barreras y la parálisis engendrada por la trampa endeudamiento-austeridad establecida por las instituciones de Bretton Woods y su teoría de la modernización, que no produjo el “despegue” prometido por Rostow. Los principios del NOEI siguen siendo vitales en nuestros días, por lo que algunos de ellos merecen una reflexión aquí:
“La igualdad soberana de los Estados (…) la no injerencia en los asuntos internos de otros Estados (…) La plena y efectiva participación, sobre una base de igualdad, de todos los países en la solución de los problemas económicos mundiales”; y el derecho de cada país a adoptar el sistema económico y social que considere más apropiado.
La “plena soberanía permanente de los Estados sobre sus recursos naturales y todas sus actividades económicas” … La reglamentación y supervisión de las actividades de las empresas transnacionales”.
“El establecimiento de relaciones justas y equitativas entre los precios de las materias primas” (…) y otros productos que exporten los países en desarrollo (…) y los precios de las materias primas” y otros productos que exporten los países desarrollados.
Reforzar la ayuda internacional bilateral y multilateral para promover la industrialización en los países en desarrollo, en particular proporcionando recursos financieros suficientes y oportunidades para la transferencia de técnicas y tecnologías apropiadas (ONU, 1974).
Nuestra preocupación primordial consiste en definir de nueva cuenta los propósitos globales del desarrollo. No debe tratarse del desarrollo de los objetos sino del desarrollo del hombre. Los seres humanos tienen como necesidades básicas el alimento, la vivienda, el vestido, la salud y la educación. Cualquier proceso de crecimiento que no lleve a la plena satisfacción de estas necesidades, o peor aún, que obstruya cualquiera de ellas, es en realidad, una parodia de la idea del desarrollo (PNUMA, 1974).
Esta visión inspiradora y esperanzada de la humanidad y del futuro no se pudo establecer debido a varios procesos adversos y complementarios, incluidos:
Un ataque político de los países del recientemente establecido Grupo de los 7 (G7) (Canadá, Francia, Italia, Japón, Reino Unido, Estados Unidos y Alemania Occidental), creado en 1975 para hacer frente al desafío planteado por el NOEI. El G7, que surgió en un contexto en el que los países productores de petróleo del Tercer Mundo habían construido en la década anterior una organización conocida como la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que flexionó sus músculos para provocar la crisis del petróleo de 1973. La OPEP fue la primera de varias organizaciones en torno a productos básicos que otorgaron a los países que los producían poder sobre la fijación de precios frente a las corporaciones multinacionales, que de otro modo establecían los precios en contra de los países productores y exportadores de esos productos.
El uso que el FMI y el Banco Mundial hicieron de la crisis de la deuda del Tercer Mundo, exigiendo a los países que necesitaban préstamos para cubrir problemas en su balanza de pagos a corto plazo que aplicaran amplias políticas de ajuste estructural como una condición para recibir financiamiento. Estas políticas impusieron severos recortes al financiamiento de los programas de bienestar social, a la par que promovían un régimen general de austeridad, atrapando a menudo a los países del Tercer Mundo en una trampa de endeudamiento-austeridad. Esto debilitó las agendas de desarrollo de esos gobiernos y su poder político en la escena mundial.
La desarticulación del modo de producción fordista y del sistema de fábricas, y la creación de cadenas de producción globales y fragmentadas, un proceso posibilitado por los nuevos avances en las tecnologías de comunicación y transporte, así como por las nuevas leyes sobre derechos de propiedad intelectual establecidas en la ronda final del Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles, entre 1986 y 1994.3
El asalto del agronegocio a los pequeños agricultores y campesinos en los países en desarrollo (profundizado por los subsidios concedidos al agronegocio en los países desarrollados) y el surgimiento de una cadena de suministro mundial subcontratada, que debilitó a la clase obrera y al campesinado en la lucha de clases mundial y planteó nuevos y significativos obstáculos para la organización sindical. Además, esto significó que estrategias de desarrollo como la nacionalización ya no funcionaban como antes.
Estos acontecimientos socavaron a las fuerzas progresistas en el Tercer Mundo y condujeron a la marginalización gradual del debate sobre el NOEI, sentando las bases para el ascenso a la hegemonía de la política y la teoría neoliberal.
3. La era de la globalización y el neoliberalismo (1979-2008)
En diciembre de 1980, la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución para establecer el Tercer Decenio de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Esta resolución dice que los Estados miembros de la ONU “reafirman solemnemente su determinación de establecer un nuevo orden económico internacional” y declaró que “el objetivo último del desarrollo es el aumento constante del bienestar de toda la población, sobre la base de su participación plena en el proceso de desarrollo y de una distribución justa de los beneficios derivados de este” (AG ONU, 1980: 113). Sin embargo, el deterioro de la agenda de desarrollo ya había empezado a hacerse evidente. Nuevos términos entraron en el vocabulario de esta resolución de la ONU, como “liberalización del comercio” y “ajuste estructural”, que habían sido introducidos en las discusiones mundiales por el FMI. Por ejemplo, la resolución señala: “Todos los países se comprometen con un sistema de comercio abierto y en expansión, a fomentar la ‘liberalización del comercio’ y promover los ‘ajustes estructurales’ que faciliten la realización dinámica de las ventajas comparativas» (Ibíd.: 117).
A pesar del guiño simbólico al NOEI, estaba claro que, bajo la presión de los crecientes índices de endeudamiento (que estallarían dramáticamente cuando México se declarara en bancarrota en agosto de 1982), cada vez más Estados del Tercer Mundo habían empezado a adoptar las ideas monetaristas que aparecieron en los departamentos de economía estadounidenses, inspiradas en la obra de Milton Friedman. Bajo presión del gobierno estadounidense, la dirección de las principales instituciones financieras internacionales se entregó a estos monetaristas, que se opusieron al NOEI y comenzaron a promover la idea de que el desarrollo no debía enmarcar los debates mundiales, sino que era un problema de los gobiernos individuales. Por ejemplo, William Hood —que trabajó brevemente en la universidad de Chicago— asumió el cargo de economista jefe del FMI en 1979, mientras que Anne Kruger —una defensora del neoliberalismo de Friedman— se convirtió en economista jefa del Banco Mundial en 1982. Una década más tarde, el economista del desarrollo John Toye calificó esta dinámica de erosión del NOEI como una “contrarrevolución” (Toye, 1987; Prashad, 2012).
Los debates en la teoría del desarrollo se silenciaron a medida que la correlación de fuerzas se volvió adversa a cualquier sugerencia de cambio en las estructuras neocoloniales de la economía mundial. Los países del Sur Global que enfrentaban el enorme peso de la deuda —especialmente en África y América Latina— se apresuraron a recortar el gasto público, reducir los subsidios, liberalizar los mercados internos y frenar los salarios, un conjunto de políticas que desinflaron sus economías y condujeron a lo que se conoce como la década perdida del desarrollo. Presionados para pasar de la sustitución de importaciones al fomento de las exportaciones, muchos de estos países simplemente comenzaron a exportar más y más de sus productos primarios, o bien a liberalizar sus economías para permitir que las corporaciones multinacionales establecieran eslabones de la cadena de producción global de commodities dentro de sus fronteras, con mínimo control regulatorio.4
Las doctrinas del FMI y del Banco Mundial comenzaron a dar forma a los debates sobre desarrollo con las voces marxistas y de liberación nacional restringidas a los márgenes, relegadas a ser figuras críticas en lugar de líderes del debate. Las instituciones financieras internacionales y las Naciones Unidas realizaron algunas intervenciones llamativas: por ejemplo, el Banco Mundial señaló —por primera vez— que aunque la pobreza podría reducirse, la erradicación de la pobreza y ya no iba a ser posible, mientras que en diciembre de 1990, la resolución del Cuarto Decenio de las Naciones Unidas para el Desarrollo enfatizó la necesidad de «facilitar un franco intercambio de ideas, así como respuestas flexibles a las transformaciones de la economía mundial» en el contexto de la aceleración de la globalización (AG ONU, 1990: 140; Banco Mundial, 1990). Ese mismo año, la URSS se derrumbó y las fuerzas de la globalización neoliberal avanzaron sin freno.
La situación era grave. El Informe de 1993 sobre la situación social en el mundo, encargado por la Asamblea General de la ONU para evaluar la aplicación de la Declaración sobre el Progreso y el Desarrollo en lo Social (1989), señaló que, aunque las metas de la declaración no han cambiado,
“las prioridades, los enfoques y los énfasis se han revisado y renovado, a medida que se ha profundizado la comprensión de las fuerzas que subyacen al desarrollo. Así, se hace énfasis en ayudar a los países receptores a fortalecer su capacidad institucional para sostener el proceso de desarrollo” (ONU, 1993).
Lo que la ONU estaba diciendo ahora —en concordancia con las opiniones del Banco Mundial y del FMI— era que los factores externos no serían el centro de atención cuando se tratara de cuestiones de desarrollo del Tercer Mundo. Más bien, se pondría énfasis en las reformas internas, como terminar con los regímenes de subsidios-aranceles (liberalización del comercio) y eliminar las protecciones de las y los trabajadores (liberalización del mercado laboral). La agenda para el siguiente periodo sería atajar la corrupción, promover la “buena gobernanza” y enfatizar en los derechos humanos en términos políticos pero no laborales.
Las organizaciones financieras internacionales se centraron en los avances logrados por varias economías del noreste de Asia, como los Cuatro tigres asiáticos (Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán), para argumentar que el crecimiento endógeno era posible en todo el Tercer Mundo, ya sea a través del modelo de promoción de exportaciones o emulando los “valores asiáticos” que se decía que permitieron a esos países “despegar” a pesar de condiciones externas adversas (Banco Mundial, 1993; Stiglitz, 1996).5 Los factores que proporcionaron una ventaja para el crecimiento de esas economías, incluidos su pequeño tamaño, los largos periodos de dictadura que restringieron los derechos laborales, el menor gasto militar que exigía estar bajo el paraguas imperialista estadounidense, los términos más favorables de comercio e inversión que les concedía Estados Unidos y la amplia intervención estatal en la economía que se les permitía, no se abordaban en estos textos, escritos en gran medida como críticas al NOEI (Patnaik, 1997). En lugar de ello, “el milagro del Sudeste asiático” se usó como arma para inducir a otros Estados del Sur Global a liberalizar sus mercados laborales y sus procedimientos comerciales transfronterizos (Banco Mundial, 1994).
En este periodo, las discusiones sobre desarrollo no se centraron en el NOEI o en las estructuras neocoloniales de la economía mundial, sino en la cuantificación de las necesidades básicas y en la obligación de los Estados —a pesar de su falta de recursos— de cumplir determinados objetivos. Esto se estableció en la Declaración del Milenio (2000) y en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (2015) que, respectivamente, establecieron los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), todos ellos basados en el trabajo técnico desarrollado por el Proyecto de Indicadores de Desarrollo Humano (1990) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y por los objetivos de desarrollo internacional de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (1996).
Ninguno de estos objetivos consideró los factores externos que suprimen las posibilidades de desarrollo (como la permanente crisis de la deuda), ignorando totalmente las políticas de ajuste estructural del FMI y la trampa endeudamiento-austeridad, y sin proponer un camino sostenible para construir la riqueza social necesaria para alcanzar estos hitos. Como dijo el Banco Mundial en 1996, la planificación era obsoleta, y los gobiernos del Sur Global tenían que poner su fe en los mercados para aumentar las tasas de crecimiento y el financiamiento público necesario para lograr los ODM y los ODS (Banco Mundial, 1996). En el transcurso de las décadas recientes, pocos países en el Sur Global han sido capaces de alcanzar apenas un puñado de los ODS. La crisis financiera de 2007-2008, la pandemia con su punto álgido entre 2020 y 2022, y la guerra en Ucrania no han hecho sino provocar nuevos retrocesos en los objetivos.
4. La era de la transición en los cinco controles (2007 a la actualidad)
La crisis de los mercados financieros occidentales de 2007-2008, desencadenada por una corrida bancaria provocada por el quiebre del mercado hipotecario en Estados Unidos, hizo mella en la confianza de la agenda neoliberal. Los países del Sur Global —especialmente los grandes países en desarrollo, incluida China— comenzaron a reconsiderar su dependencia de Estados Unidos, que había sido el comprador de última instancia. Esta toma de conciencia de la debilidad fundamental del mercado interno estadounidense y la vulnerabilidad de las redes financieras occidentales provocó varios cambios prácticos en el Sur Global, dos de los cuales son especialmente importantes de resaltar.
Los grandes Estados en desarrollo —Brasil, China, India, Rusia y Sudáfrica— se articularon para formar el bloque BRICS en 2009 y, junto con Indonesia, México, Nigeria y otros, comenzaron a contemplar la reactivación de la agenda de desarrollo Sur-Sur. Estos acontecimientos conllevaban la promesa de la futura creación de un nuevo sistema de comercio y desarrollo, con el Nuevo Banco de Desarrollo como ancla, y de un nuevo sistema monetario y financiero, incluido un sistema de transferencias bancarias del Sur. La agresiva política de sanciones de Washington que expulsó a decenas de países del sistema financiero dominado por Occidente supuso un ímpetu adicional para esta evolución. Esta reactivación de la agenda Sur-Sur dio lugar a una oleada de nueva literatura, compuesta en su mayor parte por informes técnicos sobre cómo construir la infraestructura necesaria para este tipo de desarrollo. Hasta el momento, no ha surgido una teoría del desarrollo propia de esta agenda Sur-Sur. Las Naciones Unidas crearon una Oficina de Cooperación Sur-Sur en 2013, cuyo mandato se limita a impulsar la labor de los ODS. No existe una evaluación más profunda de la necesidad de construir planes nacionales o regionales de desarrollo, ni ninguna claridad conceptual sobre lo que significa la cooperación Sur-Sur más allá de un aumento en el comercio dentro del Sur.
El paradigma de desarrollo chino cambió radicalmente, sobre la base de los avances de su producción industrial, especialmente en inteligencia artificial, biotecnología, tecnología verde, trenes de alta velocidad, computación cuántica, robótica y telecomunicaciones. El gobierno de China aplicó medidas para aumentar el mercado interno (a través de la erradicación de la pobreza absoluta y de la estrategia de desarrollo “Go West” [Ir al oeste] para sus provincias occidentales) y para construir nuevas redes para el comercio y el desarrollo a través de la política de Una Franja Una Ruta que comenzó en 2013 y pasó a llamarse Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) en 2016.6 La rápida expansión de la política comercial de China y su énfasis en la creación de organizaciones regionales y multilaterales, incluido el Foro de Cooperación China-África (fundado en 2000) y la Organización de Cooperación de Shanghái (fundada en 2001), dieron lugar a la creación del mayor bloque de comercio del mundo, la Asociación Económica Integral Regional, que entró en vigor en 2022. China es ahora el principal socio comercial de la mayoría de los países del Sur Global. Se están desarrollando las teorías sobre esta expansión y su impacto, pero la bibliografía hasta el momento es sobre todo descriptiva.7
En lugar de involucrarse en los rápidos cambios en el comercio y el desarrollo mundiales o abordar los procesos históricos reales que subyacen a ellos, Estados Unidos y sus aliados están llevando a cabo una agenda política y militar para revertirlos, que ha sido denominada por algunos como Nueva Guerra Fría (Prashad et. Al., 2022).8 Liderada por Washington, esta agenda intenta agresivamente bloquear o retrasar los avances económicos chinos y los nuevos programas Sur-Sur mediante políticas hostiles de tipo bloque, desacoplamiento económico forzado y militarización desenfrenada, lo que ha desestabilizado el mundo. Es como si los principales países occidentales se hubieran rendido ante el hecho de que no pueden competir con el crecimiento económico de China y con los proyectos Sur-Sur de comercio y desarrollo. Debido a su fracaso para competir económicamente, Occidente ha intentado desbaratar estos avances recurriendo a su superioridad militar. Cualquier teoría del desarrollo del presente debe dar cuenta de esta Nueva Guerra Fría, que está socavando los esfuerzos para abordar los problemas más urgentes del Sur Global.
En la actualidad se postulan una serie de teorías del desarrollo, pero pocas de ellas capturan la totalidad y la gravedad de nuestra realidad contemporánea. Académicos de la escuela del “posdesarrollo” —incluyendo a Arturo Escobar, Gustavo Esteva y Aram Ziai— devuelven el debate al terreno local, con enfoque del tipo “lo pequeño es bello” que ignora la escala del problema y las restricciones de los Estados y los movimientos para construir una agenda que vaya más allá de lo local. Si bien dicho enfoque aporta ideas clave sobre el desarrollo a pequeña escala, opera en el terreno del “neoliberalismo desde abajo”. Quienes siguen atrapados por la religión del neoliberalismo, incluidos los economistas del FMI, repiten los viejos dogmas del ajuste estructural y la buena gobernanza, ahora plasmados en un nuevo vocabulario pero con los mismos argumentos intactos. Pocas personas de quienes escriben hoy sobre desarrollo parten de los hechos y construyen teoría a partir de ellos; en cambio, demuestran una actitud religiosa hacia sus teorías, las cuales imponen a la realidad.
Empezar por los hechos requeriría un reconocimiento de los problemas de la deuda y la desindustrialización, la dependencia de las exportaciones de productos primarios y la realidad de los precios de transferencia y otros instrumentos empleados por las corporaciones multinacionales para exprimir regalías de los Estados exportadores, las dificultades para implementar estrategias industriales nuevas y amplias, y para desarrollar las capacidades tecnológicas científicas y burocráticas en las poblaciones de la mayor parte del mundo. Estos hechos han sido difíciles de superar para los gobiernos en el Sur Global, aunque ahora —con el surgimiento de las nuevas instituciones Sur-Sur y las iniciativas globales de China— estos gobiernos tienen más opciones que en las décadas pasadas y ya no dependen tanto de las instituciones financieras y de comercio controladas por Occidente. Estas nuevas realidades exigen la formulación de nuevas teorías del desarrollo, nuevos análisis de las posibilidades y caminos para trascender los hechos persistentes de la miseria social. En otras palabras, lo que se ha vuelto a poner sobre la mesa es la necesidad de planificación nacional y cooperación regional, así como la lucha para producir un mejor entorno exterior para las finanzas y el comercio.
El surgimiento de instituciones de cooperación Sur-Sur y el proyecto de la IFR ofrecen nuevas oportunidades para que los movimientos socialistas y los proyectos gubernamentales trabajen juntos para proporcionar una nueva teoría socialista del desarrollo. Esta teoría debe abordar los “cinco controles”, tal y como los define Samir Amin (1996; Tricontinental, 2018), que continúan limitando la agenda de desarrollo, y debe encontrar mecanismos para hacerse con el control de estos ámbitos:
Control de los recursos naturales. La mayor parte de los recursos primarios para la producción industrial se encuentran en África, Asia y América Latina, pero el control de esos recursos lo ejercen sobre todo las corporaciones multinacionales occidentales, sea por propiedad directa, o a través del control de la cadena de commodities. La nacionalización de estos recursos, el principal instrumento de la era anterior, ya no es suficiente. Como estos países o regiones no tienen el potencial industrial para aprovechar sus recursos primarios, se ven obligados a venderlos en lugar de producir y luego vender productos más desarrollados, con valor agregado. ¿Cuáles son los medios disponibles para controlar y explotar los recursos naturales? La respuesta a esta pregunta servirá de base para cualquier nueva teoría del desarrollo.
Control de los flujos financieros. La mayoría de países en desarrollo son incapaces de generar las altas tasas de ahorro necesarias para producir una acumulación de capital interno. Esto se debe sobre todo a que su riqueza interna es limitada y está desigualmente distribuida, y los ricos utilizan su poder político para negarse a pagar impuestos, ocultando en cambio su riqueza en paraísos fiscales ilícitos. Además, las empresas multinacionales utilizan diversos mecanismos opacos (precios de transferencia, por ejemplo) para extraer ganancias de los países en desarrollo por billones de dólares. Establecer un control sobre los recursos nacionales mediante controles de capital y una mejor gestión fiscal y obtener financiación en condiciones favorables son aspectos necesarios para ejercer un control sobre los flujos financieros. ¿Pueden los países en desarrollo utilizar las nuevas fuentes de financiamiento externo que están emergiendo, como el Banco Popular de China o el Nuevo Banco de Desarrollo, y no solo las fuentes controladas por Occidente, como el Banco de Londres, para ejercer control sobre los mercados financieros?
Control de la ciencia y la tecnología. Debido a las antiguas historias coloniales y a los nuevos regímenes de propiedad intelectual, muchos países en el Sur Global luchan por desarrollar instituciones científicas y tecnológicas propias. Por ello se ven obligados a pagar grandes cantidades para obtener tecnologías y conocimiento técnico en el exterior y, a menudo, sus jóvenes más brillantes se marchan a países occidentales para estudiar y hacer sus vidas. En otras palabras, la falta de control del Sur sobre la ciencia y la tecnología provoca tanto una hemorragia de recursos como una fuga de cerebros. ¿Pueden los planes nacionales y regionales de desarrollo encontrar mecanismos para insistir en la transferencia de ciencia y tecnología?
Control del poder militar. Los Estados miembros de las Naciones Unidas gastan cada año más de 2 billones de dólares en armamento, de los cuales la mitad corresponde a Estados Unidos (SIPRI, 2022). Los vendedores de armas están ubicados en un puñado de países y Estados Unidos alberga a un número desproporcionado de ellos. Los países en desarrollo que no han conseguido resolver las disputas fronterizas con sus vecinos, que tienen problemas de seguridad interna o que se enfrentan a la siempre acechante amenaza exterior de un cambio de régimen gastan enormes cantidades de su preciada riqueza social en armas. A menudo sucede que, al comprar esos sistemas de armas, se vern inmersos en la agenda militarizada del imperialismo. ¿Es posible que una nueva agenda de desarrollo incluya una iniciativa internacional para limitar el gasto militar, exigir a las grandes potencias que no intensifiquen los conflictos y crear y ampliar zonas de paz?
Control de la información. En 1980 el Informe MacBride de la UNESCO, Voces múltiples, un solo mundo advirtió sobre el control monopólico de la información, con monopolios localizados sobre todo en los Estados occidentales. Ahora, casi 50 años después, la concentración de poder sobre la información es aún más dramática, ya que un puñado de empresas occidentales —Google, Facebook (Meta) y Twitter—controlan la arquitectura de los flujos de comunicación e información (Prashad, 2023). Ninguna agenda de desarrollo ha reconocido suficientemente tanto la importancia del control de la información como la necesidad de educación mutua entre pueblos acerca de sus respectivos mundos culturales y políticos. ¿Podría una nueva teoría del desarrollo socialista enfatizar la importancia de la información, y podrían estas nuevas redes Sur-Sur y de la IFR crear nuevos canales de información para promover la comunicación honesta y la transferencia de información en el mundo en desarrollo? (ALBA-TCP y Tricontinental, 2021).
Estas preguntas deben estar sobre la mesa mientras construimos una nueva teoría del desarrollo en el presente. Cualquier teoría de este tipo debe desarrollar un camino para que los movimientos, los Estados y las regiones establezcan su propio control sobre estos cinco ámbitos, sin dejarse dominar por fuerzas externas e imperialistas.
julio 4, 2023
Fuente Thetricontinental.org
Un comentario
Excelente reflexión y felicitaciones por difundirla.
Es un texto que debería darse a conocer en el sistema educativo nacional, al.menos desde el 4 año de Bachillerato y al nivel de las militancias políticas, las Iglesias, y desde luego, a través de la TV, radiodifusión y prensa escrita. Ni qué decirlo, también en la Fuerza Armada Bolivariana
Gracias «red angostura»