Hace más de un siglo, obreros en Chicago murieron por exigir una jornada de ocho horas. Hoy, repartidores y conductores de apps trabajan sin horarios fijos, sin derechos laborales y vigilados por algoritmos que deciden su suerte
Por Rafael Henrique e Ingrid Urgelles
En 1886, en Chicago, miles de trabajadores paralizaron fábricas para exigir algo que hoy parece básico: ocho horas de trabajo, ocho de descanso y ocho de ocio. Más de un siglo después, millones de personas en el mundo trabajan sin horario, sin contrato, sin salario fijo y sin cobertura médica. El rostro del trabajo ha cambiado y depende de una app.
En las últimas décadas, la globalización capitalista y la revolución digital han modificado radicalmente la forma en que nos comunicamos, producimos, trabajamos y nos relacionamos. Desde fines del siglo XX, el despliegue masivo de tecnologías computacionales, internet, teléfonos inteligentes y redes digitales, ha reconfigurado casi todos los aspectos de la vida cotidiana.
La expansión global de plataformas como Uber, Rappi, Glovo o Didi ha transformado la relación entre empleador y trabajador. En lugar de un jefe, hay un algoritmo. En lugar de empleados, hay “socios”. En lugar de un sueldo, ingresos variables. En lugar de derechos, términos y condiciones que pueden cambiar sin aviso. Y aunque la tecnología se presenta como progreso, cada vez más voces advierten que detrás de esta economía digital se esconde una forma sofisticada de precariedad.
Según un estudio publicado en 2024 por Alianza In México —una asociación integrada por plataformas digitales como Uber, DiDi y Rappi, junto con la consultora Buendía & Márquez—, al menos 2.5 millones de personas mayores de 18 años obtuvieron ingresos económicos prestando servicios de manera independiente a través de estas aplicaciones o mediante redes sociales. El informe señala que, durante el último año, una de cada seis personas adultas ha considerado convertirse en conductor o repartidor por medio de estas plataformas.
El auge del trabajo en plataformas responde al desempleo estructural, la falta de alternativas laborales dignas y a la pauperización de las condiciones de trabajo en nuestra sociedad contemporánea.
Aunque el estudio proviene de las propias empresas involucradas y enmarca la narrativa en términos positivos —aludiendo a la “flexibilidad”, la posibilidad de “ganar dinero extra” y la “libertad para definir horarios y lugares de trabajo”—, los datos deben leerse con cautela. El 86% de los encuestados afirma preferir la independencia laboral frente a tener seguridad social, pero este dato refleja más una precarización normalizada que una verdadera elección. Más que una opción voluntaria, el auge del trabajo en plataformas responde al desempleo estructural, la falta de alternativas laborales dignas y a la pauperización de las condiciones de trabajo en nuestra sociedad contemporánea.
Capitalismo digital y Silicon Valley
Ya en 1999 el teórico Dan Schiller advertía sobre el surgimiento de una nueva fase del sistema económico global, que denominó capitalismo digital. En su obra Digital Capitalism: Networking the Global Market System, Schiller proponía que, así como el capitalismo industrial y financiero marcaron sus respectivas épocas, la creciente digitalización de la economía inauguraba una nueva forma de acumulación capitalista centrada en el control de redes de información, conectividad global y plataformas tecnológicas.
En su artículo Capitalismo digital: fragilidad social, explotación y solucionismo tecnológico (2020), Aitor Jiménez y César Rendueles Menéndez sostienen que el capitalismo digital implica una “reorganización del capital y el trabajo basada, por un lado, en el uso extensivo de tecnologías automatizadas y de vigilancia y, por otro, en la proletarización radical de los trabajadores de las plataformas digitales”. Este nuevo modelo de acumulación y explotación, cuya estructura se apoya en la economía digital, tiene su origen a comienzos de los años noventa, cuando se produjeron tres rupturas tecnológicas y sociales clave: 1) la aparición de la World Wide Web en 1989 y la posterior privatización de sus infraestructuras; 2) el lanzamiento de Netscape, el primer navegador exitoso y una de las primeras plataformas digitales; y 3) el giro político del gobierno de Bill Clinton, que convirtió la expansión de las tecnologías de la información en una prioridad estratégica.
La crisis del 2008 desencadenó un ciclo de aumento del desempleo y precarización laboral
Estas tres rupturas tuvieron como epicentro a California, específicamente la región de Silicon Valley. A partir de este momento comienzan las teorizaciones sobre el fenómeno sociodigital de la llamada “ideología del modelo capitalista californiano”, una versión digitalizada del libertarianismo y neoliberalismo estadounidense.
Si en la década de los 90’ se propició el auge de la denominada “sociedad red”, en la segunda década del siglo XXI ocurrió lo mismo con las plataformas digitales. Las turbulencias económicas de la autogenerada crisis del capitalismo en 2008 —conocida como la Gran Recesión— terminaron por colapsar en 2012 provocando un desplazamiento masivo del capital especulativo hacia el sector tecnológico.
En este contexto, la tecnología emergió como un salvavidas para un modelo en decadencia. Las crisis recurrentes de acumulación capitalista han servido como catalizadores para la aparición de nuevos modelos de negocio basados en plataformas digitales, impulsando el crecimiento de corporaciones que hoy monopolizan y controlan tecnologías fundamentales para la estructura económica contemporánea.
Por otro lado, la crisis del 2008 desencadenó un ciclo de aumento del desempleo y precarización laboral. Este deterioro en las condiciones de trabajo, sumado al desplazamiento forzado de poblaciones y al desmantelamiento de formas tradicionales de organización social, provocó una profunda pauperización del proletariado.
Empresas como Uber, Didi, Airbnb o Cabify se expanden aprovechando la dependencia digital de los usuarios, la precarización del trabajo y marcos regulatorios laxos
Las compañías transnacionales que más beneficios han obtenido en las últimas décadas pertenecen, en su mayoría, al sector de la informática. Entre ellas destacan Apple, Google, Amazon y Facebook. A su vez, proliferan modelos de negocio centrados en la extracción masiva de datos y su monetización, muchas veces en alianza con el capital financiero. Empresas como Uber, Didi, Airbnb o Cabify se expanden aprovechando la dependencia digital de los usuarios, la precarización del trabajo y marcos regulatorios laxos, lo que les permite crecer de manera sostenida y casi ilimitada.
Cappitalismo y Uberización del trabajo
Durante años, el debate sobre el trabajo en América Latina se ha centrado en la informalidad, que aún afecta a la mayoría de la población económicamente activa. Sin embargo, el panorama actual exige una mirada más amplia: la precariedad laboral ya no se limita a lo informal, sino que incluye nuevas formas de ocupación marcadas por la inestabilidad, la ausencia de derechos, la intermitencia y la creciente mediación tecnológica.
En Cappitalismo. La uberización del trabajo (Siglo XXI, 2022), la antropóloga Natalia Radetich —profesora en la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa— analiza cómo las plataformas digitales, encabezadas por Uber, se han convertido en la punta de lanza de un modelo económico que rediseña la explotación laboral y establece nuevas formas de apropiación del plustrabajo a escala global. Conceptos como “gig economy”, “economía de plataformas” o “capitalismo conectivo” intentan nombrar esta configuración en la que las empresas tecnológicas ya no producen directamente, sino que operan como intermediarias que extraen valor de la interacción entre terceros. El auge de estas plataformas debe entenderse en el contexto de la crisis económica de 2008, que precipitó una reestructuración global del trabajo bajo las lógicas de la automatización, la externalización de costos y la vigilancia algorítmica.

[Uber] Hoy cuenta con más de cuatro millones de trabajadores dispersos globalmente
Radetich realiza un recorrido teórico y etnográfico en la Ciudad de México tomando como caso de estudio a Uber. Fundada en 2009 en San Francisco, la plataforma se expandió en apenas una década a más de 900 ciudades en 70 países, con 91 millones de usuarios activos y un promedio de 14 millones de viajes diarios. Hoy cuenta con más de cuatro millones de trabajadores dispersos globalmente, 22 mil empleados administrativos, y opera no sólo como servicio de transporte de pasajeros, sino también en los rubros de entrega de comida, mensajería, renta de bicicletas y envío de productos. Uber ha superado a gigantes como Walmart (2.1 millones de trabajadores) y McDonald’s (1.9 millones), consolidándose como una de las mayores fuerzas laborales del planeta.
La empresa, que vincula a conductores y pasajeros en un territorio tanto físico como digital, combina dos mercancías dominantes del siglo XX y XXI: el automóvil y el smartphone. Según Radetich, la “fórmula Uber” encarna una versión extrema del capitalismo digital: la compañía no posee automóviles, no invierte en infraestructura ni en capacitación laboral, y aun así obtiene ganancias multimillonarias. Niega cualquier relación laboral formal al designar a sus conductores como “socios” o “contratistas independientes”, lo que le permite eludir responsabilidades jurídicas y despojar a los trabajadores de derechos laborales básicos.
El libro se apoya en una investigación de campo sólida que incluye entrevistas con choferes, participación en grupos de Facebook, inmersión en la app Uber Driver, análisis de publicaciones de la empresa y un sondeo digital a través de encuestas. Lo que emerge es un paisaje de explotación contemporánea: jornadas extenuantes, ingresos inestables, deudas crónicas y un alto desgaste físico. Muchos conductores deben endeudarse para mantener su vehículo en condiciones mínimas, cayendo en un ciclo de trabajo perpetuo que apenas les permite subsistir.
La app funciona como un dispositivo de extracción de plusvalor
Radetich también señala que Uber se beneficia del deterioro del transporte público y del urbanismo desigual del Sur Global. En ciudades donde moverse es una odisea, la plataforma aparece como una solución privatizada al colapso del sistema, respondiendo a las necesidades de movilidad de los sectores medios y altos, mientras explota la fuerza laboral proveniente de las periferias.
La deslocalización de su domicilio fiscal en Países Bajos —el segundo paraíso fiscal más agresivo del mundo— le permite evitar el pago de impuestos en los más de 70 países donde opera. Se trata de una empresa con sede en el Norte Global que se lucra del trabajo en el Sur, sin compartir sus beneficios tecnológicos.
En países como México, más del 90% de los conductores de Uber son hombres. La empresa se apoya en estereotipos de masculinidad —disponibilidad total, resistencia física, autosuficiencia— para naturalizar jornadas extenuantes. El cuerpo del trabajador se vuelve una extensión de la máquina; su auto, un espacio despojado de subjetividad para adaptarse a los estándares corporativos.
Como todo medio de producción capitalista, la app funciona como un dispositivo de extracción de plusvalor: Uber gana una comisión por el trabajo de su “socio”, sin asumir ningún costo de operación. Externaliza gastos y centraliza beneficios. Es una máquina diseñada para desechar responsabilidades y acumular ganancias.
Uber materializa el sueño capitalista: que el trabajador pague por trabajar.
El capitalismo digital impone un “presente perpetuo” donde la frontera entre trabajo y descanso se disuelve. Las jornadas se extienden indefinidamente y el tiempo no remunerado se vuelve estructural. Además, el conocimiento práctico del espacio urbano —propio de taxistas o flâneurs— ha sido reemplazado por sistemas de navegación algorítmicos como Waze o Google Maps, también monopolizados por plataformas.
Uber materializa el sueño capitalista: que el trabajador pague por trabajar. Para ingresar a la plataforma, el conductor debe invertir en un vehículo y cubrir todos los costos asociados. Cualquier gasto derivado de este trabajo desregulado —con jornadas que superan las 10 o 12 horas diarias— es absorbido por el “socio”, mientras la empresa opera como un rentista que administra una interfaz digital.
Resistencias y reformas: el caso mexicano
A pesar de este desolador panorama, para Radetich hay signos de resistencia. En junio de 2020 nació en México la Unión de Trabajadores Digitales de Transporte y Alimentos, una organización que está en proceso de convertirse en sindicato y que demanda derechos para los trabajadores de las plataformas que operan en todo el país. Además, han surgido una serie de organizaciones como #NiUnRepartidorMenos o la Unión Nacional de Trabajadores por Aplicación y de Reparto.
Cuatro años después, en diciembre de 2024, la presidenta Claudia Sheinbaum promulgó una reforma que reconoce derechos laborales a más de 650 mil conductores y repartidores de apps. La reforma obliga a las plataformas a formalizar relaciones laborales, garantizar acceso al IMSS (salud pública), prestaciones y protección en caso de accidentes.
De esta forma, la reforma establece que los trabajadores que generen ingresos equivalentes o superiores al salario mínimo mensual serán considerados empleados formales, mientras que aquellos con ingresos menores serán clasificados como trabajadores independientes. No obstante, todos los trabajadores, independientemente de sus ingresos, estarán protegidos contra accidentes laborales durante el tiempo efectivamente trabajado.
La reforma entrará en vigor el 22 de junio de 2025
La reforma entrará en vigor el 22 de junio de 2025. El 27 de junio se lanzará un programa piloto obligatorio a cargo del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) para registrar a los trabajadores de plataformas digitales y garantizar su acceso a la seguridad social. Este programa piloto se extenderá hasta diciembre de 2025, periodo durante el cual se evaluarán los resultados y se realizarán los ajustes necesarios para la implementación total de la reforma.
Aunque la reforma impulsada por el gobierno de Claudia Sheinbaum representa un hito histórico en el reconocimiento de derechos laborales para los trabajadores de plataformas digitales en México, su implementación enfrenta una resistencia activa por parte de las empresas. Estas corporaciones han comenzado a explorar nuevos mecanismos para mantener su flexibilidad operativa, como subcontrataciones disfrazadas o modelos híbridos de relación laboral que diluyen las obligaciones legales. El Estado, por tanto, tiene el desafío de no solo legislar, sino también regular con eficacia, garantizar inspecciones, sancionar incumplimientos y ofrecer canales de denuncia accesibles.
Fuente: Diario Red
02/05/25