La política es diferencia, desacuerdo, controversia, conflicto. En ese orden y también todas a la vez (parece complicado, pero no; simplemente es complejo). Lo han enseñado los grandes pensadores políticos de todos los tiempos, de Sócrates, Platón y Aristóteles a Habermas, Rawls o Arendt, pasando por Maquiavelo, Hobbes o Marx.[I] También han enseñado que la política es la búsqueda constante de soluciones a ese conflicto que surge, inevitablemente, de la diferencia, el desacuerdo y la controversia. Dice Fernando Vallespín que la política «en su acepción más noble es la adición de voluntades para conseguir fines colectivos». Leyendo El Príncipe aprendemos que no siempre se hace política con ese grado de nobleza.
Algo de eso hay en la Venezuela de hoy. Está demostrado que el diálogo es la vía más rápida, eficiente, económica y menos dolorosa para superar la delicada y compleja situación que atraviesa el país. No obstante, sectores y dirigentes políticos de la oposición persisten en su apuesta por la vía violenta. No sería grave si fuese una opinión minoritaria. Si fuese la opción de un sector minoritario dentro de la oposición. A juzgar por los acontecimientos de este año y las declaraciones de estos dirigentes, comenzando por el autoproclamado Juan Guaidó, es la opción preferida por un amplio sector de la oposición venezolana. Más grave aún es que haya calado en su base de apoyo social y sea percibida como «la solución» por parte de amplios sectores de la población. Basta echar un vistazo a las redes sociales para darse cuenta de ello. Las respuestas a los tweets de Guaidó, por ejemplo.
Si alguna situación se parece a la que atraviesa Venezuela es la de la Alemania de Weimar.[II]
Se suelen señalar muchas causas de aquella situación, comenzando por las exigencias económicas que los vencedores de la Primera Guerra Mundial impusieron a Alemania en el Tratado de Versalles (1919): aproximadamente 132.000 millones de marcos-oro a pagar por concepto de indemnizaciones o la entrega de territorios (Alsacia y Lorena, algunas colonias o territorios ricos en yacimientos minerales), por ejemplo. También se suele citar la fragilidad de la base política que dio origen a la República de Weimar o la dificultad para lograr el apoyo popular. Especialmente de 1924 en adelante, la Alemania de Weimar enfrentó un complejo panorama de hiperinflación, desempleo y recesión económica. En el plano político y social, las revueltas callejeras, los enfrentamientos y la violencia política aparecieron en escena y concluyeron con el ascenso de Adolfo Hitler al poder.
Desde hace algunos años la República de Weimar se ha convertido para mí en un tema de interés no sólo académico, sino incluso existencial. Me horroriza pensar que Venezuela pueda acabar de la misma manera, que se termine imponiendo la solución autoritaria. Siento la misma angustia que siente Erick Weitz cuando escribe que la Alemania de Weimar…
«…evoca las graves dificultades que pueden surgir cuando en una sociedad no hay consenso para mirar al futuro y cualquier diferencia, por nimia que sea, desencadena enfrentamientos políticos entre ciudadanos, cuando los asesinatos y la violencia callejera se convierten en el pan nuestro de cada día y las fuerzas antidemocráticas buscan la salida más fácil: convertir a las minorías en cabeza de turco. Representa, por encima de todo, una señal de peligro, porque todos sabemos cómo acabó: con la asunción del poder por los nazis el 30 de enero de 1933».
Cuando etiquetas con las invocaciones de Invasión Ya, TIAR o 187.11 se convierten en «tendencia» en Twitter es porque esa señal de peligro es real. Significa que la «visión schmittiana de la política y la glorificación del enfrentamiento existencial» (Vallespín dixit) han contagiado a esos sectores sociales que abogan por «la solución». Una solución autoritaria que por supuesto excluye todo diálogo o acercamiento. Una solución que aboga por barrer, acabar, aniquilar, desaparecer y proscribir el más mínimo atisbo de chavismo de la sociedad venezolana. Una solución que deja traslucir actitudes filofascistas que ya ni siquiera se cuidan de disimular.
Sócrates iba por allí con su método mayéutico poniendo literalmente a parir a cuanto griego podía. Su arma era el diálogo. Cuanto sabemos de su filosofía se lo debemos a Platón, su discípulo. Si algo caracteriza los diálogos socráticos es el desacuerdo, la variedad/diversidad de pareceres, aunque luego Platón —por boca de Sócrates— dejara asentada su propia concepción. El Zoon Politikón de Aristóteles, por su parte, es producto de la capacidad dialógica del hombre, porque de la naturaleza «sólo el hombre tiene uso de razón y de lenguaje». Para que con ellos pueda «demostrar lo que es provechoso y lo que es perjudicial, […], lo que es justo e injusto y las demás cosas semejantes». Es decir, la diversidad, la pluralidad, la diferencia.
A quienes en Venezuela, de un sector u otro, se preguntan por qué dialogar, la respuesta es sencilla: porque la política, especialmente la política democrática, es diversa, plural, multívoca. No hay una única verdad política. La verdad política en democracia es, por definición, muchas verdades. Construida(s) con las voces de todos y todas. Lo otro es la «visión schmittiana de la política» sobre la que nos alerta Vallespín y «la solución» autoritaria a la cual nos pretenden arrastrar.
Apostemos al diálogo. Construyamos la solución democrática para Venezuela.
Notas
[I] Incluso nuestro Simón Bolívar reconocía en su memorable Discurso de Angostura que «La naturaleza hace a los hombres desiguales, en genio, temperamento, fuerzas y caracteres. Las Leyes corrigen esta diferencia porque colocan al individuo en la sociedad para que la educacion, la industria, las artes, los servicios, la virtudes, le den una igualdad ficticia, propiamente llamada política y social». Se conmemora, por cierto, el Bicentenario del Discurso de Angostura. Que doscientos años después de ser pronunciadas estas palabras conserven su vigencia sólo significa que Bolívar debe ser considerado, por derecho propio, como un clásico del pensamiento político.
[II] Para estudiar el período de Weimar yo recomiendo especialmente estos tres libros: La Alemania de Weimar. Presagio y tragedia, de Eric D. Weitz, publicado en Madrid por la editorial Turner (2009). El año pasado se publicó una edición conmemorativa del centenario de Republica de Weimar; De los espartaquistas al nazismo: la Republica de Weimar, de Claude Klein, publicado en Barcelona, España, por la editorial Península (1970); y Cuando muere el dinero, de Adam Fergusson, publicado en Madrid por Alianza Editorial (1984). En los tres casos creo que es posible encontrar una versión descargable en formato pdf.
2 respuestas
A mi modo de ver hoy aquí EL DIALOGO, luce como una trampa caza bobos, por cerca de 20 años el dialogo y la paz ha perdido su sentido, está demostrado que el dialogo es usado por el oposiocinismo como un respiro, un simple decir, la solución para ellos es la toma del poder por la fuerza, desde muchos caracazos hasta la invasión, esa gente sabe que acceder poder por la vías constituciones no es el medio para lograr su objetivo que tiene su base medular en la abolición de la misma Constitución, no es un presentimiento, solo basta recordar que eso fue lo que hicieron en las pocas horas cuando estuvieron en el poder, fue tal el júbilo de la abolición de nuestra Carta Refundacional que incluso se olvidaron de Chávez.
No tengo la menor duda que lo que se hace a nivel internacional y muchas otras áreas es necesario, pero ese esfuerzo y resultados que DISTRAEN AL GOBIERNO del objetivo primigenio, para nada teórico o conceptual, el problema no es otro que EL HECHO DE LA DEFICIENCIA DE LA COMIDA Y LA MEDICINA, que no tiene nada de teórico o conceptual, es un día a día de penurias, eso no se soluciona con adoctrinamiento, ni propaganda, menos con dialogo, ni con nada que no sea comida y medicinas. Y a propósito no he visto nada nuevo del tal dialogo en Noruega.
Estoy de acuerdo contigo, Fernando. El programa político de la oposición pasa por acabar con el sistema de derechos y garantías de la CRBV. No se atreven a hacerlo público, porque un programa así concitaría un rachazo casi unánime (aunque no lo parezca, hay quienes añoran el régimen anterior a 1999). Por otro lado, mi opinión es que la oposición siempre ha asumido que el diálogo era un signo de debilidad del gobierno. Allí se ha equivocado y confundir diálogo con debilidad la ha llevado a aventurarse por los caminos de la violencia. Resultado: ni con el diálogo ni con la violencia ha logrado sus objetivos.
El gobierno está obligado, no obstante, a persistir en sus esfuerzos en pro del diálogo y las vías pacíficas, democráticas. No hacerlo es prolongar cada día la dura situación que vive Venezuela. Hasta ahora ha sido un esfuerzo enorme de resistencia; hace falta construir un escenario que permita utilizar cese esfuerzo para la creación (en todos los sentidos). Ese escenario es la paz.