"...quizás el grito de un ciudadano puede advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido".

Simón Bolívar, Discurso de Angostura

«El Trabajo No Asalariado Está Produciendo Directamente Capital de una Forma que Carece de Precedentes»

Entrevista a Yanis Varoufakis

Eres uno de los diversos teóricos, junto con Cédric Durand, Jodi Dean, Mariana Mazzucato y otros autores y autoras, que has especulado con la posibilidad de que la hegemonía de las Big Tech, esto es, de las grandes empresas tecnológicas (Alphabet/Google, Amazon, Apple, Meta/Facebook y Microsoft), las cuales utilizan algoritmos para construir imperios de datos capaces de funcionar como una fuente de valor aparentemente ilimitada, haya desencadenado una serie de procesos, que nos llevan tal vez más allá de las fronteras del capitalismo. En tu libro Technofeudalism: What Killed Capitalism, publicado en 2023 (Tecnofeudalismo, 2024), afirmas que, al igual que a principios de la edad moderna la tierra fue suplantada por el capital productivo como el factor dominante del proceso de producción, a principios del siglo XXI el capital productivo ha sido sustituido por el «capital de plataforma» [cloud capital], lo cual indica un cambio hacia un nuevo régimen de acumulación. ¿Por qué, en tu opinión, el capital de plataforma es cualitativamente distinto de otras formas de capital? ¿Cuál ha sido su evolución histórica?

Yanis Varoufakis: En primer lugar, permíteme una aclaración preliminar. Technofeudalism no es un análisis posmarxista de un sistema poscapitalista. Es un análisis plenamente marxista del funcionamiento contemporáneo del capital, que intenta explicar por qué este ha sufrido una mutación fundamental. Por supuesto, a lo largo de los siglos anteriores el capital ha evolucionado desde las cañas de pescar y las herramientas sencillas hasta la maquinaria industrial, pero todos estos instrumentos compartían una característica básica: eran producidos como medios de producción. Ahora, tenemos bienes de capital que no se crearon para producir, sino para manipular comportamientos. Esto ocurre a través de un proceso dialéctico mediante el cual este selecto grupo de grandes empresas tecnológicas incita a miles de millones de personas a realizar un trabajo no remunerado, a menudo sin ni siquiera saberlo, para reponer el núcleo patrimonial de su capital de plataforma. Se trata de un tipo de relación social esencialmente diferente.

¿Cómo ha surgido? Como siempre, esto es, a través de cambios cuantitativos, graduales y constantes verificados en la tecnología, que en un determinado momento han producido un cambio cualitativo de mayores dimensiones. Las condiciones previas fueron dos. Una fue la privatización de Internet, la privatización de los «bienes comunes originarios de la world wide web». Llegó un momento en el que para realizar una determinada acción en línea tenías que conseguir que tu banco o una plataforma como Google o Facebook verificara quién eras. Esa fue una forma muy significativa de cercamiento, de mercantilización de la ciberesfera y de creación de identidades digitales privatizadas de modo previamente inexistente. Otro factor fue la crisis financiera de 2008. Para hacer frente a sus consecuencias los Estados capitalistas imprimieron 35 billones de dólares entre 2009 y 2023, dando lugar a una dinámica de expansión monetaria en la que los bancos centrales, y no el sector privado, fueron la fuerza motriz. Los Estados también impusieron la austeridad universal en la totalidad de los países occidentales, lo cual deprimió no sólo el consumo, sino también la inversión productiva. Los inversores respondieron comprando activos inmobiliarios e invirtiendo dinero en las grandes empresas tecnológicas. Así que, naturalmente, estas últimas se convirtieron en el único sector capaz de transformar ese torrente de recursos líquidos creado por los bancos centrales en bienes de capital. Su capital accionarial llegó a ser tan sustancial y otorgó a sus propietarios un poder tan enorme para influir en el comportamiento y extraer rentas, que introdujeron un punto de ruptura en el funcionamiento tradicional del sistema capitalista. Y esto ocurrió de forma totalmente accidental: un caso clásico de consecuencias imprevistas, que no contó con la intención explícita ni siquiera de las propias empresas tecnológicas.

Yanis Varoufakis: Por supuesto, que estemos o no entrando en una era poscapitalista depende de nuestra concepción del capitalismo. Se ha argumentado que la definición de capitalismo acuñada por Robert Brenner, que considera este como un sistema en el que la coerción del trabajo y por ende también la acumulación de capital se hallan totalmente mediadas por el mercado, nos lleva a algo parecido a la tesis del tecnofeudalismo, dada la prominencia en el seno del actual modelo de acumulación de la coerción «extraeconómica», ya se exprese esta en la forma de un poder político contundente dispuesto a proteger a los monopolios y a garantizar la canalización de los beneficios hacia los estratos superiores de la estructura social o mediante formas de control algorítmico. Pero otros investigadores, por ejemplo, Morozov, rechazan esta concepción brenneriana por considerarla demasiado restrictiva, ya que el capitalismo siempre ha implicado una interacción compleja entre los ámbitos económico y extraeconómico. ¿Qué respondes a este razonamiento?

Yo no soy brenneriano. Mi concepción del capitalismo procede directamente de Marx, quien lo considera basado en dos grandes transformaciones: la transferencia de poder de los propietarios de la tierra a los propietarios de las máquinas tras los cercamientos de las tierras comunes o todavía no mercantilizadas y el paso de la acumulación de riqueza mediante la forma de la renta a aquella verificada mediante la acumulación de beneficios. La primera de estas transformaciones desencadena un proceso aparentemente interminable de mercantilización, una expansión perpetua del mercado en todos los ámbitos de la vida. La segunda consagra el plusvalor, es decir, la suma que el capitalista puede extraer del trabajo una vez pagados los gastos generales de producción, como el objetivo primordial de la inversión. Mi convicción de que nos hemos movido más allá del capitalismo se desarrolló a partir de una observación muy simple: si observas Amazon.com, te das cuenta de que no es un mercado. Es un feudo digital o de capital de plataforma. Comparte ciertas características con los feudos de antaño: hay fortificaciones a su alrededor, hay un «señor» que lo posee, etcétera. Pero, a diferencia de estas estructuras premodernas caracterizadas por la preeminencia de la tierra y la existencia de meros cercamientos físicos, los feudos en la nube se construyen mediante el capital de plataforma y funcionan mediante un sofisticado sistema de planificación económica, un algoritmo que habría sido el sueño húmedo del Gosplan, el ministerio de planificación soviético.

Recordemos que la cibernética se desarrolló en la Unión Soviética. Los soviéticos utilizaban el término «algoritmo» para referirse a un mecanismo cibernético, que sustituiría a los mercados por un método diferente de adecuar las necesidades a los recursos. Si el Gosplan hubiera tenido a su disposición la sofisticación tecnológica de, por ejemplo, el algoritmo de Amazon, entonces la URSS bien podría haber sido una historia de éxito a largo plazo. Hoy, sin embargo, los algoritmos no se utilizan para proceder a la planificación en nombre de la sociedad en general, sino con el fin de maximizar las rentas generadas en la nube por el capitalismo de plataforma para sus propietarios. La reproducción del capital de plataforma, así como de los feudos digitales en la nube que este erige, destruye no sólo la competencia mercantil, sino también mercados enteros. Entonces, el plusvalor residual producido en el sector capitalista convencional (fábricas y similares) es objeto de apropiación en concepto de renta capturada en la nube por los propietarios del capital de plataforma. De este modo, el beneficio queda marginado y la acumulación de riqueza depende cada vez más de la extracción de renta mediante el capitalismo de plataforma.

Escribes que mientras que el capitalismo mercantilizó el trabajo, el tecnofeudalismo lo está desmercantilizando. Es decir, las mencionadas grandes empresas tecnológicas se sustentan en la explotación que se produce al margen del mercado laboral mediante la sustitución del trabajo asalariado por la recolección de datos. Pero, ¿no dirían los teóricos de la reproducción social que el capitalismo siempre ha hecho algo parecido, extrayendo valor de formas de trabajo no monetizadas?

Yanis Varoufakis: Es cierto que el trabajo de cuidados no remunerado ha sido esencial para el capitalismo durante mucho tiempo. Pero cuando digo que el capital de plataforma desmercantiliza el trabajo antes asalariado, estoy hablando de algo fundamentalmente diferente. En este caso, el trabajo no remunerado no asalariado está produciendo directamente capital de una forma que carece de precedentes. La cuidadora que no cobra a causa del patriarcado está suavizando la distribución del plusvalor en la economía capitalista, pero no está produciendo capital directamente. En el capitalismo, el capital únicamente lo produce el trabajo asalariado. Si un industrial textil deseaba una máquina de vapor, tenía que acudir a James Watt y encargársela, y este tenía que pagar a los trabajadores encargados de su producción una cantidad suficiente para que aportaran su fuerza de trabajo. En una empresa como Meta gran parte de su capital social no lo producen sus empleados, sino sus usuarios diseminados en la sociedad en general: personas no remuneradas, que, como «siervos de la nube» del momento presente, entran en contacto con sus algoritmos y trabajan gratis para imbuirles una mayor capacidad de atraer a otros siervos de la nube. Esta es la razón por la que sostengo que el capital de plataforma supone la mutación del capital en una nueva cepa que, por primera vez en la historia, ya no es un medio de producción producido, sino, por el contrario, un medio producido de modificación del comportamiento, que es en gran medida fabricado, si no en su totalidad, por trabajo no remunerado.

La hipótesis del tecnofeudalismo tiende a considerar que las rentas y los beneficios son estructuralmente opuestos y que las primeras suprimen los segundos, sustituyendo así el dinamismo y la innovación capitalistas por el estancamiento y la oligarquización. Pero Marx muestra cómo la búsqueda de rentas no siempre tiene por qué neutralizar las ganancias de productividad; de hecho, en el primer periodo del capitalismo esta dinámica hizo prácticamente lo contrario, dado que impulsó a los capitalistas a desarrollar las fuerzas productivas para cubrir los costes impuestos por los terratenientes sobre los costes de producción en forma de renta. ¿Es posible que, de modo similar, las rentas generadas por el capital de plataforma puedan restaurar la rentabilidad capitalista en lugar de asfixiarla? ¿Y si la relación entre ambas fuera menos antagónica de lo que tú presupones?

Yanis Varoufakis: Marx reconocía que la búsqueda de rentas puede impulsar el desarrollo, pero también estaba de acuerdo con Ricardo en que, si, la renta supera un cierto umbral como proporción de los ingresos totales, entonces se convierte en un lastre para el crecimiento capitalista. Hoy en día las rentas del capitalismo de plataforma son tan exorbitantes que están teniendo claramente este efecto. De hecho, me atrevería a aventurar que, si sacáramos de la Bolsa de Nueva York a las empresas cotizadas que prosperan gracias a la renta generada por el capitalismo de plataforma, esta se desplomaría. A una escala más microeconómica, no olvidemos que Amazon se apropia de hasta el 40 por 100 del precio de un determinado producto vendido en su plataforma, porcentaje que apenas deja excedente alguno al vendedor para reinvertir. Y cuando se desvía tanta renta de la economía, del flujo circular de los ingresos, entonces el sector capitalista se ve privado de recursos y se subordina cada vez más al sector de la renta generada por el capital de plataforma. No es que el sector capitalista haya dejado de existir, dado que, de modo crucial, sigue siendo responsable de todo el plusvalor que se produce en la economía, de acuerdo con la teoría del valor trabajo, pero este es relativamente pequeño comparado con esta excrecencia parasitaria, que se ha hecho tan colosal que, como he dicho, la cantidad ha devenido calidad y por ende todo el sistema se ha transformado.

La mayoría de los grandes monopolios intelectuales, poseedores de la infraestructura digital de la que depende la economía mundial, tienen su sede en Estados Unidos, lo cual podría interpretarse como una señal de que, a pesar del debate en curso sobre la emergencia de un orden multipolar, el imperio estadounidense goza de buena salud. Pero tú escribes que China ha conseguido algo que Silicon Valley no ha logrado, esto es, llevar a cabo una exitosa fusión del capital de plataforma con determinados grandes actores del sector financiero. ¿Cuáles son las implicaciones de ello para la Nueva Guerra Fría librada por ambas potencias?

Yanis Varoufakis: En mi opinión, lo que tenemos ahora ante nosotros es un orden bipolar, que no es lo que desea China. Lo sorprendente del Partido Comunista Chino es que realmente no quiere gobernar el mundo, ni siquiera ser un segundo polo hegemónico que contrarreste al primero. Lo que quieren sus dirigentes es gobernar China, además de la totalidad de los lugares que sienten que ha perdido, como Tíbet, Hong Kong y Taiwán, y comerciar libremente con otros países. A los chinos les gustaría realmente un mundo multipolar en el que compartieran el poder con sus socios comerciales, pero el problema es que únicamente tienen una forma de conseguirlo, que es utilizar su sector tecnológico en concierto con los actores más poderosos del sector financiero para crear algo similar al sistema de Bretton Woods en el seno de los BRIC.

Ello implicaría tipos de cambio fijos, de facto esencialmente una moneda común respaldada por el yuan. Sería un proyecto de gran envergadura, equivalente al creado por los artífices del New Deal cuando planificaban el orden mundial en 1944 en la Conferencia de Bretton Woods. El resto de los BRIC no están preparados para ello, como demuestran las enormes tensiones existentes entre la India y China. Gran parte del Sur global tampoco está preparado para este tipo de multipolaridad. Y los propios dirigentes chinos se muestran muy reticentes. Pero si no empiezan a moverse en esa dirección, permanecerán atrapados en un mundo bipolar chino-estadounidense con todos los riesgos que ello conlleva.

Pero el modelo chino de una economía de mercado en la que el Estado desempeña un papel activo en la dirección y la asignación de la inversión, ¿no socava potencialmente la premisa de que las mencionadas grandes empresas tecnológicas occidentales son ahora la fuerza hegemónica en la planificación de la economía? Parece posible, al menos en teoría, que los países occidentales, a medida que tengan que lidar con los efectos del estancamiento económico y la crisis climática, opten cada vez más por soluciones neoestatistas. ¿Qué significaría ello para el rentismo organizado mediante el capital de plataforma?

Yanis Varoufakis: del Estado y en China lo sobreestimamos. Mi reciente viaje a China me abrió los ojos al hecho de que muchas de las ideas audaces sobre la proyección de los valores y la influencia chinos proceden del sector privado, mientras que el propio Estado se muestra mucho más vacilante. (El sector privado es también donde se encuentra la mayoría de los marxistas, aunque no son tantos). En Estados Unidos, entretanto, gente como Eric Schmidt y Peter Thiel están totalmente entrelazados con el Estado: el Pentágono, el complejo industrial farmacéutico, etcétera. Julian Assange publicó un pequeño libro titulado When Google Met Wikileaks (2016), cuando todavía estaba recluido en la embajada de Ecuador en Londres, cuya lectura recomiendo encarecidamente a todo el mundo. Es un diálogo entre él y Schmidt, el presidente ejecutivo de Google, y lo sorprendente es que, cuando este último habla, es imposible decir si se trata de un representante de Google o de un representante del Estado estadounidense. Así que creo que la idea de que el Estado ha estado separado del mercado en Occidente y que tal vez ahora es el momento de que desempeñe un papel más importante, es en sí misma una ficción libertariana. Siempre ha sido imposible separarlos. Y si se observan de cerca las formas de convergencia entre ambos, tanto en Oriente como en Occidente, se constata de hecho un notable grado de similitud.

Cuando Elon Musk compró Twitter, escribiste que se trataba de un intento de ascender al círculo dorado de los rentistas del capitalismo de plataforma. ¿Ocurre lo mismo con su entrada en política? ¿Implica, como han especulado algunos críticos, que la clase dominante estadounidense se está sintiendo imperativamente obligada a comprar el acceso a las palancas del poder político para garantizar sus beneficios?

Yanis Varoufakis: No creo que sea estrictamente necesario para ellos. Jeff Bezos no lo hace. Utiliza otros canales de influencia como The Washington Post. Aunque los dirigentes de Google tienen mucho que perder con cualquier intento de regulación de su actividad por parte de la Federal Trade Commission, no parece probable que vayan a invertir demasiadas energías para involucrarse en política. Musk es diferente por dos razones. En primer lugar, porque es un megalómano extravagante, cuyas decisiones no se basan necesariamente en ningún tipo de interés material concreto. Y, en segundo, porque tiene un control relativamente débil sobre el capital de plataforma. Sus empresas –Tesla, Neuralink, The Boring Company– han sido todas firmas capitalistas a la antigua usanza. Incluso SpaceX se construyó, paradójicamente, con capital terrestre. Su objetivo era convertirlas en empresas de plataforma y por eso compró Twitter: no como una inversión tradicional de la que esperara obtener beneficios, sino como una interfaz contigo, conmigo, con todos nosotros; el tipo de interfaz que otros tenían y él no. Se hizo con ella de una forma bastante tosca y la empresa perdió inmediatamente la mitad de su valor de mercado, pauta, por otro lado, típica de Musk: hay momentos en los que la capitalización de sus empresas se dispara y momentos en los que parece que podrían perderlo todo.

Su implicación con el gobierno de Trump, que dicho sea de paso estoy seguro de que no va a acabar bien, obedece en parte al deseo de obtener ciertos favores. La perspectiva de flexibilizar la normativa vigente sobre los coches autónomos sin conductor ha otorgado a Tesla, en un solo día, una capitalización de mercado adicional equivalente a la capitalización conjunta de General Motors, Volkswagen, Stellantis y Mercedes-Benz. Así que su entrada en política le está dando buenos réditos, pero ciertamente no es la única razón por la que ha tomado esta decisión. También le mueve la ideología: a diferencia de Bezos o Gates, cree de verdad que es una fuerza del bien. Eso sí que es realmente un nivel único de delusión.

Fuente Diario Red

Noviembre, 2024.

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