Por Juan Medina Figueredo
CARLOS HERMES GARCÍA MANEIRO (El padre de Carlos Wilfredo García)
I.- SORO
En la península de Paria, entre Irapa y Güiria, frente a la isla de Trinidad, hay un pueblo llamado Soro, fundado por el franciscano Fray Francisco de Bilbel, en 1736. Así como se mueve la pleamar y se devuelve como resaca al anochecer, el pueblo de Soro y los soreños, tras sus inicios también se movieron un poco más, tierra adentro, frente al temor de los piratas franceses e ingleses que le amenazaban, acosaban y saqueaban.
A la derecha de Irapa había llegado fray Francisco con un grupo de españoles e indígenas y plantó el caserío. Llegaban los piratas y el pueblo se movía más allá para esconderse frente a los corsarios, alcanzando unos seiscientos metros de distancia frente a su fundación inicial, a partir de la plaza. Eran tres calles.
De esa herencia surgió el juego infantil de “los escondidos”: se formaban los grupos y sus capitanes y se lanzaba al aire una moneda, para decidir quienes se escondían. Estos tenían un guía que se presentaba a la guardia para preguntar y denunciar a los escondidos. Después de descubrirlos se rotaban los grupos y su papel tras descubrir a los escondidos y su capitán. Sólo se jugaba en luna llena; la hora límite era como a las nueve de la noche, porque después se hacía muy tarde para regresar a casa.
También se jugaba “la pata”: se tiraba la patada dentro del agua y al polvo del catre. Allí, frente a las cercanas luces de Trinidad por la noche, nací el 5 de septiembre de 1928, bajo el gobierno de Juan Vicente Gómez en nuestro país y la emergencia de la llamada “generación del 28”. Muy pronto sería huérfano de madre y padre. Mi mamá Juana Maneiro, soreña, muy joven ella, entre los 18 y /o 20 años, murió de tétano a los tres meses de parirme. Mi padre, Aparicio García, se enamoró de “Chucha” (Rosalía de Jesús Bethelmy), ahijada de mi madre, se casó y concibió con ella a Josefina, mi única hermana. Mi padre era marinero, no pescador.
Existe una jerarquía entre Capitán, maestro y marinero. Contramaestre es el segundo de a bordo. Mi padre era el mejor nadador del pueblo. Extraño su muerte, porque era un hombre de mar. Era hembrero y puyón. Un día, delante de él venía un entierro por la calle, preguntó ¿quién murió? Aparicio, le dijeron, Aparicio, lo van a enterrar. Llegó a casa, tumbó la puerta y se lo contó a Chucha.
El 29 de junio de 1929, Ángel Vásquez le encomendó a mi padre trasladar un barco hasta Pedernales, frente al pueblo, en el golfo de Paria. El dueño del barco, Ángel Vásquez compraba alimentos para vender en Soro. Confiaba en mi padre. Cuando mi padre fue a embarcarse para Pedernales encontró en el camino una vela de un entierro, regresó y se la entregó a Chucha, le dijo que se la entregara a la dueña del muerto: Petra Guzmán.
Ese 29 de junio de 1929, de retorno de Pedernales, llegando a Soro, se desató la furia de un huracán que azotó el barco con su tempestad, alta y brava marea, rayos y truenos, Ángel Vásquez le dijo a mi padre: dile a un marino que lance el ancla. Suponemos que el huracán venía de Trinidad para Soro. Mi padre cortó el ancla y la tormenta lo tumbó hasta el mar, se ahogó sin que jamás se pudiera encontrar su cadáver, desapareció para siempre.
Cuando mi padre venía del conuco, pelaba pedacitos de caña para que yo chupara. Yo era muy chiquito, de cuatro años, él masticaba primero la caña para que yo la chupara. Mi mamá era tan pobre que no hubiera podido sacarme a estudiar fuera de Soro.” Chucha”, ahijada de mi madre y viuda de mi padre, fue mi madre adoptiva. Ella vestía al pueblo, hacía mi ropa y la de mi hermana Josefina. Comencé mi escolaridad en una escuela unitaria que solamente entregaba certificado hasta cuarto grado.
Juanita Chachá de Azócar fue mi eterna maestra.
II.-JUANITA CHACHÁ DE AZÓCAR
Fue mi maestra en Soro. consejera y guía en mis estudios de culminación de la primaria en Güiria y la normal, en Cumaná. Ella, hija de un hacendado de Soro, había estudiado en la escuela Santa Rosa de Lima, en Trinidad. Por sus brillantes méritos escolares le ofrecieron una beca para continuar estudios en Inglaterra. La rechazó y regresó a Soro, para ser su eterna, sabia maestra, servidora y consejera del pueblo. Era muy culta, muy humana, servicial y era una lideresa en Soro. Se inició maestra siendo señorita. Sabía mucha Matemática, Álgebra y Química y música, tocaba piano en su casa y el órgano en la iglesia. Todo el mundo la apreciaba, la respetaba, le pedía consejos, tenía autoridad moral sobre la comunidad.
Acostumbraba abrir la escuela a las ocho de la mañana y antes, entre siete y ocho de la mañana visitaba enfermos y vecinos, recomendaba remedios… En oriente el sol nace primero y oscurece primero, por eso el horario escolar y vecinal de la maestra Juanita. A los alumnos interesados daba clases de inglés y los preparaba para la primera comunión. Todos los días, los niños recibían clases de religión con ella. Se casó con un pescador que tenía su propia curiara, Juan de La Cruz Azócar.
Una parte de la curiara era para pescadores y la otra, para los turistas.
Se decía que Juan Vicente Gómez se llevaba a los niños por no rezar. Era por causa del divino pecado. Un día me desperté asustado, mamá Chucha me mando a persignarme y a rezar un padre nuestro y tres avemarías. Todo por causa del divino pecado, fotografiado en una vieja revista Élite. Pasó la maestra y me dijo en voz baja: murió el bagre. También se aplicaba el castigo de meterlo a uno en un saco de harina y acostarlo en una hamaca. Yo lo enfermé, le dijo Chucha a la maestra Juanita y yo me sentía enfermo. Ella tuvo una hija y una nieta que atendían la casa, mientras ella trabajaba en la escuela y visitaba los vecinos.
Fue la única maestra del pueblo, hasta que cayó Pérez Jiménez. Cumplió un mínimo de cincuenta años como maestra. Su esposo, Juan de la Cruz Azócar, murió antes, yo asistí a su entierro. Encontré que lo estaban afeitando en la urna, pregunté si ya antes no le habían afeitado el día anterior, pero querían enterrarlo limpiecito.
Durante el recreo mi maestra Juanita nos prohibía pelear, pero si pelean, nos decía, golpea primero, quien lo hace primero, da dos veces.
Un día, tendría yo como trece años, la maestra Juanita aplicó la prueba del espejo a sus alumnos y descubrió a una joven que había cometido una falta. Los paró a todos frente a un espejo, observó a quien palideció y reconoció al culpable.
Ella cobraba su sueldo en Güiria y autorizaba al nieto para el movimiento bancario. Ella mandaba a Güiria un chofer con recibo y papel sellado. Ganaba un sueldo miserable, hasta que en el gobierno de Gallegos intercedí ante el ministro Leandro Mora para que homologasen el sueldo de la maestra Juanita, entonces ella pasó a ganar quinientos bolívares mensuales. Fui alumno de Leandro Mora en el Pedagógico y después fuimos colegas, porque di clases allí mismo.
III.- GÜIRIA
En Soro, obtuve mi certificado de suficiencia hasta cuarto grado. Continué estudios en Güiria hasta sexto grado. Desde Soro caminaba hasta Gúiria, diariamente, unos veinte kilómetros, aproximadamente, porque entonces no había carretera entre ambas poblaciones, me tocaba trasladarme entre el monte, de ida y de vuelta, diariamente, entre un pueblo y otro. Posteriormente conseguí alojamiento con una pariente, podía permanecer en Güiria de lunes a viernes y regresaba a Soro sólo para pasar el fin de semana. Además, en Soro realizaba tareas propias de un peón: cargar sacos de copra en un burro, acarrear el agua del río hasta el pueblo, hacer los mandados.
En Güiria estudié en la escuela Manuel Isava hasta sexto grado, allí no había más nada que estudiar. Con dinero se podía mandar los hijos a estudiar a Trinidad. Ese no era mi caso. Se produjo un golpe de estado contra el presidente Isaías Medina Angarita y se instauró una Junta de Gobierno. Luis Piñerúa Ordaz era secretario privado del presidente del estado Sucre, Simón Gómez Malaret. Mi mamá era amiga de Piñerúa, habló con él y le pidió ayuda para la continuidad de mis estudios. Así, viajé a Cumaná en un avión, pagué sesenta bolívares de la beca y me monté por primera vez en un avión, al que la gente le tenía miedo, porque decían que se caían mucho, y no pude inscribirme en el liceo Sucre, porque no había cupo, pero por intermediación de Piñerúa, que me había conseguido una beca, logré ingresar a la escuela normal para maestros, cuyo director era Félix Ádam. Me dieron el cupo en esa escuela en 1946, que, luego, pasó a llamarse Pedro Arnal, quien era un profesor del Pedagógico de Caracas.
Ese mismo año conocí a Carmelo Laborit que estudiaba en el liceo, era muy bromista y juguetón y compartimos actividades en el movimiento estudiantil. En los setenta Carmelo fue presidente de la Liga Socialista. De primero a cuarto año pasé eximido. Decían que eso era extraño, que yo era un campesino, un indio, en la normal yo usaba alpargatas. Tras el golpe militar contra Rómulo Gallegos, en 1948, los militares me exigieron presentar constancia de notas y abandonar la ciudad al graduarme.
Quedé sin beca y comencé a comer en la casa de Isabelina Silva. Todos los años escribía a mi maestra Juanita y le enviaba un reporte de mi vida personal y escolar. Mi madre entregaba este reporte a mi maestra Juanita y ella me aconsejaba, sigue palante. Todo lo que apliqué en Güiria lo supe en Soro. Un día, en una esquina, cuatro caballeros estaban fumando, venía la maestra Juanita, tiraron el cigarro y sólo lo recogieron después que ella había pasado.
IV.- ISABELINA EN LA VENTANA
Isabelina Silva Ortiz era una chamita de veintidós años, igual que yo. Iba pasando por una calle en Cumaná, la vi sentada en el poyo de una ventana, observé sus claros ojos, después, su herida en una mano y me detuve a conversar con ella. ¿Qué le pasó a la joven? Me comí un pescao y me hice esta herida con una de sus espinas. Yo siempre cargaba un pequeño botiquín de primeros auxilios, le quité el adhesivo, le coloqué un curita sobre la herida y le dejé otro curita de repuesto.
Así iniciamos una conversación que duró 76 años.
Me dijo que estudiaba segundo año en el liceo y la invité a estudiar en la escuela normal para maestros. Finalmente, hizo el cambio. Yo estudiaba segundo año y ella empezó primer año, con sus equivalencias. El profesor de francés en la normal era el mismo profesor de esa materia en el liceo donde ella había estudiado hasta entonces. En su primer examen le dijo a este profesor que ella no entendía Francais y el profesor le respondió: si siques diciendo Francais, yo te voy a raspais.
Cuando ella iba a empezar a estudiar en la normal, habían iniciado clases hacía un mes. Yo había tenido un accidente en Soro, sacando y cargando copra. Cargaba copra desde una hacienda hasta el secadero. Al llevar una carga, el burro brincó, me provocó un salto, caí sobre el sillón y se me partió un testículo. Recientemente había sido creada la medicatura del pueblo. Hubo una visita de políticos, entre ellos Simón Gómez Malaret. El nuevo médico dijo que mi herida era grave. Me hospitalizaron en casa de mi tía Ambrosia García. Me hice amigo del médico, un español, un catalán, Mariano Munariz, me dijo: eso hay que curarlo con penicilina. A Venezuela no había llegado la penicilina. Le dijeron que en Güiria la vendían. Conseguimos cinco frasquitos de penicilina. Se debe mezclar suero al polvito.
Las muchachas del pueblo iban a visitarme, para verme los testículos hinchados y reírse de mí. Cada frasquito de penicilina contenía cinco dosis. No podía caminar ni hacer nada. Tenía la pierna hinchada y también el testículo izquierdo. Debía colocarme un frasquito de penicilina cada tres horas. Después de tantos puyazos en las nalgas, con cuatro frasquitos, ya estaba mejor, podía movilizarme y cuando me iban a poner el quinto frasquito, me paré y salí corriendo, no me inyectaron más.
Le pregunté al médico español: ¿podré tener hijos? ¡vamos a ver, no te adelantes a la ciencia!, me respondió. Cuando más tarde tuve relaciones sexuales, sufría por el dolor en el testículo. Perdí un mes de clases, unos meses después presenté mi primer examen. Carecía de apuntes y una compañera de estudios me los prestó. Saqué veinte puntos en cada asignatura y seguí con veinte en cada una de ellas.
Me gradué de maestro después de cuatro años sacando la nota promedio de 15 puntos en mis asignaturas. Acompañaba a Isabelina, repasando sus materias. Nos enamoramos y ayudaba a Isabelina en Matemáticas y Geometría, especialmente. Me fui haciendo amigo de su familia y en su casa me brindaban el desayuno. Pasé Matemáticas en tercer año, me pidieron que repitiera el examen, saqué veinte puntos nuevamente y me convertí en una referencia para todos los alumnos.
Para la graduación me declararon el fenómeno del año.
En el período de vacaciones sólo los que obtenían de 15 puntos en adelante podían irse de vacaciones. Mi beca era de ciento veinte bolívares, la vendía por cien bolívares y me iba para Soro, sin estudiar por tres meses.
Mataron a Carlos Delgado Chalbaud, presidente de la Junta militar de gobierno y me suspendieron la beca por razones políticas. En consejo directivo de la escuela me dijeron que al graduarme debía irme de Cumaná. La familia de Isabelina comenzó a servirme las tres comidas diarias, pero no me permitieron dormir en su casa.
Un día paseaba con Isabelina por la plaza Bolívar de Cumaná. Nos vio el profesor de Física, Julio Fuentes, y me dijo que me fuera a estudiar, porque tenía examen al día siguiente. Yo tenía que presentar copia de la constancia de aprobación de materias a las autoridades del cuartel de Cumaná. Cuando me gradué vi a mi derecha a unos soldados y me exigieron que abandonara la ciudad. Me fui donde estaban estacionados los camioneros y le pedí a uno de los choferes una cola hasta Maturín. El gobierno me dio un papel de autorización para viajar. Me monté en un camión de carga y viajé hasta Maturín. Allí esperé a Isabelina y nos casamos.
En Caripito, en la Creole, me hicieron un examen de mecanografía para un cargo de oficinista y comencé a trabajar en esa condición allí. Con el dinero ahorrado compré un vehículo y me vine a Caracas en búsqueda de otras oportunidades de estudio y trabajo. Prestaba servicios como chofer y participaba de reuniones clandestinas, cuando tenían me pagaban quince o treinta bolívares. Un día se montó un señor y me dijo que le hiciera una carrera hasta la superintendencia de educación. Le dije: no conozco bien la ciudad, si me sirve de Cicerone le cobro más barata la carrera.
Le causó curiosidad mi uso excepcional de la palabra cicerone. Le expliqué su origen y le eché el cuento de mi expulsión de Sucre. Me dijo que dentro de tres días pasara por la superintendencia de educación. Un 15 de noviembre me dijo que me había conseguido un cargo de maestro de cuarto grado en Santa Teresa del Tuy. Me llevé a Isabelina desde Maturín para Caracas. Pasamos dos años en Santa Teresa del Tuy. Isabelina hacía arepas para vender en la calle y yo colaboraba moliendo el maíz. No existía la harina de maíz refinada, por eso molía el maíz y también lo hacía con el café.
Pedí cambio para Ocumare del Tuy. Allí estuvimos trabajando durante dos años y también tuve que enfrentar un problema. Para la graduación en el liceo buscaban una persona que dijera el discurso de orden. Alguien me propuso para ello, había desfile en la semana de la patria. Me exigieron que saludara el nombre de Marcos Pérez Jiménez, lo nombré Marco Antonio y el que dirigía el orden establecido me corrigió, Marcos Evangelista.
En el diario El Nacional publicaron que habían reabierto el instituto pedagógico para los maestros. Antes sólo aceptaban bachilleres. Me dieron la oportunidad de inscribirme en el Pedagógico de Caracas y volví a mi oficio de chofer de plaza. Me gradué en el Pedagógico de Caracas, fui director de varios liceos de la república, entre ellos en San Fernando de Apure y San Juan de los Morros. Realicé un postgrado en Inglés, en los Estados Unidos, fui profesor del Pedagógico de Barquisimeto, del Instituto Pedagógico experimental de Maturín y allí fui reconocido como Doctor Honoris Causa.
He publicado muchos libros sobre educación y pedagogía.
Volví a Soro. Es un gran compromiso vivir en ese pueblito como Doctor Honoris Causa. Ser maestro es más que ser profesor. Deploro tener que alojar tanta ignorancia en una cabeza tan pequeña.
Quintiliano decía que la educación comienza en el hogar. Mi casa era la oficina del pueblo. Allí iba todo el que necesitaba escribir, me solicitan que redactara cartas para familiares, amigos y otros particulares, también de la prefectura me pedían que redactara los documentos. Nunca digo que no y hago todo con cariño. Carlitos nunca dice que no y es el consejero del pueblo. Una nieta de mi maestra Juanita, también maestra, me llama maestro. Un profesor y un maestro se diferencian porque el maestro es, por encima de todo, servicial.
14 de junio de 2014