Luis Luna Ángulo/Diario Red
Si la Organización de Estados Americanos es conocida como el “Ministerio de las Colonias», la Cumbre de las Américas ha sido apodada como el banquete de los amigos de Estados Unidos. Su nacimiento, en 1994, pretendía por primera vez coordinar un proyecto continental desde Canadá hasta Argentina, basado en los principios de la “democracia”, el libre mercado y la globalización, en pleno auge neoliberal en la región. La primera edición de la Cumbre se realizó en Miami, iniciando con la exclusión de Cuba bajo el clásico y repetido argumento de estar gobernada por una “dictadura”.
En los últimos días la Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, declaró que no asistirá a la próxima Cumbre a realizarse en República Dominicana bajo el auspicio del presidente conservador, Luis Abinader. Sheinbaum reafirma la posición que Andrés Manuel López Obrador sostuvo en 2022 cuando, por primera vez, un presidente mexicano no asistió, delegando su participación al entonces canciller Marcelo Ebrard. En esta ocasión, la presidenta mexicana justifica su ausencia en coherencia con la posición de AMLO, al rechazar la exclusión de países como Cuba, Nicaragua y Venezuela. A esta decisión se ha sumado también el presidente de Colombia, Gustavo Petro.
Este encuentro multilateral suele ser un reflejo de los tiempos que corren y actúa como un termómetro de la disputa hegemónica del continente. Dicha dinámica se expresa en sus propios símbolos como el papel de Estados Unidos en la región y la correlación de fuerzas entre los países. Cabe recordar la exótica edición de 2015, celebrada en Panamá, donde Cuba asistió por primera vez en el contexto del acercamiento entre Barack Obama y la Revolución Cubana. Aquel proceso condujo incluso a la normalización de relaciones diplomáticas entre ambos países con la reapertura de embajadas en La Habana y en Washington D.C., medidas efímeras que, pocos meses después, serían revertidas con la llegada de Donald Trump a la presidencia en 2016.
Este encuentro multilateral suele ser un reflejo de los tiempos que corren y actúa como un termómetro de la disputa hegemónica del continente
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Desde que Andrés Manuel López Obrador rechazó participar en la Cumbre de 2022, criticando la vieja política de intervencionismo y la falta de respeto a los pueblos y las naciones de América, la región ha cambiado a pasos agigantados. En aquel momento, la mayoría de países latinoamericanos estaban gobernados por proyectos populares, progresistas y de izquierda, solo destacándose Uruguay, Ecuador, El Salvador y Costa Rica como países gobernados por la derecha y ultraderecha, en contraste con el peso político de países como México, Brasil, Colombia, Argentina y Chile.
Hoy, el mapa geopolítico de la región luce diametralmente opuesto y en movimiento. Varios países se preparan para procesos electorales en los que las fuerzas populares de la izquierda corren el riesgo de perder el poder. A ellos se suma la amenaza militar que se cierne sobre Venezuela, la cual se ha intensificado de manera insólita en los últimos años, con el objetivo de provocar un conflicto bélico que ponga fin al gobierno de Nicolás Maduro.
La exclusión de Venezuela, Cuba y Nicaragua persiste, y la postura de México se consolida. Claudia Sheinbaum enviará un representante diplomático a un foro marcado por el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y las tensiones derivadas de su política exterior en la región en relación a las medidas arancelarias unilaterales, el trato ilegal y discriminatorio contra los inmigrantes, y en particular para México, la tirante revisión del acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos, México y Canadá, el T-MEC, y la designación de los cárteles del narcotráfico como organizaciones terroristas.
Hoy, el mapa geopolítico de la región luce diametralmente opuesto y en movimiento
¿Cuáles serán las consecuencias de la ausencia de Claudia Sheinbaum en la Cumbre de las Américas? ¿Qué viene después de este encuentro? ¿Cuáles son los posibles escenarios para México y América Latina? Estas son algunas preguntas que flotan en el aire, mientras la región tambalea y se adentra en el terreno de lo imprevisible.