Olivier De Schutter y Philippe van Parijs
Ensayos recientes sobre la RBU revelan que los ingresos garantizados proporcionan un alivio inmediato para la salud mental, pero mantener los beneficios a largo plazo puede depender de una seguridad económica duradera.
La idea de una Renta Básica Universal (RBU), es decir, de unos ingresos regulares pagados por el Estado a cada miembro adulto de la sociedad, independientemente de sus circunstancias personales o económicas, sigue despertando un gran interés. Pero, ¿podrá alcanzar sus objetivos declarados de reducir la pobreza, mejorar las condiciones laborales y aumentar el bienestar? Gracias a una oleada mundial de programas piloto que ponen a prueba estas afirmaciones, están empezando a llegar con cuentagotas las respuestas a esta pregunta.
En 2020, 1.000 personas de bajos ingresos de los estados de Tejas e Illinois empezaron a recibir 1.000 dólares al mes durante tres años en el marco del mayor estudio sobre el RBU realizado en los Estados Unidos. No se impuso ninguna condición: los participantes podían utilizar el dinero como quisieran. Los resultados de este ensayo aleatorio a gran escala, meticulosamente realizado, ofrecen una visión fascinante de cómo podría emplear la gente su tiempo y su dinero si se le garantizara una renta básica sin condiciones.
Aumentó el gasto, sobre todo en alimentos, alquileres y vivienda, al igual que los ahorros. El tiempo dedicado al empleo disminuyó (1,3 horas a la semana), lo que no es malo a ojos de los defensores de la RBU, que insisten en que el objetivo de la RBU no estriba en aumentar el empleo en general, sino en presionar a los empresarios para que mejoren la calidad del empleo y permitan a las personas dedicar más tiempo al aprendizaje permanente y a trabajos no remunerados, a menudo más valiosos socialmente, como el cuidado de otras personas. Entre los que buscaban trabajo, los participantes eran más selectivos con los empleos que solicitaban y más propensos a señalar como requisito «un trabajo interesante o significativo».
En cuanto a la salud, el aumento de los ingresos tuvo efectos insignificantes en la mayoría de los indicadores, lo que no es demasiado sorprendente, dado que el estudio se realizó a lo largo de tres años, mientras que los problemas de salud se desarrollan a lo largo de toda la vida. Sin embargo, la salud mental fue una clara excepción, en consonancia con otros estudios sobre intervenciones similares a la renta básica. El estudio halló «grandes mejoras… en medidas de salud mental como el estrés y la angustia psicológica». Sin embargo, esto sólo pudo observarse durante el primer año del experimento. ¿Por qué duró tan poco esta mejora?
Un nuevo informe de la ONU que se presenta este mes ante la Asamblea General en Nueva York ofrece algunas respuestas. El informe pone de manifiesto cómo vivir en la pobreza aumenta significativamente el riesgo de padecer problemas de salud mental. Aunque 970 millones de personas -el 11% de la población mundial- padecen algún trastorno mental, las personas con rentas más bajas tienen hasta tres veces más probabilidades de sufrir depresión, ansiedad y otras enfermedades mentales comunes que las que tienen rentas más altas.
El informe constata que la inseguridad económica es una de las principales fuentes de estrés, sobre todo en la actual «economía del desgaste [burnout]», en la que las personas con bajos ingresos se encuentran cada vez más en trabajos deshumanizados y mal pagados que no dan para mantener a sus familias o en contratos precarios y ocasionales con horarios de trabajo tremendamente impredecibles. Las crisis económicas -o incluso la mera anticipación de tales crisis y el impacto que tendrán en los ingresos- son una de las principales causas de depresión.
Dado el estado permanente de inseguridad económica que experimentan quienes viven en la pobreza, tiene sentido que los participantes en el experimento norteamericano declarasen niveles más bajos de estrés y angustia psicológica una vez que empezaron a recibir sus pagos mensuales. En su forma más básica, una renta garantizada proporciona un respiro a quienes viven en la pobreza para que no se preocupen por cómo tener algo que comer. Teniendo en cuenta los múltiples retos a los que se enfrentan las personas con bajos ingresos, un año de alivio de los efectos psicológicos de la incertidumbre económica no resulta nada desdeñable.
Y lo que es más importante, los ingresos se conceden sin condiciones –como encontrar trabajo, recibir formación, acudir a citas y rellenar complejos formularios-, lo que, en un mundo de sanciones sociales y condicionamientos mezquinos, es cada vez menos frecuente. Y ello a pesar de las pruebas que demuestran que estas condiciones son ineficaces y pueden incluso perjudicar mentalmente a los beneficiarios.
En el segundo año del experimento, los efectos de la RBU en la salud mental se habían desvanecido. Los detractores señalan este hecho con regocijo como prueba de que son infundadas las promesas de la RBU. Sin embargo, no cabe duda de que sustenta la opinión de que la inseguridad económica tiene un impacto significativo en la salud mental y que esta sensación de seguridad disminuirá inevitablemente a medida que se acerque el final de las transferencias monetarias.
El valor de la RBU no reside sólo en los ingresos que ofrece, sino en la seguridad y previsibilidad que proporciona. ¿Qué significaría una vida de certidumbre para las personas en situación de pobreza? Cuando su crisis de salud mental se agrava día a día, es una pregunta que merece la pena formularse,
27 octubre, 2024,